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Aportaciones de la meditación zen a la salud global

Aportaciones de la meditación zen a la salud global

La práctica de la meditación Zen permite que el ser individual se conecte conscientemente con la Fuente Primigenia de su vida, con “su verdadera naturaleza original” en el lenguaje Zen. Esta conexión tiene el poder de reducir o hacer desaparecer el miedo a la muerte y al cambio, o dicho de otra manera, reduce el apego a la forma individual y al concepto de yo. Como veremos más adelante, para el Budismo este apego es la causa de todo desequilibrio y enfermedad y, por lo tanto, de todo sufrimiento

   
¿Qué es la meditación Zen?
 
    El término japonés Zen es una transliteración del término chino Ch’an, que a su vez es una abreviación de Ch’an-na. Este es una transliteración al chino del vocablo sánscrito dhyana. Dhyana podría ser traducido como “absorción” o “reabsorción”. Para comprender este concepto podemos tomar el ejemplo de las gotas del rocío matinal. Estas gotas son una condensación de la humedad ambiental. Al salir el sol, las gotas de rocío se evaporan y son “reabsorbidas” por la humedad ambiental. De la misma forma, el Budismo considera que el organismo humano es una condensación de la energía universal, a la que deberá volver inevitablemente en el momento de la disolución (muerte). La actividad de la energía universal sigue pues un ciclo con tres fases: condensación, mantenimiento  y disolución. En la vida humana, la condensación comienza con la concepción de un nuevo ser humano, continúa con su gestación en el vientre materno, con el nacimiento extracorpóreo del nuevo ser y culmina con la maduración corporal, física y mental. A partir de aquí, comienza la fase de mantenimiento de la vida madura, fase que da lugar a la siguiente, la inevitable disolución de la vida individual, que se manifiesta a través de la degeneración física y mental y, por último, la muerte, o reabsoción del ser individual en su Fuente Primigenia.
 
    La práctica de la meditación Zen permite que el ser individual se conecte conscientemente con la Fuente Primigenia de su vida, con “su verdadera naturaleza original” en el lenguaje Zen. Esta conexión tiene el poder de reducir o hacer desaparecer el miedo a la muerte y al cambio, o dicho de otra manera, reduce el apego a la forma individual y al concepto de yo. Como veremos más adelante, para el Budismo este apego es la causa de todo desequilibrio y enfermedad y, por lo tanto, de todo sufrimiento.
 
El Buda Sakiamuni.
 
      Pienso que es imposible comprender la acción terapeútica de cualquier remedio si no se tiene en cuenta el contexto conceptual en el que fue creado y aplicado. El contexto conceptual de la meditación Zen viene dado por la experiencia y la enseñanza del Buda Sakiamuni, fundador histórico del Budismo. El Buda Sakiamuni inició su búsqueda espiritual tras confrontarse con el hecho de que la realidad humana está marcada por el sufrimiento que acompaña las experiencias de la enfermedad, la vejez (degeneración física y mental) y la muerte. Sakiamuni hizo el voto de encontrar una vía de liberación de este sufrimiento. En la raíz del Budismo encontramos pues un deseo de sanación del dolor que acompaña a la condición humana. En un sentido general, el Budismo es una terapéutica del dolor humano, entendido no solamente como dolor físico sino sobre todo como dolor existencial. El Buda Sakiamuni estudió y practicó durante años con los mejores maestros de la época. Finalmente recurrió a la práctica milenaria de la meditación contemplativa, gracias a la cual, después de experimentar profundos procesos cognitivos internos, alcanzó el estado llamado “iluminación” o, en otras palabras, la perfecta reabsoción en la Fuente Original de la Vida, o bien el estado de Salud por antonomasia.
 
      A partir de ese momento y hasta la edad de 85 años, el Buda recorrió el Norte de la India como un sanador espiritual aplicando la terapéutica que había descubierto y experimentado sobre sí mismo. Expuso su sistema de sanación a través de las llamadas Cuatro Nobles Verdades: la primera Noble Verdad hace referencia a los síntomas de la enfermedad humana; la segunda a las  causas; la tercera afirma la capacidad de los seres humanos de alcanzar el estado de salud; la cuarta constituye el tratamiento. Veámoslo más detenidamente.
 
      Las Cuatro Nobles Verdades:
 
1º. La Verdad del sufrimiento. El dolor y el sufrimiento existencial constituyen los síntomas universales del estado de enfermedad o pérdida del equilibrio. Insisto en que este dolor debe ser entendido en un sentido genérico como malestar o insatisfacción profundas, aunque este sentido genérico incluye también el dolor específico que puede aparecer como consecuencia del desequilibrio puntual de un órgano o función. Todo paciente acude al sanador impulsado por un malestar o dolor, ya sea específico o inespecífico . La función del sanador es la de diagnosticar los síntomas y buscar las causas.
 
2º. La Verdad de la Causa. El Buda Sakiamuni no fue un sanador corporal, ni emocional, ni mental, a la manera occidental como entendemos la función del doctor, del psicoterapeuta o del psiquiatra. El quiso ir hasta la causa más profunda, hasta la raíz de la enfermedad humana, hasta su origen ontológico más remoto. Es decir, fue un sanador espiritual. Su exposición teórica y su praxis afirman que la causa profunda de toda enfermedad se encuentra en dos actitudes emocionales-mentales extremas. A saber, por una lado, en el deseo y en toda su familia (avidez, ansiedad, avaricia, ambición, apego, etc.) y, por otro, en el odio y en toda su familia (animadversión, rechazo, agresividad, cólera, etc.). Es más, yendo un paso más allá, el Buda enseñó que ambas actitudes extremas son originadas por la ignorancia. En el contexto budista, la ignorancia es la causa última de toda enfermedad y sufrimiento. Siendo así es importante que comprendamos qué entiende el Budismo por ignorancia. En japonés, el término es mumyo y en sánscrito avijja, comúnmente traducidos como “ausencia de claridad mental”. En otras palabras, la ignorancia es un error de percepción, o una percepción errónea de la realidad. Todo organismo vivo necesita una cierta percepción de la realidad, tanto interna como externa, con el fin de poder desarrollar comportamientos adaptados a la misma que le permitan sobrevivir. Los organismos que no pueden adaptarse a la realidad en la que viven terminan por perecer y extinguirse. La capacidad de adaptación está indisolublemente unida a la capacidad cognitiva, es decir, al conocimiento que dicho organismo tiene de la realidad en la que vive. Para el Budismo, el dolor asociado a la enfermedad, a la vejez y a la muerte tiene su causa última en un error cognitivo de la mente humana, la cual no percibe claramente  su realidad interna y externa y, por lo tanto, no puede generar comportamientos adaptados a dicha realidad.
 
¿Cómo se manifiesta este error cognitivo de la mente humana?
 
