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Mar 13, 2020
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Humanos en tiempos de crisis

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 «Decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los humanos más cosas dignas de admiración que de desprecio». Camus

El miedo se apodera de todo. Lo estamos viendo en estos momentos de crisis, de plaga. Me pregunto qué hubiera pasado si esta misma plaga, en vez de matar un cinco por ciento de los afectados, el porcentaje se hubiera disparado hasta el cincuenta por ciento. Nadie estaría a salvo del terror inoculado en nuestra psique, y por lo tanto, todo se autodestruiría por sí solo. Algo así nos decía Camus en su obra Calígula: “No se puede destruir todo sin destruirse a sí mismo”. La autodestrucción ocurre con demasiada frecuencia. El cuidado y alimento de las emociones es tan importante como el cuidado y alimento del cuerpo físico. El cuerpo físico se ha convertido en un templo, desdeñando el resto de los soportes que nos permiten convivir en vigilia en la vida real. Pocos se ocupan de cuidar la vida, la vida que nos rodea, su campo vital y etérico, su radiación mistérica. Pocos se ocupan de alimentar las emociones, de crear buenas ondas, irradiar amor y cariño, cuidados y alegría. Pocos cultivan y alimentan nuestros pensamientos acordes con una consciencia lúcida y definida, palpable en los elementos más abstractos de la existencia. Pero menos aún, pocos cuidan y alimentan nuestra moral, nuestros valores, nuestra virtud. Aquello que nos hace valerosamente humanos.

Nos hemos convertido, nos guste o no decirlo, en una plaga para la naturaleza, para todo el planeta. Revertir la situación creada será francamente complicado. Quizás por ello la naturaleza, ante el hartazgo que supone soportarnos, busca remedios para atajar la plaga que está viviendo. El corona virus podría ser simplemente un pequeño detonante de algo que podría agravarse en pocos años. Estamos ante las consecuencias de la civilización nihilista. Cuando rechazamos todos los principios, ya sea estos espirituales o morales, entramos en la espiral de que nada en la vida tiene sentido. Esto crea un problema de fondo. Todo radica en la pérdida progresiva de sentido la cual aboca en la obcecación por lo abstracto. “Si nada tiene sentido, todo está permitido”, advierte Camus en Calígula. Incluso está permitida la mala educación, el egoísmo más feroz, la anulación del otro sin mayor compasión ni reparo. La verdadera desesperación nace de no saber a qué atenernos. Por eso la plaga provoca pérdida de sentido. Miedo a perderlo todo, inclusive nuestra vida aparentemente insulsa y sin valor.

Permanecer cerca de los seres y las cosas que nos rodean podría ser una vuelta a la realidad, una vuelta al sentido de la vida. El otro, el que tenemos cerca, el que tenemos al lado, deja de ser una entidad abstracta y se convierte en una entidad real, de carne y hueso, del cual se puede esperar siempre lo mejor. Quizás este tipo de crisis nos humanice hasta el punto de que nos volvamos más conscientes de poderosas virtudes.

Volver a la felicidad personal y compartida podría ser un buen camino para afrontar la que se avecina. No como un camino ingenuo o cursi, sino como una vía necesaria para la supervivencia humana. Decía Camus que la abstracción es el mal, porque de alguna forma nos aleja de la realidad. “Nos asfixia esa gente que cree tener la razón absoluta, ya sea con sus máquinas o con sus ideas”, decía. Nos aleja del otro cuando el pánico y el miedo, el rencor y el abismo entra en nosotros. Abstraerse de la vida es perderse la vida. No podemos cortar bajo teorías abstractas aquellas raíces que nos unen a la vida y la naturaleza, al otro sintiente. No podemos cortar el diálogo y la seducción con el otro en nombre de totalizantes ideas o creencias personales. Ese es el verdadero fracaso de nuestra naturaleza. Debemos reaprender a seducirnos, a cotejarnos y romper así con nuestra propia ensoñación personal.

Decía Camus que vivimos en el terror porque ya no es posible la persuasión, porque ya no podemos volver hacia esa parte de nosotros mismos que se reencuentra ante la belleza del mundo y de los rostros. Debemos abrazar de nuevo los corazones para que sean dignos de felicidad sin necesidad de agazaparnos al dolor o la servidumbre. Debemos lograr transformar nuestra humanidad en un verso apacible, en un canto real humano.

Reforzar la dignidad humana en estos tiempos puede ser una clave para, dentro del caos razonable en el que nos movemos, sigamos avanzando. No hay mayor valor y avance que comprometerse con la realidad, con el otro. No hay mayor bien que luchar una y otra vez, aún con el peligro de quedarnos solos, por aquello que nos humaniza. No debemos convertir nuestras vidas en un desierto por temor a equivocarnos, o en una idea abstracta que nos aleja de lo real. Debemos equivocarnos y al hacerlo, aprender, volver la mirada una y otra vez, sonreír ante el tropiezo. La virtud, la búsqueda de los valores, no implica perfección. Implica tropiezo, constante tropiezo cuando se escala tan sublime montaña. Y al hacerlo, nos volvemos valerosos, y sobre todo, verdaderos humanos.

Por: Fabienne Bonnet
Fuente: www.creandoutopias.net

Article Categories:
Desarrollo Personal
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