Caos y Orden desde el punto de vista de la Ciencia y la Mitología
Es opinión común considerar el Caos como sinónimo de desorden y falta de acción.. Asociamos la falta de razón, la irracionalidad, con el Caos, e inmediatamente sentimos desagrado, como si todo lo que no fuese racional resultase negativo, caótico. Es una de las capacidades del hombre moderno, hijo del mundo científico que surge del Renacimiento, que es dueño de ordenar el mundo a gran escala. De ahí que todo lo que asociamos con desorden y falta de utilidad lo llamamos caótico, y lo clasificamos como negativo. Â No era esta la visión de los pueblos antiguos; a través de sus mitos y sus poemas nos han dejado una visión del mundo repleta de dioses y de fuerzas creadoras, que si bien no parece demasiado racional sí despiertan dentro nuestro a través de la poesía y de la intuición un mundo que nos resulta muy familiar. En esos mitos el Caos siempre aparece como la gran causa creadora, una especie de sustrato básico del cual surge el Orden, desde los dioses primordiales hasta la propia humanidad. Todo ellos está presente en el Caos, como de alguna forma misteriosa para nosotros el árbol está presente en la semilla.
Fuente : http://www.revistaesfinge.com/
Por Fco. Javier Ruiz García
Introducción.
Durante el siglo XX se ha producido toda una serie de revoluciones científicas que han dado nuevo interés a la visión tradicional y mítica del mundo. La paradoja del observador en la mecánica cuántica, el continuum del espacio-tiempo en la teoría de la Relatividad, eran semillas de un nuevo orden, menos rígido y determinista que el anterior, más irracional, más caótico. Bajo esa nueva óptica los científicos han vuelto su mirada a los viejos mitos, observando que bajo las viejas historias había oculto un legado profundísimo de enseñanzas. A través de las siguientes líneas realizaremos un viaje a través de la ciencia y de la mitología, y rescataremos al Caos como gran potencialidad oculta de todas las cosas.
El Orden Reduccionista
Posiblemente la Ciencia, tal como la entendemos, tuvo su nacimiento en la necesidad de ordenar todo el conocimiento práctico acumulado durante muchas generaciones humanas. En palabras de Ernst Mach, un físico del siglo XIX cuyas ideas sobre la mecánica influyeron en Einstein, la función biológica de la ciencia es dotar al individuo plenamente desarrollado de unos medios de orientación los más perfectos posibles. No existe otro ideal científico; cualquier otro carecería de sentido. Esta definición de ciencia hace hincapié en la visión utilitaria de la misma, pero no todo se reduce a esto. En la mente de los grandes científicos que dieron nacimiento a la ciencia moderna, desde Copérnico, Newton, Leibniz, Laplace y tantos otros, más que un modo de orientación para sobrevivir latía una necesidad de buscar los conceptos que regían todos los comportamientos del mundo físico. Se buscaba la razón última de la existencia. El ideal científico era buscar las leyes implícitas que se encontraban ocultas a simple vista, pero que gobernaban los comportamientos de todas las cosas. De hecho, para Einstein, el asombro era la principal causa de la búsqueda de conocimiento científico, coincidiendo en esta idea con el filósofo Aristóteles.
Como consecuencia de la búsqueda de leyes que simplificasen la explicación de los fenómenos, surge lo que conocemos como el reduccionismo científico. Aunque no se puede decir con exactitud cuando surge, es un monstruo que ha acompañado siempre a la ciencia y que más de una vez ha retardado su progreso. Este monstruo tiene una sola consigna, y es El Todo no es más que la suma de las propiedades de cada una de sus partes.
En el siglo XVII, Galileo Galilei mediante varios experimentos comienza a rebatir el movimiento de los cuerpos desde la perspectiva aristotélica, dando nacimiento a una nueva ciencia, la cinética, que pronto será acompañada por la ciencia de la mecánica, ya que en 1642 Isaac Newton formula las tres leyes de la mecánica e introduce una definición matemática de la fuerza, cosa que no había hecho Galileo. Para ello supone que los cuerpos se pueden reducir a simples partículas que ocupan un lugar en el espacion absoluto. Es una hipótesis muy simplificadora, ya que reduce los cuerpos a simples centros puntuales de masas.