En primer lugar, a través del pensamiento dualista. En efecto, el software de la mente humana ordinaria que procesa casi toda la información que nos llega de la realidad a través de los sentidos y a través de las creaciones de la mente misma, obedece a un programa diseñado en base dos, es decir, binario, como los ordenadores: 0-1, bien-mal, yo-tú, cuerpo-mente, material-espiritual, etc. Resultado de esto es una percepción compartimentada, dividida ad infinitum en categorías estancas, generalmente opuestas y/o excluyentes entre sí. Al procesar así la información, la mente humana olvida un aspecto fundamental de la realidad que es la interconexión básica de todos los elementos que la componen. Dicho de otra forma, el error de percepción básico de la mente humana ordinaria viene dado por un exceso de análisis y una carencia de síntesis, es decir, por un exceso de parcelización y una falta de totalidad.
 
En segundo lugar, a través de la negación de la transitoriedad. La vida no es un estado estático, es un proceso, es decir, cambio, transformación, evolución e involución, condensación, mantenimiento y disolución. La vida humana individual tampoco es un estado inmutable sino un proceso de transformación en el que todo, absolutamente todo en el organismo humano, tanto a nivel corporal como mental, está cambiando continuamente. Es este proceso universal el que ha hecho que una determinada cantidad de energía se condense formando una vida humana, el que permite que esta forma se mantenga durante un tiempo limitado y el que hace que esta forma se disuelva en el océano de la energía universal. La degeneración física y mental y la disolución del organismo individual forma parte del proceso de la Vida. En palabras del Buda: “Todo lo que nace, muere. Todo lo que empieza, acaba”. Así es la realidad. No obstante, la mente humana ordinaria, debido a un error de percepción, ha generado el concepto de perdurabilidad y se aferra a la perpetuación de la forma individual. Este deseo de inmortalidad individual, o lo que es lo mismo, este rechazo de la transitoriedad individual, ambos enraizados en un conocimiento defectuoso (ignorancia) de la realidad, es una patología profunda que impide al organismo desarrollar un comportamiento adaptado a la realidad. Síntoma de lo cual surge el dolor y el sufrimiento, primero mental, después emocional y, por último, corporal. Este dolor, en cualquiera de sus formas, debe ser considerado como manifestación de la falta de adaptación del organismo humano a la realidad, ya sea interna o externa.
 
En tercer lugar, a través de la negación de la ausencia de yo. La ignorancia, o error de percepción, se manifiesta sobre todo en el concepto de yo creado por la mente humana en el intento de conocerse a sí misma, y en el atávico apego emocional a esa idea. Este es el origen de esa gran neurosis colectiva que llamamos egocentrismo, causa última de tanto dolor y sufrimiento. El concepto de yo es el producto típico de un software programado en sistema binario. Una de las primeras cosas que un humano recién nacido debe aprender por imposición cultural es la diferenciación entre yo y no-yo. Es decir, debe aprender a definir el yo y a partir de ahí, a considerarlo una entidad inmutable, siempre opuesta al no-yo. El niño aprende a desarrollar el “amor propio”, es decir, el apego a su yo y la desconfianza hacia el no-yo. Este mecanismo psíquico que a primera vista parece muy eficaz para sobrevivir, puede convertirse en la principal causa de nuestra aniquilación como especie e incluso de la aniquilación de toda forma de vida en el planeta.
 
Lo que la realidad nos dice, cuando la percibimos más allá del condicionamiento egocéntrico, es que ningún yo puede sobrevivir sin eso que llamamos no-yo. Es decir, ningún yo tiene autonomía para sobrevivir por sí mismo sin la interconexión estrecha con lo no-yo. Sencillamente la vida del hipotético yo está basada en su relación con lo no-yo. Por lo cual, lo no yo es tan imprescindible para el yo como el yo mismo. Esto quiere decir que, de hecho, no hay separación entre el yo y el no-yo, sino una continuidad que desdibuja todo límite. Cuando una mente humana individual no percibe esto, su existencia es una lucha permanente por la supervivencia, una lucha contra lo Otro. Se trata sencillamente de un error de percepción porque lo Otro es la parte del sí mismo que permanece oculta en la sombra de la ignorancia. La división mental de la realidad en yo y Otro es la principal causa de la ansiedad crónica que padecemos los seres humanos. Ansiedad que, posteriormente, se manifiesta en una amplia gamas de patologías mentales, emocionales y corporales.
 
 3º. La Verdad del estado de Salud. El Buda enseñó que los seres humanos tenemos la capacidad de generar y vivir en un estado de Salud Global. Este estado de salud global es llamado Nirvana en el Budismo. Se trata de un estado de equilibrio, de profunda paz interior, de aceptación total, de satisfacción plena y de capacidad de adaptación. El Buda fue un humanista convencido. Creía por experiencia en la capacidad de la naturaleza humana de corregir el error de percepción que se haya en la raíz del sufrimiento y, por lo tanto, en la capacidad de experimentar un estado de dicha, originado por la plena aceptación y adaptación del organismo humano a su realidad. El camino hacia la Salud comienza con el reconocimiento de la enfermedad, con el descubrimiento de sus causas y con la confianza en que el restablecimiento del equilibrio es posible. Después, y quizá lo más importante, hay que seguir un tratamiento.
 
 4º. La Verdad del Tratamiento. El tratamiento propuesto por el Buda no va dirigido solamente a la disolución de los síntomas (dolor, sufrimiento, enfermedad, desequilibrio) sino a la disolución de las causas profundas, a saber, el error de percepción (ignorancia) que impide a los organismos humanos adaptarse perfectamente a la realidad y vivir en ella en un equilibrio dinámico. Este tratamiento abarca los tres aspectos fundamentales de la actividad humana, a saber: mente, palabra, cuerpo. Tradicionalmente el tratamiento budista reviste ocho campos de acción:
 
   1. Visión correcta.
 
En primer lugar, la mente humana debe corregir los errores de percepción (o de procesamiento de la información, en lenguaje cibernético) a fin de que la representación mental subjetiva coincida perfectamente con la realidad objetiva. Esta corrección tiene lugar mediante una reflexión adecuada sobre el verdadero carácter de la realidad y pone en funcionamiento la capacidad autorreflexiva y autocorrectora de la mente. Por ejemplo, frente a la ilusión de la imortalidad y de la permanencia individual, la mente debe aceptar la propia mortalidad y la impermanencia de toda forma como realidad evidente con la que el organismo humano debe vivir en armonía. Otro ejemplo, frente a apego terco al yo y a lo mío, la mente debe ver y aceptar la interrelación y la interdependencia básica que une a todos los seres vivientes. Si no se corrige la visión errónea que se haya en el origen del desequilibrio, aunque eventualmente se consiga camuflar o esconder los síntomas, el desequilibrio brotará de nuevo en una u otra forma. 
 
