Biología del conocer, biología del amor
Conferencia del Dr. HUMBERTO MATURANA ROMESIN en la apertura
de las JORNADAS DEL AMOR EN LA TERAPIA Barcelona, España.
Es fundador y colaborador del Instituto Matríztico de Santiago de Chile. Profesor del Departamento de Biología de la universidad de Chile. Ha creado, desde su estudio de la percepción, el campo de la comprensión ontológica del fenómeno del conocer como fenómeno biológico, que él denomina “Biología del conocer, biología del amor”. Estudió medicina en Chile y Biología en Inglaterra y Estados Unidos, doctorándose en Biología en la universidad de Harvard. Premio nacional de la ciencias de Santiago de Chile de 1994. Actualmente trabaja con Ximena Dávila en el desarrollo de la dinámica de la Matriz biológica de la existencia humana.
Fuente: www.fritzgestalt.com
Muchas gracias. Me siento muy honrado con esta invitación, y con que me hayan invitado con mi colaboradora Ximena Dávila, con quien mañana vamos a desarrollar un aspecto importante de la temática que nos reúne, sobre el amor en la terapia. Yo me voy a parar pues quiero usar el pizarrón para hacer algunas reflexiones biológicas que nos conecten con este tema.
Yo soy biólogo, y pienso que es biológico todo suceder que implique la realización del vivir de por lo menos un ser vivo. De modo que cuando hablo de biología hago biología, y con ello no estoy necesariamente pretendiendo reducirlo todo a moléculas, o metabolismo. Sino que lo que hago es una invitación a mirar los procesos que tienen lugar en cualquier hacer humano como realización del vivir. Y en esto quiero usar el pizarrón para darle forma visible a lo que voy a decir. Además, lo que quiero decir lo voy a decir lo diré de manera sucinta porque mañana con Ximena lo expandiremos en el taller que vamos a hacer. Ahora sólo quiero evocar en Uds. un cambio de pregunta.
Nosotros pertenecemos a una cultura, a una tradición de pensamiento filosófico en la cual la pregunta fundamental ha sido la pregunta por el ser, la búsqueda de la identidad del ser, la búsqueda de su esencia. En otras palabras, lo que propongo es cambiar pregunta por el ser. por la pregunta por el hacer, y preguntar: ¿Cómo hacemos lo que hacemos?. O mejor, por dos preguntas relacionadas: ¿Cómo es que conocemos? y ¿cómo es que amamos?. En esta última pregunta aparece el amor. ¿Cómo es que amamos? y también, ¿cómo es que podemos no amar? Si cambiamos la pregunta por el ser por la pregunta ¿cómo hacemos lo que hacemos? en el fondo lo que hacemos es preguntarnos por nosotros mismos.
Y esto lo voy a expresar aún de otra manera, con una pregunta, por supuesto, y la pregunta que quiero hacer es por el observador y el observar. ¿Quién es el observador? cualquiera de nosotros, y como somos seres vivos y operamos en la realización del vivir, la pregunta es ¿cómo operamos como observadores en la realización de nuestro vivir?. Si dejamos de vivir, no hay pregunta de ninguna clase, no hay reflexión filosófica, no hay reflexión científica, no hay cocinar, no se hacen edificios, no pasa nada. El vivir es esencial para realización de todo lo que hacemos como seres humanos. Y todo lo que hacemos los seres humanos ocurre en la realización del vivir, en la praxis del vivir.
Pero además el vivir nos sucede, no lo hacemos nosotros, nos encontramos viviendo en el momento en que nos preguntamos por el vivir, igual que el burgués gentilhombre de Moliere que se encuentra hablando en prosa cuando reflexiona sobre cómo habla, y descubre que habla en prosa. Nos encontramos ya en el “suceder del vivir” cuando nos preguntamos por el vivir. Al mismo tiempo la experiencia es lo que distinguimos que nos pasa preguntándonos por lo que nos pasa.
Voy a escribir aquí, al dibujar en el pizarrón el diagrama de la ontología del observar, la palabra “experiencia”, siendo la experiencia lo que distinguimos que nos pasa, distinción que hacemos en el lenguaje. Así que voy a anotar aquí todo esto en “lenguajear”. Y como el castellano o el español es maravilloso, y permite transformar un sustantivo en verbo, ahí escribo, len guajear. Y como la pregunta es ¿cómo hacemos lo que hacemos?, indico la pregunta a ambos lados del diagrama, porque es una igualdad, y porque quiero invitarlos a aceptar la pregunta. Si no aceptamos esta pregunta no pasa absolutamente nada. Si no nos preguntamos cómo hacemos lo que hacemos, no pasa nada, seguimos haciendo lo que hacemos como si tuviésemos la capacidad de hacer lo que hacemos como una propiedad intrínseca. Pero si nos preguntamos ¿cómo hacemos lo que hacemos? abrimos un espacio de reflexión. Y la pregunta, por supuesto, lo que está pidiendo es una explicación por respuesta. ¿Cómo hacemos lo que hacemos? Si aceptamos la pregunta nos comprometemos o a proponer o a escuchar la proposición, ¿de qué? bueno, de una explicación, y ¿qué es lo que queremos escuchar?, la proposición de un proceso tal que si tuviese lugar el resultado sería lo que queremos explicar.