El principio fundamental en que se basó Galileo es que aisló el movimiento de los cuerpos a un supuesto vacío, que en su tiempo no se conocía ni se había logrado experimentalmente, en lugar del movimiento en un medio viscoso, como el aire o el rozamiento terrestre. Ese fue el paso fundamental, aislar el movimiento en un medio como el espacio vacío. Por eso mismo, Newton se vio obligado a postular la existencia de un Espacio Absoluto, independiente de los cuerpos que se hallan en él, y de un Tiempo Absoluto, eternamente fluyente e independiente de los distintos relojes que se usasen para medirlo.
Es muy posible que lo anterior estuviese influido por el descubrimiento matemático de Descartes, las coordenadas cartesianas. Para este tipo de coordenadas el espacio no puede tener ninguna propiedad física, debe ser tan sólo un ente matemático sin ninguna influencia de los cuerpos presentes en él. Tal fue el éxito de la mecánica de Newton, que en la época de Napoleón Laplace creyó en la existencia de una ecuación matemática que, conociendo la posición y velocidad de todos los cuerpos con masas, podría predecir exactamente el comportamiento en el futuro, y así el futuro estaría predeterminado, sin ninguna posibilidad de cambio a posteriori; de esta forma la hipótesis de Dios (en palabras textuales) ya no era necesaria, ya que todo estaba predeterminado desde el comienzo de los tiempos. Asi, el reduccionismo había triunfado. La visión de la naturaleza como un reloj que se puede descomponer en sus partes constituyentes triunfó. Se pensó que una vez que se hallasen las leyes fundamentales y los últimos componentes de la naturaleza, como si fuesen ladrillos, la ciencia habría llegado a su fin. Además, se podría rearmar de nuevo, a nuestro gusto y según nuestras ideas. El resultado es que se reduce la visión del mundo y del hombre como una simple máquina, sin ningún tipo de vida ni de conciencia presente en él. Ello implica que se toma al mundo como si fueses nuestra posesióny de paso justificando la visión bíblica del mundo, cuando Dios hace al hombre rey de la creación y pone las criaturas a su servicio.
El Caos termodinámico. Vida y tiempo.
Antes de seguir con la explicación, hagamos un pequeño experimento. Si tomamos un cubito de hielo de nuestra nevera y lo dejamos al aire libre en un día de primavera, naturalmente el cubito se fundirá y tendremos un poco de agua. Nos extrañaría muchísimo que de repente nuestra agua derramada se congelase por sí misma sin introducirla en la nevera. Aunque esto es energéticamente posible, jamás se ha observado este suceso. Esta es la base experimental del segundo principio de la Termodinámica, que dice que el flujo de calor fluye naturalmente del cuerpo más caliente al más frío. Si queremos invertir el flujo, hay que aportar una cantidad de trabajo, y siempre será mayor el trabajo realizado que el obtenido por el flujo de calor. Por eso nuestra nevera consume tanto, porque debe realizar trabajo para expulsar el calor de los alimentos y enfriarlos. Para calcular mejor estas cantidades se definió la entropía, y se dice que en cualquier proceso que se realice la entropía del universo aumentará. Para entendernos mejor, podemos comparar la entropía con el desorden, y decir que en cualquier cambio que realicemos, el desorden (la entropía) del universo habrá aumentado. Por mucho que ordenemos nuestro escritorio, nuestra casa o nuestro mundo, para ello disipamos energía en forma de calor, y la energía que hemos disipado será mayor que la que hayamos conseguido en forma de orden.
Mediten un momento sobre el panorama que se nos presenta en el futuro. Tarde o temprano, los movimientos de calor tenderán a igualarse entre todos los cuerpos, la temperatura se hará cada vez más homogénea y todo movimiento de energía cesará. Es lo que se conoce como la muerte térmica del Universo. A partir de ese momento nada será posible, pues no se podrá realizar ningún trabajo, ya que se habrá llegado al máximo de entropía, al máximo de desorden.