   2. Intención correcta.
 
La intención correcta hace referencia al propósito de y en la vida. El ser humano necesita comprender el propósito de la Vida con el fin de ajustar su intención individual a dicho propósito. El sentido del propósito de la vida universal y de la vida individual es una fuerza unificadora que actúa como eje central y principio rector de todas las funciones, tanto a nivel subatómico, como celular, emocional, mental y espiritual. La pérdida del propósito individual, por el contrario, actúa como una fuerza disgregadora que convierte en caótico el funcionamiento del organismo humano, desordenando lo que la intención correcta ordena. Podemos afirmar que muchas de las patologías extendidas entre gran número de habitantes de las grandes ciudades tienen su origen en una pérdida del sentido de la propia existencia individual, y de la desconexión de ésta con la vida cósmica. La intención correcta sólo puede  surgir de la visión correcta. Por ello, si  la percepción de la realidad no es correcta, la intención individual no puede adaptarse al propósito universal y fruto de ello es el desequilibrio, la enfermedad y el dolor
 
   3. Palabra correcta.
 
La palabra es la expresión verbal de la intención. La palabra tiene el poder de matar o de dar vida, de herir o de sanar, de hacer daño o de curar el dolor. Los chamanes, los sanadores más antiguos de la humanidad, utilizan la vibración sonora como vehículo de su intención sanadora. La palabra correcta es aquella que crea orden y percepción clara en la mente, tanto del que la emite como del que la recibe. La palabra expresa la propia visión e intención y, a la inversa, a través de las palabras podemos transformar nuestra visión e intención, así como las de los demás.
 
   4. Conducta correcta.
 
La conducta es la expresión corporal de la visión y de la intención. Todo comportamiento presupone una determinada visión de sí mismo y de la vida. Detrás de los hábitos nocivos, origen de enfermedades, se haya una percepción errónea de la realidad y una incapacidad de adaptarse a ella. En Occidente, la psicología conductista sigue predominando pero, demasiado a menudo, esta escuela olvida que detrás de cada conducta hay una visión y que es imposible transformar la conducta si no se transforma la visión.
 
   5. Medio de vida correcto.
 
El modo de vida (la manera como procuramos nuestro sustento) manifiesta nuestra relación tanto con el ecosistema como con el sistema socio-cultural en los que vivimos. A su vez, esta relación es la manifestación de nuestra visión de la realidad. El hecho actual es que, debido a un error de percepción, la cultura humana se ha separado y está en lucha con el ecosistema original del que ha surgido y que la sustenta. Esta disociación entre cultura y naturaleza desgarra el interior de los individuos humanos, quienes necesitan insertarse en el sistema cultural y al mismo tiempo necesitan mantener una relación correcta con el medio natural del que surgen los nutrientes básicos de su vida. Esta disociación es la causa de la crisis ecológica global y al mismo tiempo de muchos disfuncionamientos biológicos, emocionales y mentales en el interior de cada individuo. Por lo cual, restablecer un medio de subsistencia justo que permita al individuo insertarse felizmente tanto en el sistema socio-cultural como en el ecosistema es fundamental para acabar con muchas enfermedades del mundo “civilizado”-
 
   6. Esfuerzo correcto.
 
En todo proceso de sanación la voluntad de sanar, así como la perseverancia en el tratamiento, son fundamentales para concluir dicho proceso con éxito. Muchos tratamientos fracasan no porque sean ineficaces, sino porque el paciente carece de la voluntad necesaria de sanar, debido principalmente a causas emocionales que le han hecho perder la conexión con el propósito de su vida. El  paciente no puede ser un mero sujeto pasivo del tratamiento. No puede dejar la responsabilidad de su sanación en manos de los “especialistas” ni en la tecnología, ni en los gurús, ni en el maestro espiritual. 
 
   7. Atención correcta.
 
Como ya hemos dicho, el Zen concibe la ignorancia como un “error de percepción”. En la base de este error se encuentra una atención incorrecta. Dado que el desarrollo consciente de la atención es el pilar básico de la práctica meditativa Zen, dedicaremos una sección a este tema un poco más adelante.
 
   8. Meditación correcta.
 
La meditación en zazen es el “laboratorio” que reúne las condiciones adecuadas para cultivar la atención consciente y, por ende, corregir los errores de percepción que constituyen la causa profunda de todos los desarreglos y desequilibrios. También dedicaremos varias secciones al tema de la meditación zen.
 
   Resumiendo todo lo anterior podemos decir que el ser humano es básicamente un ser consciente. Para el ser humano, la realidad es sobre todo la conciencia que él tiene de la realidad. De la misma forma, un ser humano es sobre todo la consciencia que tiene de sí mismo. Esta consciencia humana es el producto final de un complejo proceso o conjunto de procesos entre los que podemos destacar los procesos biológico, emocional, mental (conceptual) y espiritual. Cuando la consciencia que el ser humano tiene de la realidad no concuerda con lo que la realidad es en sí hablamos de “error de percepción” o ignorancia. Esta consciencia ilusoria impide a la vida humana adaptarse adecuadamente a la realidad en la que vive, generando problemas de adaptación (comportamientos erróneos) que adoptan formas de conflictos, desequilibrios y enfermedades, cuyo resultado último es el dolor y el sufrimiento. En la base del error de percepción se haya una atención incorrecta. Por lo cual, corregir el error de percepción mediante un cultivo sistemático de la atención constituye la base última de todo proceso sanador que quiera llegar hasta las causas profundas, sin olvidar el tratamiento de los síntomas. 
 
Importancia de la atención.
 
   Como ya se ha dicho, la consciencia es el producto final de un largo proceso cognitivo. En  este proceso podemos distinguir tres fases:
 
1.    Captación, vehiculación y recepción de la información. La información procedente del medio ambiente, y del medio interno, es captada por los órganos sensoriales y vehiculada a través del sistema nerviosos hasta las zonas del cerebro dotadas de receptores específicos.
 
2.    Procesamiento de la información. El cerebro procesa la información y genera  la “imagen” o consciencia de la realidad.
 
3.    Respuesta adaptativa (respuesta conductual). En el lóbulo frontal de la corteza cerebral, centro de decisión consciente, surgen la orden que al ser vehículada por el sistema nervioso llega hasta las zonas motoras generando una conducta supuestamente adaptada a la realidad percibida.
 
      En las tres fases la función de la atención es fundamental, ya que el error de percepción puede darse en una o varias de estas fases del proceso cognitivo:
 
1.       Si los órganos y las conciencias sensoriales no están lo suficientemente despiertos la calidad de los estímulos percibidos es pobre. Si los canales nerviosos no se encuentran en buen estado de conductibilidad se producen muchas interferencias. Si las zonas del cerebro dotadas de receptores específicos no están lo suficientemente alertas se produce una recepción   insuficiente.
 
2.       Si la asociación de los nuevos estímulos registrados no es adecuadamente asociada con la información almacenada en la memoria, o si la memoria no cuenta con informaciones parecidas a los nuevos estímulos, el procesamiento de la información (la imagen resultante) resulta defectuoso.
 
3.       Si la imagen es defectuosa la respuesta motora (la reacción conductual) también lo será produciéndose un comportamiento inadecuado, es decir inadaptado.
 
La atención es una condición sine qua non de la consciencia y un sistema de seguridad que opera sobre y trata de corregir el funcionamiento del sistema nervioso en su tarea de conocer la realidad y de adaptarse a ella.
 
La enfermedad, considerada en un sentido genérico, y toda la secuela de dolor y sufrimiento que conlleva, puede ser pues considerada como un error de adaptación homeostática tanto al medio externo (realidad objetiva) como al interno (realidad dubjetiva).
 
