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Ago 1, 2011
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Aprender de los niños

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Los adultos de nuestra cultura somos expertos en el arte de la ausencia, aparentamos estar aquí, sin embargo, estamos pensando en el ayer, o inquietos, proyectando el momento siguiente. Al desayunar, pensamos en el trabajo, al trabajar, añoramos el momento de descanso, en el momento de descanso nos estamos proyectando a la siguiente actividad y así hemos generado un  modo de funcionar, acelerados por lo que vendrá, o atrapados en el recuerdo, con la mente y la emoción permanentemente en otra realidad de lo que está siendo la vida en ese momento.

Quizás nuestros cuerpos estén, por ejemplo, en un momento familiar, aparentemente compartiendo con los hijos, sin embargo , si no somos capaces de concentrarnos en él, de entregarnos olvidándonos del reloj, permitiendo que las cosas se den, sin apurarlas, sin buscar nada ni acelerarnos con lo que queremos hacer a continuación. Si estamos pensando en otra cosa, nunca habremos estado realmente allí.

Estamos donde está la mente, vivimos la película que ella nos está pasando, no como algo que se proyecta afuera de nosotros sino como algo realmente vivido que afectará nuestro estado emocional y corporal. Al imaginarnos, por ejemplo discutiendo con alguien, en lo que respecta a las reacciones físicas quizás se nos agite la respiración o se nos haga un nudo en el estómago y quedemos emocionalmente alterados. Aún cuando la discusión en lo concreto nunca se produzca, así, nos habremos zambullido gratuitamente en una vivencia que no queríamos tener. No importa si al hacerlo estábamos paseando en el parque, o caminando en la calle, o en una reunión de trabajo, en lo que respecta a nuestra realidad personal, no estuvimos realmente en el parque, ni caminamos por la calle, ni fuimos a la reunión. Quizás nuestros cuerpos como autómatas se movieron, hablaron, pero nosotros, en presencia total : física, emocional, mental estábamos ausentes.

Este es el mecanismo básico a través del cual nos restamos de la vida, negándonos a ella, a abrirnos al milagro de lo que está ocurriendo aquí y ahora y a navegar en ésta como si nada, sino que éste momento existiera. Llegar a esto no es fácil puesto que nuestra mente tiende a escaparse, evadir, acelerarse y ausentarse acarreando con ella a la emoción. Es preciso una práctica continua de centración, de vaciar la mente de pasados y futuros para estar allí viviendo el instante en totalidad. No se trata de un logro instantaneo, sino de una disciplina personal dirigida en este sentido, una práctica que requiere constancia y persistencia en el tiempo, a través de los años.

El fruto que obtendremos de ella es la presencia total en cada momento, vivir en plenitud, Ser de verdad.
Vivir como juegan los niños, donde todo lo que no sea el juego, simplemente desaparece, estan ahí, integramente ahí.
Un adulto que con toda la madurez que otorga el transitar por cada etapa, logra enfocarse así, se transforma en un sabio y se acerca a la ilumunación espiritual que puede ser entendida como un entregarse tanto al momento que en cada instante se entra en una vivencia de eterno presente, en un “bolsón de tiempo” donde éste no transcurre, aquí en este instante está la eternidad. Lo que quizás para los otros pudo contabilizarse en minutos u horas para el que los vivió en total inmersión, el tiempo paró, no existió y fuimos en ese instante, completos, atemporales, eternos.

Vivir en la ingenuidad del juego que nunca se sabe adonde llevará, pero que vá a cada instante entregando sus respuestas, sus caminos.

Fuente: http://www.patriciamay.cl/pensamientos-y-reflexiones/aprender-de-los-ninos/ 

Article Categories:
Desarrollo evolutivo
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