En el fondo, el panorama brevemente esbozado contiene una salida. Es posible que el lector se haya preguntado sobre lo siguiente; si en cualquier proceso el desorden del universo aumenta siempre, ¿cómo es que han podido formarse estructuras altamente ordenadas dentro de él?, desde las galaxias, estrellas, planetas, seres vivientes, etc. Lo que en realidad sucede es que no hemos tenido en cuenta los procesos irreversibles. La termodinámica del siglo XIX estaba basada en procesos reversibles, muy cercanos al equilibrio, en los que el flujo de energía de un cuerpo a otro es infinitesimal y teóricamente se puede revertir el flujo del tiempo. Para estos procesos reversibles el tiempo no existe. De un cambio a otro apenas se ha modificado el cambio de entropía. Sin embargo, en la naturaleza los principales sucesos son irreversibles. La termodinámica de los procesos irreversibles fue desarrollada por Ilya Prigogine, químico ruso afincado en EE.UU. y premio Nobel de química en el año 1977. Como consecuencia de sus trabajos surgió el estudio de las estructuras disipativas, estructuras muy ordenadas que surgen cuando hay un fuerte flujo de energía de un cuerpo a otro.
Pensemos en los remolinos; son estructuras fuertemente ordenadas que surgen en el cauce de un río; se alimentan del agua que fluye en torno suyo y se alimentan de la misma. Es una estructura disipativa; para mantener su forma necesita disipar energía. En este caso la energía se la suministra el flujo de agua, que debe ser fuerte para que aparezca un remolino, es decir, el entorno debe ser rico en energía para que aparezca una estructura disipativa. Naturalmente, no sólo aparecen remolinos en los flujos de agua; de manera natural aparecen en nuestra atmósfera y los llamamos huracanes. Podemos considerar la vida como una estructura disipativa. Pensemos en lo que sucede cuando comemos una manzana. Una estructura muy ordenada, como es la manzana, se transforma en nuestro interior en dióxido de carbono, agua y unos pequeños residuos.
De hecho, el ciclo vital se mantiene gracias al gran flujo de energía que recibimos de la radiación solar. Gracias a la luz solar, las plantas obtienen la energía para transformar materia inorgánica (dióxido de carbono y agua) en alimentos y oxígeno. Y los animales, consumiendo plantas y otros animales, transformamos los alimentos en dióxido de carbono y agua, cerrando el ciclo. Pero para mantener el ciclo en marcha y que no se detenga necesitamos un gran aporte de energía, y lo hace el Sol. Si no fuese así, debido al aumento de entropía, con el tiempo el ciclo se detendría. Pero el aporte continuo del energía solar nos mantiene muy alejados del equilibro y genera una estructura disipativa que llamamos vida. Hemos generado orden a partir del caos, hemos consumido una estructura ordenada para mantener el orden en nuestro cuerpo. El orden surge a partir del desorden. Se invierten los términos. De nuevo nace el Caos, como padre de las estructuras disipativas y de la Vida.
La clave de la cuestión está en que de momento no se conocen los parámetros que hacen que surjan estructuras disipativas en un cierto entorno. Sabemos que las estructuras disipativas aparecen en un proceso irreversible. Sin embargo, las leyes de la naturaleza que conocemos son reversibles con respecto al tiempo. El hecho es que la alta inestabilidad de un sistema hace que tome una dirección con respecto al tiempo y que surjan las estructuras ordenadas. El Tiempo es generador de vida, o quizás son las estructuras disipativas (la Vida) en sí mismas las que provocan la irreversibilidad y fuerzan la aparición del Tiempo.
En palabras de Prigogine, …en nuestro tiempo nos hallamos muy lejos de la visión monolítica de la física clásica. Ante nosotros se abre un universo del que apenas comenzamos a entrever las estructuras. Descubrimos un mundo fascinante, […] Hoy en día, seguimos siendo incapaces de prever adónde nos llevará este nuevo capítulo de la Historia humana, pero podemos estar seguros de que, con él, se abre un nuevo diálogo entre el hombre y la naturaleza.
El Caos relativista. Física y Geometría.
A nivel popular, se cree que la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein establece que todo es relativo, y lo suelen comparar con el movimiento aparente de los cuerpos al desplazarnos, diciendo que en realidad no se puede saber a priori quien se mueve, si la carretera o el coche, por ejemplo. Nada más lejos de la realidad. Si todo es relativo, esta frase encierra una contradicción, pues no hay nada que pueda ser relativo a ese todo. Lo que en realidad hace dicha teoría es expulsar lo relativo y llegar a un marco teórico de las leyes físicas que no dependa en ningún sentido de las circunstancias del observador.