Este error de adaptación tiene como causa un error de percepción (de captación, de transmisión, de recepción, de procesamiento o de reacción). Este error de percepción tiene su causa en un funcionamiento incorrecto de la atención. Por lo cual, restablecer el funcionamiento correcto de la atención constituye un tratamiento necesario para algunas enfermedades.
 
 
El cultivo de la Atención Pura.
 
El Sattipatana sutta (El sutra de los Fundamentos de la Atención) recoge las enseñanzas del Buda Sakiamuni sobre el cultivo de la atención. En él se nos dice que nuestra atención debe estar enfocada en cuatro aspectos de nuestro ser:
 
   1. Actividad corporal (con especial hincapié en la respiración).
   2. Actividad sensorial.
   3. Actividad emocional.
   4. Actividad mental (conceptual).
 
 O en otras palabras:         
 
            2. La captación de estímulos sensoriales.
 
            3. La transmisión de estos estímulos hasta el cerebro.
 
            4. El procesamiento de esa información (tanto el proceso como la imagen resultante) y
 
            1. La respuesta motora.
 
 
El cultivo de la atención durante la práctica de la meditación Zen.
 
    Hemos visto que la atención puede ser desarrollada enfocándola sobre cuatro aspectos: corporal, sensorial, emocional y mental.
 
Las cuatro aptitudes básicas del cuerpo son: caminar, sentarse o estar sentado, estar de pie, estar acostado o acostarse. El Zen enseña cómo desarrollar la atención en estas cuatro aptitudes pero, fundamentalmente, las condiciones más propicias se dan en la postura sentada. Por ello, la meditación Zen tiene lugar básicamente, aunque no exclusivamente, en la postura sedente llamada del loto o del medio loto. ¿Por qué? De lo que se trata es de desarrollar un nivel óptimo de atención que sea normalmente sostenible. La postura sedente de zazen es la que permite mayor nivel de atención y mayor estabilidad (sostenibilidad). La postura de pie, por ejemplo, permite un mayor nivel de atención pero una estabilidad menor (mayor nivel de atención pero un lapsus de tiempo más corto). La postura acostada permite una mayor estabilidad pero un nivel de atención bajo. La relación más óptima entre estabilidad-alerta se da en la postura sedente.
 
Para que esta estabilidad se produzca es imprescindible que la postura corporal esté bien equilibrada. Durante zazen, las nalgas están  apoyadas sobre un cojín y las rodillas firmemente estabilizadas sobre el suelo, formando una sólida base triangular.
 
A partir de esta base, el tronco se endereza y la columna vertebral permanece bien erguida, facilitando una perfecta conductibilidad de los impulsos nerviosos desde las terminaciones nerviosas, a través de la médula espinal, hasta el cerebro. Para ello, es importante que la nuca esté bien recta, lo cual se consigue fortaleciendo, mediante el entrenamiento, los músculos del cuello.
 
A nivel de la quinta vértebra lumbar debe producirse naturalmente la curvatura lumbar que permite que todos los órganos internos permanezcan libres de opresiones. Especialmente relajamos el bajo vientre, esta zona que los japoneses llaman kikai-tandem (océano de energía). El kikai-tandem se sitúa aproximadamente cuatro dedos por debajo del ombligo. Esta zona, como veremos a continuación, es muy importante para el desarrollo correcto de la atención.
 
Según Arthur C. Guyton : “Se han encontrado en el sistema nervioso dos senderos oscilatorios que, al ser estimulados, pueden causar la atención. Ambos senderos pasan a través del centro simpático en el hipotálamo, por cuya razón esta área se denomina a menudo centro de la atención. En uno de los ciclos oscilatorios las señales pasan del centro de la atención al tálamo anterior, siendo luego transmitidas en todas direcciones dentro del córtex cerebral. Las áreas corticales, a su vez, retransmiten nuevamente los impulsos hacia el centro de la atención, reexcitándolo y produciendo todavía más impulsos para estimular el córtex. Esta secuencia de transmisión se produce una y otra vez, creando un ciclo oscilatorio que viene ilustrado como “ciclo oscilatorio 1”
 
El segundo ciclo oscilatorio que puede causar la atención es el siguiente: desde el centro de la atención se transmiten señales hacia la formación bulboreticular del tronco cerebral, lo cual aumenta el tono muscular en todo el cuerpo. La tensión de los músculos, a su vez, estimula los propioceptores y otras terminaciones de los nervios sensorios a lo largo de todo el cuerpo, que ocasionan señales sensorias que son retransmitidas a lo largo de la médula hasta el tálamo y, finalmente, al centro de la atención. De este modo se establece un segundo ciclo oscilatorio: el centro de la atención excita los músculos, y las sensaciones corporales reexcitan a su vez el centro de la atención”  ( Extraído de la obra “Zazen”, de Katsuki Sekida. Editorial Kairós. Barcelona 1990)
 
 Siguiendo un circuito de feek-back, el tálamo estimula el córtex  y la formación bolboreticular (FBR). Por su parte, el córtex estimula también la FBR. Esta hace que el tono muscular aumente. Esta estimulación del tono muscular estimula los propioceptores, los cuales envían las señales al tálamo.
 
 Tradicionalmente los maestros zen han enseñado a generar el estado de alerta mediante la tonificación del tono muscular. Especialmente importante en la práctica de la meditación zen es la relación entre el kikaitandem y la nuca. La enseñanza del Zen recomienda a los meditadores practicar una espiración larga y profunda que estimule y tonifique los músculos abdominales, especialmente los del bajo vientre. Al mismo tiempo se enseña a mantener el cuello y la nuca bien rectos y a conectar conscientemente ambas zonas (nuca y bajo vientre). De entre toda la masa muscular, la que más directamente incide sobre el estado de alerta de la FBR es la que se encuentra en el bajo vientre. La experiencia de los meditadores corrobora que esta conexión nerviosa produce un estado sostenido de atención lúcida. Este estado de atención lúcida es generado por la respiración propia de la meditación Zen, basada en una espiración abdominal larga y profunda.
 
 El estado de atención lúcida tiene un rol decisivo en el proceso cognitivo, como ya se ha dicho. Su influencia puede ser observada en las tres fases de todo proceso cognitivo, anteriormente citadas, a saber:
 
1. En la captación, transmisión y recepción de los estímulos.
 
a)      Captación. Una atención lúcida hace que el umbral de conciencia se expanda considerablemente, permitiendo la captación de señales que en el caso de una atención débil pasarían desapercibidas. Muchos disfuncionamientos corporales emiten inicialmente señales de dolor o de malestar que pueden ser débiles. En una conciencia no alerta estas señales pasarán desapercibidas, pero una conciencia alerta captará inmediatamente la señal. Muchas veces los pacientes acuden al doctor cuando el dolor es muy intenso y ha alcanzado el umbral de conciencia incluso en condiciones de atención débil. En estos casos la enfermedad suele encontrarse ya en estado muy avanzado y la curación se vuelve más problemática. Por el contrario, un sistema nervioso dotado de un nivel de atención alto captará inmediatamente cualquier señal de disfuncionamiento y actuará en consecuencia.
 
