En última instancia, es en esos lenguajes milenarios, largamente ignorados, desvalorizados o mal interpretados, donde se encuentran las claves para remontar la actual crisis ecológica y social desencadenada por la revolución industrial, la obsesión mercantil y el pensamiento racionalista
Víctor M. Toledo en «La memoria biocultural: la importancia ecológica de las sabidurías tradicionales»
Durante miles de años, pueblos indígenas y comunidades locales del mundo han existido de forma estable y en consonancia con la naturaleza. La necesidad de sobrevivir ha llevado a estos pueblos a desarrollar diversos sistemas de conocimiento, algunos más complejos y antiguos que otros, basados principalmente en la imitación de los procesos naturales. Este conocimiento, perfeccionado a lo largo de miles de años, es la base de verdaderos paradigmas de conservación y desarrollo sostenible que perduran hasta nuestros días. En la actualidad, los pueblos indígenas ocupan alrededor del 22% de la superficie terrestre y conservan el 80% de biodiversidad global.
Sin embargo, la irrupción de la era industrial impuso un modelo de producción diametralmente opuesto al tradicional que desató un proceso de descomposición social, destrucción de la naturaleza y aniquilamiento cultural sin precedentes. Y en este proceso se generó también una ruptura con el conocimiento tradicional, acumulado a lo largo de toda la historia de la especie humana.
Hoy en día, las sociedades modernas están empezando a reconocer los saberes tradicionales, históricamente despreciados por la sociedad mercantilista y excluidos del sistema científico moderno. ¿Y por qué? Porque cada vez más especialistas reconocen que no tienen que reinventar la rueda: la solución a la crisis climática y ambiental está ahí, en la sabiduría ancestral, gracias a la cual la humanidad ha convivido de forma estable con su entorno y se ha adaptado a la naturaleza cambiante. Una sabiduría que hoy solo vive en aquellos rincones del mundo que la modernidad todavía no logró colonizar.
El conocimiento tradicional es la memoria de la humanidad. Es lo que permitió a la especie humana perpetuar su existencia a lo largo de 200.000 años de historia.
La memoria interrumpida
La crisis ambiental global, cuya manifestación más dramática es el cambio climático, obliga a la humanidad a replantearse su forma de entender el mundo e interactuar con él. Y, desde ese punto de vista, la ciencia no está exenta de ese cuestionamiento. Pero, ¿a qué llamamos ciencia? En líneas muy generales, nos referimos a la ciencia moderna, basada en el método científico, que se ha erigido como paradigma dominante a partir del surgimiento de la Sociedad Post-Industrial.
La ciencia moderna se basa en los principios de universalidad, neutralidad y exclusividad del conocimiento y su práctica es el método científico. Este método consiste en la observación sistemática y la medición de los fenómenos para una posterior formulación de hipótesis que permitan explicarlos. Esta ciencia solo admite el conocimiento que se produce y se reproduce en las instituciones formales creadas para ello, que son las encargadas de diseñar y regular los protocolos socialmente aceptados para legitimar el conocimiento científico, que es sometido al proceso de revisión por pares. Este engranaje institucional, basado en jerarquías y estructuras de autoridad, ha generado un sistema científico en donde el conocimiento está cada vez más compartimentalizado, híper-especializado y disociado de otras disciplinas.
Pero, bajo esa corriente central y dominante, subyacen otras formas de conocimiento que solo sobreviven en los márgenes de la sociedad post-industrial. Lejos de las ciudades, fuera de los recintos académicos, hay otro conocimiento que, en palabras del biólogo e investigador mexicano Víctor Manuel Toledo, es “la memoria de la humanidad”. Esta memoria es lo que le permitió a la especie humana perpetuar su existencia a lo largo de 200.000 años de historia. Sin embargo, la sociedad post-industrial, que parece dominar el mundo, existe hace apenas trescientos años y en tan solo cien ha logrado llevarse al borde del colapso.