Se suele pensar también que la Relatividad se hizo necesaria cuando, gracias a los experimentos de Michelson y Morley, se dedujo la inexistencia de un éter que llenase el espacio como medio de transporte de la luz. Al ser imposible la postulación de un éter, hubo que redefinir las ecuaciones de los cuerpos en movimiento a velocidades cercanas a la de la luz, y de paso se rompió el principio de Galileo sobre la suma de velocidades. Estamos acostumbrados a la suma de velocidades en nuestra vida cotidiana; por ejemplo, si nos movemos en un tren a 100 km/h y permanecemos sentados, nuestra velocidad respecto al andén es de 100 km/h. Pero si nos levantamos y caminamos hacia el sentido de la marcha a 5 km/h. nuestra velocidad relativa respecto al andén es de 105 km/h. Esto es para nosotros algo tan natural que no lo cuestionamos. Pero si midiésemos la velocidad de un rayo de luz en el andén y dentro del tren en el sentido de la marcha, obtendríamos el mismo valor, 300.000 km/seg. Parece, entonces, que el principio de Galileo pierde su validez. O podemos pensar que la luz es un caso “especial” y que su extraño comportamiento no se refleja en nuestra diaria rutina.
Pero suponer que la luz es “especial” rompe con uno de los principios fundamentales de la física, que las leyes de la naturaleza son válidas en todos los lugares y en todos los cuerpos. Precisamente así formuló Einstein el Principio de Relatividad, y junto con la suposición de que la velocidad de la luz es una constante fundamental de la naturaleza y que no se ve afectada por el movimiento del observador, formuló su Teoría Especial de la Relatividad. Como consecuencia, no se puede mantener el concepto de espacio ni de tiempo absoluto e independiente de los objetos en sí. Además la longitud de un cuerpo y su masa “se alteran” según el movimiento que posean. Un observador en reposo que mida la longitud y la masa de un cuerpo en movimiento obtendrá distintos resultados que un observador que se mueva con el cuerpo y mida su longitud y su masa. Además, lo más espectacular es que no se puede hablar de espacio ni de tiempo separados, sino de una entidad única que llamamos Espacio-Tiempo. Y como colofón final, la masa y la energía se vuelven equivalentes, deduciéndose de la teoría de Einstein la famosa ecuación que relaciona las dos entidades, E=mc2. Como se puede ver, todos los conceptos de la mecánica clásica saltan por los aires. Antes de Einstein, se pensaba que las leyes de la física se podían reducir a conceptos mecánicos. Después de Einstein, la descripción se hace en ideas matemáticas. El Caos asoma su cara. La hipótesis de que el mundo se puede simplificar en unos cuantos conceptos mecánicos ya no es sostenible.
Este totum revolutum todavía se complica más cuando se generaliza la teoría a los cuerpos sometidos a la fuerza gravitatoria. La teoría de la gravedad de Newton exige que se conozca con exactitud la distancia entre dos cuerpos con masa para que aparezca la fuerza gravitatoria que los atrae entre sí. Pero si cada cuerpo tiene su propio espacio-tiempo, y no se puede establecer un sistema de referencia preferente, no se puede hablar de distancia entre ambos. Para resolver esta contradicción Einstein se puso a trabajar y formuló la teoría general de la relatividad, donde se elimina la noción de fuerza a distancia, referente de la teoría de Newton, y se dice que lo que percibimos como fuerza de atracción se debe a una torsión del espacio inmediato que aparece alrededor de los cuerpos masivos, y que obliga a los otros cuerpos a desviar su camino al acercarse a él. El espacio pasa a ser curvo, no rectilíneo como deducimos de nuestros engañosos sentidos. La geometría del espacio se ve afectada por la distribución de masas existentes en él. La física se ha transformado en geometría, y viceversa. Ya no es posible formular unas leyes físicas independientes del espacio en que actúan. El Caos renace triunfante. La hipótesis reduccionista muere.
Sin embargo, no pensemos que la Teoría de la Relatividad es desordenada. Al contrario, establece un bellísimo cuadro matemático para explicar el movimiento de los cuerpos, eliminando las nociones erróneas que sacamos de las observaciones de nuestros engañosos sentidos y su generalización, a saber, la noción de fuerza y la de espacio y de tiempo absoluto.
