Unu es el nombre kechua del agua, y Ha´ en maya yucateco. Hablar del agua es, en primera instancia, hablar de un ser vivo, como corresponde a una realidad trascendente que es complementaria y fractal (mundos espejo). Forma parte de nuestro cuerpo, incluso en mayor proporción que cualquier otro elemento corporal, y existe igualmente en el mundo del que formamos parte en una proporción semejante.
Cierta vez en Manzhuámake, ezuama, el lugar sagrado del pueblo Arhuaco en la Sierra Nevada de Santa Marta en Colombia, un personaje que nos visitaba del extranjero le preguntó al mamo Miguel si él era uno de los mamos mayores. El mamo lo miró inquisitivamente, y luego de entender la pregunta desde el interior de su intención, le respondió: “Mire señor, nosotros, los que estamos aquí y seguimos camino en los cuatro pueblos, no somos más que aprendices; solamente conocemos cuatro mamos mayores, de los que estamos aprendiendo: Saga Tierra, Mamo Fuego, Saga Agua y Mamo Aire. El asunto es que nosotros no hemos perdido la lengua con que nos entendemos con ellos y podemos preguntar o responder cuando ellos nos hablan”.
Algo parecido he escuchado a los Mapuche cuando hacen rituales del Agua en Temuco, Chile o en el volcán nevado sagrado del Lanín, en la Patagonia Argentina, o cuando en los Andes Centrales los yatiri aymara hablan con el agua en el nevado sagrado del Illimani o en el Lago Titicaca, al igual que en Perú cuando un Paco kechua eleva su ceremonia al agua lluvia por Paucartambo, o en la Sierra Nevada en Colombia mientras los mamos y sagas dialogan con el río para saber que sucede aguas arriba o aguas abajo. Los Guanadule realizan un diálogo semejante con el mar en sus hermosas islas del archipiélago de San Blas, en el mar Caribe, entre Panamá y Colombia, o los Misquito en los majestuosos ríos del sur de Nicaragua. He podido escuchar este ritual entre los pueblos mayas de Guatemala, cuando Aj Quij Quichés, Kaqchikeles y Tzutujiles dialogan a través de los altares de fuego con el Lago Atitlán, madre de las aguas. En Yucatán los mayas, desde hace milenios, hablaban con el agua en ese mar de siete colores que es el más hermoso del mundo o en los cenotes sagrados que fertilizaban la tierra desde el Inframundo.
Los pueblos de habla Náhua, relacionados con la Toltecáyoltl, esa gran enseñanza de vida tolteca, aún dialogan con el agua lluvia, con el agua nevada, con el agua interna y con el agua marina, porque es mediante el diálogo, la reciprocidad, la complementariedad y el libre fluir como puede hacerse la “crianza mutua”, la forma ideal de relación que subsiste en lo profundo de cada Ley de Origen entre los pueblos originarios de este continente.
Para cada sabedor o miembro activo de una comunidad ancestral, el Agua es camino; nace en la Vía Láctea, el gran río del cielo, desciende como nube para establecerse en los picos nevados, los volcanes, las montañas más altas o los páramos; de allí se hace laguna y fluye como agua libre, tierra abajo, fortaleciéndose y creciendo, tejiendo la vida-agua con todos sus semejantes; o se sumerge para, como espejo del Mundo Medio, caminar por el Inframundo, donde la semilla de vida necesita del agua. Así, en la superficie y al interior del mundo, sigue bajando y creciendo, dialogando con Tierra, Aire y Fuego y con sus congéneres Agua; reciprocando con ellos, complementándose, criándose mutuamente, hasta llegar a la Gran Madre que es la mar inmensa; se asoma a ese horizonte infinito y se entrega al cuerpo mayor para ser Agua de Vida en continuo fluir entre la espiral del espacio-tiempo. Es, en ese momento, que formando lo que nosotros llamamos el delta, el agua se expande todo lo posible, inspira vida y se empluma como la serpiente- felino-emplumada. Adquiere alas y vuela rasante.
Sabe que el Padre Sol la llamará nuevamente como nube para volver a las alturas y dejarse caer, fértil y viva, sobre el cuerpo amoroso de la Madre. En nuestro cuerpo ocurre algo parecido: somos un 70% agua, como lo es en la Tierra que debería llamarse Planeta Azul de Agua; circula por todos nuestros órganos llevando fertilidad y vida, arrastrando lo que el cuerpo entrega, recíprocamente, para el mundo que lo alimenta; se expande comunicando por ríos y deltas –venas, arterias–, por canales que no aprisionan, porque a diferencia de los que construimos nosotros, sus paredes son membranas y permiten el intercambio. Fluye libremente. Llega, nace, circula, se transforma. Y vuela. De este proceso deberíamos de ser conscientes.
