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Oct 11, 2019
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De la Realidad al Alma

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DE LA REALIDAD AL ALMA…

Diálogo con el escritor Roberto Cabrera Olea.

Una nueva lucidez recorre el orbe. Es el boom de la consciencia. Y emergen voces simples y corajudas que invitan a aligerar la vida, legitimando la propia experiencia. 

Para Roberto Cabrera Olea nuestra auténtica libertad consiste en salirnos del juego del sometimiento, dejar de ser víctimas y de regalar nuestro poder. Egresado del magíster en Ciencias Sociales y diseñador gráfico de la Universidad Arcis, Roberto Cabrera Olea es maestro de reiki e instructor de meditación de un conocido centro de formación técnica. Es autor de Ser Imagen (2005) y A hiena sin presa se le caen los dientes (2012), entre otras publicaciones.

La suya es una palabra prístina e inspirada. Una voz que habla desde el interior. Sostiene que vivir “es un jueguito más fácil de lo que creemos” y aboga por un pacto con uno mismo para cambiar el mundo. Para él, la transformación social no va por las anchas alamedas, sino por los íntimos pasadizos de las decisiones personales. Afirma que primero hay que abrazarse uno mismo con aceptación y confianza para luego compartir con un otro. Su propuesta parece neoliberal, pero dista de serlo: plantea “rebalsarse” de autoamor y “chorrear” a quienes nos rodean.

– Llama la atención eso tuyo tan poético…

– Tiene que ver con cómo siento, con la capacidad de sentir. El arte, la música, la literatura han estado muy fuerte en mi formación. Además, parte del trabajo conmigo mismo ha sido poder romper el deber ser de una determinada manera para transitar hacia la autenticidad y sentirme más cómodo siendo. En ese sentido, la prosa poética me acomoda; es un género escritural libre, que me permitió escribir mi primer libro sin filtro. Me conecté profundamente. Escribí con corazón, emoción, sentimiento. Me sentí vibrante…

– Escribes ahí: “Soy entreabierto y redondo, silencioso y poeta como todos…” ¿Somos todos poetas?

– Sí. Ocurre que no lo recordamos. El poeta avista lo esencial, marca el camino de la realidad al alma, como dice Walt Whitman. El poeta siente, busca y propone conexiones nuevas para compartirlo. Recordar (re-cordis) significa, en su etimología, volver a conectar con el corazón.

Nuestros conflictos vitales tiene su origen en una lectura negativa que tenemos de nosotros mismos. 

– En tu libro dices que naces dormido… Eso de dormirte, ¿fue un mecanismo de sobrevivencia?

– Creo que es algo que nos pasa a todos. Uno nace abierto y conectado, pero el temor de manifestarnos en contacto con el corazón en un mundo que no vive así nos hace irnos para atrás y olvidar, porque es amenazante. Así, nos vamos condicionando y replegando nuestra esencia. Es curioso: el amor, aquello que nos puede dar más vida, más tranquilidad, mayor plenitud, es lo que nos amenaza. Me refiero a cuando nos retiramos de nuestra genuina presencia.

– ¿Cuál fue tu amenaza?

– El mundo me violentaba fácilmente porque percibía mucho. Fue no poder vivir en el mundo como los demás. Me costaba hablar, relacionarme. Me oculté a tal punto que se me olvidó quien era. Me sentía aislado. Cultivé una sensación de soledad muy fuerte. E intenté aprender a vivir como viven los demás; necesitaba sentirme bienvenido y acompañando. Construí una herramienta para funcionar y entré en el mundo con un costo emocional grande… Esa herramienta es un personaje que uno se inventa para pertenecer y funcionar, lo que me llevó a una depre muy fuerte.

– Háblame de tu personaje…

– Era el artista maldito que tiene que sufrir para crear. Uno puede replegar lo que siente, pero no puede matarlo. Yo soy muy sensible, abierto, y mi alma quería manifestarse. Sin embargo, mi personaje estaba en el juego de pertenecer, uniformarse, funcionar, moldearse, y ahí se armó un cortocircuito. Luego me di cuenta que no necesitaba sufrir. El sufrimiento consistía justamente en intentar modelarme de determinada forma para estar en el mundo. Ahí dije: “¡No más!” La posibilidad de poder vivir pleno era más cercana si me conectaba conmigo, no si intentaba aprender a vivir en el mundo.

Pacto personal

– ¿Y cuándo comenzaste a ser tú mismo?

– Escribir me permitió contactarme con mi ser más esencial, pero no creo que uno pueda ser uno mismo todo el rato. Lo bonito es que ahora puedo reconocer que construí cierto personaje. Lo veo y a veces me entrego a él, aunque me sienta un poco apretado. Es que a ratos no puedo estar totalmente conmigo.

