Autoliberación a través del trabajo
La mayoría de las personas se sienten entrampadas en sus lugares de trabajo. Con un desasosiego que apenas disimulan, contemplan sus relojes anhelando que el tiempo se queme lo más pronto posible para que llegue el tan ansiado final de la jornada. Cuando salen de sus cárceles corporativas, por lo general, no se sienten más libres: por el contrario, se sienten embotados, confundidos, estresados.
Hemos escuchado decir a nuestros dirigentes políticos, sociales y religiosos que “el trabajo libera”. Normalmente, los padres enfatizan a sus hijos la necesidad de estudiar y trabajar como senderos de autorealización. Las constituciones de nuestros países suelen consagrar “el derecho al trabajo” como una vía que –en teoría- nos conduce a la felicidad, la prosperidad y el desarrollo como nación. Pero, en la práctica, ¿cuál será el trabajo que libera? ¿Será ése en el que solemos invertir ocho, diez, catorce horas diarias y que no pocas veces extingue el fuego de nuestro entusiasmo? ¿Hallaremos allí esa ruta ideal que nos permita evolucionar como personas?
Fuente : http://www.todoterapias.com
El trabajo: ¿trampa o vía de evolución personal?
El autor de origen judeo-argentino (largamente residenciado en Venezuela) Ángel Rosenblat desenmaraña en su magistral obra “El Español de América” la etimología de la palabra trabajo.
Señala este experto del lenguaje: “¿De dónde viene nuestro verbo trabajar? En latín, se llamaba “tripalium” a un cepo o instrumento de tortura formado por tres palos o maderos. A los condenados, a los esclavos, a los gladiadores, se les sometía al “tripalium”. Del sustantivo se formó el verbo “tripaliare” con el sentido de someter a alguien al “tripalium”, y luego, en general, de “torturar”, “atormentar”. De ahí pasó al francés “travailler”, al italiano “travagliare” y el español “trabajar”.
Tras escudriñar en las entrañas del idioma, descubrimos que, como civilización, hemos emparentado psicológicamente el trabajar con el sufrir, con la falta de autoestima y valoración. Este reflejo neurótico recuerda aquella sentencia que Dios le hizo a Adán –al expulsarlo del Paraíso- cuando le advirtió que se ganaría el pan “con el sudor de su frente”, vale decir, con su padecer físico, afectivo y espiritual.
Si consideramos –conciente o inconcientemente- el trabajo como una trampa, como una tortura, como una desgracia inevitable, jamás podrá servirnos como herramienta de liberación personal. Tampoco estará signada tal actividad por el entusiasmo.
En este orden de ideas, el escritor chileno Suryavan Solar señala de manera enfática: “El entusiasmo nace cuando te respetas, te estimas, te aprecias (…). El entusiasmo nace cuando dices: Yo soy valioso, merezco respeto y tengo alegría de vivir. Una acción sin motivación ni entusiasmo carece de poder, de razones y de energía. Una acción sin motivación no produce Abundancia, ni siquiera evolución (…). Cuando conquistas la dicha, la fortuna emocional, haces lo que amas, vives con quienes amas y tu trabajo te agrada enormemente; entonces, te conviertes en un motivador que no requiere motivación. La prosperidad se acrecienta cuando tu mente se ha aclarado”.
Y nos preguntamos nosotros: ¿cuál será ese trabajo que aclara la mente, nos permite hacer lo que más amamos y nos llena de prosperidad y entusiasmo? Pues sólo uno: conocernos a nosotros mismos para desarrollar nuestros dones, esos talentos que nos hacen únicos a los ojos de Dios y que nos permiten despertar a la conciencia de lo que realmente somos y de nuestro verdadero propósito de vida.
¿Se aburre el contorsionista del circo con sus hazañas, el artesano al pulimentar sus joyas o el terapeuta al facilitar sanación? ¡Qué placer para el poeta redactar sus versos, para el arquitecto erigir lo que dibujó en el papel o para el chef elaborar sus platillos! ¿Siente tedio la bailarina en la apoteosis de su arte corporal o el actor cuando se hace uno con su personaje en el escenario? Desde el placer, vale decir, desde la maestría que confiere el pleno conocimiento de sí mismo y el cabal desarrollo de los propios dones, es imposible decidir mal, porque en todas las decisiones prevalecerá el fuego del entusiasmo y los lauros del amor… ¡el amor perfecto!