¿Cómo el ser humano logró perdurar durante tanto tiempo? ¿Qué pasó en los últimos trescientos años para que la humanidad provocara esta crisis socioecológica global? Según Toledo, la respuesta está en la memoria colectiva. En su libro “La memoria biocultural: la importancia ecológica de las sabidurías tradicionales”, Víctor Manuel Toledo y Narciso Barrera-Bassols analizan la evolución de los procesos de apropiación de la naturaleza que han permitido a las sociedades preindustriales existir y crecer a la par de los ciclos naturales. Estos procesos constituyen una memoria colectiva que tiene una base triple: genética, lingüística y cognitiva. Es decir que esta memoria se expresa a través de la diversidad genética, de la diversidad de lenguas y de la diversidad de culturas.
La diversidad es lo que permite a las especies, incluyendo la humana, sobrevivir y adaptarse a los inevitables cambios en la naturaleza. Y la memoria de la especie se construye sobre la base de la diversidad. Según los autores, la era industrial produjo un quiebre en la memoria. La agricultura industrial es un ejemplo de este quiebre. Lejos de articularse con los procesos naturales, es una agricultura basada en la uniformidad. Impone el monocultivo a fuerza de agroquímicos, manipulación genética y transformación territorial. Este proceso no solo implica la destrucción de los territorios, sino también de la memoria cultural. Bajo la lógica de la agroindustria, los conocimientos tradicionales son inútiles, arcaicos y contrarios al progreso. Y, por esto, para Toledo, “el mundo moderno es un mundo amenazado por la amnesia”.
Recuperar la memoria es una cuestión de supervivencia. Esa memoria de saberes acumulados a lo largo de miles de años se encuentra en las sociedades preindustriales, principalmente indígenas y campesinas. En la actualidad, existen alrededor de 370 millones de personas indígenas, lo que representa casi el 5% de la población mundial. Esta población, que se distribuye en aproximadamente 5.000 pueblos y culturas a lo largo y ancho del planeta, habla la mayoría de las 7.000 lenguas que existen y representan el 95% de la diversidad cultural del mundo. Ahí se encuentran las claves para abordar la crisis ambiental global. Y eso exige de las sociedades post-industriales un cambio de paradigma, que comienza con abandonar su típica noción de progreso y volver a las formas de conocimiento ancestral para redefinir su relación con la naturaleza.
Sobrevivir a una naturaleza cambiante
El conocimiento tradicional es esencialmente empírico y está íntimamente ligado a la producción. Los sistemas agroecológicos son un ejemplo de cómo la construcción del conocimiento sobre la naturaleza se fundamenta en la necesidad de las sociedades humanas de usar los recursos naturales para su subsistencia. Es por esto que, según Toledo, se basan en una racionalidad ecológica, que comprende los procesos naturales para imitarlos y, por ende, favorece su cuidado y su uso sostenible. Y la principal cualidad que los sistemas productivos de las sociedades preindustriales toman e imitan de la naturaleza es la diversidad.
Un ejemplo lo dan los indígenas purhépechas de la comunidad de Pichátaro. Esta comunidad, que habita en la cuenca del lago de Pátzcuaro, en el estado de Michoacán, México, cultiva el 10% del total de razas de maíz del país. A través de un complejo método agrosilvícola, es decir, que integra agricultura con manejo forestal, desarrollaron 15 variedades de maíz adaptadas a la montaña (la distribución del maíz se encuentra en altitudes mucho más bajas) a partir de la combinación genética de 6 razas. Esto es el resultado de, por lo menos, 1.200 años de ocupación y manejo de ese territorio, aunque existen evidencias que muestran rastros de maíz en sedimentos del lago de Pátzcuaro que datan de 3.500 años atrás.
La comunidad de Pichátaro ha perfeccionado su conocimiento del territorio a través de su vínculo con el maíz, al punto que logró convertirse en una de las principales abastecedoras a nivel regional en un territorio que presenta un riesgo alto para la producción y en una superficie de apenas 30 kilómetros cuadrados. Para esta comunidad, la estrategia que les ha permitido ese sofisticado manejo del territorio y de la producción de maíz se basa en la diversidad. Y la estrategia, que data de tiempos prehispánicos, conforma un corpus de conocimiento construido y adaptado a lo largo de miles de años.