El Agua sabe, por su consciencia interna, que ella es también parte e hilo de un gran tejido de vida, con sus hermanos Tierra, Aire y Fuego. Por eso las edades o soles, los espacio-tiempo mayores de la cosmovisión ancestral que actualmente miramos en calendarios antiguos y consideramos mitos, cuando son realmente palabra mayor de la Ley de Origen, se suceden cíclicamente a través de los cuatro grandes seres. Hoy estamos en el quincunce, el punto centro, donde, a través de las cuatro edades ya vividas durante 5.200 años (un espacio- tiempo relacionado con la precesión planetaria y cruces entre la Vía Láctea y la Eclíptica), debemos haber aprendido lo suficiente para saber criarnos con Tierra, Fuego, Aire y Agua. ¿Realmente lo logramos?
UNA APRECIACIÓN DESDE HOY
Actualmente, y desde la llamada “revolución industrial” para ser más precisos, afrontamos dos grandes problemas que son nuestro mayor reto de supervivencia como comunidad humana en el seno de la Madre: el llamado cambio climático y el estrés hídrico. Crisis que depende de una manera particular de ver nuestra relación con nosotros mismos y el tejido de vida, que es el cuerpo planetario: Tierra, Fuego, Aire y Agua.
Pasamos de ser parte a creernos dueños; subrepticiamente, como piratas, nos fuimos adueñando de la Gran Casa que nos recibió amorosamente, nos prestó su útero y lo puso, en espejo, en el útero de cada mujer en el planeta, nos crió y nos dejó esa Ley de Origen pensando que nunca la olvidaríamos; perdimos el concepto y la práctica de la crianza mutua y simplemente consideramos a nuestros hermanos de crianza, incluso a los otros seres humanos, como simple materia prima, recursos disponibles para el rey masculino de la Creación, cuyo dios, a imagen y semejanza suya, avala el proceso. Manipulamos lo sagrado, la naturaleza y a nosotros mismos para buscar una pretendida seguridad y felicidad afuera, depredando a los cuatro grandes seres, a los mamos y sagas mayores, sin entender que, sin la salud de lo Sagrado y la Naturaleza, nosotros nunca tendremos salud, ni corporal, ni mental, ni emocional y, menos aún, espiritual. Perdimos el camino de la salud compartida, complementaria, fluyente, y caímos en el falso paradigma de la simple salud del cuerpo, como mejora y escondite de síntomas, para mantenernos engañados como adultos que no aprenden.
Hoy, a través de esos pretendidos gobiernos planetarios, de una democracia que nunca entendimos ni implementamos realmente, por lo menos alertamos al mundo en sus dos grandes problemas, incuestionables porque los vivimos día a día, minuto a minuto: la emisión de gases de efecto invernadero, con que contaminamos ese gran ser Aire, trastornamos su fluir y su crianza, lo transformamos en una atmósfera que se va envenenando y creamos un serio problema al lograr que la capa atmosférica que amorosamente nos alimenta y protege, deje de hacerlo. Producimos el efecto invernadero que permite en la atmósfera alta la entrada de los rayos y radiaciones solares, el fluir de vida desde el Padre, y que ahora rebota al salir y se queda, aumentando la temperatura, evaporando el agua, trastornando el régimen del fluir del viento, calentándolo junto al agua del mar, para producir los grandes huracanes. Ya no se dan cíclicamente las estaciones climáticas; llueve a destiempo o en demasía donde antes no ocurría, mientras en otros lugares deja de llover y se instaura la sequía, la desertización, la sequedad y el hambre. Como sequedad es vejez, la Madre envejece por partes.
Mientras, al confundir el fluir del agua-arterias en el mundo con alcantarillas, algo antes impensable, la contaminamos con todas nuestras basuras industriales o con las reciprocidades del cuerpo que ahora son venenos orgánicos. El 70% de las aguas servidas (usadas y contaminadas) de este continente llegan a las fuentes de agua donde son vertidas en ríos, quebradas y mares sin ningún tratamiento. Los acuíferos (el agua subterránea que alimenta la semilla de vida) se están descargando aceleradamente y contaminándose a un nivel mayor a su regeneración natural. La lluvia ácida, agua de cielo contaminada y sucia, uniéndose a una atmósfera altamente contaminada e irrespirable, cae sobre grandes centros urbanos como Tokio en Japón, Pekín y Tianjin en China, Sukinda y Vapi en la India, Norilsk en Rusia, Los Ángeles en EE.UU., Ciudad de México, Bogotá y Medellín en Colombia, Santiago de Chile en la Patagonia austral. En estos centros urbanos y en muchos otros del planeta, una atmósfera irrespirable envenena paulatinamente a todos sus habitantes, haciendo prácticamente inviable nuestro sistema de urbanismo actual. Ya sabemos, por las últimas mediciones de gases de efecto invernadero en el planeta, que hemos llegado a 400 partes por millón de CO2 en nuestra atmósfera, cuando hace 100 años apenas llegaba a 200. Si sobrepasamos las 450 partes por millón, estaremos en un grave peligro, y está cerca.