– Cuéntanos, ¿qué pasó al escribir?

– Sentí nostalgia, dolor y culpa de haberme dejado de lado, olvidado…; de haber dañado a otras personas. No es que haya sido un maldito, pero no era yo quien estaba parado ahí. Comencé a sentir la vida de otra manera, me inicié en reiki. Volví a sentirme, a acordarme de mí. Recordar, por ejemplo, la capacidad de amar, de conectar con las personas, de intuir cosas, de sentir claridades; comencé a vincularme con personas muy libres, formas de estar que me hacían mucho sentido.

Construyamos tu manifiesto…

– Ok. Estamos acostumbrados a hacer convenciones, y seguimos con el mecanismo de creer que tenemos que enfocarnos hacia nuestro entorno y transformarlo. Propongo que dejemos de hacer acuerdos afuera para cambiar el mundo. El planeta va a cambiar por resonancia cuando nos conectemos con nosotros mismos y tomemos una decisión.

Y no se trata de no denunciar o desnudar a quienes oprimen, sino de no esperar necesariamente un cambio en ellos. Somos nosotros quienes tenemos que hacernos cargo de la transformación global partiendo por una escala humana, pequeña y cotidiana. Mi planteamiento tiene que ver con transitar desde un pacto social a un pacto individual.

– ¿Con quién es ese pacto?

– Es con uno, pero no con el personaje de uno. Nuestros conflictos tienen su origen en una lectura negativa que tenemos de nosotros mismos. Rechazamos una parte nuestra o no se nos permite manifestarla cuando tenemos conflicto con esa parte. Hay que tener la valentía de entrar en lo que no nos gusta o no queremos ver. Eso es valentía. Tiene que ver con nuestra percepción. Replicamos nuestros fantasmas. Es una creación necesaria para darnos sentido. Hay que abrazar eso incluso cuando se reedita en la actualidad.

– ¿Somos buscadores de sentido?

– Buscar es, por definición, una trampa. Cuando uno busca, hay algo que nos falta y nos quedamos en la carencia. Así, confundimos búsqueda con reconocimiento. Si reconozco mi patrimonio existencial me siento completo con todo lo que soy y con todo lo que creo no ser. Y cuando uno se va completando, se va transformando en un ser amoroso. Es entender que la lucha no es afuera.

Hay que dar vuelta el espejo. Me veo y veo que el cocreador de las circunstancias que vivo soy yo. Reconozco que el que estoy mirando en el espejo es quien participa generando mi situación. Es, de alguna forma, ver a Dios. Los monstruos y fantasmas son creaciones necesarias para darle sentido a nuestra percepción del mundo que creamos y, más encima, replicamos afuera, y comprobamos que es así todo el tiempo. Hacemos resonar afuera lo que tenemos adentro.

El tema es aceptar esos monstruos como hijos y abrazarlos. Es lo que uno hace con los amigos. Le dices: “Tranquilo, que esto va a pasar…” ¿Por qué no podemos hacerlo con nosotros mismos? Y esa falta de autoamor, autorreconocimiento y autocobijo es lo que nos lleva a tener conflictos afuera. Estamos pidiendo que desde afuera se nos entregue algo, y nadie tiene ninguna responsabilidad frente a nuestra vida. ¿Por qué necesitamos modificar el afuera?

– ¿Qué implica conquistar el interior?

– Implica tomar una decisión. Y el punto de partida es la automaestría. Estar alerta a esas experiencias e inspiraciones que necesitamos para generar una propia forma de vida de acuerdo de lo que estamos sintiendo.

Somos únicos e irrepetibles. Es encontrar las propias respuestas, encontrarse con la sabiduría propia, sentirse, aceptarse, quererse, sostenerse amorosamente, darse cuenta.

– O sea, poner consciencia…

– Absolutamente. Cuando uno se va encontrando consigo mismo, se comienza a escuchar y a ser consciente de sí mismo. Comienza a validar sus propias respuestas. Comienza a conectarse con lo que lo hace vibrar. Ahí uno se está acercando al origen, que es uno mismo.

Sentientendimiento. En sus libros, Roberto pide préstamos lingüísticos y crea neologismos. Uno de ellos es su concepto de “sentientendimiento”, que une sentimiento y entendimiento en un lazo integrador e indisoluble. Él explica: “Me refiero a esas comprensiones que se perciben, se sienten corporalmente, no son un puro acto de entendimiento mental”. Y plantea que en estos tiempos no queda más que conocer, entender y aprender desde el centro del corazón.

Ser sin propósito

– ¿Necesitamos cambiar realmente?

– Es una buena interrogante. Necesitamos dejar de poner la atención en el cambio mismo. La transformación va a suceder cuando aceptemos lo que nos daña o perturba. El cambio, rechazando lo que somos hoy, no funciona. Si aceptamos nuestras condiciones, todos nuestros lados, lo que nos constituye, ya estamos en ruta amorosa al cambio.