El Caos cuántico. La paradoja del observador.
Estamos acostumbrados a pensar que nuestro mundo es continuo. Así lo percibimos cuando, en una gradación de colores del rojo al naranja y después al amarillo, no vemos saltos de un color a otro. O incluso en los cambios de temperatura, que pasamos gradualmente del calor al frío y viceversa. Incluso pensamos que el espacio geométrico en el que nos movemos es continuo. Todo esto se debe a que nuestros perciben una graduación suave y continúa de un color a otro, de una masa a otra, etc.
No es extraño entonces que toda la comunidad científica se sorprendiese cuando en 1900 Max Planck tuviese que postular que la emisión de radiación luminosa de un cuerpo caliente se hacía en paquetes (cuantos) discretos. En su momento no pasó de ser una mera curiosidad, un truco que ser realizaba para cuadrar unas ecuaciones de energía y obtener resultados coherentes. Sin embargo, de nuevo aparece Einstein, quien en su año milagroso de 1905, para explicar el efecto fotoelectrico tuvo que explicar que la luz se comportaba como sí estuviese formada por partículas, que se llamaron posteriormente fotones. Hasta entonces se consideraba la luz como una onda, y las ondas son continuas, como las olas del mar. Pero a veces la luz se comportaba como si estuviese cuantizada en paquetes discretos llamados fotones.Desde entonces hablamos de dualidad onda partícula ya que por si faltaba poco, también la materia tiene propiedades ondulatorias, como descubrió el físico francés de Broglie.
El asunto se complicaba. El físico danés Niels Bohr para explicar los niveles de energía del átomo de hidrógeno tiene que postular que los electrones sólo se mueven en ciertas órbitas estables, si el electrón se halla fuera de una de ellas es inestable y cae a una órbita estable. Al pasar de una a otra emite energía, que por supuesto está cuantizada. El proceso se puede invertir, es decir, se puede iluminar un elemento químico, y si la luz tiene la energía suficiente los electrones son excitados a niveles de energía más elevados, y luego al caer a su estado fundamental emiten de nuevo la energía luminosa. Y finalmente, Werner Heisenberg establece el principio de incertidumbre, por el que se dice que es imposible medir con exactitud ciertas cantidades físicas, tales como la posición y la cantidad de movimiento de una partícula, por ejemplo un electrón.
Esto merece discusión aparte. El principio de incertidumbre establece que hay unas ciertas fluctuaciones, una incertidumbre intrínseca en la materia, y no depende de lo ajustados que puedan ser nuestros aparatos de medida. Pensemos en los resultados aleatorios que obtenemos al lanzar un dado. Son resultados obtenidos al azar, pero si pudiésemos medir con exactitud la velocidad y la posición del dado al lanzarse, en principio se podría calcular el lado que quedaría arriba. Este es un caso de rudeza de nuestros aparatos de medida. Sin embargo, el principio de incertidumbre nos dice que por mucho que mejoremos los sistemas de observación, siempre habrá una incertidumbre irreducible, intrínseca a la materia. Si queremos establecer con exactitud la órbita de un electrón, perderemos exactitud en su velocidad y por tanto en su posición en el futuro. Y si medimos su energía o su velocidad, perdemos exactitud en su posición. Ha nacido una nueva mecánica, la mecánica cuántica.
Se nos ofrece un cuadro bastante raro. En principio, no podemos saber con precisión el comportamiento de un átomo (que está compuesto por una corteza de electrones y un núcleo masivo); si decidimos medir su energía, nos olvidamos de la certeza en su posición. Y si medimos su posición, debemos prescindir de conocer su energía. Hay una especie de incertidumbre en el micromundo del átomo.
¿Pero todo esto que significa? No sabemos si un electrón es una onda o una partícula, no podemos predecir nada de su comportamiento, ya que al fijar por medida una propiedad las otras fluctúan de una manera aleatoria. Sólo podemos conocer las probabilidades de que una partícula tenga en un momento dado una energía o una órbita, y al comprobarlo obtenemos resultados probabilísticas, que se pueden predecir al realizar muchas medidas, pero que para una medida en concreto no se puede saber. Dado que la materia está formada por electrones, protones y otras partículas, la base de nuestro mundo se vuelve fantasmal.
