Principios Básicos del Budismo
El budismo es una filosofía hermosa, y su esencia se puede resumir en buscar una felicidad duradera. La esencia de su práctica es vivir en el momento presente. Buda viene del sánscrito, y significa “el que ha despertado”, es decir, el que está siempre atento al presente. El pasado y el futuro son solamente creaciones de nuestra mente… lo único que realmente existe es el aquí y el ahora.
Fuente :http://www.budismo.cl
¿Qué es el Budismo?
El budismo es una filosofía hermosa, y su esencia se puede resumir en buscar una felicidad duradera. La esencia de su práctica es vivir en el momento presente. Buda viene del sánscrito, y significa “el que ha despertado”, es decir, el que está siempre atento al presente. El pasado y el futuro son solamente creaciones de nuestra mente… lo único que realmente existe es el aquí y el ahora.
El Buda, tras alcanzar el pleno y perfecto despertar, tuvo que encontrar las palabras para compartir su visión. Las Cuatro Nobles Verdades son el corazón de sus enseñanzas, las que nos dan a conocer el camino para la felicidad suprema. La sabiduría de Buda trasciende el dogmatismo, y su principal enseñanza nos dice que el sufrimiento existe, que puede superarse, y nos muestra el camino para lograrlo.
Este camino lo podemos denominar simplemente como “Camino Medio”. El Camino Medio resume la sabiduría de evitar los extremos en la vida, y de realizar los esfuerzos apropiados para alcanzar el despertar. Todos podemos practicar sus enseñanzas, sin importar nuestras creencias, ya que el verdadero budismo trasciende las barreras de la religión.
Existen muchos tipos de budismo, pero todos ellos existen (al igual que las diferentes religiones y filosofías) porque existen diversas culturas y formas de pensar. El budismo ha llegado a muchos países, y en cada uno de ellos ha adquirido un valor único.
Algún día, lo mismo va a suceder en nuestros países, ya que el budismo necesita renovarse y amoldearse a las diferentes culturas. En todo el mundo ha estado aumentando el interés por las hermosas enseñanzas de Buda. Dejemos que brote el verdadero Dharma, abriendo nuestros corazones a la vida que está delante de nosotros.
Muchos años ya hemos vivido en medio de guerras y conflictos. El mundo necesita del budismo, al igual que de todas las religiones y filosofías que promueven el amor y la paz. No busquemos más divisiones: tal como la variedad de colores enriquecen nuestra vista, las diferentes culturas, religiones y filosofías deben de enriquecer nuestros corazones.
No descuidemos nuestra felicidad y la de los demás. La felicidad es aquí y ahora. Debemos aprender a buscar la verdadera felicidad, y no los defectos de otros. Para poder cultivar la paz en nuestro entorno debemos empezar por nosotros mismos. Aprende a cultivar la verdadera felicidad dentro de tí. Esta es la enseñanza de Buda.
Buda y las Cuatro Nobles Verdades
Nadie le entregó a Buda las Cuatro Nobles Verdades, sino que él las descubrió por sí mismo, del mismo modo que tú y yo debemos hacerlo. Aunque su vida fue única en muchos aspectos, sufrió y deseó la felicidad perdurable, al igual que cualquier otro ser humano.
Nacido como un príncipe, Siddharta vivió una vida de grandes lujos durante sus primeros dieciocho años. Estaba rodeado de belleza, abundancia, amor y comodidades. Aunque no tuviera las comodidades y lujos modernos a los que muchos de nosotros estamos acostumbrados, tenía el futuro asegurado. Cualquier deseo suyo era satisfecho, cualquier placer que deseara era colmado.
A pesar de éstas comodidades y placeres extremos, el joven se sentía vacío y anhelaba un sentimiento de plenitud que el placer era incapaz de colmar; de modo que Siddharta abandonó su vida principesca para buscar una felicidad más duradera.
Entonces, él hizo lo que tú y yo hemos hecho tantas veces: se fue al extremo opuesto. En lugar de satisfacer todos sus caprichos, llevó una vida de privaciones. Adelgazó tanto que si se apretaba el ombligo con el dedo podía tocar su columna. Después de seguir una vida austera durante seis años, la abandonó. Descubrió que su abnegada existencia sólo conseguía debilitar su cuerpo su mente. Su sed de paz interior no se saciaba ni con el extremo de los excesos ni con el de las privaciones. Sin embargo, su problema de cómo hallar la felicidad duradera y la plenitud emocional seguía sin resolverse.
