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Oct 25, 2019
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ENSAYO SOBRE LA LUCIDEZ, de José Saramago

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Por suerte o por desgracia, pocas novelas de José Saramago tienen tanta vigencia como Ensayo sobre la lucidez, esa especie de experimento sociológico en el que la mayor parte de los habitantes de una ciudad sin nombre ‒que el narrador se encarga de aclarar que no es Lisboa‒ deciden de forma espontánea y sin acuerdo previo votar en blanco en las últimas elecciones municipales. Para ser más exactos, más de un 80% de los ciudadanos son los que eligen esta opción, mientras que los votos válidos no llegan al 25% del escrutinio. Cientos de miles de personas de todas las edades, ideologías y condiciones sociales, deciden manifestar su descontento hacia los partidos políticos y hacia la política en general votando en blanco.

   De esta forma, Saramago reflexiona con osadía sobre los engranajes y el funcionamiento de la democracia en la que vivimos. A pesar de que en el primer capítulo el autor comienza planteando la aparente apatía de la abstención electoral, el debate pronto acaba centrándose en torno a la opción del voto en blanco como señal del poder de maniobra del electorado para manifestar su descontento con las alternativas políticas. Y es que ¿no es mayor la apatía del que vota a una opción política que no le representa porque no tiene alternativas que la de aquel que no vota?

   Durante muchos momentos a lo largo de la novela se recuerda que votar en blanco es una opción más en unas elecciones democráticas, una decisión tan libre y soberana como votar a un partido determinado, por más que les pese a muchos de esos partidos. Porque la lectura política que se hace del voto en blanco es muy distinta a la abstención. En el voto en blanco no cabe la posibilidad de escudarse en el desinterés o en la dejadez de la ciudadanía, pero el voto en blanco es un dedo que señala, es el ciudadano que haciendo uso de los cauces establecidos muestra su inconformismo con el sistema o, por lo menos, con las opciones políticas. De ahí que sea tan peligroso y que los partidos preponderantes lo ataquen calificándolo de antidemocrático o antisistema ‒algo que pasa en la novela, pero también fuera de ella‒.

   En ese contexto, el gobierno no cree que ese descomunal gesto revolucionario sea producto del azar y ve en él una acción planificada y coordinada, producto de una conjura anarquista internacional o de grupos extremistas desconocidos, en un intento por socavar los cimientos de la democracia. La relativa ambigüedad del voto en blanco permite al gobierno interpretarlo a su manera, sin que en ningún momento se plantee ni remotamente la posibilidad de que el problema pueda estar en ellos: los electores que votaron en blanco no son patriotas. Pero como no disponen de ningún método eficaz para identificarlos, se decide castigarlos a todos imponiendo la censura, implantando el estado de sitio, infiltrando espías, retirando de forma inmediata al gobierno, al ejército y a las fuerzas policiales a otra ciudad o planificando la construcción de un muro que los aisle.

   Sin embargo, la inquietud de los políticos contrasta con la impresionante tranquilidad de los votantes. Abandonada a su suerte, sin políticos, militares ni policías, la ciudad no solo consigue sobrevivir sino que lo hace incluso mejor. La situación entonces se vuelve insostenible: si el mundo descubre que una ciudad puede sobrevivir sin políticos la epidemia del voto en blanco podría extenderse por todo el planeta. Es necesario poner en marcha las cloacas del poder: los culpables deben ser eliminados. Y si no se hallan, se inventan.

   Es entonces cuando descubrimos, pasada más de la mitad de la novela, que Ensayo sobre la lucidez es en realidad la segunda parte de Ensayo sobre la ceguera, que esa ciudad donde más del 80% de los ciudadanos han votado en blanco es la que cuatro años atrás se quedó completamente ciega. Saramago nos muestra entonces que ambas novelas son la cara y la cruz de una misma moneda, dos reflexiones acerca de la ceguera y de la lucidez que hay que leer de manera complementaria para que adquieran todo su sentido. Solo entonces logramos comprender la ambivalencia del color blanco, que en la primera novela representaba la ceguera y ahora representa la lucidez ‒por más que el gobierno se empeñara en difundir que el voto en blanco era una nueva especie de ceguera‒. No deja de ser simbólico que la única persona que mantuvo la visión en Ensayo sobre la ceguera se convierta ahora en chivo expiatorio y mártir en Ensayo sobre la lucidez.

   Aunque, fuera ya de la novela, Saramago declaró no ser defensor a ultranza del voto en blanco, sí que lamentó en más de una ocasión que la democracia esté tan deteriorada a causa de los poderes económicos y que los partidos políticos sean cómplices de esos poderes al mantener un sistema y unas leyes que favorecen más a los intereses económicos que a los sociales.

   ¿Por qué los partidos políticos y los medios de comunicación nunca interpretan en clave política el voto en blanco en los resultados electorales? ¿Es justo que los votos en blanco se sumen al número total de votos del escrutinio a partir del cual se calcularán los porcentajes de representación? Según la ley que tenemos un elevado número de votos en blanco, como los que ocurren en la novela, significarían elevar considerablemente el número de votos necesarios para llegar al 3% mínimo para tener representatividad, lo que dificultaría la representación de los partidos muy minoritarios. De ahí el nacimiento de de movimientos que pretenden que el voto en blanco sea tratado como una candidatura y se le asignen los correspondientes escaños vacíos, e incluso existe un partido, Escaños en Blanco, que simula esa opción presentándose a las elecciones y dejando vacíos los escaños que consigue. La novela de Saramago tiene la virtud de poner sobre la mesa la alternativa del voto en blanco y sus consecuencias más extremas, generando un debate incómodo para los gobernantes pero necesario para la democracia.

 

Fuente: http://lapiedradesisifo.com

Article Categories:
Literatura
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