Cuentos sufíes
El Sufismo, tal como lo conocemos, se desarrolló dentro de la matriz cultural del Islam. La revelación Islámica se presentó a sí misma como la última expresión del mensaje esencial traído a la humanidad por los profetas de todas las épocas.
Si es que el Sufismo tiene un método central, éste es el del desarrollo de la presencia y del amor. Sólo la presencia puede despertarnos de nuestra esclavitud respecto del mundo y de nuestros propios procesos sicológicos, y sólo el amor cósmico puede abarcar lo Divino. El amor es la más alta activación de la inteligencia, pues sin él nada grande se lograría, ya sea espiritualmente, artísticamente, socialmente, o científicamente.
Una vez el sultán iba cabalgando por las calles de Estambul, rodeado de cortesanos y soldados. Todos los habitantes de la ciudad habían salido de sus casas para verle. Al pasar, todo el mundo le hacía una reverencia. Todos menos un derviche arapiento.
El sultán detuvo la procesión e hizo que trajeran al derviche ante él. Exigió saber por qué no se había inclinado como los demás.
El derviche contestó:
– Que toda esa gente se incline ante ti significa que todos ellos anhelan lo que tú tienes : dinero, poder, posición social. Gracias a Dios esas cosas ya no significan nada para mí. Así pues, ¿por qué habría de inclinarme ante ti, si tengo dos esclavos que son tus señores?.
La muchedumbre contuvo la respiración y el sultán se puso blanco de cólera.
– ¿Qué quieres decir? – gritó.
– Mis dos esclavos, que son tus maestros, son la ira y la codicia – dijo el derviche tranquilamente.
Dándose cuenta de que lo que había escuchado era cierto, el sultán se inclinó ante el derviche.
Decía un Maestro a sus discípulos:
– Un hombre bueno es aquél que trata a los otros como a él le gustaría ser tratado. Un hombre generoso es aquél que trata a otros mejor de lo que él espera ser tratado. Un hombre sabio es aquél que sabe cómo él y otros deberían ser tratados, de qué modo y hasta qué punto. Todo el mundo debería ir a través de las tres fases tipificadas por estos tres hombres.
Alguien le preguntó:
-¿Que es mejor: ser bueno, generoso o sabio?
– Si eres sabio, no tienes que estar obsesionado con ser bueno o generoso. Estás obligado a hacer lo que es necesario.
Una vez Nasrudin le dijo a su hijo:
– Pídeme lo que quieras y te lo daré.
El niño muy emocionado, pues conocía la pobreza de su padre, le contestó:
– Te lo agradezco de todo corazón. ¿Puedes darme tiempo hasta mañana?. Tengo que pensar.
– Muy bien – dijo Nasrudín – Hasta mañana.
Al día siguiente, el hijo fue a ver a su padre y le pidió un burrito.
– Ah no – le contestó Nasrudín – no tendrás el burrito.
– ¡Pero me habías prometido darme lo que quisiese!
– ¿Y no he mantenido mi palabra? ¡ Me pediste tiempo y te lo he dado !
A través de un ventanuco enrejado que había en su celda un preso gustaba de mirar al exterior. Todos los días se asomaba y, cada vez que veía pasar a alguien al otro lado de las rejas, estallaba en sonoras e irrefrenables carcajadas. El guardián estaba realmente sorprendido. Y un día le preguntó :
– Oye, hombre, ¿a qué vienen todas esas risotadas día tras día?
El preso contestó:
– ¿De qué me río? ¡Pero estás ciego! Me río de todos esos que hay ahí. ¿No ves que están presos
detrás de estas rejas?
Cierto hombre creía que el último día de la humanidad caería en una determinada fecha y se debía afrontar de modo adecuado.
Llegado el día, congregó en torno suyo a cuantos estuvieron dispuestos a escucharlo y los condujo a la cima de una montaña.