El Camino Medio
Al contrario que tú y yo, Buda no osciló entre el extremo de los excesos (placer) y el de las privaciones (dolor). Descubrió que ambos extremos eran un sendero doloroso e infructuoso. Aunque vivió algunos momentos maravillosos, no colmaron completamente su deseo de paz y seguridad duraderas. Probablemente, tú debes de haber experimentado también momentos deliciosos (una comida estupenda, una bonita experiencia de pareja, vacaciones maravillosas). Pero cuando se acaba, se acaba, y descubres que sólo se trata de una felicidad temporal y circunstancial, ya que todo depende de factores externos a tí.
En vez de buscar en alguna otra parte, Buda decidió seguir el Camino Medio y centrarse en el momento presente, en lugar de soluciones extremas en el exterior. Dirigió la atención a su interior y examinó atentamente aquello que ocurría en su cuerpo y en su mente.
Buda se sentó al pie de un árbol, y decidió no levantarse, hasta liberarse de la sed que buscaba saciar en el lugar equivocado. Durante la noche, legiones de deseos, lujuria, placer, dolor, agresividad, miedo, tentación, frustración, odio y duda intentaron apartarle de su meta, pero permaneció impasible. Cuanto más tiempo meditaba, más intensas y exigentes se volvían esas fuerzas.
Imagina que, mientras meditas bajo un árbol, eres tentado por tus visiones, sabores, olores y sonidos favoritos, y atacado ferozmente por lo que más odias y encuentras insoportablemente repulsivo. Imagina que meditas allí hora tras hora, después de haber decidido no levantarte hasta tener la absoluta certeza de haber descubierto la clave de la felicidad. Eso es lo que Buda hizo exactamente la noche de su despertar.
Visto desde afuera, no podía notarse de qué modo Buda respondía a esas fuerzas; todo cuanto se veía era que permanecía sentado en aquel lugar. Pero lo que hizo en su interior fue extraordinario. Centró su atención en lo que ocurría, pero sin reaccionar ante ello. A veces, las fuerzas del deseo se volvieron tan intensas que Buda tuvo que tocar la tierra como testigo y para recibir apoyo. A pesar de lo que apareciera, desde lo más celestial a lo más demoníaco, se limitó a meditar en silencio y a observar. No se apegó a los goces ni rechazó las cosas desagradables. Observó cómo seguían su ciclo natural surgiendo y desapareciendo sin interferir en ello. Lo que descubrió era sencillo, y a la vez, profundo. Cuando no se apegaba al placer ni rechazaba el dolor, veía que sus atacantes perdían su poder. Así es como logró vencer esas fuerzas.
Al observar profundamente su interior, Buda liberó su mente. Tú también puedes alcanzar esta libertad si observas tu interior. Lo que Buda vió y aprendió aquella noche podemos lograrlo tú y yo, al igual que él. Halló la plenitud que buscaba, pero gracias al esfuerzo y a la honestidad. Antes de alcanzar el despertar y liberarse del sufrimiento, habían muchas cosas que debía afrontar y aprender.
Descubrió la vida de desdicha que había creado con la falsa idea básica de que el placer puede durar, y el dolor, evitarse. Nos lastimamos a nosotros y a los demás una y otra vez, al aferrarnos a las experiencias cambiantes, como nuestro cuerpo y nuestras relaciones. Es inevitable que experimentemos cierto sufrimiento, porque las pérdidas y los cambios forman parte de la vida de todos. Sin embargo, mucho del sufrimiento que padecemos es opcional. Lo creamos al resistirnos al momento presente y no aceptar que todo cuanto existe está destinado a cambiar, mutar y desaparecer, nos guste o no. En realidad, no hay nada que deba causarnos atracción o rechazo. Cuando observas atentamente cada momento, descubres que cosas tan opuestas como el placer y el dolor, o el hecho de ganar o perder, tienen sus ventajas y desventajas.