Piensen, cuando Uds. piden una explicación, qué es lo que quieren oír?. Cuando se dice a alguien, “Ud. llegó tarde”, lo que esperamos oír es un relato de un suceder tal que si hubiese tenido lugar, el resultado sería el haber llegado tarde. Ese relato se transforma en explicación en el momento en que lo aceptamos, porque si no lo aceptamos no es explicación. Y esto lo aprendemos en nuestra casa, con nuestra mamá, con nuestro papá, con los hermanos, con los profesores, cuando somos pequeños… Un niño de 7 años, una niña de 7 o 6 años, sabe perfectamente bien el tipo de respuesta que tiene que escuchar cuando quiere una explicación. “Mama, ¿cómo es que yo nací?” Hija mía, tu eres preciosas, tienes unos ojitos negros, unos rulitos negros… ”No mama, yo quiero saber cómo nací. Yo sé que soy linda”. Lo que quiere oír de respuesta es un relato de un proceso tal que si tiene lugar el resultado es la experiencia explicada. Si ese relato es aceptado es una explicación. De modo que a lo que uno se compromete si acepta la pregunta ¿cómo hacemos lo que hacemos?, es a proponer como respuesta un relato que muestre como lo que hacemos seria el resultado del proceso indicado por ese relato. Si no aceptamos la pregunta, no pasa nada. Pero si una vez que aceptamos la pregunta, nos preguntamos qué estaríamos aceptando al no aceptar la pregunta, aparece algo muy interesante. Se hace evidente que al no aceptar la pregunta por cómo hacemos lo que hacemos, estamos aceptando implícitamente que tenemos la habilidad intrínseca de hacer referencia a un mundo independiente de nosotros.
Hablamos de las cosas que están ahí, fuera de nosotros: “¡El florero está sobre la mesa¡ decimos. ¿Cómo sabes que el florero está sobre la mesa?, “Lo veo, ¿no ves que está ahí”. Y el que aceptamos que las cosas están ahí con independencia de nosotros se nota en los argumentos que damos al otro: “pero si está ahí, míralo, todo el mundo lo puede ver”, y todo el mundo lo puede ver porque está ahí con independencia de lo que yo digo; yo no soy responsable de lo que esté ahí, pero yo lo puedo decir que está ahí porque veo que está ahí. ¡Ah¡, esa es la actitud cotidiana, es así como vivimos cuando no nos preguntamos como hacemos lo que hacemos. Y para este modo de estar tenemos una expresión cotidiana, esa expresión es objetividad. Somos objetivos. El ser objetivo indica que cuando uno dice que es objetivo está diciendo que lo que él dice se fundamenta externamente. Los fundamentos que van dando validez a lo que yo digo son externos a mi. Cuando a uno le dicen, eres subjetivo, lo que le están diciendo es: los fundamentos de lo que tu dices no son externos a ti, sino que están en ti. Y en esta actitud, por supuesto, desvalorizamos lo subjetivo. Y esto lo voy a indicar en el diagrama con la palabra “objetividad”. La objetividad, en último término, tiene su fundamento en el supuesto de que hay una realidad independiente de uno desde donde se valida lo que uno dice.
Pero, si hemos aceptado la pregunta y queremos una respuesta explicativa, si queremos una explicación por respuesta, lo que hacemos es estudiar cómo hacemos lo que hacemos. Y una de las formas que uno tiene para estudiar como pasa algo es interfiriendo con aquello, y la primera forma de interferir con el hacer de un ser humano es con un golpe en la cabeza; paf, me cae un meteorito, se acaba la conferencia,.. Es decir, el vivir es necesario para hacer lo que se hace como ser humano.
