Los maestros del amor incondicional 2
Conocer profundamente las cualidades de los hijos, las motivaciones profundas, las dificultades y anhelos es el primer desafío de padre y madre, es decir partir desde ellos, y no desde nuestros esquemas, darnos el tiempo de contemplarlos sin expectativas, sin la cabeza llena de la dirección que les queremos dar, sino que conociendo y aceptando el despliegue de lo que son y a partir de esto ir entregándole recursos que les ayuden a completarse y no desde nuestras particulares obsesiones y miedos en relación a su futuro.
Fuente :http://www.patriciamay.cl
A menudo corremos y corremos sin detenernos a Ver a nuestros hijos, que quizás guarden el registro inconsciente de no haber sido nunca contemplados y escuchados con la tranquilidad y el vacío interno del otro que les haga sentir que están siendo recibidos de verdad y no en un breve parentesis lleno de ruido mental. Los adultos podemos disculparnos diciendo que no tenemos tiempo, pero se trata de algo mucho más sutil que tiene que ver con estar completamente presentes, vacíos de nuestros deberes, con el corazón y la mente abierta cuando compartimos con nuestros hijos. Esto implica, obviamente, un camino, un desarrollo personal hacia la presencia real en cada momento de nuestras vidas, un ser dueños de nuestras dinámicas mentales y emocionales para estar allí, en total entrega a ese momento.
Los hijos traen un tesoro que van desplegando lentamente, con el tiempo, ante nuestros ojos, si es que estamos abiertos a contemplarlos.Vienen con su dirección, con un profundo sentido, con cualidades y dones propios.La primera misión de los padres es contemplar su escencia y ayudarlos a canalizarla.
Los padres somos tutores del alma del niño, y al asumir la misión de traerlos al mundo deberíamos tener la disposición a amar y cobijar a esa crisálida sin condiciones, sin saber cuales serán sus características, por ello es que la experiencia de la maternidad o paternidad puede ser una gran oportunidad espiritual : la de aprender en carne viva el amor incondicional a ese que Es y no a lo que queremos que sea. No se trata sin embargo, de un abandono, sino de un acompasar, poniendo los límites necesarios que tienen que ver con enseñarle a vivir en el respeto a los otros y a si mismo ; con aportarle las disciplinas que les ayudarán a realizar mejor su camino. Límites exteriores, libertad interior.
Ser padres nos exije un potente trabajo personal, de conocimiento del otro, de abandono de nuestros preconceptos, de amar y apoyar lo que el otro Es, de aceptación de la diversidad humana. Nos exige trabajar nuestros temores y prejuicios para permitirles tomar los caminos afines a su internidad, nos exige trabajar la ponderación entre límites y dejar ser. Nos obliga a preguntarnos permanentemente sobre si nuestro proceder tiene que ver con nuestro ego y sus ambiciones, o con esa alma y su expresión. Quizás por esto es que la manipulación genética para obtener características precisas de los hijos sea una aberración, pasa a constituirse en un manejo más de nuestro ego, transforma a ese ser un humano en un vehículo para satisfacer mis ambiciones o para tapar mis miedos personales a la vida que en su movimeinto siempre nos sobrepasa y que finalmente no tenemos otra cosa que aceptar.
A veces tenemos la impresión de que nuestros hijos nos tocan en el punto justo de dificultad personal, en lo que no tenemos resuelto y quizás en la perfecta sincronía del todo recibimos como hijos a los seres precisos que nos ayudarán a superar y tensar nuestras capacidades de entender, que nos obligarán a esforzarnos al máximo y que finalmente nos obligarán a dar los pasos que precisamos dar para constituirnos en personas más amplias, amorosas, fuertes y claras.
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Desarrollo evolutivo