Las Cuatro Nobles Verdades y el Octuple Sendero te enseñan cómo hallar la paz en medio de los desafíos y cambios que siempre están presentes. Muestran cómo desprenderse del apego al placer y del miedo al dolor, para poder disfrutar de la situación que vives, sea la que fuere, sabiendo que tarde o temprano va a cambiar. Cuando aplicas esas enseñanzas y sugerencias de un modo consciente, aprendes a aceptar la verdad de cada momento como es, sin luchar. Así es como hallas alimento espiritual en los lugares en que puedes encontrarlo. Esto es pura y simplemente tu desafío y tu práctica.
Los Excesos, las Privaciones y el Camino Medio
Buda comparó el Camino Medio y las Cuatro Nobles Verdades con un tronco que se desliza flotando por un río. Una de las orillas representa los excesos, y la otra, las privaciones. Mientras el tronco se desliza por el río, evita ambos extremos. Si se queda atrapado en cualquiera de ellos, el tronco se hunde o se pudre.
Depende de cada individuo el reconocer ésos extremos, igual que lo hizo Buda en la noche de su despertar. Observó y contempló lo que aparecía ante él, fuera lo que fuese. No se dejó seducir por los placeres ni se dejó traicionar por el dolor, porque se mantuvo centrado en el momento presente, sin apegarse o aferrarse a nada. Debes tener en cuenta que Buda nunca dijo: “La extinción del sufrimiento es fácil”, sino que: “La extinción del sufrimiento es posible”. Aprendiendo a observar tu interior y llevando una vida bondadosa e íntegra, libre de apegos, puedes alcanzar las Cuatro Nobles Verdades tal como Buda lo logró hace 2.600 años. Los logros y cambios que éstas generan dan mayor satisfacción que cualquier otra cosa que puedas vivir.
Nadie puede practicar o aplicar la sabiduría de las Cuatro Nobles Verdades por tí. Tú eres el único que puede experimentar el poder y la posibilidad que encierran la visión clara y la práctica. Por eso, Buda insistió en que: “No creas ciegamente lo que dicen los demás. Averigua por tí mismo qué es lo que te aporta claridad y paz. Ese es el camino que debes elegir”.
Detalles Biográficos de Buda
Buda significa “el que ha despertado”, aquél cuya mente ha alcanzado un bienaventurado estado. Buda descubrió, predicó, y dió forma a las enseñanzas de las que derivan las diferentes escuelas que hoy difunden y mantienen el Dharma.
Siddharta nació en el país de los Sakyas, cuyo territorio se hallaba al sur del actual Nepal el 566 a.c. Su padre, Suddhodana, de la casta de los ksatrias (aristócratas guerreros), era “rey” de aquel territorio, es decir, el jefe más poderoso de una confederación de clanes aristocráticos. Su clan propio era el Gautama, de modo que el nombre por el que se conoció al Buda sería el de Siddharta Gautama, denominación a la que se añadiría más tarde la de “sabio de los sakyas” (Sakyamuni). La madre de Siddharta se llamaba Mahamaya y era también del más noble linaje. La tradición rodea el advenimiento de Siddharta de numerosas premoniciones y prodigios que indican la gran importancia que la persona y su enseñanza alcanzaron durante su vida y después de ella.
El nacimiento se produjo en Lumbini, lugar situado a corta distancia de Kapilavastu, residencia de Suddhodana, y al niño se le puso por nombre Siddharta, que significa “cumplimiento del objetivo”. Mahamaya murió pocos días después a consecuencia del parto, pero Siddharta fue criado por Mahaprajapati, hermana de su madre y también esposa de su padre.
Durante su niñez y juventud no parece que Siddharta se distinguiera de los demás jóvenes nobles de su tiempo. Según la tradición, el rey Suddhodana, que temía perderlo y quedarse así sin primogénito (puesto que, sin duda, tenía muchos más hijos), intentó aislarlo del mundo exterior y hacerlo vivir en un mundo cerrado en el que todo eran placeres y el dolor y la muerte quedaban cuidadosamente ocultos. Recibió la educación literaria, religiosa y militar que eran propias de su condición y, a su debido tiempo, se le casó con Yasoddhara, una bella y noble joven con la que parece que era feliz.
Según la tradición, Siddharta tuvo cuatro encuentros que cambiaron completamente su forma de ver el mundo y le impulsaron a buscar algo más fuera de los placeres de que estaba rodeado.