Tan pronto estuvieron reunidos allí, el peso acumulado hizo que se hundiera la frágil corteza y todos terminaron en las profundidades de un volcán, y en efecto fue para ellos el último día.
Un hombre mundano le pregunto a un buscador sincero:
– ¿ y vosotros en realidad qué hacéis?
El buscador le respondió:
Nos caemos y nos levantamos, nos volvemos a caer y nos volvemos a levantar Un padre deseaba para sus dos hijos la mejor formación mística posible. Por ese motivo, los envió a adiestrarse espiritualmente con un reputado maestro de la filosofía vedanta. Después de un año, los hijos regresaron al hogar paterno.
El padre preguntó a uno de ellos sobre el Brahmán, y el hijo se extendió sobre la Deidad haciendo todo tipo de ilustradas referencias a las escrituras, textos filosóficos y enseñanzas metafísicas. Después, el padre pregunto sobre el Brahmán al otro hijo, y éste se limitó a guardar silencio. Entonces el padre, dirigiéndose a éste ultimo, declaró:
– Hijo, tú sí que sabes realmente lo que es el Brahmán
– Durante seis años busqué la iluminación – dijo el discípulo -. Siento que estoy cerca y quiero saber cómo he de dar el siguiente paso. Un hombre que sabe buscar a Dios, sabe también cuidar de sí mismo.
– ¿Cómo te mantienes? – preguntó el maestro.
– Ése es un detalle sin importancia. Mis padres son ricos y me ayudan en mi búsqueda espiritual. Gracias a ello puedo dedicarme por entero a las cosas sagradas.
-Muy bien – dijo el maestro – entonces te explicaré el siguiente paso: mira al sol durante medio minuto.
El discípulo obedeció. A continuación, el maestro le pidió que describiese el paisaje a su alrededor
– No puedo hacerlo. El brillo del sol me ha deslumbrado.
– Un hombre que mantiene los ojos fijos en el sol, termina ciego. Un hombre que sólo busca la Luz y deja sus responsabilidades en manos de los demás, jamás encontrará lo que busca – comentó el maestro.
Un vecino de Nasrudín fue a visitarlo.
– Mulá, necesito que me preste su burro.
– Lo lamento – dijo el Mulá – pero ya lo he prestado.
No bien terminó de hablar, el burro rebuznó. El sonido provenía del
establo de Nasrudín.
– Pero, Mulá, puedo oír al burro que rebuzna ahí dentro – dijo
Mientras le cerraba la puerta en la cara, Nasrudín replicó con dignidad:
– Un hombre que cree en la palabra de un burro más que en la mía no merece que le preste nada.
Era una rana que había vivido siempre en un mísero y estrecho pozo, donde había nacido y habría de morir.Pasó cerca de allí otra rana que había vivido siempre en el mar.
Tropezó y se cayó en el pozo.
– ¿De dónde vienes? -preguntó la rana del pozo.
– Del mar.
– ¿Es grande el mar?
– Extraordinariamente grande, inmenso.
La rana del pozo se quedó unos momentos muy pensativa y luego preguntó:
– ¿Es el mar tan grande como mi pozo?
– ¡Cómo puedes comparar tu pozo con el mar! Te digo que el mar es excepcionalmente grande, descomunal.
Pero la rana del pozo, fuera de sí por la ira, aseveró:
– Mentira, no puede haber nada más grande que mi pozo; ¡nada! ¡Eres una mentirosa y ahora mismo te echaré de aquí.
Un discípulo preguntó a Hejasi: Quiero saber qué es lo más divertido de los seres humanos.
Hejasi contestó: “Piensan siempre al contrario”.
– Tienen prisa por crecer, y después suspiran por la infancia perdida.
– Pierden la salud para tener dinero y después pierden el dinero para tener salud.
– Piensan tan ansiosamente en el futuro que descuidan el presente, y así, no viven ni el presente ni el futuro.
– Viven como si no fueran a morir nunca y mueren como si no hubiesen vivido.”