La interpretación más conocida de la mecánica cuántica es la de Copenhague, llamada así en honor al físico danés Bohr y a su escuela. Ésta nos dice que no podemos saber en concreto lo que es un electrón, sin tener en cuenta el contexto macroscópico total, el marco en el cual se va a realizar el experimento en concreto. No podemos saber en realidad que es un electrón, sino sólo cual va a ser su comportamiento. Parece como si el electrón fuese una especie de ente fantasmal, que bien aparece como onda o como partícula. Depende de la decisión del espectador al realizar la medida. Y esa es la paradoja principal de la mecánica cuántica, que el observador también forma parte de la experiencia, pues no actúa como mero observador, sino que sus ideas preconcebidas influyen misteriosamente en el resultado a obtener. Lo macroscópico y lo microscópico están ligados y no se pueden separar. Una nueva cara del Caos surge, no se pueden haber predicciones sobre lo que son las cosas en sí, sino sólo de su comportamiento. Y en su comportamiento influimos nosotros. Los pensamientos que tenemos, nuestros actos, sentimientos, todo influye en nuestro entorno. Si no lo notamos es por un caso de rudeza en nuestros sentidos, de la misma forma que no vemos los saltos de radiación luminosa en el arco iris o en las propiedades materiales. La mente influye sobre la materia, organizándola. No se puede separar las propiedades físicas de los cuerpos de las teorías científicas. Es una auténtica paradoja, y un auténtico caso de Caos, de no separabilidad de la materia.
El Orden oculto.
Uno de los objetivos del reduccionismo científico ha sido buscar la última partícula material que sea base fundamental en la materia, como si dijéramos el ladrillo único. Durante el siglo XIX se pensó que con el descubrimiento de los átomos se había llegado al final. Pero conforme se fueron descubriendo nuevos elementos químicos y se ordenaron en una tabla periódica, la siguiente cuestión de nuevo fue encontrar de qué estaban hechos los átomos. Así, se descubrió el electrón, el núcleo atómico, las partículas que forman el núcleo, como los protones y los neutrones, y toda una serie de partículas de corta vida, desde los muones, los piones, los kaones, etc.
De nuevo se trató de buscar un nuevo orden, y se realizaron tablas de partículas “elementales” y mediante operaciones de simetría de grupos se postuló (pues nadie todavía los ha descubierto) que debajo había una serie de partículas elementales que se llamaron quarks. Aparte quedó el problema de los leptones, como el electrón, el muón y el tauón, con sus correspondientes neutrinos, etc. Se descubrió que había seis tipos de quarks, que para colmo se presentaban en tres estados diferentes. De seguir así, la cosa parece que no tiene fin. El problema reside en que estamos aplicando un concepto de nuestro mundo cotidiano (la separación en partes y componentes de los cuerpos macroscópicos) al mundo microscópico. Y en la serie de experimentos que realizamos cada vez encontramos una nueva partícula que, esta vez sí, creemos que es la fundamental, para al poco tiempo aparecer una nueva complicación.
David Bohm, un físico profesor en la universidad de Londres, nos dice que lo que vemos como partículas en realidad son aspectos de una totalidad no dividida (1). Nuestro pensamiento tiende a fragmentar la realidad, y dividimos el conocimiento en disciplinas separadas, y al buscar puntos de encuentro lo que hacemos es todavía parcelar más el conocimiento. Lo mismo sucede al dividir el mundo en partículas, campos de fuerza, espacio y tiempo aislados, etc. Es nuestra mente la que parcela el mundo, y lo que encuentra en él es su propio espejo, es decir, un mundo fragmentado porque nuestro modo de pensar no es global, es parcial. Así, siempre se nos escapan unos fragmentos de realidad.
