Veamos qué relación existe entre la felicidad y las endorfinas segregadas por nuestro cerebro.
El sistema nervioso humano es un conjunto de órganos increíblemente complejo; es por eso que, para entender su funcionamiento, la investigación científica pone el foco en comprender cómo son y qué hacen sus elementos más pequeños, principalmente al nivel de las células y de las moléculas. De ese modo, partiendo de esas observaciones de aspectos individuales que tienen lugar en nuestro organismo, será más fácil entender lo que pasa a gran escala.
Ahora bien, esto también tiene sus inconvenientes. Por ejemplo, a menudo se peca de un exceso de reduccionismo; es decir asumir que un fenómeno con muchos componentes funciona a través de la misma lógica y las mismas mecánicas que sus diferentes partes y elementos que existen a una escala menor. Esto es algo que ocurre mucho con un tipo de moléculas conocidas como endorfinas, las cuales son descritas a menudo como los neurotransmisores responsables de que sintamos felicidad. En este artículo abordaremos este tema y veremos por qué la relación que hay entre las endorfinas y la felicidad es algo más complicada que eso.
¿Qué son las endorfinas?
Empecemos por lo más fundamental: ¿qué son exactamente las endorfinas? Se trata de un conjunto de moléculas generadas por nuestro organismo, concretamente por la glándula pituitaria ubicada en el encéfalo, y que funcionan como neurotransmisores; es decir, sustancias utilizadas por las neuronas para comunicarse entre ellas. Está caracterizada por tener los efectos propios de un opioide endógeno, lo cual significa que puede ser entendida como la manera que nuestro cuerpo tiene de imitar las sustancias opiáceas presentes en determinadas plantas. Esto implica que las endorfinas tienen efectos analgésicos y sedantes, y también nos produce una cierta sensación de bienestar cuando nuestro cuerpo segrega esta molécula en altas cantidades.
¿A qué se debe que las endorfinas tengan estos efectos en nuestro organismo? Disponer de la capacidad de “autoadministrarnos” una sustancia similar al opio resulta útil en determinadas circunstancias, especialmente en aquellas en las que debemos enfrentarnos a situaciones que suponen un reto para nosotros y que pueden conllevar un cierto desgaste físico, ya que cuando las neuronas de nuestro sistema nervioso captan esta molécula, nos volvemos menos sensibles al dolor. Por ello, una de las actividades que más contribuye a que generemos endorfinas es el deporte y el ejercicio físico en general.
Puede resultar contradictorio que la misma molécula capaz de hacernos sentir bienestar se active en situaciones potencialmente dolorosas, pero si lo miramos con perspectiva, no lo es tanto. Muchas experiencias exigen de nosotros que afrontemos vivencias capaces de herirnos pero que, a pesar de ello, pueden beneficiarnos de algún modo. Por ello, las endorfinas contribuyen a que a la vez que mantenemos la mente y los sentidos afinados para lograr nuestros objetivos, no cedamos al temor a sufrir dolor, haciendo que, por un lado, tengamos una protección analgésica y, por el otro, el sistema de recompensa del cerebro se active motivándonos a involucrarnos en una actividad que entraña ciertos riesgos.
¿Cuál es la relación que existe entre las endorfinas y la felicidad?
Por lo que hemos vista ahora, parece que las endorfinas son la definición de todo aquello que deseamos tener en nuestra vida: mitigar el dolor y a la vez sentir bienestar. Y es cierto que si nos centramos únicamente en su mecánica de funcionamiento, podríamos decir que es deseable sentirnos de esa manera. Sin embargo, eso no significa que las endorfinas sea capaz de hacernos felices. Sobre todo por dos motivos.
En primer lugar, las endorfinas nunca “toman el control” de nuestro sistema nervioso; las mismas experiencias que favorecen su producción en nuestro cuerpo también estimulan la producción de muchas otras, y sus efectos se combinan entre sí. El resultado es que no llegamos a tener una experiencia puramente derivada de las endorfinas de manera exclusiva.
En segundo lugar, la felicidad no puede ser reducida al bienestar momentáneo. Décadas de investigación en el ámbito de la Psicología muestran que la experiencia de ser feliz se asocia a cómo nos vemos a nosotros mismos y a nuestras vidas, a cómo valoramos nuestras vidas y al recorrido vital que nos ha llevado a la situación presente, y a hasta qué punto somos capaces de aportar significado a lo que hacemos y a lo que hemos estado haciendo. En este sentido, lo que nos aportan las endorfinas, aunque sea algo valioso y necesario en muchos aspectos, resulta demasiado simple y cortoplacista como para generarnos verdadera felicidad. Es por ello que estimular las zonas del cerebro encargadas de producir este neurotransmisor no es, ni de lejos, la estrategia para ser felices.
Fuente: psicologiaymente.com