“Tu meta no es ser mejor que alguien, sino ser mejor de lo que solías ser”, Wayne Dyer.
Nos pasamos la vida juzgando a los demás y juzgándonos a nosotros mismos. En realidad las personas que más juzgamos a otros es porque en realdad somos muy duros e exigentes con nosotros mismos.
Nos pasamos el día juzgando o criticando a nuestros familiares, hijos, amigos… políticos, jefes, famosos, ricos y pobres… Y al juzgar parece que nos elevamos por encima de todos ellos, entonando el típico “porque yo no soy así”.
Pero al juzgar, criticar, al emitir palabras llenas de negatividad, en realidad los que nos llenamos de lo negativo somos nosotros mismos. ¿De verdad vale la pena llevar nuestra energía y esfuerzo hacia algo que ni siquiera podemos resolver?
Recuerdo una frase que me dijo un día mi coach: “no te quejes sin más, si lo haces, aporta al menos 3 soluciones, y si no, mejor no lo hagas”. Desde entonces cada vez que siento la queja en mí, trato al menos de encontrar algo que aportar al asunto, si no, ¿de qué me sirve quejarme?
La vida es un espejo
Y es que la vida es un espejo. Todo lo que tenemos que sanar dentro de nosotros, lo vemos proyectado en el exterior a través de situaciones, personas, retos, dificultades e incluso enfermedades, por duro que nos parezca.
Últimamente se habla mucho de las personas tóxicas, como si ellos fueran los diablos y nosotros los pobres ángeles. Yo lo tengo muy claro desde hace bastante tiempo: todos somos tóxicos en algún momento de nuestras vidas. Todos hemos hecho daño a alguien, queriendo o sin querer.
Cuando ves a la persona que te grita o te trata mal y te consideras una víctima, en realidad te sientes así porque estás jugando un papel, estás alimentando al verdugo haciéndote la víctima, y mientras permitas que esto suceda, el “tóxico” está jugando su otro papel: te enseña (sin ser consciente de ello, claro) lo que no quieres que te pase, te enseña a ser más valiente, más libre, a alejarte de personas y situaciones que nada te aportan, que te humillan o te maltratan.
¿Y cómo se manifiesta el espejo en tu vida? Muy fácil: si ves reflejado en el exterior una situación injusta hacia ti, probablemente es porque tú mismo estás siendo injusto contigo.
Por eso es tan importante el autoanálisis y la autoaceptación. Aceptar que no eres perfecto, que juzgas en los demás aquello que todavía no has resuelto por dentro.
Dejar de juzgar y de juzgarnos
Bien, puedes decirme, ¿significa esto que todo lo que me pase es por mi propio bien?
En realidad sí, aunque a priori suene paradójico. Porque todo lo que nos sucede, todas las personas que nos encontramos o rechazamos, incluso la gente que más daño nos hace, todo esto es un aprendizaje para nosotros.
No significa que te resignes, ni mucho menos. Pero si alguien a tu lado te maltrata o te humilla, en lugar de criticar o quejarte, busca la solución, busca tu aprendizaje. Por ejemplo, valorarte más y no permitir que nadie te haga daño, alejarte de esa persona o decir lo que de verdad sientes, aprender a decir no sin sentirte culpable.
Y es que las personas que más han progresado en su vida a nivel personal o espiritual, son aquellas que más han sufrido, pero en lugar de agarrarse a sus problemas y enfocarse en ellos, quejándose y lamentando lo mal que les va todo, han decidido tomar el timón de sus vidas y pasar página, dando un paso hacia delante, hacia su liberación.
Víctor Frankl, psiquiatra mundialmente reconocido y autor del clásico “El hombre en busca de sentido”, es un gran ejemplo de ello. Estuvo recluído en un campo de concentración nazi y vio morir a su familia y sucidarse a sus compañeros… Pero él sobrevivió, pues le encontró un sentido al verdadero horror humano como el vivido en Auschwitz.
Pese a una tragedia tan terrible, logró progresar y vivir con conciencia, y además no lo hizo sólo para sí mismo, sino ayudando a miles de personas a día de hoy a encontrar un sentido a sus vidas en momentos realmente difíciles.
Las dificultades y problemas son fuente del crecimiento
Aunque mi caso no tiene mucho que ver con el de Víctor Frankl, yo tampoco tuve una infancia y adolescencia fácil. Pero hoy puedo decirte que pese a todas las dificultades por las que pasé, me siento orgullosa de mi pasado, de mis retos, de mis aprendizajes porque gracias a ello crecí muchísimo, evolucioné a todos los niveles y sigo creciendo y evolucionando de manera constante en la actualidad.
