Para recordar los 364 días restantes…
Día de la Tierra.
Los días de celebración o conmemoración plagan nuestro calendario y la agenda de quienes simpatizan con aquello que se festeja o recuerda.
El 22 de abril de 1970, hace 49 años, se realizó una manifestación en Estados Unidos para que se creara en el Gobierno una agencia ambiental que trabajase sobre las problemáticas medioambientales. El impulsor de la protesta fue el senador y activista ambiental Gaylord Nelson, quien convocó a miles de universidades, escuelas primarias y secundarias entre otras comunidades. Gracias a la expresión social el Ejecutivo estadounidense creó Environmental Protection Agency (Agencia de Protección Ambiental) y varias leyes de protección del medio ambiente. Dos años después se llevó adelante el encuentro a nivel mundial: Cumbre de la Tierra de Estocolmo.
Por lo tanto, el 22 de abril tiene clavada la bandera del planeta, y es llamado el Día de la Tierra. Simple y muy importante. Todo comienza en un minuto especial, en una hora o en un día, con el objetivo de ir creando una consciencia colectiva en torno a determinado tema. ¿Y qué pasa durante los 364 días restantes del ciclo anual? Tal vez nos sentimos aliviados y exculpados de seguir motivando cualquier movimiento, ya que hubo un día, el 22 de abril en este caso, en que recordamos que vivimos en un ser vivo, que respira, vibra, reacciona, se inquieta, y es parte también de un sistema mayor de vida, y que por lo demás, no menor, nos dio la vida a todos los seres humanos.
Esta majestuosa bola de agua y tierra es nuestra madre y nuestro único hogar. Recordemos que estamos en el año 2019, y que hasta el momento no conocemos otra opción hacia dónde partir, ni hemos desarrollado vehículos ni velocidades para llegar a una posible nueva casa en el universo cercano, que ya es muy lejano, si es que le llegase a pasar algo grave a nuestra actual casa.
Siguiendo esta línea de reflexión, nos topamos con la tan malgastada palabra ecología, que como esta otra palabra, amor, y otras tantas, piden a gritos que se recuerden su origen y su real significado.
La palabra recordar viene del latín “recordari”, formado de re (de nuevo) y cordis (corazón). Recordar significa entonces “volver a pasar por el corazón”. Por su parte, la ecología es la ciencia que estudia las relaciones de los seres vivos entre sí y con el medio. Esta palabra es un neologismo acuñado por el naturalista y filósofo alemán-prusiano Ernst Haeckel (1834-1919) a partir de las palabras griegas “oikos” (casa, vivienda, hogar) y “logos” (estudio o tratado); por ello ecología significa «el estudio del hogar”. Traer estas aclaraciones no tiene mayor fin que ponernos frente a la responsabilidad que tenemos de cuidar y amar lo que nos cobija, y que como se expresó anteriormente, nos dio vida porque somos parte de su naturaleza, pertenecemos a sus leyes como un brote más de una semilla esparcida por el ave que se alimenta del fruto de un árbol.
Por lo tanto, ser ecologista no consiste sólo en ser una persona ligada a la naturaleza, es algo mayor y más potente, es conocer, observar, admirar, cuidar y aprender de nuestro hogar, la Tierra, en toda circunstancia. Recordar aquello, es decir, volver a sentir, volver a amar, volver a comprender lo que es este planeta para todos nosotros, los 364 días que quedan del año antes del próximo 22 de abril, es vital, de eso depende nuestra vida, no sólo nuestra sobrevivencia, sino la posibilidad de una vida plena y feliz en comunión con nuestro ambiente.
Nos atrevemos a proponer que todos debiésemos ser ecologistas, inicialmente de nuestro cuerpo que es nuestro vehículo y que nos permite vivir en la casa mayor, el planeta Tierra. Y jugando un poco más con los neologismos, quisiéramos aclarar el concepto de vehículo que no está gratuitamente usado.
La palabra vehículo viene del latín vehiculum (medio de transporte), vocablo formado con la raíz del verbo vehere (transportar, llevar) y el sufijo culum, que además de significado diminutivo tiene valor instrumental, que es el que aquí se evidencia. Es decir, nuestro cuerpo, al que denominamos vehículo, es quien lleva dentro, transportando, nuestra alma y nuestra consciencia. Sin él, no sería posible esta experiencia material, por lo tanto es nuestro primer hogar al que cuidar y recordar; desde ahí, desde ese auto respeto y amor, estamos casi seguros que el asombro por nuestra madre Tierra, hogar mayor, será renovado generando una nueva consciencia en nuestro interior, y a la vez, una Nueva Tierra donde vivir.
No somos lingüistas, pero voluntad de crear algo nuevo y armonioso para todos, tenemos de sobra. La Vehiculogía se nos presentaría, en este juego de palabras concientizadoras, como el estudio de nuestro vehículo primario, el cuerpo biológico, y su relación con otros vehículos y su entorno. Una rama mayor de esta nueva disciplina que esperamos no quede en lo literario, podría ser la Vehiculogía Mater (del latín: madre), estudio del vehículo madre, donde no se observa ni se cuida el planeta, nuestro vehículo mayor, como un observador externo, sino más bien con una plena consciencia de nosotros mismos como un reflejo e hijos de la Tierra.
Roberto Cabrera Olea
Editor MCA Canal / www.mcacanal.com