CRISTIANDAD VERSUS CRISTIANISMO
La coyuntura que vive hoy la Iglesia católica es preocupante y, a la vez, esperanzadora. Por un lado, el desprestigio acumulado de la Institución tradicional, debido a abusos de poder (Banco Vaticano, Los Legionarios de Marcial Masiel, Karadima en Chile). Y, por otro lado, un Papa, como Francisco, que intenta reconectar la Iglesia católica con su fundamento auténtico del Jesús de los evangelios, crucificado como consecuencia de su opción divina por los pobres y marginados, y a quien Dios resucitó ratificando que en ese crucificado el mismo Dios revelaba cuál era su verdadero Espíritu.
Por Antonio Bentué, teólogo (Santiago, 14 de mayo, 2015).
Fuente: www.redescristianas.net
Con el Decreto de Teodosio (380), el Imperio romano quiso apropiarse de la fuerza del cristianismo “martirial” a favor del poder imperial, asumiendo al Cristianismo como la religión oficial del Imperio romano (y así el “cristianismo”, coherente con el Jesús de los evangelios, se transformó en “Cristiandad”). De esta manera, la Institución católica tomó la ambigüedad propia de una Religión de poder. Contra ello reaccionaron, al comienzo, los monjes yéndose al desierto. Y más tarde, hubo otras reacciones, como los movimientos de vuelta al Evangelio (“cátaros” y Franciscanos, o el mismo Lutero), hasta llegar al Concilio Vaticano II con su inspiración original de “vuelta a las fuentes”, que impulsó Juan XXIII con el “aggiornamento” de su Encíclica Pacem in Terris y el mismo Concilio.
El Papa Francisco intenta retomar de nuevo aquel retorno al evangelio (que había quedado “entrampado” en el postconcilio). Por eso tomó el nombre de Francisco. Pero el poder iniciado y conseguido con el Decreto de Teodosio y fortalecido con Carlomagno, no quiere renunciar a aquella sacralización del poder mundano (con el surgimiento de la “Cristiandad”) y las luchas de poder que implicó a lo largo de la historia (cruzadas, conquistas de América); no quiere renunciar al poder adquirido, dando para ello razones aparentemente “religiosas y morales”.
Y ahí está la raíz de las dificultades con que se enfrenta el Papa Francisco. Ya Jesús previno que “no había venido a traer la Paz, sino la espada y a dividir la familia…”, entre quienes quieren mantener la religión de “poder” (“que constituyó la tentación del mismo Jesús, ¡a la cual no cedió!) y quienes sueñan y esperan, -con la “esperanza” puesta sólo en el Espíritu de Dios que ungió como Cristo (=Ungido) a Jesús y que le fue dado a la Iglesia, con su muerte en cruz (Jn 19,30)-, que la Iglesia pueda retomar ese “Espíritu” para volver así a parecerse a la comunidad del Nazareno, ajeno a todo poder mundano: “No será así entre Ustedes…Pues mi Reino no es de ese mundo” (le objetó a Pilatos, anticipando ya el rechazo al “decreto” de Teodosio).
Cercanos ya al Sínodo de la Familia, convocado por el Papa para el próximo mes de Octubre, se ha puesto en acción la maquinaria del poder de “cristiandad-católica”, liderada por el Cardenal Burke y el Cardenal Jorge Medina. Para ello hacen pública una carta titulada como un “filial llamado a su Santidad el Papa”, para prevenir que, en el próximo Sínodo de la familia, el catolicismo moral deje de excluir de la Iglesia a los homosexuales (cuya relación de amor consideran “contrario a la Ley divina y a la Ley natural” = o sea no pueden ser acogidos, reconocidos como tales, ni en la Iglesia ni en la sociedad civil), y deje fuera del acceso al Jesús eucarístico a las “pobres” “divorciadas vueltas a casar”, aun cuando el sentido profundo de la Eucaristía es que Jesús quiso quedarse con nosotros para seguir acompañando a los “frágiles” hijos de Adán, “donde haya dos o más de ellos reunidos en su Nombre”. Dios, en cambio, resiste a los “creídos” y fue crucificado por culpa del “puritanismo” representado por los fariseos y los sacerdotes, tan cumplidores de la Ley que la transgredieron en su esencia misma al rechazar el “nuevo mandamiento”, por el cual Jesús entregó su vida: “Ámense los unos a los otros como yo les he amado”. Eso es lo único Absoluto; todo lo demás sólo vale en relación a ese único mandamiento nuevo. Y esa es precisamente su “novedad”: “Quiero misericordia y no sacrificios; ese conocimiento de Dios y no los holocaustos”. Y “vengan a mí todos los que están cansados y oprimidos” (Mt 11,28-30).
En la misma redacción de la carta promocionada por los eminentes cardenales Burke y Medina, uno percibe la actitud “puritana” y “clasista” análoga a la del Sanedrín, al
Pues bien, ésta no es la Iglesia del nazareno Jesús, y no tiene nada que ver con el Jesucristo crucificado precisamente por anunciar que su Reino “no es de ese mundo”. Y, frente a tal pretensión impúdica, sería el momento de que todas las Comunidades cristianas del “Pueblo de Dios” pidieran a sus obispos convocados al Sínodo que, junto al Papa Francisco, proclamen con fuerza que la verdadera Iglesia de Jesús es “Iglesia de los pobres”, lo cual implica el llamado a la conversión de los ricos y potentados (“puesto que es muy difícil que un rico entre en el Reino de los cielos; es más difícil que un camello pase por el hueco de unja aguja a que un rico entre en el Reino de Dios”, Mt 19,23,24). La Iglesia de Jesús no es la de intereses de poder mundano, reivindicado en la carta por el tenor de sus firmantes, con la excusa de que se está defendiendo la “familia” y la “pureza de la fe”.
El evangelio deja muy claro lo que Jesús quería y lo expresó (costándole la vida) en reacción a esa pretensión “puritana”: “En nombre de su tradición, no invaliden la Palabra de Dios, ¡hipócritas!”(Mt 15,6s), puesto que “preparan cargas pesadas e insoportables y las colocan sobre las espaldas de los demás, mientras ellos no las mueven ni con el dedo…(y viven muy bien en sus reductos de poder y , a veces, de placer clandestino, a lo Maciel o Karadima)… Ay de Ustedes, fariseos hipócritas, que purifican por fuera las copas y los platos, mientras por dentro están llenos de rapacidad y de codicia. Fariseo ciego, purifica primero el interior de la copa, y así también será puro el exterior”(Mt 23,4 y 15). Por eso, ahora es el momento de fidelidad irrestricta al verdadero Evangelio de Jesús, apoyando al Papa Francisco en su esfuerzo por devolverle a la Iglesia su verdadero rostro de “iglesia de misericordia” hacia los pobres, quienes, en su situación familiar, tienen a menudo realidades que no corresponden al mal llamado ideal de “familias bien constituidas” como si fueran las únicas con “derecho” a acercarse al “sacramento de eucarístico”; cuando son los “débiles”, la mayor parte de los cuales son “pobres y marginados”, quienes son los primeros llamados a su cercanía. La Iglesia no es un “club” de los puros, sino una comunidad de “pobres” acogidos por el mismo “seno (Raham, Ex 34,6) de Dios”.