Un hombre fue a Wahab Imri y le dijo:
– Enséñame humildad.
– No puedo hacerlo – dijo Wahab – porque la humildad es una
maestra en sí misma.
Se aprende por medio de su
misma práctica. Si no la puedes practicar, no la puedes aprender.
Si no la puedes aprender, no
quieres realmente aprenderla en absoluto dentro de ti.
Saádi de Shiraz relata esta historia acerca de sí mismo:
-Cuando yo era niño, era un muchacho piadoso, ferviente en la oración y en las devociones. Una noche estaba velando con mi padre, mientras sostenía el Corán en
mis rodillas. Todos los que se hallaban en el recinto comenzaron a adormilarse y no tardaron en quedarse profundamente dormidos. De modo que le dije a mi padre:
– Ni uno sólo de esos dormilones es capaz de abrir sus ojos o alzar su cabeza para
decir sus oraciones. Diría uno que están todos muertos.
Y mi padre me replicó:
– Mi querido hijo, preferiría que también tú estuvieras dormido como
ellos, en lugar de murmurar.
El genio, recién liberado le dijo al pescador:
– Pide tres deseos y te los daré.
– Me gustaría – dijo el pescador – que me hicieses lo bastante inteligente como para hacer una elección perfecta de los otros dos deseos.
– Hecho – dijo el genio – ¿cuáles son los otros dos?
– Gracias. No tengo más deseos
– ¿Rezas tus oraciones cada noche? – preguntaba una abuela a su nieto.
– ¡Por supuesto! – dijo el niño
– ¿Y por las mañanas?
– No. Durante el día no tengo miedo.
Al llegar a una edad avanzada, y tras una vida hogareña de alegrías y sufrimientos cotidianos, unos esposos decidieron renunciar a la vida
mundana y dedicar el resto de sus existencias a la meditación y a peregrinar a los más sacrosantos santuarios.
En una ocasión, de camino a un templo himalayo, el marido vio en el sendero un fabuloso diamante. Con gran rapidez, colocó uno de sus pies sobre la joya para ocultarla, pensando que, si su mujer la veía, tal vez surgiera en ella un sentimiento de codicia que pudiese contaminar su mente y retrasar su evolución mística, pero la mujer descubrió la estratagema de su marido y con voz ecuánime y apacible comentó:
– Querido, me gustaría saber para que has renunciado al mundo si todavía haces distinción entre el diamante y el polvo.
Una vez Satanás, que hablaba con un hombre, dijo:
– ¿Qué pides a cambio de tu alma?
– Exijo riquezas, posesiones, honores… también juventud, poder, fuerza… exijo sabiduría, genio… renombre, fama, gloria… placeres y amores… ¿Me darás todo eso?
– No te daré nada
– Entonces no te daré mi alma.
– Tu alma ya es mía.
Un rico industrial del Norte se horrorizó cuando vio a un pescador del Sur tranquilamente recostado contra su barca y fumando una pipa.
– ¿Por qué no has salido a pescar? – le pregunto el industrial.
– Porque ya he pescado bastante hoy – le respondió el pescador.
– ¿Y por qué no pescas más de lo que necesitas? – insistió el industrial.
– ¿Y qué iba a hacer con ello? – preguntó a su vez el pescador.
– Ganarías más dinero – fue la respuesta – De ese modo podrías poner un motor a tu barca. Entonces podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces. Entonces ganarías lo suficiente para comprarte unas redes de nylon, con las que obtendrías más peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos barcas… y hasta una verdadera flota. Entonces serías rico, como yo.
– ¿Y qué haría entonces? – preguntó de nuevo el pescador.
– Podías sentarte y disfrutar de la vida – respondió el industrial.
– ¿Y qué crees que estoy haciendo en este preciso momento? – respondió el satisfecho pescador.
