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Ene 19, 2015
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Ciudades colaborativas

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Las ciudades colaborativas
Grupos de consumo, coches compartidos, monedas complementarias… son algunos ejemplos de cómo se puede potenciar una convivencia más humana en la ciudad. Algo está cambiando en el ADN de nuestras ciudades . De los espacios de coworking a los grupos de consumo, de los coches compartidos a las monedas complementarias, compartir se está convirtiendo en la respuesta necesaria a los retos urbanos. Albert Cañigueral, autor de Vivir mejor con menos, lanza al aire la pregunta: “¿Quién no quiere vivir en una ciudad colaborativa?”

Fuente : http://www.elmundo.es/

 

Bristol, por la senda verde

Imagen de la ciudad
No es Amsterdam ni Copenhague, pero a su modo Bristol lleva reclamando desde hace tiempo el título de capital verde europea que por fin le llega en 2015, el año de acción ante el cambio climático.

El premio es un reconocimiento al activismo y al entusiasmo contagioso en esta ciudad de medio millón de habitantes que presume de ser la pequeña San Francisco del Reino Unido (con su puente colgante de Clifton) y que se jacta de haber sido la cuna del trip hop y del arte urbano, con Banksy como hijo pródigo.

Más de 750 grupos, asociaciones y empresas sociales hicieron causa común con el alcalde-arquitecto George Ferguson para impulsar la candidatura de Bristol, que se impuso en la recta final a Bruselas, Glasgow y Liubliana.

El orgullo local es la libra de Bristol, la moneda ciudadana o complementaria de mayor circulación de Europa: el equivalente a 600.000 euros en circulación, admitida en 750 negocios locales y respaldada por la Cámara de Comercio. La moneda local puede cambiarse por libras esterlinas -a idéntica cotización- en varios puestos instalados en la calle. Todos los billetes llevan la estampa genérica del Pueblo de Bristol y son una garantía, con un porcentaje cada vez más alto, de que la economía local se queda circulando en la ciudad.

Moneda local
Otra de las ideas más rompedoras de Bristol es el Happy City Project, creado hace cuatro años bajo los auspicios de la New Economic Foundation. «Nuestra idea es medir y mejorar la felicidad media de los ciudadanos», asegura Liz Zeidler, cofundadora junto a su marido Mike. «La ciudad es la escala ideal para trabajar desde la base: en las comunidades, en las escuelas, en los lugares de trabajo, en los hospitales y hasta en las prisiones».

El movimiento de la Transición tiene también raíces profundas en la ciudad, vinculado a otro activísimo grupo local, Shift Bristol, y está volcado en el campo de la educación y la sostenibilidad práctica.

En Skipchen, todos esos principios se dan la mano a la hora de la comida con la economía en acción: estamos ante el segundo restaurante en el Reino Unido que sirve exclusivamente comida rescatada de los supermercados y a un precio especial (paga según te sientas).

Con más de medio siglo de tradición, la Soil Association es la institución más emblemática de la ciudad, referente mundial de la agricultura ecológica. El programa Sustainable Food Cities Network intenta impulsar la creación de mapas de producción ecológica en el perímetro urbano.

El barrio-granja de St. Werbughs, con sus cabras pastando ante el deleite de los niños, es la utopía práctica de la agricultura urbana. Esta ecoaldea es también un modelo nacional bioconstrucción y autoconstrucción, con mención especial a Ecomotive, la empresa social creada por Jackson Moulding.

Bristol Solar City es otra iniciativa ciudadana, con el objetivo de instalar un gigavatio de potencia solar en los tejados y en la periferia de la ciudad de aquí al 2020. El Ayuntamiento se ha subido al carro con la creación de su propia fuerza de choque que llenará los tejados de los edificios públicos de placas fotovoltaicas, empezando por las escuelas.

El transporte es quizás la asignatura pendiente de Bristol, que gana cada vez más terreno para las bicicletas y levanta barreras todos los domingos al tráfico motorizado con Make Sundays Special, el programa que convierte cada barrio en una fiesta.

De aquí ha brotado también el programa Sustrans, para llevar la movilidad a los barrios más desfavorecidos y lograr el objetivo de que cuatro de cada cinco desplazamientos en 2020 sean a pie, en bici o en transporte público.

Barcelona, ‘Fab City’

La ciudad como centro de producción digital, con una red de fab labs abiertos a los ciudadanos y diseminados por los barrios, creando el nuevo tejido urbano del siglo XXI.