Veamos unos pocos ejemplos. Bohm nos dice que imaginemos un bosque. Los árboles nacen, crecen, echan sus semillas y renacen nuevos árboles, muriendo los anteriores, etc. Si un observador mirase un bosque y volviese dentro de 500 años, pensaría que los árboles se han movido de un lugar a otro. Naturalmente nos podríamos reír de él, pero desde su punto de vista es cierto. Lo mismo sucede cuando observamos una partícula, una onda, etc. Son aspectos de una totalidad. Así, lo que en un momento del tiempo vemos como partícula es un desarrollo del multiplex básico que prescribe Bohm para la naturaleza de la realidad. Hay un orden implicado, que se envuelve y desenvuelve continuamente, y lo percibimos como partículas, como fuerza, como plegamiento del espacio, etc. (2). Al desenvolverse el orden implicado se vuelve orden explicado, y el ciclo continúa. Sólo la rudeza de nuestros sentidos hace que percibamos entes aislados, unos de otros. Todo está íntimamente ligado en esa totalidad no dividida. Incluso el mismo observador no se puede separar de ella. Estas ideas no son nuevas; las formuló el filósofo griego Heráclito hace más de 2.500 años en la Grecia clásica. Recordemos la famosa frase de que Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. Todo fluye. La física moderna se acerca a esta idea, al tratar de comprender la realidad no como una cosa, sino como un proceso siempre cambiante, siempre fluyente. Así, la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica son sólo aspectos de la totalidad no dividida, como si dijéramos simplificaciones de una base caótica que aparece bien de una forma, bien de otra.
El Caos mítico.
Después de este breve paseo por las revolucionarias teorías científicas que han dado al Caos el papel principal, veamos ahora como la misma idea aparece en las cosmogonías de los pueblos de la antigüedad.
Entre los antiguos egipcios al comienzo existía Nun, las aguas primordiales. En el seno de ellas existía Atum (el movimiento), caos o abismo. De Atum emanaron todas las cosas de acuerdo a un ritmo y una medida precisas. La misma idea encontramos anteriormente al hablar de la totalidad no dividida. En esta emanación las cosas se lentifican cada vez más, haciéndose más densas y pesadas (desenvolviéndose del orden implicado). Del principio creador emanan Shu (abismo) y Tefnut (espacio). Shu hace nacer el cielo y la tierra. Podemos considerar a Shu el principio de Theos, el Orden. Separando el cielo y la tierra Shu da nacimiento a Nut (cielo)y Geb (tierra). Un bellísimo mito nos dice que las estrellas son agujeros en la piel de Nut a través de los cuales se ve el resplandor de Atum-Ra. Si pensamos que en presencia de cuerpos muy masivos como las estrellas el espacio se pliega sobre sí mismo, según la teoría de la relatividad, y si consideramos las reacciones nucleares que se realizan en el núcleo estelar, similares a la que la moderna cosmogonía establece que se hicieron en los primeros minutos del Universo, veremos que la imagen poética del mito y el conocimiento científico están hablando de lo mismo.
El poeta griego Hesíodo, en su Teogonía (nacimiento de los dioses), nos dice que en primer lugar existió el Caos. Después Gea la de amplio pecho, en el fondo de la Tierra el tenebroso Tártaro y por último Eros, el amor. Del Caos surgieron Erebo y la negra Noche, de la Noche surgieron a su vez el éter y el Día…Vemos como todo el universo se desenvuelve a partir del Caos primordial. Cuando se refiere a Gea, la de amplio pecho, se refiere al espacio primordial, en el cual están las semillas de todas las cosas, como las desenvuelve el poeta en su magna obra. El cielo y la tierra están representados por Gea y Urano. Finalmente, el tiempo aparece cuando Cronos, hijo de ambos, castra a su padre para separarlo de su madre, dando desarrollo a todos los dioses y todas las cosas. La semilla de orden se desenvuelve y se vuelve cada vez más compleja (o más simple, según se mire).
El Kalevala es una colección de poemas y tradiciones finlandesas de origen popular recopilados por el erudito Lönrot en el siglo XIX. Según estos mitos, al comienzo existían las aguas primordiales, y sobre ellas en forma de ave flotaba Luonnotar, quien durante siete eternidades flotó sobre las aguas, depositando sobre ellas un huevo de oro, excepto el último, que fue de hierro. Del seno de ese huevo surge Vainamoinen, quién con su canto hace vibrar a las aguas (la materia primordial) y forma el universo. Es un bellísimo mito que nos habla de la semilla de orden dentro del Caos, y de cómo el sonido primordial (que es una onda que hace vibrar la materia y la ordena según su pauta), da nacimiento al universo.