Lago de Pátzcuaro. Imagen: Wikipedia
Otro ejemplo lo da el pueblo warao, que habita en el delta del río Orinoco, en Venezuela. Este pueblo desarrolló un complejo sistema de conocimiento ecológico que le ha permitido sobrevivir en ese ecosistema, casi en aislamiento, a lo largo de, por lo menos, 7.000 años. Este conocimiento incluye elaborados sistemas de clasificación que en algunos casos se asemejan a los sistemas taxonómicos de la ciencia moderna. Esto implica que, contrariamente a lo que muchas veces se cree, el conocimiento ancestral construye categorías y criterios con los que los pueblos organizan el entorno. Estas categorías están fuertemente arraigadas al contexto local e involucran tipos de suelos, de vegetación, de plantas y animales, de dinámicas climáticas, hidrológicas y astronómicas, entre muchas otras.
El pueblo warao carece de escritura. ¿Dónde se encuentra, entonces, todo ese conocimiento acumulado en miles de años? Se encuentra en el lenguaje: en el léxico, los afijos y las raíces de las cadenas semánticas. A la vez, los conocimientos sobre las dinámicas de la naturaleza se transmiten de generación en generación a través de la tradición oral, y todo este sistema de experiencias y clasificaciones ha sido crucial para su supervivencia.
Estos son apenas dos ejemplos que muestran cómo las sociedades preindustriales construyeron corpus de conocimiento dinámicos y con un sólido fundamento en la observación del entorno y en la imitación de los procesos naturales. Desde esta perspectiva, la historia de la civilización es la historia de la producción de diversidades. Sin embargo, la globalización ha provocado una ruptura en esa historia, ya que busca homogeneizar los sistemas productivos y universalizar los procesos económicos, aunados bajo la misma premisa de liberalización del mercado, privatización y desregulación y la destrucción de toda otra forma de organización que no encaje dentro de ese modelo. Por esto, la globalización, en tanto fenómeno homogeneizador, atenta contra el conocimiento, contra la memoria e, incluso, contra la existencia material de la especie humana.
Recuperar la memoria
La crisis climática y ecológica obliga a las sociedades post-industriales a darse a la tarea de comprender e integrar los conocimientos tradicionales y sus formas de apropiación de la naturaleza. Sin embargo, aquí se encuentra el primer obstáculo: ¿cómo acceder a ese conocimiento si no se encuentra plasmado por escrito? La ciencia moderna construye conocimiento principalmente sobre fuentes escritas y bajo los estándares socialmente aceptados para las publicaciones científicas. Pero las ciencias tradicionales y campesinas adoptan formas de construcción y transmisión completamente diferentes y nunca limitadas a las fuentes escritas o pictóricas. Por eso, la modernidad debe aprender a reconocer y comprender esas otras formas de transmisión de conocimiento.
Henry Huntington es un investigador inglés que ha documentado extensamente el conocimiento tradicional de las comunidades del Ártico. En su artículo “Utilizando el Conocimiento Ecológico Tradicional en la ciencia: métodos y aplicaciones” (Using Traditional Ecological Knowledge in science: methods and applications), Huntington describe algunas formas en las que las y los investigadores pueden sistematizar ese enorme corpus de conocimiento tradicional (que denomina TEK, por Traditional Ecological Knowledge). A través de estas estrategias se pueden comenzar a superar las distancias que separan ambos paradigmas y las resistencias, principalmente provenientes de la ciencia moderna.
Aldea inuit de iglús en la isla de Baffin. Henry Huntington desarrolló gran parte de su trabajo con la comunidad Inuit del Ártico. Ilustración de Charles Francis Hall, 1865.
Huntington propone cuatro métodos para documentar conocimientos tradicionales que, sin ser exhaustivos, surgen desde un enfoque interdisciplinario, que combina las ciencias naturales con las ciencias sociales. Los métodos que destaca consisten en elaborar cuestionarios, realizar entrevistas, organizar workshops y talleres de trabajo y, finalmente, trabajar en terreno de forma colaborativa. Estas metodologías comparten la característica de ser enfoques interdisciplinarios y colaborativos y, según el investigador, así debe ser toda forma de sistematizar el conocimiento tradicional.