El príncipe solía salir con su auriga, Chandaka, a dar paseos fuera del palacio, y en uno de éstos vió un día Siddharta a un anciano decrépito que los criados de su padre no habían tenido tiempo de apartar. Asombrado ante aquella decadencia tan extrema, que él no había visto nunca antes, pensó que se trataba de algo extraño, hasta que Chandaka le sacó de su error y le enseñó que, de vivir mucho tiempo, todos los seres perdían su belleza y muchos de sus atributos para ser viejos y débiles.
En otra ocasión vió un enfermo que sufría un mal repugnante que deformaba su cuerpo y le hacía padecer grandes dolores. El príncipe se sorprendió mucho cuando Chandaka le explicó que esto era algo normal, puesto que los humanos sufrían enfermedades constantemente.
En otra salida se topó el príncipe con un cortejo funerario, lo que le puso en contacto con la muerte y el principio ineluctable de que todo lo que nace tiene que morir.
Por último, en otro paseo, a quien vió Siddharta fue a un mendigo que, a pesar de vestir muy pobremente y pedir limosna, tenía un aspecto feliz y luminoso. Al preguntar quién era se le contestó que se trataba de un hombre santo que había renunciado a todo para dedicarse a la perfección espiritual.
Todos estos encuentros le habían turbado profundamente y le habían hecho pensar en la falta de sentido de su vida de placer. Comenzó a ver su entorno con otros ojos y a observar el esfuerzo y el sufrimiento de los criados y trabajadores, el de los animales que trabajaban en el campo e incluso el de las mujeres que llenaban el harén del palacio. Comprendió la magnitud del sufrimiento que le rodeaba y en el que estaban sumidos todos los seres y decidió buscar el también una salida a esta rueda de dolor inacabable que se renovaba con cada existencia. Con cerca de treinta años dejó su palacio y su patria, se despojó de adornos y joyas, se vistió como mendigo y como tal aprendió a pedir limosna.
Al principio Siddharta buscó la enseñanza de grandes maestros como Arada y Rudraka, que le enseñaron a meditar hasta niveles muy elevados y, una vez que hubo aprendido se retiró a Bodgaya en el reino de Magadha, en donde se entregó a las más extremas prácticas ascéticas durante seis años. Su fama se extendió y varios ascetas más se le acercaron y se convirtieron en sus discípulos, al ver sus grandes cualidades y los extremos a que llevaba su sacrificio.
El ascetismo extremo, sin embargo, no le hizo progresar demasiado en el camino hacia la iluminación y, cuando Siddharta comprendió que castigar el cuerpo hasta ese extremo no le haría adelantar más de lo que ya estaba, volvió a comer mejor, se bañó y reconsideró su posición. Sus discípulos, desilusionados por lo que consideraban un abandono, le dejaron, pero él se dio cuenta de que, con las fuerzas recuperadas, volvía a sentirse capaz de continuar con su esfuerzo. Por eso enunció Siddharta su doctrina del camino medio: los excesos de sensualidad y ascetismo no son favorables para perfeccionarse espiritualmente; el sabio debe buscar un equilibrio entre ambos extremos.
Cuando llegó a ésta conclusión, volvió a sentarse bajo un árbol (el Bo, o árbol de la iluminación) y tras pasar por varias fases en que sufrió tentaciones de los sentidos e ilusiones producidas por su propio yo, consiguió superar sus limitaciones anteriores, y al alcanzar la iluminación se convertirtió en Buda. Tenía entonces 35 años.
Siddharta había comprendido que el deseo era la causa del sufrimiento. El deseo crea apego y éste ata a la existencia, fomenta la ilusión del yo y sume a los seres en un estado de ignorancia en que no reconocen la naturaleza de su mente y que los condena a vivir en el samsara.
En un principio el Buda dudó sobre si debía o no enseñar el Dharma (su doctrina), pero al final venció su compasión y comenzó su predicación en el parque de los ciervos, cerca de Varanasi (Benarés). Allí le oyeron sus antiguos discípulos, quienes pronto se convirtieron en arhats (los que han eliminado en su interior todos los obstáculos para llegar a la iluminación). A éstos se sumaron muchos otros y así se creó la Sangha (comunidad de Monjes Budistas) para los que el Buda mismo dió las primeras y fundamentales normas. Reyes y devotos pronto proporcionaron tierras y edificios para construir monasterios y alojar el creciente número de monjes.