En los Eddas escandinavos, recopilación de poemas míticos realizada por el noble Snorri Sturlusson, se dice que al comienzo sólo existía un abismo de oscuridad y frío, Ginnungagap. Al norte de aquel se formaron las regiones de niebla y frío, el Nilfheim. Al sur se formó el reino del fuego, llamado Muspelheim. Del contacto de estos dos mundo surge el primer ser vivo, el gigante Ymir. Despierta con una gran voracidad, y comienza a alimentarlo la vaca gigante Audhumla (la oscuridad vacía, el espacio). Aparte de la polaridad inicial y del Caos, lo más interesante es entender como el gigante Ymir tiene una gran voracidad, que nos recuerda a las estructuras disipativas de Prigogine, generadoras de orden, pero que necesitan una gran energía. Por eso aparece el vacío primordial, la vaca gigante que da de comer a Ymir. Con el cuerpo de Ymir se construyen los cielos y la tierra y nacen los dioses. Es la materia primordial. De nuevo la comparación con el Caos de la ciencia.
En la tradición china, el I Ching, libro de las mutaciones, vemos como las cosas se desenvuelven a partir de dos semillas iniciales, el yin (lo pasivo) y el yang (lo activo). Estas dos semillas se combinan según 3 pautas básicas y aparecen los 8 trigramas, que a su vez se combinan por pares dando nacimiento a los 64 hexagramas, base de todos los estados que pueden tomar las cosas. Lo interesante es ver que estos estados no son fijos, sino que van fluyendo de una a otra parte, según el orden y ritmo indicados en el libro. Pero todo fluye, la base de la realidad es que no existe tal base, todo cambia continuamente de ciclo en ciclo.
Y finalmente, en el Tao Te King, obra del filósofo chino Lao Tse se nos habla del Tao, como el gran germen y sustrato del que surge todo. Así, en la estancia I, podemos leer El Tao que puede ser expresado no es el Tao eterno. Y más adelante, El principio del cielo y la tierra se hallan en el No-Ser. El Ser es la madre de todas las cosas. Vemos de nuevo el sustrato del Caos en el No-Ser, y la semilla del Orden en el Ser. El Caos está más allá de la mente, ya que no puede ser nombrado, es decir, ser clasificado, que es la forma por la que la mente humana conoce. Mas adelante en la obra, se lee, El retorno es el movimiento del Tao, la debilidad es la manifestación del Tao, todos los seres han nacido del Ser, y el Ser ha nacido del No-Ser. Se define el Caos como movimiento continuo y que no puede ser definido, pero al mismo tiempo como soporte del cual surgen las diez mil cosas, es decir, todo el universo.
Conclusión.
A lo largo de estas breves páginas hemos realizado un viaje por la ciencia moderna y por la ciencia tradicional, que es la mitología. Como se ha visto, hay muchos puntos de encuentro entre ambas, pero al mismo tiempo todavía hay diferencias que salvar. Los científicos a menudo huyen de la filosofía y del mito, justificándose en que la ciencia es algo exacto, sujeto a medida. Sin embargo, una aplicación exhaustiva del método científico basado en el análisis y la experimentación ha hecho que surjan una serie de teorías que cuestionan ese método en sí mismo. Se ha llegado a un agotamiento conceptual, y de ahí que muchos físicos se vuelvan a los viejos mitos en busca de un significado a lo que no deja de ser meras ecuaciones. Por otro lado, las mismas religiones tradicionales se ven refrescadas por la ciencia, ya que esta ciencia cada vez es menos materialista y dispuesta a abrirse a conceptos metafísicos. Una ciencia que cada vez es más filosófica necesita una religión que acepte conceptos científicos en sus enseñanzas. Tanto la ciencia como la religión deben caminar juntos de la mano de la filosofía si no quieren morir aletargadas en dogmas antiguos y desfasados.
(1) La totalidad y el orden implicado, Ed. Kairos, 4ª edición.
(2) Bohm nos propone el siguiente ejemplo. Pensemos en un papel en el que hacemos un dibujo. Luego plegamos el papel y lo desplegamos continuamente. Así aparece el orden implicado, el orden explicado, y pensamos que el dibujo es lo que existe y se está moviendo continuamente, cuando es algo que se encuentra en la base del papel.