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Mar 26, 2013
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Entrevista con el científico chileno Humberto Maturana: “Un problema de deseo”

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“Un problema de deseo”

Entrevista con el científico chileno Humberto Maturana 
“La conservación no es por la Tierra, es por nosotros, la biodiversidad es importante por nuestro bienestar fisiológico, psíquico, relacional, estético, es un problema de deseo, de estar bien”, dice Humberto Maturana, pionero de la “biología del conocimiento”
 

 
SANTIAGO DE CHILE.- Para el científico chileno Humberto Maturana, 72 años, los seres vivos son máquinas, que se distinguen de otras por su capacidad de “autoproducirse”. Esta teoría -que él denominó “autopoiesis”- cautivó a muchos filósofos, psicólogos y ambientalistas en el mundo, interesados en explorar la esencia de la vida desde la “biología del conocimiento”.
 
Doctor en biología por la Universidad de Harvard, Premio Nacional de Ciencias en 1974 y galardonado en Estados Unidos y Europa, Maturana ha explorado los recovecos del ser humano, a través del análisis de las emociones, del amor, la amistad, el poder, la educación y la importancia del lenguaje. 
 
Autor de “De Máquinas y Seres Vivos” y “El Árbol del conocimiento. Las Bases Biológicas del Conocer Humano”, Maturana sigue fascinado con los misterios de la vida, que intenta descifrar cada día en su despacho del Laboratorio de Biología de la Universidad de Chile, en Santiago, donde dialogó en exclusiva con Tierramérica. 
 
P: Usted concibe a los seres vivos como unidades cerradas que se autoproducen. ¿Cómo se entiende esto?
 
R: Lo vivo tiene que ver primariamente con la conservación, no con el cambio. Los seres vivos son sistemas moleculares, redes de elaboración y transformación de moléculas. La organización, los procesos, no cambian; lo que cambia son las moléculas particulares, los componentes que entran en los procesos. A esto que se modifica lo llamo estructura. Por ejemplo, alguien enferma y enflaquece, pierde moléculas; luego se mejora, recupera su peso, su musculatura. Allí han ocurrido una serie de cambios estructurales, pero se ha conservado la organización, el vivir. Los seres vivos son máquinas que se definen por su organización, por sus procesos de conservación y que se distinguen de las otras máquinas por su capacidad de autoproducirse. 
 
P: Descartes dijo algo parecido, que los seres vivos eran lo mismo que los autómatas, eran muñecos sin emociones. Según su comprensión mecanicista de la vida, ¿los seres vivos tienen emociones?
 
R: Por supuesto, todos los animales tienen emociones.
 
P: Pero, ¿cómo se explicarían esas emociones que quizás los harían diferentes de una máquina?
 
R: Te voy a hablar de una máquina que tiene emociones: el automóvil.
 
P: ¿El automóvil tiene emociones?
 
R: Claro, tú pones primera y tienes un auto potente. Dices, “¡qué potente es este auto en primera!; ¡es agresivo, porque apenas tocas el acelerador ruuuumm parte!
 
P: ¿Pero eso no es metafórico? 
 
R: En cierta manera, pero más que metafórico es isofórico, es decir que hace referencia a una cosa de la misma clase. Pones quinta y vas a una alta velocidad, el auto está tranquilo, fluido, sereno. ¿Qué es lo que pasa allí? Cada vez que haces un cambio, cambia la configuración interna del automóvil y ese automóvil hace cosas distintas. Las emociones corresponden precisamente a eso; desde el punto de vista biológico son cambios internos de configuración que transforman la reactividad del ser vivo, de modo que ese ser vivo en el espacio relacional es distinto. 
 
P: ¿Qué sería lo específico de una emoción humana?
 
R: El ser humano puede realizar una mirada sobre su emocionar, puede reflexionar porque tiene el lenguaje. Pero el animal, que Descartes trata tan negativamente como autómata, no tiene cómo hacer esa mirada reflexiva. 
 
P: ¿Entonces la emoción del animal es como la del auto? 
 
R: Es como tu emoción cuando no te das cuenta de ella. Por ejemplo, si tienes un hijo, que explota en su pena, pero no sabe exactamente qué le pasa y tú le dices: “tienes pena, eso es lo que te pasa”. En esa conversación el niño empieza a tratar lo que le pasa como pena, y ahí aparece la mirada reflexiva. Un perrito que está triste no tiene cómo hacer esa mirada reflexiva; se comporta triste, pero no tiene cómo decirte “estoy triste”, como te lo dice tu hijo. 
 
P: Una concepción mecanicista como la suya parece difuminar la oposición entre naturaleza y cultura. Pero haciendo esta distinción, ¿cómo es la relación del hombre de la ciudad actual con la naturaleza? 
 
R: La naturaleza para el ser humano de la ciudad actual es el artificio cultural donde vive, ése es su mundo natural. Para un niño que crece en la ciudad -con automóviles, aviones, radios-, ése es su mundo natural. Igual que para el niño que nacía en África con leones, rinocerontes, pájaros, ése era su mundo natural. Esta ciudad artificial también es parte de la naturaleza.
 
P: ¿Pero hay alguna diferencia? 
 
R: No hay diferencia para el niño que crece en la ciudad, porque ese niño te va a distinguir las distintas marcas de automóvil como el niño en el campo te distingue los diversos tipos de pájaros. 
 
P: ¿Esta distancia con el resto de especies tiene alguna consecuencia en la forma cómo el hombre percibe y se relaciona con ese mundo? 
 
R: Ciertamente, resulta que lo que no se ve, no se ve. Si el niño vive toda su vida de niño a adulto en la ciudad, el mundo que está fuera de la ciudad no va a ser parte de su universo, de su nicho ecológico. El espacio que ocupa un ser vivo en el medio es su nicho, allí entra todo lo que lo afecta y ningún ser vivo ve más allá de su nicho. 
 
P: Usted ha dicho que nuestras decisiones sobre el medio ambiente pueden causar o la recuperación del espacio de la biosfera o la transformación del planeta en una luna habitada por seres humanos que viven en cápsulas, producen químicamente sus alimentos y donde no hay lugar para otras formas de vida. Pero esto no necesariamente va a ocurrir. 
 
R: No, no necesariamente, mientras más rápido se incremente la conciencia ecológica más potente va a ser, y así nos llevará a tomar medidas drásticas, que supondrán dificultades para muchos, pero que a la larga conservarán el espacio donde los seres humanos podamos vivir. Si no, o nos extinguimos o nos transformamos estrictamente en seres que viven en un mundo artificial, que será entonces el mundo natural. ¿Qué es lo que queremos? Porque la conservación es un problema de deseo, de estética, de estar bien; éste no es en principio un tema de argumentación racional. 
 
P: Estudiando la vida, ¿ha encontrado usted un orden en el mundo? ¿hay una racionalidad que le sea inherente? 
 
R: No hay una racionalidad en el mundo, no hay finalidad en él. Sólo hay un conjunto de interacciones. El mundo va a la deriva. A la Tierra no le va a importar para nada que se extinga la vida, no sería el primer planeta que se muere. Insisto: la conservación no es por la Tierra, no es por la biosfera, es por nosotros. La biodiversidad es importante por nuestro bienestar fisiológico, psíquico, relacional, estético. El gran don de los seres humanos es que podemos crear tecnología, pero también podemos detenerla, desenchufar las máquinas cuando dejan de adecuarse a lo que queremos; es un problema de deseo.
 
Por Omar Sarrás Jadue*
* El autor es master en literatura y colaborador de Tierramérica
 
 
 
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Medio ambiente
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