¿QUÉ NOS HA ENSEÑADO LA NATURALEZA Y SU LEY DE ORIGEN?
Desde que surgió la vida en el planeta en las formas que conocemos, el manto verde del planeta, el cuerpo ondulante esmeralda de Quetzalcóatl- Kukulkán-Gucumatz, el mundo verde llamado por nosotros “vegetal”, sobre todo los bosques, se ha encargado de preparar y mantener el medio propicio para que el mundo animal y humano pueda compartir esta experiencia de crianza mutua sobre el cuerpo de la Madre. Uno de sus logros fue tomar las moléculas de CO2, romperlas y transformarlas con el apoyo del agua y el sol (energía lumínica) en un proceso que llamamos fotosíntesis, para, tomando el carbono como componente importante de sus cuerpos vegetales, devolvernos el oxígeno que necesitamos para formar la atmósfera y hacer posible nuestro sistema de respiración.
Es decir, como decía un anciano Hopi en Arizona, desde su Ley de Origen: “La planta toma lo que el animal y el humano le dan para vivir, y nos entrega lo que nosotros necesitamos para respirar; sólo por eso, somos hermanos, un solo tejido de vida”.
Durante milenios las plantas y bosques de la Madre fueron suficientes para mantener en equilibrio el carbono que atesoraban en sus cuerpos al crecer y el oxígeno que entregaban a la atmósfera; pero desde hace unos 50 años, el proceso se invirtió: la tala inmoderada de bosques ha hecho que los que hay actualmente no alcancen a procesar el CO2 resultante de la respiración de tanto ser vivo, más el que produce el ser humano por la contaminación de su sistema de desarrollo. Cada vez más CO2 sin procesar va a la atmósfera alta para aumentar el efecto invernadero y el cambio climático, enfebreciendo la Tierra, cambiando todos los ciclos naturales de tierra, fuego, aire y agua, caotizándolos, y con menos oxígeno para respirar. Nos acercamos al momento en que el alza de temperatura haga inviable la vida y la atmósfera contaminada con menos realimentación de oxígeno no nos permita respirar saludablemente o simplemente respirar.
El otro asunto que se ha convertido en catastrófico, sin pecar de alarmista, es el del estrés hídrico. Como parte de la perturbación humana del tejido de vida, el cambio climático y la falta de agua dulce y limpia van de la mano. A tal nivel hemos llevado el deterioro del sistema hídrico mundial, que las Naciones Unidas ha prevenido al mundo de que para el 2025, en apenas 8 años más, 4.000.000.000 de gentes habitarán territorios con una carencia de agua tal, que posiblemente no dispongan del mínimo de agua vital.
Esto, en términos de cantidad, implica tener disponible por persona 1.200 litros diarios para producir su alimento, higiene y vestuario, más 120 litros diarios para solo calmar la sed y cocer sus alimentos. Actualmente mueren más de 5.000.000 de personas en el mundo por enfermedades relacionadas con la carencia o contaminación del agua que utilizan y en 20 años se calcula que solo desde el norte de África estarán migrando hacia Europa y otras partes del mundo más de 20.000.000 de africanos, cuyo territorio en ese momento estará prácticamente desertizado y no dispondrán del mínimo vital de agua ni alimentos. Si hoy con una migración de cerca de 1.000.000 de africanos el mundo está en caos, ¿qué ocurrirá en ese momento?
¿QUÉ PODEMOS HACER?
Necesitamos un cambio de consciencia desde la visión del mundo, desde lo más profundo y próximo a nuestra Ley de Origen primordial, precisamos con urgencia un cambio de comprensión y mentalidad frente a nuestra actual forma de vida y nuestro sistema de desarrollo, lo que implica cambiar la equivocada relación con los seres Agua, Tierra, Fuego y Aire que tenemos. Retomar el concepto más poderoso e interesante que hemos conocido como relación armónica entre todas las formas de vida, la crianza mutua, con sus dos principios: crío para ser criado y, como ética y estética de la crianza, como crío soy criado. Cualquier forma de crear consciencia y propiciar este cambio es bienvenida, y esperamos que por lo menos logremos a tiempo tener una “masa crítica” de gente consciente, que a través de mecanismos como los campos de resonancia, puedan impulsar un cambio de mentalidad a mayor escala. Utilizar toda metodología y tecnología actual para este propósito, debe ser una meta de comunicadores conscientes a nivel mundial.