Desde hace varias décadas, en especial muchos organismos multilaterales comenzaron a alertar sobre la necesidad de observar las formas de conocimiento tradicionales como respuesta a la crisis ambiental y climática. En su Cuarto Informe de Evaluación, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) reconoce que el conocimiento de los pueblos indígenas ha sido históricamente desvalorizado y, desde entonces, comenzó a incorporar cada vez mayores referencias al conocimiento tradicional. No obstante, su plena inclusión como generador de información y guía para la elaboración de políticas para el cambio climático todavía no se ha logrado.
La Plataforma de Comunidades Locales y Pueblos Indígenas es una herramienta para avanzar más en la comprensión del conocimiento tradicional por parte de la Convención Marco de Naciones Unidas Sobre Cambio Climático. Se creó en la COP23, la cumbre global de cambio climático de 2017, con el objetivo de facilitar el intercambio de experiencias y buenas prácticas en mitigación y adaptación, a la vez que aumentar la participación y la integración de los pueblos indígenas a los procesos de la Convención.
Comunidad Warao en el delta del Orinoco, Venezuela. Fuente: Wikipedia.
En América Latina, algunos países están avanzando en la implementación de procesos para integrar los saberes tradicionales como parte fundamental de su plan nacional de cambio climático (plasmado en su Contribución Nacionalmente Determinada, o NDC por sus siglas en inglés). Bolivia, por ejemplo, desarrolló en 2017 la Plataforma Indígena Originario Campesina Boliviana de lucha contra el Cambio Climático. Esta plataforma tiene la función de acelerar acciones de mitigación y adaptación en los tres sectores prioritarios de la NDC boliviana: Agua, Bosques-Agropecuario y Energía, coordinando acciones climáticas de actores locales y fortaleciendo los movimientos sociales con actuación territorial.
El próximo objetivo es regionalizar esta plataforma. La iniciativa “Diálogo Entre Pares para potenciar la implementación de las NDC en América Latina” constituyó una primera instancia para avanzar hacia ese objetivo. Esta iniciativa, llevada a cabo por EUROCLIMA+, tuvo el propósito de facilitar el intercambio de experiencias y saberes entre distintos países de la región para la implementación de las respectivas NDC.
En este contexto, Bolivia contó con el apoyo de Perú para el diseño del proyecto de regionalización de la Plataforma. Perú tiene una Política Nacional para la Transversalización del Enfoque Intercultural, en cuyo marco se han desarrollado diversas iniciativas de vinculación con pueblos indígenas de la región. En especial, Perú desarrolló una serie de mesas de diálogo para la implementación de su NDC y la elaboración del Reglamento de la Ley Marco sobre Cambio Climático. Además, en 2019 comenzó un proceso de consulta previa vinculada al reglamento de la Ley Marco, en consonancia con los derechos indígenas establecidos en el Convenio 169 de la Organización Mundial del Trabajo (OIT). Estos son algunos ejemplos de aproximaciones a la difícil tarea de tender puentes entre paradigmas de conocimiento diferentes, a la vez que incorporar la ciencia tradicional en la elaboración de políticas públicas para el cambio climático.
El individuo obtiene información de tres fuentes: lo que le dijeron, lo que le dicen y lo que observa por sí mismo. Es decir que el conocimiento se construye sobre tres tipos de experiencias: la histórica, la social y la individual.
Una ciencia de la resistencia
La etnoecología es una ciencia que explora, desde una perspectiva integral, las distintas visiones que tiene el ser humano de la naturaleza, a la vez que comprende las formas en que usa y maneja los recursos naturales. Es una ciencia joven, interdisciplinaria, que va a contracorriente de la tendencia de la ciencia moderna: busca facilitar la integración de los conocimientos y abordar el fenómeno de la diversidad como un todo: desde su aspecto biológico y natural, hasta el cultural.