b)      Transmisión. La calidad de la transmisión de las señales nerviosas depende de la “limpieza” y de la conductibilidad de los canales nerviosos. Dejando de lado las lesiones físicas o hereditarias, los canales nerviosos pueden dejar de transmitir adecuadamente las señales nerviosas debido a bloqueos u “opacidades” provocadas por determinadas actitudes emocionales y mentales. El dicho “Sólo ves lo que quieres ver” es una expresión de esto. Actitudes emocionales de rechazo, de negación o de indiferencia hacia estímulos concretos bloquean la transmisión de estas señales hacia el cerebro. El estado de atención lúcida viene caracterizado por un estado emocional llamado ecuanimidad. Esto quiere decir que, en un estado de ecuanimidad, los impulsos nerviosos captados por los sentidos son transmitidos adecuadamente hacia el cerebro sin interferencia y sin bloqueos. Como se dice en el Zen: “Nos guste o no nos guste, las cosas son como son”.
 
c)      Recepción. Para la creación de una imagen correcta de la realidad es importante que las señales lleguen hasta el tálamo y de aquí al sistema límbico, al hipotálamo, a la FBR y al córtex, según corresponda. Pero las señales no sólo deben llegar a sus respectivas áreas cerebrales, sino que, y sobre todo, es importante que estas zonas sean capaces de recibir dichas señales. Para ello, es fundamental que las zonas cerebrales implicadas estén “despiertas”. Si no están despiertas, las señales no serán recibidas. Si sólo están medio despiertas, las señales serán recibidas a medias. ¿Cómo tiene lugar el despertar de las zonas cerebrales? De la siguiente forma: cuando las señales llegan hasta el tálamo, éste realiza dos funciones: 1ª. Envía la señal a la zona cerebral correspondiente y 2ª envía una señal de alerta al centro de atención el cual se encarga de despertar a la zona cerebral específica que debe recibir las señales enviadas por el tálamo. Este centro de la atención, como hemos visto, es directamente estimulado también por la FBR, la cual, a su vez, puede ser estimulada por el tono muscular, en concreto y principalmente por los músculos abdominales del kikaitandem. Finalmente, a través de la tonificación correcta del kikaitandem mediante una espiración larga y profunda podemos mantener conscientemente despiertas amplias zonas del cerebro, lo cual facilita una recepción adecuada de las señales nerviosas.
 
2. En el procesamiento de la información.
 
      Por muy adecuadamente que una señal haya sido recibida, carece de valor si no es adecuadamente procesada. Este procesamiento hace referencia a las funciones de identificación, comparación, asociación, clasificación, etc. Todas estas funciones están basadas en y se apoyan en la memoria. Cuanta más memoria accesible tenga el cerebro, mayor será su capacidad de procesar una señal dada. La accesibilidad a la memoria es pues fundamental. Usando el lenguaje informático, podríamos decir que el cerebro cuenta con, al menos, dos tipos de memoria: la memoria RAM y la del disco duro. En el ser humano, la memoria RAM correspondería a la memoria accesible para el lóbulo frontal, sede de la conciencia del yo, del control voluntario y de la capacidad de tomar decisiones. La memoria del disco duro sería la memoria contenida en la totalidad del cerebro, del sistema nervioso en su conjunto, en el organismo en su totalidad, en cada célula, en el código genético. En resumen sería la memoria filogenética y ontogenética. Usualmente, el lóbulo frontal no tiene acceso a este segundo tipo de memoria. Para él, ésta es una memoria inconsciente. Debido a ello, su capacidad de procesar adecuadamente las señales es limitada. Como consecuencia, la imagen de la realidad que el lóbulo frontal crea también es limitada. Como consecuencia de ello, su decisión puede ser “torpe” impidiendo una respuesta adaptativa adecuada. Esta es la situación de gran parte de los seres humanos que viven en las grandes ciudades del llamado mundo desarrollado. Esta situación tiene como base una falta de comunicación entre los tres cerebros que conforman el cerebro humano: el primitivo, el paleo-córtex y el córtex (y especialmente, dentro del córtex, el lóbulo frontal). El cerebro primitivo o reptil, el paleo-córtex y gran parte del córtex están íntimamente relacionados con la memoria del disco duro humano, mientras que el lóbulo frontal es el que gestiona la memoria RAM. Los contenidos de la memoria RAM son seleccionados por la conciencia del yo, la cual, a su vez, está condicionada por el sistema socio-cultural. En las sociedades en las que la cultura humana se “ha separado” de la naturaleza, la memoria del lóbulo frontal está (parcialmente) “desconectada” de la memoria profunda gestionada por el cerebro primitivo, por el paleo-córtex y por gran parte de la corteza cerebral. Teniendo en cuenta que el sistema nervioso voluntario está controlado por el lóbulo frontal y el sistema nervioso central por el cerebro primitivo y por el paleo-córtex, podemos decir que muchas de las enfermedades del mundo moderno tienen su origen en la falta de comunicación entre estos tres cerebros. Esto quiere decir que la información no fluye libremente de unos a otros y que sus respectivas memorias no son adecuadamente permeables entre ellas.
 
      Para procesar adecuadamente las señales, el lóbulo frontal debería tener libre acceso y ser permeable a la memoria del disco duro humano, incluyendo la memoria contenida en el código genético. Esto significa que el lóbulo frontal debe ampliar su umbral o su capacidad de memoria.
 
      Y bien, el cultivo permanente de la atención lúcida permite esta ampliación. La práctica de la meditación zen, como veremos más adelante, facilita el acceso a la memoria inconsciente, actualizando un poder de procesamiento insospechado.
 
3. En la respuesta adaptativa.
 
      Si la imagen de la realidad creada por el lóbulo frontal es correcta, su orden de acción también lo será y, si no hay ninguna lesión emocional, del aparato motor o de otro tipo, la acción motora responderá perfectamente al estímulo. No obstante, en el caso humano volvemos a encontrarnos con el conflicto cultura-naturaleza que ya hemos visto varias veces en este artículo. El ser humano es un ente biológico inmerso en un ecosistema del que depende para sobrevivir biológicamente y, al mismo tiempo, es un ente social inmerso en un sistema socio-cultural de que también depende para sobrevivir. El hecho es que, principalmente en las sociedades llamadas desarrolladas, el conflicto y la separación entre cultura y naturaleza es dramático. El sistema nervioso humano se enfrenta a un grave dilema: ¿A qué adaptarse, al ecosistema o al sistema socio-cultural?  Siendo como somos entes sociales no podemos vivir apartados del sistema socia-cultural, pero al mismo tiempo, siendo como somos seres biológicos no podemos negar nuestra necesidad imperiosa de adaptarnos  convenientemente al ecosistema que sustenta nuestra vida. Podemos decir, que mayormente, los  ciudadanos del mundo “civilizado” anteponen su adaptación al sistema socio-cultural incluso si dicha adaptación genera la muerte del ser biológico. Este sobresfuerzo de adaptación a un sistema socio-cultural que trata de ignorar la realidad biológica es la causa de muchas enfermedades y muertes en el mundo desarrollado (infartos, estrés, adiciones mortales, insomnio, cánceres, desequilibrios emocionales y psicológicos, etc.) La enfermedad el individuo no puede ser estudiada, ni concebida ni curada sin tener en cuenta la enfermedad del sistema socio-cultural en el que vive.
 
