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Concordia, lenguaje y verdad – Por Jaime Hales

Concordia, lenguaje y verdad – Por Jaime Hales

Al terminar noviembre y en medio de las disputas políticas, alguien habló de la falta de concordia. Lo que puede significar falta de acuerdo, convenio o ajuste de opiniones. Es verdad y no sólo en Chile, sino en muchas sociedades contemporáneas. Sin embargo, más que eso, lo que falta es la disposición a ponerse de acuerdo, la voluntad real de entenderse y disponerse a buscar puntos de la mentada concordia, aspectos, formas y contenidos en los cuales “concordar”, para repetir la palabra.

 

Fuente: www.revistasomos.cl

Porque la concordia debe ser un acuerdo entre personas que están dispuestas a hacer algo en común, y para ello se requiere claridad en el entendimiento: es decir, que todos los interlocutores estén en lo mismo. Que si hablamos de papas, todos entendamos lo mismo acerca de las papas, aunque haya unos que sean peritos y otros simples comensales.

Eso es lo difícil en estos tiempos, pues se tiende a usar las palabras dándoles contenidos que no tienen o agregando adjetivos que las limitan o desvirtúan. Resulta así muy difícil, cuando no imposible, ponerse de acuerdo. Hablamos de democracia, de justicia, de paz, de seguridad, de estabilidad, pero esas palabras tienen significados diversos para los interlocutores y mientras unos se sienten satisfechos con la Constitución de Guzmán y Pinochet, otros aspiramos a una organización política y social donde el pueblo participe desde sus comunidades más básicas y la representación tenga controles efectivos. Para ciertos personajes públicos estos valores se identifican con sus intereses y puntos de vista, con la limitación consiguiente. Para algunos la dictadura que Chile vivió fue eso exactamente, mientras que para otros era el modelo ideal para la satisfacción de sus intereses.

Es fundamental el lenguaje: que seamos capaces de expresarnos correctamente y nos aseguremos que la persona con la que estamos buscando el acuerdo entienda lo que decimos y no nos engañemos, ni entre los concordantes ni a nosotros mismos.

Es cómplice el que expresa o siente solidaridad o camaradería con los autores de los hechos o que coopera a su ejecución con actos anteriores o simultáneos. Cuando se inventa la expresión “cómplices pasivos”, lo que se quiere es disminuir la responsabilidad de quienes participaron en esa calidad en hechos reprochables. Si hablamos de derechos humanos violados durante la dictadura – que era a quienes se refería Piñera al utilizar el término matizado – fueron cómplices todos los que solidarizaron o expresaron “camaradería” (término tan militar por lo demás) respecto de los hechos cometidos o los que colaboraron – justificando, argumentado, proveyendo de información o de tantas otras formas – con que esas violaciones fueran posibles. Y me refiero que en las detenciones ilegales y posteriores torturas o desaparecimiento, deben responder como cómplices no sólo los ejecutores del hecho, sino aquellos que dieron el amparo jurídico, político e intelectual para que eso fuera posible, como por ejemplo el Ministro del Interior, sus funcionarios más cercanos, los que sabiendo callaron, los jueces que negaron justicia pese a las evidencias. En fin. Son cómplices y no pasivos precisamente.

Cuando se habla de “clase política”, ¿qué se quiere decir? ¿Qué los políticos pertenecen a una “clase” especial? ¿Son personas diferentes? ¿Superiores? ¿Quiénes pertenecen a ella? ¿Qué derechos tienen, qué deberes? ¿Cómo se entra a ser parte de esa clase? ¿Por familia, por dinero, por otros medios?

¿Cuándo decimos “humanismo”, a qué nos referimos? Cuando alguien entra a militar a un partido que proclama la necesidad de sustituir el régimen capitalista, ¿qué está entendiendo? Es decir, ¿se puede ser humanista y capitalista, por ejemplo? Es decir, ¿organizar una economía desde el predominio del capital y al mismo tiempo desde el predominio de la persona humana?

Cuando se habla de educación y de calidad, ¿cuáles son los contenidos y los parámetros para medir? La no selección, la gratuidad, los buenos sueldos del profesorado, el fortalecimiento de la educación pública, el fin al lucro pueden ayudar a crear una estructura educacional nueva, pero ello no garantiza calidad en el sentido profundo del término. Sobre todo porque no sabemos a qué nos referimos cuando hablamos de calidad. Y no sabemos de qué se habla cuando se usa la palabra “educación” más bien con el sentido de “instrucción” o de “preparación” que en su significado propio: despertar el ser interior para que desarrolle sus potencias al máximo. Educar tiene que ver no con aprender, sino desarrollar la capacidad de aprender, de pensar, de reflexionar, de mirarse a sí mismo y mirar la vida.

Es tiempo de concordia en Chile. Lo primero parece ser una disposición a tratarnos con respeto, a respetar reglas democráticas y a no violentar los derechos fundamentales de nadie bajo ningún pretexto. Si estamos de acuerdo en ese marco, podremos buscar entendimientos más finos. Por cierto que no se pueden hacer buscando la unanimidad y por eso la democracia habla de mayorías. La construcción de una alianza mayoritaria sólida que tenga claros sus objetivos es lo que puede dar a nuestra sociedad las deseadas paz, justicia, seguridad.

Ésa es la tarea que debemos llevar adelante cuando buscamos la construcción de una nueva sociedad bajo la perspectiva de Acuario: hablar con claridad, con la verdad, sin disfrazar las intenciones, tratando con respeto a todas las personas.

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