He conseguido valorar más la vida, apreciar la paz, la tranquilidad, soy capaz de tomar decisiones porque en momentos clave de mi vida lo he podido hacer, puedo cambiar de raíz mi vida si llega el momento, a día de hoy lidio mejor con mis retos y dificultades diarias que sigo teniendo, como cualquier ser humano.
Por eso cada vez tiene menos sentido para mí juzgar mi vida como injusta cuando algo no sale como lo deseo, cuando mis metas no llegan, cuando veo que otros lo consiguen con más rapidez o facilidad… Como tampoco tiene sentido juzgar a mis seres queridos o personas cercanas por no ser como yo quiero que sean.
No, no es fácil. Es cierto. No voy a negar que dejar de juzgar situaciones o a las personas es algo sencillo. Cuesta y mucho porque nuestra mente o ego disfruta comparándonos, analizando situaciones, se mueve siempre entre las polaridades de luz y oscuridad, blanco y negro, bien y mal.
Está claro que hay cosas que están realmente mal en nuestra sociedad y no debemos aceptarlas sin más. Pero el hecho de juzgar a los demás constantemente nos convierte en personas más negativas, hace que nos sintamos mal por dentro e irradiemos esa energía negativa, atrayendo a nuestras vidas aún más negatividad.
No des poder a las emociones tóxicas
Al juzgar estamos dando cabida a emociones tóxicas, llevadas tanto al exterior: ira, envidia, venganza… como hacia nosotros mismos: culpa o vergüenza tóxica.
¿Y cómo generamos esas emociones tóxicas? Juzgando: opinando de manera negativa de algo o alguien.
Al juzgar a los demás o juzgarnos estamos dando nuestro poder a emociones desagrabales o tóxicas y no ejercemos nuestro poder propio como personas para llevar nuestra energía al crecimiento, evolución, conciencia.
En realidad, para atraer la vida que deseamos, dice Enric Corbera que lo primero que debemos cambiar es la frecuencia vibracional que emitimos.
Siempre emitimos un determinado tipo de ondas. Si estamos enfadados o irritados, emitimos ondas de una frecuencia desequilibrada, de modo que éste es el mensaje que enviamos al universo, y los acontecimientos que atraemos a nuestra vida son de ondas de similar vibración.
Cómo dejar de juzgar
¿Y cómo podemos aprender a juzgar menos, a comparar menos, a sentirnos en paz con nosotros y el resto de personas? La clave nos la proporciona Eckhart Tolle, en su gran libro, “El poder del ahora”.
Aprender a vivir en el aquí y el ahora, en vez de irnos al futuro o al pasado. Cuando juzgamos, estamos comparando. ¿Y con qué podemos comparar algo? Con lo que ya conocemos de nuestro pasado (lo que hemos leído, vivido, nos han contado, hemos aprendido, oído, etc.) Pero si no le permitimos a nuestra mente viajar constantemente al pasado o al futuro, no tenemos nada con que comparar.
Para vivir en el presente, la solución que nos propone este autor y maestro es centrarnos en nuestra respiración y en nuestro cuerpo. Observar cómo nos sentimos en el momento de estar realizando un juicio. Probablemente notaremos tensión en alguna parte del cuerpo. Si observamos la respiración, ésta aparecerá entrecortada o será muy superficial.
Si me hago consciente de mi cuerpo y de mi respiración, si relajo el cuerpo y noto mi respiración más profunda y pausada, estoy cambiando la frecuencia vibracional que emito, empiezo a generar paz y energía positiva. Ya no hay lugar para el juicio.
Así que hoy te propongo este sencillo y a la vez complicado ejercicio (complicado porque simplemente no estamos acostumbrados a ello): en cuanto notes que estás irritado o estás juzgando a alguien (o a ti mismo), presta inmediatamente la atención a tu cuerpo y a tu respiración.
Cuando te sientas más relajado y más tranquilo, vuelve de nuevo al juicio: ¿de verdad tiene sentido hacerlo? ¿Qué obtienes de positivo pensando así? Si ves que no tiene sentido alguno, si no te hace bien ni a ti ni a los demás, no te culpes por haber tenido este pensamiento. Libéralo, déjalo ir y perdónate en ese mismo instante. Lo necesitas para aprender y seguir creciendo.
Si no te sale a la primera ni a la segunda, no te preocupes, recuerda que no debes juzgarte duramente (esto también es parte de tu reto): todo proceso de crecimiento necesita su tiempo. Acepta tus limitaciones y respira profundamente.
Por María Mikhailova
Experta en Coaching e Inteligencia Emocional.