¿El lenguaje crea la realidad? ¿La refleja? ¿La configura? Nos configura, nos define, nos crea.
Por Mauricio Tolosa
En el marco de los Diálogos Contemporáneos de Providencia, Humberto Maturana señaló que no existen los sinónimos, refiriéndose a que cada palabra tiene una historia y connotaciones que la hacen designar experiencias muy distintas y mencionó como ejemplo la diferencia entre palabras como dialogar y conversar, aludiendo a que diálogo supone dos discursos enfrentados mientras que conversación apela a un bailar junto con.
Fuente: www.sitiocero.net
Esta distinción resonó desde distintos ámbitos cuando supe de la Marcha de los Bastones, convocada principalmente para solicitar una rebaja en el cobro del pasaje en el Transantiago para los “adultos mayores”.
Ancianos o “adultos mayores”
Cuando escuché por primera vez ese curioso eufemismo burocrático de “adulto mayor”, venía regresando a Chile luego de vivir dos años en India, desde una distancia que agudizaba mi sensibilidad hacia ese tipo de subterfugios lingüísticos de la realidad nacional. Con el tiempo he constatado que detrás de la denominación hay mucho más que un “sinónimo”: hay una concepción de la sociedad y de las personas.
En la mayoría de las culturas, y especialmente en las civilizaciones más antiguas, los ancianos juegan un papel fundamental, como portadores de la sabiduría y de la memoria. Ellos son la voz esencial que hace el puente de las épocas, nos recuerdan quienes somos y quienes estamos dejando de ser, son los que nutren de cariño y pertenencia nuestra historia familiar y colectiva que sin demasiada dificultad puede dibujar los trazos de los últimos 100 años. En muchas culturas se habla con respeto del consejo de ancianos que tiene una mirada ponderada y justa, desprovista de las prisas, vanidades y querellas más propias de la juventud.
En Chile todo ese poder de los ancianos se olvidó y se remplazó por unos funcionales programas del “adulto mayor” que inundaron con aires de desarrollo desde el gobierno nacional hasta el municipal. Y como todo programa que no contempla la comunicación, es decir la creación e integración de comunidad, se realizó de arriba hacia abajo, dirigido a beneficiar a un “segmento de la población”, de entretenerlo con clases de baile, bingos, paseos,… como una borrosa fotocopia pública de los spots de las AFP’s que inundaban la televisión prometiendo los beneficios y el goce de la “edad de oro”, esa de después de la “vida útil”.
Estas políticas para el “adulto mayor” (¿puede un “mayor” no ser “adulto”?) reflejan la loable idea de retribuir en algo a los que ya dieron “lo mejor de sí”, pero a “ellos”, como grupo cerrado y aparte. No se les considera como personas con mucho que compartir, que aprender, que entregar como parte de una sociedad que como nunca antes necesita de esa experiencia y de ese espíritu sabio. Los programas no buscan integrar a los ancianos a la conversación común (¿hay conversación común?) que enriquezca la memoria en beneficio de todos, poblando de cariño nuestros barrios, comunas y sociedad.
Marchas separadas, conversaciones comunes
En la Marcha de los Bastones caminaron por Santiago los “adultos mayores”, exigiendo un diálogo con el gobierno, planteando una reducción de la tarifa de los buses, que para muchos significaría la posibilidad de movilizarse por la ciudad para visitar a sus hijos y nietos, ir al médico o a una exposición, salir a comprar la comida del día. Con una pensión de menos de 100.000 pesos un pasaje ida y vuelta en bus representa más del 1% del ingreso mensual.
Ese mismo día, por otra calle, caminaban para defender el agua de Santiago los jóvenes (que inevitablemente también serán ancianos), protestaban por la construcción de una central de pasada que trasvasija a través de tres cuencas los frágiles riachuelos que dan origen al río Maipo como si no existieran la desertificación y el calentamiento global. La marcha contra el proyecto Alto Maipo se enfrenta en un diálogo desigual con el gobierno y uno de los grupos económicos más poderosos, vinculado estrechamente a la Concertación, y hoy a la Nueva Mayoría.
Si quienes quieren cambiar el mundo transformaran los diálogos en conversaciones, primero entre los mismos actores que buscan otra manera de vivir, quizás los ancianos les habrían contado a las nuevas generaciones que el Maipo era un río abundante que nutría toda la zona agrícola central, que es parte integral de la cultura y la identidad de Chile y que es mucho más que un “recurso hídrico”. En los diálogos particulares el sistema corre con ventaja; en la conversación que recupera la fraternidad, la palabra, el sentido humano ganan siempre los ciudadanos, porque el mundo se hace más amplio y en él la generosidad vence a la codicia. Cuando conversamos la humanidad se reconstituye, cambian las lógicas y se generan movimientos y posibilidades insospechados.