Por lo tanto para entender como hacemos lo que hacemos, tenemos que entender el vivir y que hacemos en el vivir en el acto de conocer, y que pasa que nos equivocamos. ¿Cómo nos equivocamos?. Si miramos el vivir nos encontramos con dos situaciones cotidianas para las cuales tenemos dos palabras maravillosas en castellano, que son “ilusión” y “percepción”. Cuando hablamos de percepción hablamos como si aquello que decimos que vemos, que distinguimos, fuese independiente de nosotros; pero cuando hablamos de haber tenido una ilusión, lo que estamos diciendo es que tuvimos una experiencia que vivimos en el momento de vivirla como una percepción, pero que después comparándola con otra experiencia nos dimos cuenta de que no era válida. Piensen en las situaciones corrientes de ilusión. Uno va por la calle, se encuentra con un amigo, y saluda diciendo “Hola Juan, … hola … “ Y un momento después nos disculpamos. “Disculpe, me equivoqué. Fue una ilusión”. Pero mientras uno está saludando a Juan, está saludando a Juan, vive el encuentro con Juan. En Santiago, años atrás, yo iba por una acera, y al otro lado de la calle por la otra acera pasa alguien y me grita: “Hola Pérez, cómo te va?” y yo le contesto: “Muy bien, Jiménez, cómo estás tu?” Más tarde yo pensé que la persona que me saludó se habría preguntado ¿con quien me confundiría Pérez?. Yo no era Pérez, seguramente el no era Jiménez. Pero cuando él saludó a Pérez tuvo gesto de alegría, vivió el encanto de encontrarse con Pérez. Lo interesante de la ilusión es que cuando uno vive una ilusión uno la vive como una experiencia de percepción en el momento en que la vive, y es sólo después que la descalifica como ilusión. En la experiencia misma uno no sabe si lo que está viviendo después lo va a descalificar o no como una ilusión en relación a otra experiencia.
Además en castellano tenemos otro par de palabras hermosas que son: mentira y error. La palabra “mentira” hace referencia a situaciones en las cuales uno dice algo en circunstancia de que uno sabe, en el momento en que lo dice, que lo que está diciendo no es válido. “Ud. miente”, quiere decir que en el momento en que Ud. dice lo que dice, sabe que tiene todos los argumentos necesarios para afirmar que lo que está diciendo no es válido. “Yo mentí”, quiere decir que en el momento en que dije lo que dije tenía todos los argumentos necesarios para afirmar que no era válido, aunque yo decía que era válido. O sea, la mentira ocurre en el momento en que ocurre. Uno miente cuando miente. El error es diferente, y es muy interesante. El error ocurre después. “Discúlpenme, ayer me equivoqué. Cometí un error”. “En el momento en que dije lo que dije, yo pensaba que era válido, pero ahora me doy cuenta por tales o cuales circunstancias, que no, me equivoqué”. Uno no se equivoca en el momento en que se equivoca, se equivoca después. Uno vive la experiencia que vive como válido en el momento de vivirla, y es solamente después, en relación con otra experiencia que puede descalificarla como un error. Esto es potente, ¿no? Cuando uno se disculpa por un error, lo que pide es reconocimiento de honestidad. Uno no puede deshacer lo que ya ha hecho. “- Discúlpeme, ayer me equivoque.- Si, pero aplastó a mi coche”. – “Lo siento, pero me equivoque, no lo vi”. La disculpa no deshace lo hecho, pero pide reconocimiento de honestidad. La mentira es, como dice Ximena Dávila, es una afirmación hecha en el intento de manipular a otro. En la disculpa ante una mentira uno hace otra cosa que en la disculpa ante un error. Uno por una parte reconoce la propia deshonestidad, y por otra, en el mejor de los casos, promete no mentir más.
La ilusión y el error o la equivocación nos muestran que no podemos validar lo que decimos a través de una pretendida referencia a una realidad independiente de nosotros. No tenemos como hacerlo. Yo no puedo asegurarles a Uds. que mañana no voy a decirles que todo lo que he dicho hoy en día fue un error. Digo lo que digo, por supuesto pensando que no voy a decir mañana “me equivoqué ayer”. Pero si lo hago porque pienso que puedo validar lo que afirmo haciendo referencia a una realidad independiente de mi, quiere decir que para mi el error es una falla fundamental, que resulta de mi ceguera al no ver aquello que está allí, que existe con independencia de mi. Esa ceguera, el que yo no vea adecuadamente, es una falla mía. Pero si me hago cargo de que intrínsecamente no tengo cómo validar lo que digo con una referencia a una realidad externa y objetiva, el error tiene un carácter completamente distinto. El error es una situación del encuentro de mi vivir con mi circunstancia, en la cual yo vivo una circunstancia como si tuviese un valor, una validez que después invalido en relación a otra circunstancia. Los seres vivos, como un aspecto intrínseco de nuestro ser seres vivos, no podemos distinguir en la experiencia misma entre lo que después diremos que fue una ilusión o que fue una percepción. Vivimos lo que vivimos siempre cómo válido.