      Aquí también la práctica de la atención lúcida juega un papel crucial. Al aumentar el umbral de atención (y por lo tanto de conciencia, y por lo tanto de poder de decisión, y por lo tanto de respuesta)  el individuo tiene acceso a un volumen mayor de memoria biológica y, por ello, esta memoria adquiere mayor importancia a la hora de tomar decisiones y de ordenar respuestas realmente adaptadas no solo al sistema socio-cultural, sino también a su realidad biológica.
 
 
Efectos objetivos de la meditación Zen.
 
Tenemos que insistir en el hecho de que la meditación Zen no es sistema terapéutico, en el sentido habitual de este término. No es una gimnasia física ni mental y su función no es la de curar enfermedades específicas, ni físicas ni psicológicas. La principal función de la práctica de la meditación Zen es la de clarificar la naturaleza de nuestro ser, es decir, ayudarnos a despertar a lo que somos. Si bien la meditación Zen actúa sobre los niveles corporal, emocional y mental (conceptual) su campo de acción específico es el de la conciencia: la conciencia de ser lo que somos, tal y como somos. No obstante, la conciencia no es distinta del cuerpo, ni de la actividad emocional ni de la actividad mental. Por lo cual, cuando se producen cambios importantes en nuestra conciencia de ser, estos cambios de manifiestan inmediatamente en nuestra manera de ser cuerpo, de experimentar las emociones y de pensar y concebir la realidad. Veamos, someramente, algunas de estas manifestaciones:
 
1. Lo corporal.
 
La meditación Zen transforma y mejora radicalmente nuestra imagen corporal interna (y por añadidura, la externa). Esto es debido a la accesibilidad de la conciencia a muchas señales que anteriormente pasaban desapercibidas (funcionamiento de los órganos internos, tono y estado muscular, equilibrio ergonómico, respiración, presión sanguínea, sentido del movimiento, relación con la gravedad terrestre, relación con el espacio, estructura muscular y ósea, etc.) Pareciera que, gracias a una práctica asidua, la meditación Zen nos volviera “transparentes” a nosotros mismos, desde un punto de vista corporal y fisiológico. La conciencia de nuestra fisiología aumenta en profundidad y en calidad. Un dicho Zen del siglo V. lo expresa así: “Hacer zazen con la piel, con la carne, con los huesos, con la médula”. Esto es, tomando conciencia de la piel, de la carne, de los huesos, de la médula, de todo el cuerpo, tanto en su forma externa y su relación con el espacio, como de su funcionamiento interno. Esta auto-conciencia corporal es fundamental a la hora de practicar una medicina preventiva basada en un modo de vida respetuoso con las necesidades corporales (sueño adecuado, alimentación adecuada, actividad física adecuada, posiciones corporales adecuadas, etc.) y al mismo tiempo es la base de un autodiagnóstico continuado que facilita las funciones homeostáticas del cuerpo.
 
El enderezamiento de la columna vertebral no solamente facilita el control del equilibrio alrededor de un eje vertical, sino que permite también una relajación del conjunto muscular que no es concernida para el mantenimiento de la posición. La musculatura de los hombros, de los brazos, del vientre se encuentra relajada. A parte del efecto benéfico inmediato de esta relajación, esto permite también suprimir las tensiones impuestas a las vísceras y tiene consecuencias sobre el funcionamiento de los aparatos digestivos, urinario y sexual. El enderamiento del cuerpo y la distensión de la parte superior del tronco permiten que los pulmones se hinchen y se llenen de aire de manera óptima, sin que la musculatura respiratoria tenga que hacer un esfuerzo importante.
 
Sin embargo, la relajación de los músculos implicados en la locomoción y en la vida de relación no implica que el conjunto de los músculos estriados esté relajado. En efecto, el mantenimiento del tronco erguido implica que la musculatura de sostén conserva un tono suficiente, esencialmente a nivel de la musculatura dorsal y, en particular, a nivel de la nuca. Las diversas pruebas de la actividad eléctrica (electromiograma) de estos músculos durante zazen muestran efectivamente que no están en reposo. Sin embargo, el esfuerzo exigido por estos músculos disminuye con la experiencia de meditación puesto que en los sujetos muy entrenados en zazen se constata una actividad muscular más débil que en los principiantes. Esto corresponde, por una parte, a la eliminación de las crispaciones inútiles para mantener la postura y, por otra, a un aprendizaje del equilibrio del armazón óseo que tiene como consecuencia una disminución del esfuerzo de la musculatura de sostén.
 
No obstante esto, el equilibrio de la postura, la relajación muscular y el mantenimiento del tono antigravedad  durante zazen no constituyen un fin en sí mismos. La meta de la meditación Zen no es la de mantener una postura sedente, simple y rigurosa. Para los maestros Zen, el cuerpo y la mente son no-dos. La actitud del cuerpo y la actitud del espíritu están interrelacionadas. Diferentes actitudes corporales corresponden a diferentes estados de espíritu, de la misma manera que tal o cual sentimiento se expresa de tal o cual forma en el cuerpo. El Zen enseña que existe un vaivén entre la postura corporal y los contenidos psicológicos. Esta afirmación se ha visto corroborada por el siguiente experimento: se han registrado los movimientos del centro de gravedad en tres grupos de sujetos sentados en zazen. Se ha constatado que el desplazamiento del centro de gravedad es amplio en los neuróticos, mediano en los sujetos normales y débil en los sujetos experimentados en zazen. Si se compara los sujetos neuróticos con los sujetos normales, aparece una relación entre el desequilibrio psicológico y la estabilidad corporal. Si se lleva más lejos este razonamiento es posible decir que los sujetos experimentados, más estables en su postura, son igualmente más estables psicológicamente. No obstante, en todo rigor, esta observación requiere ser completada con test psicológicos.
 
Una serie de experimentos han sido realizados con el fin de estudiar la estabilidad de las diferentes posturas sedentes o de rodilla, modificando distintos detalles tales como posición de manos, de brazos, de la cabeza, sin cojín, etc. La conclusión fue que la postura de zazen, especialmente el loto completo, es la posición más estable.
 
2.La respiración.
 
Dentro de la conciencia corporal reviste especial importancia la conciencia de la respiración que genera la práctica de la meditación Zen. De hecho, la concentración sobre la respiración es la puerta principal por la que los meditadores entramos en el estado de meditación o atención lúcida. Ya hemos visto la estrecha relación que existe entre respiración, kikaitandem, formación bulboreticular y alerta general del cerebro. En el Zen se dice que la respiración es el nexo de unión entre lo material (visible) y lo espiritual (invisible).
 
