“Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos”, Jorge Luis Borges.
Sus palabras toman sentido si se piensa como la humanidad confronta permanentemente por causas justas, vanas, perdidas o injustas, y los protagonistas de la riña muchas veces son paradójicamente parecidos. No hay dudas que en muchas disputas los conflictos de intereses son el foco de la cuestión. Pero, suele suceder que la racionalidad se escapa. Las peleas no se limitan a la búsqueda del objetivo, simplemente. La difamación, el insulto, la subestimación y la chicana son alguna de las actitudes sobre un inventario de conductas agraviantes de un lado y del otro.
Esta situación es frecuente, en todos los ámbitos de la vida. Pero, se puede visualizar notablemente en el mundo de la política. Grandes enemigos, de partidos distintos o bien del mismo, protagonizan peleas públicas en las cuáles la sociedad sólo funciona como espectadora, y generalmente no conoce a fondo el verdadero motivo. Estas riñas entre funcionarios no se diferencian demasiado de aquellas que pueden tener como centro a un escándalo del mundo del espectáculo.
Insultos por doquier, golpes bajos y burlas, forman parte de las peleas entre políticos. La devaluación llegó también para las estrategias en este diferenciarse del otro. El absurdo, el ridículo y la pérdida de la elegancia es la constante para enfrentar al enemigo de turno, ya que a nadie le extrañaría demasiado que mañana sea un compañero. Entonces, retomando la idea de enemigos que lejos de las dicotomías son más próximos de lo que parecen, no estaría mal realizar el ejercicio de observar cuáles son los puntos centrales sobre los que se basan los conflictos.
Seguramente, se le escapen al ciudadano las verdaderas razones sobre las cuáles la política disputa contra instituciones, partidos políticos, empresas u organizaciones. El conflicto de intereses es un misterio para la sociedad, se oculta debajo de la alfombra. Pero, en esta pelea, sí no podemos dejar de observar como los cruces se tornan violentos, autoritarios y soberbios. Justamente, estos tres adjetivos son algunos de los tantos que forman parte del discurso entre unos y otros. Negarse al diálogo y propiciar el conflicto eterno es la constante entre enemigos.
Quién ha realizado una sabia teoría sobre el tema, es el padre de psicoanálisis Sigmund Freud, que introdujo el concepto y desarrollo de la proyección ¿Qué significa? Es un mecanismo de defensa por el cual una persona atribuye a otras los propios motivos, deseos o emociones. En este marco, es una forma de ocultar involuntariamente e inconscientemente de su vida psíquica, consecuencia de la presión del superyó que reprime o sanciona como incorrecto, el contenido psíquico o de los temores y frustraciones del sujeto. Entonces, como estrategia para salvaguardar la seguridad de la persona tiene un valor limitado y puede dar lugar a comportamientos poco adaptados que dificultan la convivencia.
Quien proyecta no hace más que depositar en otro su propia identidad.
Muchas veces la imposibilidad de hacerse cargo de los propios defectos, conscientes o no, trae como consecuencia un espejo y convertimos este reflejo en un enemigo. Si observamos y escuchamos atentamente a quienes se pelean, podremos darnos cuenta que sus reacciones y actitudes son similares y a veces pareciera que se están mirando al espejo.
Fuente: www.visapositiva.com