Podríamos argumentar de muchas maneras para mostrar que esto es así, pero Uds. pueden reconocerlo en sus propias vidas. Todo momento del vivir se vive como válido en el momento en que se vive. Pero tenemos un problema. Decimos que aprendemos de los errores, pero los castigamos. En vez de felicitar a quién dice “me equivoque”, diciéndole “Te felicito, qué cosa más buena”. ¿cómo no va a ser magnífico el que alguien reconozca que se equivocó? Si uno no se da cuenta de que se equivocó va a seguir cometiendo el mismo error. Así que, por favor, de ahora en adelante, cuando alguien diga que se equivocó, felicítenlo.
Es una oportunidad para ampliar la reflexión y salir de la trampa de la ceguera de creer que uno sabe lo que dice que sabe. Pero si no podemos pretender referirnos, o sustentarnos más bien, en la referencia a algo externo a nosotros, que llamamos lo real, para validar nuestro quehacer y nuestro explicar, ¿con qué validamos nuestro quehacer y nuestro explicar? Lo que es interesante es que en el momento en que uno se detiene a hacer la reflexión que estamos haciendo, descubre que explicamos nuestras experiencias con nuestras experiencias.
Explicamos nuestro vivir con las coherencias de nuestro vivir, y no importa que nos equivoquemos o que tengamos ilusiones, porque en verdad, lo central es que el vivir se va transformando en la convivencia en una dinámica en la cual, eso no importa. Y no importa porque el mundo que vivimos se constituye en la coordinación del convivir, no en la referencia a alguna realidad trascendente. Esto lo indico yo en el diagrama ontológico poniendo la palabra “objetividad” entre paréntesis en el camino explicativo que surge de aceptar la pregunta por cómo hacemos lo que hacemos. En estas circunstancias el paréntesis hace referencia a un estado de conciencia, e indica que: me doy cuenta de que no tengo cómo pretender validar lo que digo, mis afirmaciones, o mis explicaciones con una referencia a una realidad externa independiente de mi, y me doy cuenta también de que valido mis explicaciones con mi vivir, y de que explico mi vivir con coherencia de mi vivir. Explicamos nuestras experiencias con las coherencias de nuestras experiencias, incluso en el explicar científico, aunque no voy entrar en eso en este momento. El resultado es que al poner la objetividad entre paréntesis nos damos cuenta de que vivimos muchos, muchos dominios de realidad, muchas realidades distintas. Pero para darme cuenta de esto, yo tengo que aceptar la legitimidad de la ilusión y por otro lado la legitimidad del error como un aspecto del vivir que no puede desdeñar. Tengo que aceptar que no tengo acceso a una realidad independiente para validar mi explicar; tengo que aceptar que no puedo exigirle al otro que vea lo que yo veo; tengo que aceptar que cuando hay una discrepancia con otro, el otro se encuentra moviéndose en un espacio de coherencia experiencial tan válido como el mío, aunque sea diferente. Tengo que aceptar que un error es una afirmación hecha en un dominio y escuchada desde otro. Lo mismo es el caso de la ilusión: una ilusión es una experiencia vivida en un dominio que es considerada desde otro.
En este diagrama ontológico lo que indico los dos camino explicativos que el observador puede adoptar según acepte o no la pregunta ¿cómo hacemos lo que hacemos? O, como yo prefiero decir. Según acepte o no la pregunta por el observador y el observar. Si el observador no acepta preguntarse cómo hace lo que hace, explica su experiencia buscando alguna referencia a lo objetivo, a lo que él o ella llama la realidad, y opera en el supuesto implícito de que él o ella tiene un acceso privilegiado a ver las cosas como son, ya sea directamente o según algún procedimiento racional. Yo llamo a este camino explicativo el camino explicativo de la objetividad sin paréntesis.
También lo llamo el camino 1. Si el observador acepta la pregunta la pregunta por el observador y el observar, se hace cargo de que en la experiencia misma no puede distinguir entre ilusión y percepción, y se da cuenta de explica su experiencia con coherencias de su experiencia. En este camino explicativo el observador es consciente de que no puede pretender explicar su experiencia haciendo alguna referencia a una realidad independiente de su operar, cosa que yo expreso escribiendo (objetividad). Yo llamo a este camino explicativo, el camino explicativo de la (objetividad), esto es, de la objetividad en paréntesis, o camino 2.