El sufrimiento aparece cuando emerge el rechazo, la ignorancia. Sientes que no entiendes y que es algo externo que no provocaste. Es comprender por qué te llegó ese dolor, abrazando eso displacentero un ratito. Eres responsable de tu circunstancia… No hay castigo ni premio, sólo una nivelación energética.

El asunto es hacernos cargo de cómo portamos nuestra situación y poner consciencia en cómo participamos en ella. Pasa mucho con las parejas – la gran escuela- que de pronto dejas de dar amor y comienzas a pedir. El otro no tiene que hacerte feliz… ¡sólo tiene que ser! ¡Ser él o ella misma!

– ¿A qué vinimos?

– El propósito es dejar de encontrar algo específico adonde llegar. “¡Quiero estar mejor!” Eso es muy tramposo. Estamos rechazando y perdiendo la oportunidad de algo. No perdernos el momento presente. Este es un camino maestro. Quien se atreva a realizar una experiencia humana tiene que ser muy valiente. El tema de la libertad no tiene que ver con el espacio que nos rodea. Es muy fácil sentirnos atrapados, aburridos o agotados, y no querer más, sentir que el mundo está mal. Se puede lograr una realización completa en un cuerpo humano.

Estamos invitados a vibrar alto, pero la resistencia nos tiene anclados. Vinimos a jugar. A vivir el misterio y recordar y asombrarnos. El poeta se asombra. El asombro es energía de vida. Vinimos a vivir experiencias. Vinimos a ser… sin propósito. ¿En qué nos afirmamos? En ser, ni bueno ni malo ni nada. Vinimos a ser sin propósito.

La posibilidad de poder vivir pleno no tenía que ver con aprender a vivir en el mundo, sino con conectarme conmigo mismo.

– ¿Vinimos a ser sin propósito?

– ¡Me gusta y le encuentro mucho sentido! ¡Sí! Encarnar es venir a vivir experiencias sin propósito. Si, vinimos a ¡simplemente ser! Instalados ahí, todo cabe… Es legitimar lo que quieras vivir buscando la propia forma. No existen recetas. Por ejemplo, yo sólo quiero estar tranquilo. Reconozco ese estado y puedo decidir y luego hacerme cargo, sostenerlo. Sucede que tenemos miedo a sentir lo que somos y entregamos poder a otros, no a lo que sentimos y nos hace real sentido.

– ¿Cuándo el miedo se transforma en obstáculo?

– Cuando ya no es una señal de alerta, cuando nos gobierna. Y somos viciosos, adictos. Tenemos miedo a simplemente ser. Entonces nos entregamos a que los demás nos digan qué hacer. Me refiero, por ejemplo, a convenciones sociales. Así, seguimos ciertas convenciones para sentirnos queridos. Somos miedosos por falta de amor.

El antídoto, como siempre, es el amor. Y el mejor amor que podemos recibir es el propio amor. El que viene de afuera es un extra, un regalito. “Yo soy el que soy” es una frase que todos deberíamos decir. Desde ahí no necesitamos que nos aprueben. Si somos valiosos vamos a ver valor en el otro. Le entregamos poder a alguien y de vuelta le exigimos que se haga cargo. Si dejamos de entregar poder a las autoridades, nos encaminaremos hacia una sociedad sana.

Somos, sin la necesidad de la retribución ni el reconocimiento. La reciprocidad y el respeto por el otro se dan por rebalse de nuestro autoamor. No necesitamos dar las gracias. Es sentir gratitud sin objeto.

– Cuéntame de las secuelas del miedo…

– Comenzamos a ver que existe una presa y un predador. Hay algunos que se arrogan cierto poder, pero finalmente somos presas no de ese puñado de personas que gobierna la humanidad, sino de no ser conscientes. Somos presas de nosotros mismos. La peor secuela del miedo es intentar ser otro, ser algo distinto. Tener que ser algo que no somos. Eso es súper invalidante; nos desempodera. El daño que nos podemos provocar al querer ser otro es salvaje. No somos nada y tenemos que hacernos. Así perteneceremos, nos reconocerán.

Nos educan para ser otros, nos uniforman. Los mismos dichos de la domesticación durante la crianza son tremendos. Por ejemplo: “Apréndele a tu hermano”, “Por qué no lo puedes hacer igual que Juanito”. Y la ruta para volver a nosotros mismos puede ser larga y dolorosa. Para finalmente no intentar cambiarnos una vez más, sino encontrarnos y abrazarnos a nosotros mismos, tal como somos.

Fuente: Revista Somos, publicada el 22 de octubre. 2013. / Por Angélica Guerra.

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Filosofía
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