He encontrado que muchas veces ligamos el amor con la perfección o con la corrección. Y así lo ponemos tan lejos que nunca podemos experimentarlo. Cuando decimos amar a alguien, quisiéramos que el otro cambie por “es lo mejor para él” o “porque deseamos que sea feliz….”. Lo cierto es que estamos siguiendo una lógica de nuestro ego: si el otro es como nosotros pensamos esta bien, o si hiciera lo que consideramos bueno o nos funcionó, creemos que se nos haría más fácil amarlo.
La situación más clara es cuando amamos a los demás mientras estén a nuestro lado. Como si hacer uso de su libertad de elegir, lo desconectara del amor y lo transformara en un pequeño demonio del que no queremos ni mencionar…
Y también hemos puesto ese guión con nosotros mismos. Creemos que amarnos es corregir nuestros errores y estar manos o menos libre de perturbaciones.
Y eso no es amar, ni amarnos. Son muy buenos deseos, pero nada más que eso.
Amarnos es permitirnos el error, darnos el permiso de experimentar lo más alto y lo más bajo, sin ponerle el títulos de bueno o malo. Es concedernos el derecho de ejercer nuestra humanidad, con luces y sombras.
E igualmente, amar es darle al otro esa posibilidad.
Aprendamos a conectarnos con el amor con una versión posible: la de la compasión, de la tolerancia y la renuncia a controlarlo todo, incluyéndonos a nosotros en esa lista.
Solo ese amor nos devolverá la paz.
El amor es dejarse fluir sin juicios.
Por eso, si nos cuenta mucho amar a alguien, seguramente es porque estamos tratando de corregirlo, no de amarlo tal como es.
Fuente: http://www.vivirenlazona.com/index.php?sec=articulos&op=detalle&id_not=222