Ésa es la idea impulsada desde Barcelona, que el verano pasado acogió el FAB 10, el décimo encuentro mundial de «laboratorios de fabricación» (con impesoras en 3D, fresadoras y cortadoras láser) que están transformando ciudades tan dispares como Manchester, Lima o Nairobi.

«Lo único que producimos en las ciudades es basura», se lamenta Tomás Díez, urbanista venezolano que dirige el fab lab en el Instituto de Arquitectura Avanzada de Catalañua, elegido por The Guardian entre los 10 innovadores sociales del momento. «Hay que dar un paso hacia el futuro mirando hacia el pasado… Avanzamos hacia una Edad Media tecnológica en la que las ciudades recuperan su tejido productivo».

Se trata de multiplicar barrio a barrio, ciudad a ciudad, la revolucionaria idea de Neil Gershenfield, del MIT, que anticipó el salto del ordenador personal a la fabricación personal con una llamada a la acción: «¡La revolución digital necesita materializarse!».

Pese a los problemas surgidos inicialmente, Barcelona sigue adelante con la idea de abrir un ateneo de fabricación adaptado a las necesidades de cada distrito, como en Les Corts. La apertura del Self Sufficient Lab de Valldaura ha sido un paso hacia la visión de la ciudad autosuficiente del arquitecto-jefe de Barcelona, Vicente Guallart. La idea es explorar en este privilegiado entorno, en el parque natural de Collserola, las posibilidades de una ciudad para producir su propio alimento y energía, en un modelo hábitat circular. «La regeneración de la ciudad da un nuevo valor al suelo urbano convirtiéndolo en autosuficiente…», asegura Guallart.

Seúl, la densidad compartida

La densidad de las ciudades asiáticas se hace más llevadera en Seúl, donde sus 10 millones de habitantes llevan varios años de ventaja en el arte de compartir recursos.

El último y definitivo impulso lo dio en 2011 el alcalde Park Won-Soon, con la creación del Departamento de Innovación Social y el Comité de la Promoción de la Economía Colaborativa.

Los edificios públicos han creado sus propios espacios del procomún para impulsar iniciativas ciudadanas. El ayuntamiento otorga ayudas especiales a las empresas que entran dentro del marco de la colaborativa.

La ciudad cuenta con más de 1.900 puntos de wifi gratuito. Los rascacielos con más de 1.000 inquilinos han creado sus propios centros de intercambio y reparaciones.

La plataforma de conexión intergeneracional ofrece habitaciones baratas a jóvenes en pisos donde viven mayores con habitaciones vacías…

Los 25 distritos de la ciudad se han ido incorporando a una red cada vez más tupida y el propio alcalde presume de Seúl como la primera y auténtica sharing city del mundo.

Otro de los compromisos de Park Won-Soon fue eliminar las barreras legales a las que se enfrentan muchas iniciativas de economía colaborativa. La prueba de fuego surgió sin embargo el año pasado con la llegada de la aplicación Uber, que puso en armas no sólo a los taxistas sino a la creciente economía local del coche compartido.

El pulso de Seúl con Uber ha creado un intenso debate en una de las ciudades bandera de la economía digital. Las resistencias de la capital surcoreana tienen sus raíces en el orgullo local, convencidos como están que la tecnología debe servir no para crear discordia, sino para recuperar la confianza y la conexión perdidas en las grandes ciudades.

Bolonia, vivir en las ‘calles sociales’

Federico Bastiani, un publicista de 37 años, desembarcó un buen día en via Fondazza (Bolonia). Dos años después, no conocía a nadie, con ningún vecino intercambiaba nada más allá del «hola» de rigor, informa Irene Hdez. Velasco.

Al principio, a Federico no le importó esa falta de relación con la gente. Pero todo cambió cuando, hace tres años, tuvo un hijo. «Jugaba sólo, y eso me partía el corazón».

Entonces, Federico tomó una decisión: en septiembre de 2014 creó un grupo cerrado en Facebook para que los residentes en via Fondazza contactaran entre sí. Y se dedicó a meter en los buzones folletos invitando a los vecinos a sumarse a lo que bautizó Social Street, para subrayar que se trataba de socializar entre vecinos no del barrio, sino de la misma calle.

«Al principio, mucha gente tiraba a la basura los folletos. Pero yo los volvía a meter en los buzones».

Al cabo de unas semanas tenía un grupo de 50 vecinos. «El motivo inicial era sólo conocer a mis vecinos. No era política, economía alternativa o trueque. Era pura vecindad». Y la vecindad desembocó en solidaridad.

