El Gran Pez
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El gran pez (Big Fish, 2003) es por mucho la mejor película de la filmografía burtoniana. Esta cinta de excéntrica belleza, conmovedora hasta las lágrimas, infunde a la vez una sonrisa inspiradora al espíritu; es una fantasía que mueve las más profundas fibras con una emotividad de carácter universal con la que la mayoría podemos sentirnos identificados, al abordar a manera de mágica fábula la relación padre-hijo, no siempre fácil en la vida real y que al igual que en la cinta el ideal es llevarla a un punto de encuentro.
Fuente: www.tucineportal.com
Edward Bloom (Albert Finney) es conocido como un gran mentiroso que gusta de contar historias fabulosas de su pasado. En los últimos días de su venturosa vida, su hijo Will (Billy Crudup) intenta diferenciar la fantasía de la realidad de entre los recuerdos de su padre (interpretado en sus años mozos por Ewan McGregor) en un viaje mágico por el universo de la imaginación como sólo sabe hacerlo el siempre delirante realizador Tim Burton.
El gran pez (Big Fish, 2003) es por mucho la mejor película de la filmografía burtoniana. Esta cinta de excéntrica belleza, conmovedora hasta las lágrimas, infunde a la vez una sonrisa inspiradora al espíritu; es una fantasía que mueve las más profundas fibras con una emotividad de carácter universal con la que la mayoría podemos sentirnos identificados, al abordar a manera de mágica fábula la relación padre-hijo, no siempre fácil en la vida real y que al igual que en la cinta el ideal es llevarla a un punto de encuentro.
Esta producción es una emotiva convocatoria a la compenetración entre padre e hijo, pertenecientes a generaciones distintas con sus muy diferentes formas de ver el mundo, representadas por medio del viejo Edward siempre iluminado por la bienaventuranza de cuento de hadas que ha sido y es su vida, así como por el totalmente escéptico Will, amargado ante el aura siempre esperanzadora de su genial progenitor.
El gran pez surge en un momento particularmente sensible para Burton, quien a raíz de la pérdida de su propio padre confiere al filme este sentimiento de dolor y admiración en un sentido homenaje a la figura paterna, con base en una novela de Daniel Wallace que en manos del realizador se presta a la convivencia armónica del absurdo, el drama, la tragicomedia e incluso ese realismo mágico a la Burton que tanto caracteriza a su trabajo, elementos conjuntados en naïf narrativa montada sobre un esplendoroso diseño de producción.
Burton nos maravilla con las fantásticas historias de Edward, quien desde su juventud “no se puede negar que es sociable” (como se le describe), y cuyos talentos le hacen querer salir de su pequeño pueblo (como el pez dorado que mientras más espacio tiene más crece) convencido de que este lugar es muy chico para sus ambiciones, al igual que es diminuto para el gigante que asola los alrededores y con quien se va en busca de su sitio en el mundo, viaje que lo lleva a un colorido villorrio donde sus pobladores viven una alegre vida después de la vida, para luego conocer a un cirquero (Danny DeVito) con un peculiar secreto, encontrar al amor de su vida (Alison Lohman), caer en paracaídas en pleno espectáculo del ejército rojo chino amenizado por las cantantes siamesas Ping y Jing… y muchas fantasías más que confirman a Tim Burton como el más prolífico creador de ensueños fílmicos del cine contemporáneo, recordándonos como lo hiciera Calderón de la Barca en La vida es sueño que “toda la dicha humana, / en fin, pasa como un sueño, / y quiero hoy aprovecharla / el tiempo que me durare”.