Las lluvias monzónicas habían llegado a la India. Era un día oscuro y llovía torrencialmente. Un discípulo corría para protegerse de la lluvia cuando lo vio su maestro y le increpó:
– Pero, ¿cómo te atreves a huir de la generosidad del Divino?, ¿por qué osas refugiarte del líquido celestial? Eres un aspirante espiritual y como tal deberías tener muy en cuenta que la lluvia es un precioso obsequio para toda la humanidad.
El discípulo no pudo por menos que sentirse profundamente avergonzado. Comenzó a caminar muy lentamente, calándose hasta los huesos, hasta que al final llegó a su casa. Por culpa de la lluvia cogió un persistente resfriado.
Transcurrieron los días. Una mañana estaba el discípulo sentado en el porche de su casa leyendo las escrituras. Levantó un momento los ojos y vio a su gurú corriendo tanto como sus piernas se lo permitían, a fin de llegar a algún lugar que lo protegiera de la lluvia.
– Maestro – le dijo – ¿por qué huyes de las bendiciones divinas? ¿No eres tú ahora el que desprecias el obsequio divino? ¿Acaso no estás huyendo del agua celestial?
Y el gurú repuso:
– ¡Oh, ignorante e insensato! ¿No tienes ojos para ver que lo que no quiero es profanarla con los pies?
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Vivía en Bagdad un comerciante llamado Zaguir. Hombre culto y juicioso, tenía un joven sirviente, Ahmed, a quien apreciaba mucho.
Un día, mientras Ahmed paseaba por el mercado de tenderete en tenderete, se encontró con la Muerte que le miraba con una mueca extraña. Asustado, echó a correr y no se detuvo hasta llegar a casa. Una vez allí le contó a su señor lo ocurrido y le pidió un caballo diciendo que se iría a Samarra, donde tenia unos parientes, para de ese modo escapar de la Muerte.
Zaguir no tuvo inconveniente en prestarle el caballo más veloz de su cuadra y se despidió diciéndole que si forzaba un poco la montura podría llegar a Samarra esa misma noche.
Cuando Ahmed se hubo marchado, Zaguir se dirigió al mercado y al poco rato encontró a la muerte paseando por los bazares.
– ¿Por qué has asustado a mi sirviente? – preguntó a la Muerte-. Tarde o temprano te lo vas a llevar, déjalo tranquilo mientras tanto.
– No era mi intención asustarlo – se excusó ella – pero no pude ocultar la sorpresa que me causó verlo aquí, pues esta noche tengo una cita con él en Samarra.
Un discípulo preguntó a Hejasi: Quiero saber qué es lo más divertido de los seres humanos.
Hejasi contestó: “Piensan siempre al contrario”.
– Tienen prisa por crecer, y después suspiran por la infancia perdida.
– Pierden la salud para tener dinero y después pierden el dinero para tener salud.
– Piensan tan ansiosamente en el futuro que descuidan el presente, y así, no viven ni el presente ni el futuro.
– Viven como si no fueran a morir nunca y mueren como si no hubiesen vivido.”
Después de haber saqueado una ciudad, un hombre estaba tratando de vender una valiosa alfombra, parte del botín:
– ¿Quién me da cien piezas de oro por esta alfombra? – gritaba el hombre por las calles del pueblo.
Habiendo realizado la venta, se le aproximó al vendedor un compinche del saqueo y le preguntó:
– ¿Porqué no pediste más por esa incalculable alfombra?
El individuo le respondió:
– ¿Pero es que existe un número mayor que cien?
Un Maestro decía:
– Desgraciadamente, es más fácil viajar que detenerse.
Los discípulos quisieron saber por qué.
– Porque mientras viajas hacia una meta, puedes aferrarte a un sueño; pero cuando te detienes, tienes que hacer frente a la realidad
– Pero entonces, ¿cómo vamos a poder cambiar si no tenemos metas ni sueños? – preguntaron perplejos los discípulos.