En la vida cotidiana transitamos de un camino explicativo al otro a través de nuestras emociones, en el curso de nuestro emocionear. Ésta palabra si me la dijo un español. Yo decía emocionar, pero emocionear es el proceso, la dinámica del fluir de las emociones, como lenguajear es el fluir del lenguaje.
En fin, nos movemos en un camino explicativo o en el otro según nuestras emociones. Cuando queremos que el otro haga lo que nosotros queremos que haga, somos objetivos y realistas. Por ejemplo, si digo, “Por favor, Sres. y Sras., sean realistas”, ¿qué les estoy diciendo? lo que digo es hagan lo que yo quiero. “Sres. y Sras., yo soy objetivo”, hagan lo que yo quiero. Pero cuando nos interesa la compañía del otro, cuando lo que nos interesa es el otro, uno nunca es objetivo o realista. Uno nunca es objetivo o realista con sus amigos. Y cuando uno se vuelves objetivo y realista con los amigos a amigas, se acaba la amistad. Esto es de la vida cotidiana, ¡por favor!, no les estoy diciendo nada nuevo. Pero sí, lo que quiero destacar es el tema que vamos a desarrollar lo más profundamente posible ahora y más adelante, es una emoción particular, y esa emoción es el amor.
Ya hemos estado hablando del amor. Recuerden que yo soy biólogo, no soy terapeuta. Ximena hace conversaciones liberadoras que resultan terapeutas. Y es por esto que las reflexiones que vamos a hacer en conjunto Ximena y yo tiene que ver en último término con terapia. ¡Ya voy a terminar! Sigan conmigo un momento más. Quiero invitarlos a otra reflexión que Uds. pueden hacer ahora o durante la noche, y darse cuenta de algo que ya saben. Esto es, que cada vez que hablamos de emociones hablamos de algo que tiene que ver con nuestro vivir cotidiano, no de algo que tenga que ver con un mundo independiente de ese vivir. Bien, ¿de qué hablamos cuando hablamos de emociones? Hablamos de conductas relacionales, o mejor aún, hablamos de clases de conducta relacionales. Paciencia, voy a terminar con esto, así que pueden tranquilizarse un poquito. Digo, lo que distinguimos cuando distinguimos emociones son clases de conductas relacionales. O sea, lo que digo es que si Uds., atienden a su vida cotidiana, si atienden a las circunstancias en las cuales hablan de emociones,; por ejemplo, si atienden a las circunstancias en las cuales hablan de miedo, de ternura, de amor, de odio, de agresión, si atienden a lo que hacen y si se escuchan a sí mismos, van a darse cuenta de que están haciendo referencia a conductas relacionales. Si dicen, “que Pedro tiene miedo” saben perfectamente que se refieren al espacio de conductas relacionales en las cuales Pedro se moverá o se puede mover en este momento. De modo que uno puede caracterizar a todas las emociones en forma de conductas relaciónales. Voy a caracterizar aquí en estos términos la emoción más fundamental y más simple de todas, el amor, y sin mayúsculas. “Cuando vemos conductas relacionales a través de las cuales el otro, la otra, o uno mismo, surge como legítimo otro en convivencia con uno, decimos que vemos (distinguimos) amor”. Lo que distinguimos cuando distinguimos amor, es un modo de relacionarnos. Una emoción particular aparece ante el observador cuando él o ella ve que se dan ciertas conductas relacionales. Atiendan Uds. en su vida cotidiana al uso de la palabra amor o amoroso, y verán que esas palabras connotan, denotan o evocan la clase de conductas relacionales que mencione hace un momento. La expresión “legítimo” sólo quiere decir el otro, la otra o uno mismo no tiene que disculparse por ser. Cada vez que alguien se disculpa por ser revela que se encuentra en un espacio en el cual no surge en su legitimidad en relación con los otros. De esto vamos a hablar mañana y vamos a hacer nuestro taller con Ximena, mañana. Mañana nos vamos a ocupar de la segunda pregunta fundamental. La primera pregunta que consideramos fue: ¿cómo hacemos lo que hacemos? La segunda pregunta fundamental es: ¿cómo es que amamos? Fíjense que interesante, hablamos del amor como un aspecto fundamental de nuestra existencia. ¿Cómo pasa que el amor es eso? Al mismo tiempo lo podemos negar, podemos negar el amar. ¿Cómo es que amamos en circunstancias que podemos negar el amar?
Ya dije, amar es moverse en el dominio de las conductas relacionales a través de las cuales el otro, la otra o uno mismo, surge como legítimo otro en convivencia con uno. ¿Cómo es que eso pasa? Mañana vamos a reflexionar sobre eso en el taller.
Muchas gracias