Sin ir más lejos, el pasado domingo, un joven puso un mensaje en Social Street contando que se le había inundado el baño: al poco tiempo había cuatro vecinos en su casa para ayudarle. O la chica que vive en un tercero sin ascensor y que el otro día se rompió un pie: pidió que alguien le subiera la compra a casa y 10 vecinos se ofrecieron.

La iniciativa de Bastiani cuenta hoy con 25.000 inscritos, de los que un millar vive en la via Fondazza.

Tras sus pasos, otras Social Streets surgen por Italia.

«Antes me sentía en casa sólo cuando estaba en mi casa. Ahora cuando estoy en mi calle, cuando me saludan mis vecinos, cuando me invitan a su casa. Se trata de recuperar la relación de siempre con los vecinos, algo que hemos olvidado».

Su hijo ya no juega solo…

París dice ‘Ouishare’

En mayo de 2012, un puñado de innovadores e idealistas se dio cita en París en el primer OuiShare Fest.

Desde entonces, la carpa del Cabaret Sauvage se ha convertido en el epicentro del crowfunding, del coworking, de la producción en código abierto, de los bancos de tiempo, de los coches compartidos, del food sharing, del intercambio de casa entre particulares y de todo lo que se ha dado en llamar la economía colaborativa.

OuiShare nació a partir del blog de Antoning Léonard, que renegó de sus estudios en la Escuela de Managment de Lyon para intertar dar respuesta a la pregunta del millón: «¿Cuál es el propósito de la economía?».

Como tantos otros jóvenes de su quinta, Leonard pertenece a la generación OuiShare, «para quienes compartir un coche, un espacio de trabajo o una idea se ha convertido en algo habitual».

OuiShare ha fraguado también en la mayor plataforma de economía colaborativa, repartida por más de 50 países, con cita obligada en ese festival anual que volverá el 20 de mayo al parque de La Villette.

Allí estará Bla Bla Car, el referente mundial del coche compartido, otra idea made in Paris (creada en 2009 por Frédéric Mazzella).

Y por supuesto, los entusiastas de La Colmena que dice sí, ese otro fenómeno que pone en contacto directo a consumidores y productores (la idea nació realmente como un mercadillo de vecinos cerca de Toulouse, aunque dio el gran salto cualitativo en París y en el año 2014 llegó a España).

Mucho antes de que se hablara de la sharing economy, en 1997, París fue también el semillero de los Jardins Partagés (Jardines Compartidos), precursores de la agricultura urbana, en los que el espíritu comunitario y los principios autogestionarios han sido también ingredientes esenciales.

Adelaida, ‘mapeando’ los recursos

Adelaida, la capital del sur de Australia, se propuso hace tiempo la meta de «residuos cero».

Sobre la marcha, los impulsores de la iniciativa descubrieron que la solución pasa definitivamente por una ciudad más conectada y eficiente, y así nació la iniciativa Share N Save. «Se trata de una plataforma para visualizar, barrio a barrio, todas las actividades disponibles en tu ciudad para compartir, ahorrar, intercambiar, reparar y conectar con las comunidades locales», explica Matt Scales, al frente de Zero Waste.

«Mapear una ciudad no es sólo una manera efectiva de aprovechar los recursos, sino también un modo de crear lazos entre los ciudadanos y avanzar juntos hacia la meta de una sociedad sostenible».

La idea se ha replicado en muchas otras ciudades, gracias al Global #MapJam dirigido una vez al año por la organización Shareable. Su fundador, el norteamericano Neal Gorenflo, participó activamente el otoño pasado en el mapeo de Gijón, organizado en Mar de Niebla, el auténtico motor de la acción social en la ciudad asturiana.

Gorenflo, autor del libro radical Share or die (Comparte o muere), quedó capturado por la experiencia gijonesa y confía que otras urbes españolas puedan sumarse este año a la Red de Ciudades Colaborativas, con la meta de superar el centenar en 2015.

«La ciudad es el hábitat natural de la economía colaborativa», sostiene Gorenflo. «En el fondo, los núcleos urbanos están diseñados para compartir lo más posible: de las plazas a los espacios públicos, de la cultura a las ideas… Ahora, con los presupuestos cada vez más justos, es el momento de aprovechar al máximo los recursos. Cada coche compartido, por ejemplo, podría retirar de las calles hasta 12 vehículos».