Durante la meditación Zen, la conciencia de la respiración aumenta considerablemente haciéndonos ver la función fundamental de la respiración en el estado general del cuerpo y de nuestro ser en su totalidad. Los estudios de los prof. Yuhiro Ikemi y Y. Sugi, de la Universidad de Tokyo, entre otros, (2) ponen de relieve los profundos procesos metabólicos que tienen lugar en el organismo gracias a la respiración practicada durante la meditación Zen. El modo de respiración practicado durante zazen, caracterizado por una espiración larga y profunda, permite eliminar el aire residual que constituye normalmente 1/3 de la capacidad pulmonar y que está compuesto por gas viciado inútil para la oxigenación.
 
 Al mismo tiempo, durante zazen se produce un menor consumo de oxígeno y una posibilidad mayor de oxigenación pulmonar. Todo lo cual reduce considerablemente el trabajo respiratorio. De hecho, el registro del ritmo respiratorio durante zazen muestra una considerable disminución del ritmo y un aumento de la amplitud. Al mismo tiempo, el análisis del consumo de oxígeno muestra que éste disminuye notablemente. Dado que el oxígeno es el carburante orgánico parece ser que el consumo de energía durante zazen es muy reducido. Se ha constatado también que, de manera extraña, el metabolismo durante zazen es inferior al del sueño. Se puede considerar pues que el reposo orgánico (sistema nervioso central) alcanzado durante zazen es más profundo que el alcanzado durante el sueño. Se puede imaginar fácilmente las profundas consecuencias que esto tiene sobre la salud, entre ellas un importante equilibrio entre los sistemas nerviosos simpáticos y parasimpáticos. El reposo orgánico tiene además como consecuencia una reducción de la producción de desechos, no obstante los órganos implicados (riñones, hígado, piel, pulmones) continúan asegurando su función de purificación. Zazen genera una profunda limpieza fisiológica. Esto es fácilmente observable en los rostros de las personas que acuden a un retiro intensivo de meditación zen: al cabo de dos días de práctica asidua los rostros se vuelven mucho más abiertos, la piel más limpia, clara y brillante. Según nuestros conocimientos se han realizado pocos experimentos científicos en este campo. Los análisis bioquímicos a personas experimentadas en meditación Zen son escasos. Una observación importante ha sido, sin embargo, realizada en referencia a la presencia de ácido láctico en la sangre. Se sabe que el ácido láctico es un desecho resultante de la combustión de la glucosa a nivel muscular. Se ha constatado que la presencia de ácido láctico después de zazen es mucho más débil que normalmente. Este resultado puede ser comparado con la observación de una tasa de ácido láctico a menudo superior a la normal en los depresivos y en los individuos patológicamente ansiosos. La disminución de ácido láctico podría ser una de las causas del bienestar y del sentimiento de optimismo a menudo experimentado después de zazen.
 
 3.La actividad sensorial.
 
Las conciencias sensoriales se vuelven especialmente nítidas y agudas gracias a la práctica de la meditación zen. Al mismo tiempo se produce una regulación de la intensidad entre los distintos sentidos. Por ejemplo, la actividad visual pierde parte de su extrema importancia. La mirada se vuelve más flexible y suave, relajándose la tensión ocular que caracteriza a los seres humanos que viven en medios visualmente saturados. La mirada pierde fijeza y rigidez y gana en amplitud y profundidad de campo. Podemos decir que la meditación zen facilita una redefinición visual de la realidad. Por otra parte, otros sentidos más atrofiados en los seres humanos, como el olfato y el oído, aumentan su campo y la definición de los estímulos asociados. Especialmente agudo se vuelve el sentido de la audición. Muchos estímulos auditivos que comunmente no alcanzan el umbral de conciencia en la vida cotidiana, son percibidos claramente durante y después de la meditación zen. Lo mismo sucede con las sensaciones corporales (sinestésicas). Debido a esto, el practicante asiduo de zazen desarrolla una aguda conciencia corporal que le permite localizar posibles desequilibrios cuando aún se encuentran en su fase inicial.
 
La meditación zen, a diferencia de otras meditaciones, no provoca desconexión sensorial completa. El practicante debe permanecer en todo momento consciente de su actividad sensorial, aunque su punto de observación debe hallarse en un plano suprasensorial. Esta actitud permite al practicante dos cosas: por un lado desarrollar ecuanimidad con respecto a las sensaciones y, por otra, permanece continuamente atento a las mismas. Esto quedó demostrado en el siguiente experimento llevado a cabo en la Universidad de Komazawa (Japón): Se pidió a un yogui hindú y a un maestro zen que entraran, por separado, en los estados de meditación habituales para ellos. Previamente se le había colocado electrodos en la cabeza que permitieran registrar sus encefalogramas. Al cabo de cierto tiempo, cuando ambos meditadores se hallaban en su estado de meditación habitual y su encefalograma comenzaba a registrar ondas theta, se hizo sonar una campana cerca de sus oídos. La respuesta del yogi vino dada por una reacción lenta, registrada como ondas beta, y un retorno también lento al estado theta. Por el contrario, la respuesta del maestro zen fue inmediata, aparición inmediata de ondas beta, y su retorno al estado de meditación profunda (theta) fue también mucho más rápido que el del yogi. Este simple experimento conlleva profundas implicaciones filosóficas, religiosas y morales. En efecto, podemos sintetizar las dos actitudes básicas que los diferentes sistemas religiosos y filosóficos tienen hacia el mundo sensorial de la siguiente manera:
 
–          La verdad se halla más allá de los sentidos (espiritualismo, idealismo),
 
–          La verdad se halla exclusivamente en los sentidos (materialismo, positivismo).
 
 La primera visión insta a los seres humanos a ir más allá de los sentidos, estimulando el abandono del mundo sensorial y, por lo tanto, de los estímulos sensoriales.
 
La segunda ciñe la actividad de la mente humana a la esfera sensorial, limitando o minimizando la exploración de lo suprasensorial.
 
El Zen enseña el camino medio: ni exclusivamente sensorial, ni exclusivamente suprasensorial. Ni sometimiento a la esclavitud de los sentidos ni negación de la realidad sensorial.
 
 
4. La actividad emocional.
 
El principal aporte de la meditación zen al equilibrio emocional viene dado por el estado de ecuanimidad emocional que genera. Este hecho tiene profundas repercusiones en el proceso de captación, transmisión, recepción y procesamiento de las señales. La actividad emocional básica de cualquier ser humano  oscila entre tres actitudes: 1ª. Apego-deseo. 2ª Adversión-rechazo. 3ª Indiferencia. Ante un estímulo dado, la mente humana reacciona de una de estas tres maneras. Cuando esta reacción es automática e inconsciente, la apreciación del estímulo se produce teñido de la reacción emocional desencadenada. Este hecho imposibilita una correcta captación, transmisión y procesamiento de la información. Un ejemplo: un hombre vuelve de noche a su casa en un estado de embriaguez. Al cruzar el jardín ve una serpiente. Inmediatamente, sin reflexión previa, coge un palo y golpea la serpiente hasta dejarla muerta. A la mañana siguiente, recuperada la sobriedad, se dirige al jardín y se encuentra con la manguera de riego rota. ¡Había confundido la manguera con una serpiente! La visión de una serpiente despierta una fuerte reacción emocional de rechazo en muchas personas. En el caso de nuestra historia, esta adversión fue un obstáculo a la hora de captar, transmitir y procesar correctamente el estímulo visual. El estado de ecuanimidad emocional es una garantía de autenticidad del correcto funcionamiento de la actividad perceptual. Ecuanimidad quiere decir que el cerebro va a procesar la información sin verse mediatizado ni por la atracción, ni por el rechazo ni por la indiferencia.
 