El Buda continuó dando enseñanzas y ejemplos hasta la edad de ochenta años, momento en que entró en profunda meditación y pasó al Nirvana (Parinirvana) (486 a.c.), pero su enseñanza quedó como guía para ayudar a todos los seres a salir del sufrimiento.
Historia del Budismo
En la época en que murió Buda (apox. 481 a.C.) su Dharma estaba establecido en la parte central de la India. El corazón del conocimiento budista estaba en los monasterios, a pesar de que muchos de sus seguidores eran laicos. Mahakashyapa fue el primero en adoptar y recopilar la enseñanza de Buda, que hasta entonces era sólo de conocimiento oral. Luego de la muerte de Buda, según cuenta la historia, Mahakashyapa convocó a una gran asamblea, en la cual Ananda recitó los sermones de Buda (sutras), de quién era ayudante personal. En la misma ocasión, un monje recitó las reglas monásticas mencionadas por el Buda. En tanto que Mahakashyapa analizó las enseñanzas del maestro. Estos tres extensos discursos conforman el núcleo de las escrituras budistas. La asamblea fue reconocida como el Primer Consejo.
Durante el siguiente siglo después de su muerte, las enseñanzas de Buda se expandieron especialmente a través de la India. La diversidad cultural de los pueblos provocó algunas diferencias entre los seguidores del Dharma y por lo mismo se convocó un Segundo Consejo. En él fueron censurados diez puntos de las reglas monásticas. A pesar de este esfuerzo por alcanzar un consenso, la congregación (Sangha) comenzó a dividirse en diversas escuelas. Muchos también lo atribuyen al enorme tamaño del grupo de seguidores.
De acuerdo a la escuela Theravada, que continúa hoy en el sudeste de Asia, el Tercer Consejo se realizó hacia el 270 a.C. en los tiempos del rey Asoka. El monarca declaró a la escuela tradicional y más antigua (Theravada) como la central. Las demás escuelas reaccionaron emigrando gradualmente hacia el Oeste. El rey Asoka, soberano del imperio Mauran, favoreció enormemente la expansión de las enseñanzas. El imperio pronto se fragmentó, pero el Dharma de Buda continuó siendo la fuerza dominante en la India durante los primeros siglos de nuestra era.
Bajo el reinado de Kanishka (app.siglo I-II) se efectuó el Cuarto Consejo. En esta época apareció la senda del Bodhisattva o el Mahayana, caracterizada por la motivación altruista de liberar a todos los seres, como contrapartida al estilo monástico y personal del Theravada o Hinayana. Fue esta nueva forma del Dharma de Buda, el Mahayana, la que acabaría por conquistar el norte, incluyendo China, Japón, Corea, Tíbet y Mongolia.
Grandes maestros dieron forma al Mahayana durante los primeros siglos de nuestra era. Uno de ellos, Nagarjuna, recuperó los sutras Prajnaparamita, escrituras fundamentales del Mahayana. Durante los siglos III al IV, el Dharma de Buda floreció sin impedimentos en la India, pero en el siglo VI cientos de monasterios budistas fueron destruidos por los invasores hunos. Fue un duro golpe para los seguidores de Buda, pero el Dharma revivió y floreció de nuevo, principalmente al noreste indio.
Hacia el siglo VII, el Hinayana había perdido fuerza en India y el Mahayana, en cambio, había adquirido mayor fuerza y despertaba otra forma de Mahayana: el Vajrayana o Tantra. Como el Mahayana, el Vajrayana estaba atribuido a escrituras del Budas llamadas Tantras. Los Vajrayanistas consideraban al Hinayana y al Mahayana como etapas sucesivas que conducían hacia el nivel tántrico.
El Vajrayana iba lejos en la aceptación del mundo, manteniendo que las experiencias, incluso la sensual, son manifestaciones sagradas de la mente despierta, el principio de Buda. Subrayaba la importancia de los métodos litúrgicos de la meditación, en el cual el practicante se identificaba con deidades que simbolizan diferentes aspectos de la mente despierta. El palacio de las deidades, era conocido como mandala.
Hacia el siglo XIII, como resultado de la violenta supresión por los conquistadores islámicos, el dharma de Buda quedó prácticamente extinguido en gran parte de su país natal. Sin embargo, para ese tiempo, las formas Hinayanas se habían asentado firmemente en el sudeste asiático y otras variedades del Mahayana y Vajrayana en la mayor parte del resto de Asia