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AMIGA MUERTE

Vivir, es despedirse y encontrarse. Morir, es despedirse y encontrarse. Principio y final que caminan de la mano, se fusionan y complementan. La muerte pasó a mi lado tantas veces, que acabó siendo mi amiga. Y aún así, cada vez que se acerca me asusta. Después me rindo y la acepto. Me acerco sin miedo, y hasta creo imaginar su pena, ante el temor y rechazo de todos, su soledad y su sustancia misteriosa…

Entonces me doy cuenta de su eterno regalo, porque cuando acepto, se despide y yo, tengo que asumir y aceptar de nuevo mi  vida. Nacer otra vez. Hacer nuevo todo lo viejo. Revisar mis posibilidades, mis responsabilidades, mis valores.

Y quiero vivir plena y conscientemente.

Y agradezco a la muerte, porque ella, tal vez sin pretenderlo, me ha ensañado grandes lecciones para la vida. Me ha enseñado a valorar, a agradecer, a gozar, y me ha enseñado a amar o a intentarlo, y a tocar la vida con las manos.

Lo doloroso en el lecho de muerte no es morir, si no descubrir que no hemos vivido. El miedo no es por la separación de lo que amamos, si no por la propia decepción de aquello que, pudiendo, no fuimos capaces de amar.

No duele la muerte, sino el dolor reprimido, el llanto no llorado, la alegría no compartida, el amor no amado…

Vivir, es despedirse y encontrarse. Morir, es despedirse y encontrarse. Principio y final que caminan de la mano, se fusionan y complementan.

Observando a nuestro alrededor, incluso en nuestras propias células, vemos como la vida y la muerte conviven entrelazadas, siendo parte indispensable la una de la otra. ¿Cómo podríamos a cada momento nacer, si no nos dejamos morir?.

En el miedo a morir nos congelamos,  y aferrados a lo aparente, paralizamos nuestras vidas y nuestros renaceres.

En cada una de mis  pequeñas muertes, me veo dirigiendo a ciegas una vida que repite una y otra vez los mismos errores. Y trato de poner orden en ese mágico torbellino de momentos y oportunidades que se me  regalan, y que tan solo veo pasar.

Y por un instante me doy cuenta y agradezco estar rodeada de tantas maravillosas gentes, de tantas plantas, de tantas posibilidades. Y agradezco las montañas que veo en el horizonte y las fuentes que susurran a su paso, y las flores que pintan la primavera, y los sueños… y tantas y tantas cosas, que solo ante mis pequeñas muertes me permito pararme a contemplar.

Invento cartas para despedirme. Trato de liberarme. Y me doy cuenta entonces de que nada ni nadie me aprisiona, a excepción de mi misma. Y que solo yo elegí cada paso del camino. Y que puedo elegir cambiar en cada momento.

Y me gusta escribir lo que la muerte me enseña en cada encuentro. Y lo que el corazón dice para aquellos a los que quiero:

Cuando me vaya, dale mi sonrisa al viento, así podré con ella acariciarte a través del espacio y el tiempo.

Cuando me vaya, da mi recuerdo a la vida, ella que todo lo abraza, me hará de nuevo semilla.

Cuando me vaya, no mires al horizonte con pena, porque soy parte de tu alegría. No hay mas adiós que el no amarse. Y todo amor danza, en uno u otro espacio, en la fiesta de la vida.

María Hoyo Sequí

Fuente: http://www.davida-red.org/reflexionesview.aspx?key=762 

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