Londres, el banco de tu calle

Imaginemos una calle en la que todos estuvieran dispuestos a dar, prestar y compartir. Imaginemos que los vecinos pudieran recurrir a un banco de recursos y de tiempo cuando necesitaran algo que no tuvieran. Imaginemos que el intercambio de favores generara un renovado espíritu de comunidad y ayuda mutua…

Esa calle virtual existe y se llama Streetbank. Más de 60.000 vecinos de los lugares más dispares han decidido derribar las barreras y crear auténticas redes sociales con raíces en lo local. No estamos ante un banco propiamente dicho, sino ante un sistema que permite compartir e intercambiar todo lo imaginable con quienes compartan nuestro código postal. El criterio básico es la proximidad, aunque la moneda global de cuño es la generosidad.

En Chiswick, al oeste de Londres, son ya 540 miembros los que han abonado al banco de calle, que cubre un radio aproximado de un kilómetro. Tess Riley, 28 años, ha prestado su bicicleta, ha pedido prestadas unas sillas, ha regalado muebles, cojines y un martillo, le han dado plantas, ha regalado clases de francés e inglés, le han enseñado guitarra…

“La gente se apunta a Streetbank en principio para ahorrar dinero”, admite Tess. “Pero el mayor descubrimiento es el sentido de comunidad que se va creando. No sólo conoces por fin a tus vecinos, sino que aprendes a confiar en ellos. El primer contacto lo haces porque compartes un código postal, pero lo importante es sin duda la relación humana que se va generando con la cadena de intercambios”.

Tal día como hoy, dos miembros de Streetbank se dejan caer por la casa de Tess en Chiswick. John Limpus, rastrillo en mano, y Toby Richardson, subido a la escalerilla, dan fe de cómo está cambiando el vecindario gracias a la red local.

“Es una gran manera no sólo de conocer sino de conectar con tus vecinos”, asegura Toby, que suele dejar sobre todo sus bártulos de camping y pide prestadas herramientas de bricolaje. “Me gusta vivir en un sitio en el que conozco a la gente, te acabas sintiendo orgulloso de donde vives”.

Esa fue precisamente la idea original de Sam Stephens, el fundador de la red, cuya visión de futuro se resume tal que así: “Compartir entre vecinos tiene que ser algo tan común como salir de compras”.

“Creo sinceramente que la gente es generosa, aunque admito que sería aún más fácil en un entorno que fomentara la generosidad”, sostiene Stephens. “En el fondo, esa es la idea de Streetbank: facilitar la generosidad entre vecinos, lograr que los barrios sean lugares más vivibles y agradables”.

Portland, la plaza de Comparte-lo

Nueve de la maña en la Share-It Square de Portland. Los planos de la ciudad dicen que estamos en una intersección cualquiera -Novena Avenida con la calle Shewett- pero los vecinos se obstinan año tras año en reinventar el lugar como la Plaza Comparte-Lo. Dentro de unos minutos vamos a comprobar el porqué de tan curioso nombre.

Los niños son los que más madrugan y se apropian de la calle, aprovechando que hoy no pueden pasar los coches. Los mayores llegan pertrechados con rodillos, brochas y botes de pintura, mientras la madrina Betty Beal prepara el desayuno comunal (Tea for You) e invita a todos los voluntarios a reponer fuerzas. El pintor Pat Wojciechowski saca de la carpeta el boceto del estanque de nenúfares que van a pintar entre todos sobre el duro asfalto.

Robin Kinnaird, que trabaja en el departamento de planeamiento urbano, se apunta también a la movida vecinal con sus hijos Liam y Naomí y nos sirve en bandeja el gran secreto, la razón por la que Portland (Oregón) tomó hace tres décadas un rumbo muy distinto al de tantas ciudades americanas: “Nos atrevimos a plantarle cara a los especuladores: limitamos el crecimiento de la ciudad para mantenerla palpitante y viva”.

A eso del mediodía se asomará por la plaza Comparte-Lo el arquitecto y permacultor Mark Lakeman, que está construyendo a la vuelta de la esquina el Palacio Solar de los Gatos. Todo huele a pintura y a celebración conforme avanza la tarde, que culminará con un círculo de gratitud y una hoguera vecinal bajo la luz de la luna.

A la mañana siguiente habrá que frotarse los ojos al pasar por la Plaza Comparte-Lo… ‘Cambia tu barrio, cambia el mundo’ es el lema que mueve desde 1996 a esta red de activistas urbanos que obedece al nombre de City Repair. Capitaneados informalmente por el inefable Mark Lakeman, los Reparadores de la Ciudad están redefiniendo desde dentro la vida urbana y construyendo la utopía a la vuelta de la esquina.

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Medio ambiente
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