Un cambio casi inmediato y práctico de nuestra forma de vida actual y nuestro sistema de desarrollo implica un consenso mundial, a partir de esa recuperación de consciencia, presionados por la inminencia de una catástrofe global de la cual nadie saldría favorecido (aunque ciertos círculos de poder en el planeta aún crean que sí). Para ello se hace indispensable recuperar las leyes de origen de esta humanidad, las que consideraban al planeta como la Madre, el territorio como un espacio sagrado y la relación como una crianza mutua. Mostrar los ejemplos en el mundo de como esa Ley de Origen hizo posible una vida armónica y entender qué acciones nos condujeron a la situación actual. Alinear nuestra atención, en este caso cómo relacionarnos equilibradamente para hacer posible y fecunda la vida, con nuestro intento, el deseo real de aprender, recordar y actuar para lograrlo –mantenido por nuestro corazón–, y la intención, lo que general y fraudulentamente nos dice la razón, aquella que aún cree que somos los dueños, incluso de la imagen de Dios, y nos ha llevado a este caos actual. Pensar y sentir con el corazón y actuar con precisión. Dejar de lado el crecimiento continuo con su exagerada demanda de “materias primas”, cuerpo fragmentado y dañado de la Madre; la acumulación egoísta, el miedo extremo a no tener objetos y alimentos en reserva frente a la carencia de los otros, la emisión sin control de gases de efecto invernadero, el uso de contaminantes a cualquier nivel, el no propiciar justicia social desde un sentimiento de humanidad, sin poder convertirnos en verdaderos seres humanos a través de la crianza mutua.
Transformar las formas del saber-hacer mediante el uso de una tecnología diferente, sostenible sería el término actual, propiciador de la crianza en el pensamiento originario; a partir del actual concepto de la economía circular, favorecer el uso de energía limpia, cuidado y regeneración del agua usada, huellas hídricas mínimas, huellas de carbono equilibradas, desarrollo sostenible y sustentable con amor y justicia, hermanando a los seres humanos entre sí y con lo sagrado y la naturaleza.
En cuanto al proceso salud-enfermedad, hay que entender que debemos desarrollar una metodología contextual desde este pensamiento originario: un sistema de prevención y tratamiento de la ruptura de las relaciones armónicas que trae ese caos-enfermedad, tanto a nivel de la comunidad de lo sagrado, como de la comunidad de la naturaleza y la de los seres humanos como conjunto. La medicina de lo sagrado, que, en esencia, consiste en mantener la integridad física y energética de los lugares sagrados, aquellos que son punto de conexión en el quincunce (mundo celeste, mundo medio, inframundo y sus cuatro lados y esquinas, con el punto central de relación), portales en fechas específicas del calendario sagrado, y su forma de retroalimentación (diálogo, reciprocidad, complementariedad, fluir de las energías) mediante el ritual, la forma de sanación suprema. Medicina de la naturaleza, el saber tratar el cuerpo de la Madre como energía plena de nuestro tejido de vida, con sus propios centros energéticos, que en muchas ocasiones coexisten en los lugares sagrados. Y una medicina que pueda tratar a la comunidad humana en su conjunto, partiendo del cambio de consciencia ya explicitado y enfatizando y dando certeza de esa relación íntima de lo humano con la naturaleza y lo sagrado. Sin la salud de una de estas comunidades, se hace imposible el de las otras.
Creo que las caravanas de salud deben incluir, necesariamente, esta medicina de lo sagrado y de la naturaleza. Hoy tenemos los ejemplos históricos, el conocimiento y los recursos para lograrlo. Y aunque todos vamos indefectiblemente hacia ese paso supremo que es dejar nuestro cuerpo y la forma de existencia en el cuerpo de la Madre, nuestra regeneración como forma de vida espiritual, permanente y única, implica el aprender a ser humano en un estar consciente. No hacerlo es quedarnos envueltos en situaciones de vida, que se repetirán por espacios-tiempos infinitos hasta que logremos superarlo. Según la Ley de Origen ancestral, esta vida nuestra en este Sol o Edad que reúne los cuatro grandes seres, entre ellos el Agua, es un momento propicio para lograr nuestro aprendizaje de humanidad. Y seremos realmente humanidad, cuando la comprensión profunda del concepto enfermedad y la salud sean una realidad en todos.
Por: ROBERTO ARTURO RESTREPO
Fuente: https://www.vivosano.org/