Señala Suryavan Solar: “Las aptitudes y las habilidades son una forma de expresión de tu verdadero Ser. El don es un regalo de Dios que va junto a la esencia. Muchos le llaman vocación. En la sociedad actual no es fácil utilizarlo y cuando aparece, si no se aprovecha o cultiva, casi siempre comienza a desvanecerse.”
¿Qué nos impide desarrollar nuestros dones?
¿En qué momento nos extraviamos en los roles que la sociedad nos asigna y dejamos de desarrollar los dones y talentos que son inherentes a nuestra propia naturaleza? ¿Cómo es posible que hayamos desempeñado trabajos o escogido profesiones y oficios -durante muchos años- que no tienen ninguna relación con nuestro ser, en los que dilapidamos el áureo tesoro de nuestras aptitudes y capacidades?
Tal situación está relacionada con nuestra falta de autovaloración. En la medida que dejamos de actualizar nuestras experiencias mentales, emocionales, espirituales, sexuales y afectivas, comenzamos a creer que “otros” están en mejor capacidad que nosotros para emprender y asumir retos, responsabilidades. Empezamos a ceder nuestro poder de decisión y de autodeterminación por considerar que nuestros dones y talentos valen “menos” que los que han desarrollado los demás.
En tal sentido el autor y numerólogo venezolano Mario Liani –canalizador de Kryon- nos aclara: “El desarrollo de la autoestima es el camino hacia la Maestría del Ser. Si tienes autoestima, tienes el camino allanado hacia tu propia maestría. Por tanto, es aconsejable procurar buscar la autorrealización para encontrar la propia autovaloración. La autovaloración se conquista. Nadie te la entrega en una bandeja. Ese no es un atributo que el ser humano recibe en bandeja. Es un atributo que el ser humano se gana vida tras vida, ejercicio tras ejercicio, experiencia tras experiencia. Cada vez que ustedes vienen al encuentro de una experiencia… ganan un poco más de autovaloración”.
Desde muy temprana edad damos importancia a lo que representa socialmente una profesión u oficio sin tomar en cuenta nuestras verdaderas potencialidades, nuestros más claros dones, sin considerar si esas opciones laborales alimentan y avivan nuestro sentido de autovaloración. Seguimos la ruta que nuestros padres o nuestro escaso conocimiento de nosotros mismos nos señalaron en recorrer, sin concienciar si esos senderos nos reportarían la mayor suma de felicidad posible. De esta manera, debido a los condicionamientos culturales, sociales y psicológicos, damos muerte lenta a una vida que –por su naturaleza intrínseca- debería revelarse en cada momento como próspera y abundante.
Suryavan Solar expresa que “la gente se ha acostumbrado a estudiar lo que estudian los mediocres, a aceptar trabajos de mediocres, a salarios mediocres, que ellos no disfrutan”. En tal sentido, Buda sentenció: “aprendemos a vivir con lo que se odia, a desechar lo que se ama, a desear y anhelar sin conseguir”.
Como consecuencia perdemos la conexión con nosotros mismos, con Dios –vale decir lo Trascendente y lo Verdadero- y nos fugamos del Ahora. Exiliados del momento presente, encallados en la rutina de un trabajo que nos aliena, caemos en hondos abismos de desesperación, ansiedad y depresión. Así, perdemos de vista el horizonte que señala ese camino de segura abundancia y prosperidad para todas las áreas de nuestra vida: el de nuestros propios dones y talentos.
Expresa Kryon a través de nuestro paisano Mario Liani: “El potencial de la Maestría del Ser está en ti, en tu inventario de posibilidades, en la columna “haber” de tu libro de contabilidad. Apenas necesitas mirarte y percibirlo. No se trata de mirarse al espejo. Se trata de mirarse el alma.”
Esta mínima dosis de buena voluntad exige, no obstante, obsequiarte una mirada de máximo amor hacia ti mismo, agasajarte con un absoluto, gozoso y urgente sentimiento de autovaloración.
Artículo escrito por Carmelo Urso y Carlos Ibarra.