Desde la perspectiva etnoecológica, no existe la oposición entre lo natural y lo artificial, tan propia de la modernidad. Muy por el contrario, la cultura es inseparable de su entorno y la producción es inseparable de la cultura. Así, Toledo reconoce tres dominios indivisibles del paisaje: naturaleza, producción y cultura. Y las ciencias tradicionales y campesinas, que son de carácter empírico, se basan en esa noción del paisaje para construir su corpus de conocimiento.
¿Cómo se construye un conocimiento acumulado a lo largo de miles de años? De forma general, el individuo obtiene información de tres fuentes: “lo que le dijeron, lo que le dicen y lo que observa por sí mismo”. Es decir que el conocimiento se basa en tres tipos de experiencias: la acumulada, que constituye el conocimiento histórico; la presente, que es la experiencia socialmente compartida; y la individual, que es la experiencia directa del individuo. Y esto es lo que permite una transmisión de conocimientos cada vez más enriquecidos y en constante adaptación a las condiciones cambiantes del entorno. Es decir que, en todo momento, el conocimiento histórico interactúa de forma dinámica con el presente, con el individual y el social.
La etnoecología se opone a la tendencia moderna de “progreso” y “modernización” que nace de un paradigma que tiende a la homogeneidad. Es una ciencia que reconoce la unión inseparable entre conocimiento y ética y que busca recuperar la memoria histórica de la especie humana para permitirle retomar el control de sí misma. Porque, según Toledo, “la razón fundamental por la cual la sociedad contemporánea y la naturaleza sufren un proceso generalizado de explotación, expoliación y deterioro es la pérdida de control de la sociedad humana sobre la naturaleza y sobre sí misma. En esta perspectiva, la historia de la humanidad ha sido un movimiento hacia una cada vez mayor pérdida del control sobre los procesos que afectan a los seres humanos y a su entorno y no lo contrario (como frecuentemente lo quieren mostrar los enfoques del progreso social)”.
Conocimiento para el desarrollo sostenible
Los pueblos indígenas y las comunidades locales son los más afectados por el cambio climático debido a su estrecho vínculo con la naturaleza y el territorio. Pero, a la vez, son los más excluidos de los espacios de toma de decisiones. Además, los pueblos indígenas han sido históricamente perseguidos por un sistema de depredación que, a pesar de todos sus intentos, nunca ha logrado someterlos. Sin embargo, en palabras de Miguel Altieri, agrónomo chileno y referente en temas de agroecología, “muchas de estas mismas poblaciones están activamente respondiendo a las condiciones climáticas cambiantes y han demostrado innovación y resiliencia frente al cambio climático”.
Por lo tanto, es indispensable ampliar el concepto de ciencia hacia los conocimientos ancestrales. En este sentido, no se trata de desconocer los avances de la ciencia moderna y sus aportes en la comprensión y la cuantificación de los fenómenos del mundo y en la mejora de la calidad de vida. Se trata de establecer un diálogo entre ambos paradigmas. Pero, en lo más profundo, allá donde los conceptos son antagónicos, debe prevalecer la lógica de la producción de diversidades, de adaptabilidad al entorno cambiante y de armonía con los procesos naturales. En la práctica, el trabajo interdisciplinario es una forma de salir de la tendencia de la especialización a generar conceptos rígidos y conocimientos aislados.
Sistemas productivos milenarios a lo largo y ancho del mundo son la demostración viva de que ese conocimiento encierra el verdadero paradigma de la sostenibilidad. Comprender estos sistemas, su historia y sus fundamentos es comprender la memoria histórica de la humanidad que ha logrado existir y reproducirse, material y culturalmente, a lo largo de miles de años sin dañar los procesos naturales. Enfoques como el etnoecológico ofrecen instrumentos para la recuperación de estos saberes, a la vez que se constituyen en torno a los mismos valores filosóficos y éticos que son las bases del conocimiento tradicional y que le dan sentido a la vida y a la existencia humana, en oposición al sistema dominante cuyo fin último es la acumulación. Por esto, la ciencia tradicional no es únicamente un corpus de conocimiento indispensable para afrontar los impactos de la crisis climática. Es, además, el principal antídoto contra la amnesia de la modernidad.
Por Yanina Paula Nemirovsky
Fuente: www.inncontext.avina.net