– Para que un cambio sea real, tiene que darse sin pretenderlo. Haced frente a la realidad y, sin quererlo, se producirá el cambio.
Era un discípulo honesto y de buen corazón, pero todavía su mente era un juego de luces y sombras y no había recobrado la comprensión amplia y conciliadora de una mente sin trabas.
Como su motivación era sincera, estudiaba sin cesar y comparaba credos, filosofías y doctrinas. Realmente llegó a estar muy desconcertado al comprobar la proliferación de tantas enseñanzas y vías espirituales. Así, cuando tuvo ocasión de entrevistarse con su instructor espiritual, dijo:
– Estoy confundido. ¿Acaso no existen demasiadas religiones, demasiadas sendas místicas, demasiadas doctrinas si la verdad es una?
Y el maestro repuso con firmeza:
– ¡Qué dices, insensato! Cada hombre es una enseñanza, una doctrina. Aunque haya muchas vías, en última instancia sigue tu propia senda interior.
Para cabalgar plácidamente sobre un corcel es necesario saber dirigir sus riendas a la perfección:
Cuando conviene tirar de ellas, tirar.
Cuando hay que soltarlas, hacerlo.
Cuando es necesario tirar y soltar, hacerlo también.
El dominio oportuno de las riendas es la base para que el corcel y el jinete den lo mejor de sí mismos, y sin riesgos para ninguno de los dos.
Cierta vez, un sabio sufí requirió a sus discípulos que le comunicasen cuáles eran las vanidades que habían tenido ellos antes de
iniciar sus estudios con él.
El primero dijo:
– Yo imaginaba ser el hombre más hermoso del mundo.
EL segundo dijo:
– Yo creí que, en mi condición de religioso, era uno de los elegidos.
El tercero dijo:
– Yo me creí capaz de enseñar.
El cuarto dijo:
– Mi vanidad fue mayor que todas ésas, pues creí que podía aprender.
El sabio observó:
– La vanidad del cuarto discípulo sigue siendo la mayor: la vanidad de mostrar que en un tiempo tuvo la máxima vanidad
Un discípulo a su Maestro:
¿Hay algo que yo pueda hacer para llegar a la Iluminación?
– Tan poco, como lo que puedes hacer para que amanezca por las mañanas.
– Entonces, ¿para que valen los ejercicios espirituales que tú mismo recomiendas?
– Para estar seguro de que no estás dormido cuando el sol comience a salir.
Día tras día, el discípulo hacía la misma pregunta:
– ¿Cómo puedo encontrar a Dios?
Y día tras día recibía la misteriosa respuesta:
– A través del deseo.
– Pero ¿acaso no deseo a Dios con todo mi corazón? Entonces ¿por qué no lo he encontrado?
Un día mientras se hallaba bañándose en el río en compañía de su discípulo, el Maestro le sumergió bajo el agua, sujetándole
por la cabeza, y así lo mantuvo un buen rato mientras el pobre hombre luchaba desesperadamente por soltarse. Al día siguiente
fue el Maestro quien inició la conversación:
– ¿Por qué ayer luchabas tanto cuando te tenia yo sujeto bajo el agua?
– Porque quería respirar.
– El día que alcances la gracia de anhelar a Dios como ayer anhelabas el aire, ese día te habrás encontrado.
Una muñeca de sal recorrió miles de kilómetros de tierra firme, hasta que, por fin, llegó al mar. Quedó fascinada por aquella móvil y extraña masa, totalmente distinta de cuanto había visto hasta entonces.
– ¿Quién eres tú? – le preguntó al mar la muñeca de sal.
Con una sonrisa, el mar le respondió:
– Entra y compruébalo tú misma.
Y la muñeca se metió en el mar. Pero, a medida que se adentraba en él, iba
disolviéndose, hasta que apenas quedó nada de ella. Antes de que se
disolviera el último pedazo, la muñeca exclamó asombrada:
– ¡Ahora ya sé quién soy!.