Algunas personas confunden el estado de ecuanimidad emocional con el de indiferencia cuando, en realidad, se tratan de dos actitudes completamente distintas. La indiferencia impide una captación clara del estímulo ya que, al haber sido clasificado de “poco importante”, la atención no es enfocada sobre él. Por lo tanto, tampoco hay reacción. Lo indiferente no nos hace reaccionar. Por el contrario, la ecuanimidad no es ausencia de reacción. Lo que la ecuanimidad hace es impedir una reacción apresurada, automática y ciega. La ecuanimidad proporciona al sistema nervioso un mecanismo de verificación y un sistema de autorregulación que impide respuestas extremas y poco adaptadas a la realidad. Este estado de ecuanimidad generado por la meditación zen no es de ninguna manera una falta de actividad emocional sino un estado de equilibrio entre los dos polos opuestos de toda actividad emocional.
 
Durante zazen, un practicante avanzado puede estar experimentando emociones profundamente subjetivas y, al mismo tiempo, puede encontrarse en un estado de contemplación objetiva de esas mismas emociones, estado caracterizado por la ecuanimidad. Es a esto a lo que muchos psicólogos y antropólogos llaman “conciencia dialógica”.
 
 5. La actividad mental.
 
Zazen no es una meditación discursiva. No se trata de pensar sobre algo. Su objetivo tampoco es dejar de pensar. En lenguaje zen se dice: “Pensar sin pensar. No pensar pensando. Pensar desde el fondo del no-pensamiento”. Veamos de qué se trata esta especie de trabalenguas.
 
El pensamiento discursivo consciente es el producto final de un largo y complejo proceso cognitivo que culmina en la actividad del lóbulo frontal (centro de control y decisión consciente que regula el sistema nervioso voluntario). Como hemos visto, el sistema nervioso voluntario se encuentra hiperestimulado en la mayor parte de los habitantes de las sociedades post-modernas, en detrimento del sistema nervioso autónomo. Esta hiperestimulación del SNV se manifiesta en una hiperactividad mental consciente, es decir, por un exceso de pensamientos generados por el lóbulo frontal. En los registros de electroencefalogramas, esta actividad mental adopta la forma de ondas beta. Debido a ello, muchos contemporáneos desean liberarse de la tensión mental producida por un exceso de pensamientos conscientes.
 
La meditación zen relaja la actividad del lóbulo frontal y estimula la del tálamo, hipotálamo, y demás zonas del llamado cerebro primitivo, el cual, básicamente regula la actividad del sistema nervioso autónomo y a través de él la actividad biológica inconsciente. En la medida en la que esto se va produciendo, el electroencefalograma indica la presencia de ondas alfas y theta en el cerebro. Las ondas alfas son emitidas por practicantes experimentado de meditación zen unos diez minutos después del comienzo de la sesión. A los treinta minutos, el registro cerebral de ondas theta indica objetivamente que el practicante ha alcanzado un estado profundo de meditación, comparado a una “ensoñación consciente” Los viejos maestros consiguen permanecer en el límite entre las ondas theta (ensoñación consciente) y las deltas (sueño profundo). Podríamos afirmar que este estado constituye el equilibrio perfecto entre actividad mental consciente y actividad mental inconsciente, o lo que es lo mismo, entre sistema nervioso autónomo y sistema nervioso voluntario. En este estado, la actividad del lóbulo frontal (pensamientos) no bloquea ni condena completamente a la inconsciencia la actividad del cerebro profundo (no-pensamientos). Se da un equilibrio entre el estado de pensamiento y el de no-pensamiento. Este hecho tiene grandes repercusiones en el estado de salud de los habitantes de las grandes ciudades modernas. Uno de los problemas muy extendido es el del insomnio. El insomnio es la incapacidad de la mente de liberarse de la actividad del lóbulo frontal y de conectar con el cerebro profundo y con el sistema nervioso autónomo. Es decir, la incapacidad del cerebro de liberarse de la actividad beta y generar actividad alfa, theta y delta. Al no poder acceder al sueño profundo, durante el cual se autorregula el metabolismo general gracias a la actividad del sistema nervioso autónomo, el estado de salud global disminuye. Dormir es “desconectar” del yo consciente y de la tiranía del lóbulo frontal. Los registros del metabolismo que han sido llevado a cabo en practicantes avanzados de meditación zen dejan ver que su estado es muy similar al del sueño profundo y al de ensoñación, aunque con la gran diferencia de que su autoconciencia permanece despierta. Es por esta razón que muchos psicoterapeutas recomiendan o estimulan la práctica de zazen en sus pacientes, ya que este estado de ensoñación consciente facilita, por una parte,  el acceso a los contenidos inconscientes y, por otra, un cierto nivel de autoconciencia necesario para una correcta integración de los mismos en la estructura mental consciente (ego).
 
 6. La conciencia.
 
La meditación zen es sobre todo una técnica de expansión de la conciencia que permite una captación sensorial más amplia, una transmisión de las señales más fluida, un procesamiento de la información más completo y, por lo tanto, una reacción más adaptada a la realidad. La conciencia expandida propia de la meditación zen no es ya identificable a la actividad del yo consciente (lóbulo frontal) sino que incluye también actividad inconsciente (cerebro profundo), trascendiendo esta división categórica y generando un tipo de actividad nerviosa holística e integradora. San Juan de la Cruz expresó este estado en sus famosos versos:
 
             “No saber sabiendo,
 
            toda ciencia trascendiendo”.
 
 7. El comportamiento y las relaciones.
 
Los efectos benéficos e integradores de la práctica de zazen, si son auténticamente reales, deben observarse necesariamente en el comportamiento general de sus practicantes. Después de veinte años dedicados a la práctica y a la enseñanza del Zen, mi experiencia personal es que aquellas personas que hacen de la meditación zen una constante en sus vidas experimentan cambios substanciales en su manera de ser, de estar y de relacionarse con el mundo. Actualmente no tenemos ningún estudio objetivo que permita cuantificar y definir estos cambios, pero creemos que sería muy interesante que dicho estudio pudiera llevarse a cabo.
 
Conclusión.
 
Los estudios científicos sobre los efectos de la meditación zen en el estado global de salud son aún insuficientes a la hora de trazar una teoría general que corrobore muchas de las afirmaciones enunciadas en este artículo. Por ello, este artículo debe ser considerado como una aportación a dicha teoría. Todas las afirmaciones aquí vertidas están basadas en la experiencia personal de los autores y en los resultados de los pocos estudios experimentales llevados a cabo sobre todo en Japón. Los autores esperamos que este artículo sirva de estímulo a muchos profesionales de la medicina, de la psicología, de la antropología, de la sociología, etc. y les incentive a iniciar líneas de investigación que aúnen los resultados de las ciencias occidentales y los resultados experienciales de los practicantes zen
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