En el Oráculo de Delfos, antes de plantear cualquier consulta a los dioses, obligaba al viajero a investigar su propia esencia. Este, y no otro, debía ser el punto de partida para comprender el mundo.
Conócete a ti mismo. Estas eran las palabras que aparecían inscritas casi a modo de advertencia en el pronaos del templo de Apolo en Delfos. Fue Platón quien dio mayor difusión a esta frase de alto valor ético y reflexivo a través de sus diálogos, recordándonos la importancia de mirar hacia dentro antes de tomar cualquier decisión, antes de dar cualquier paso.
Han pasado los siglos y gran parte de las personas siguen inhabilitadas en esa materia básica que es el autoconocimiento. Somos esa sociedad que sigue actuando sin reflexionar, que culpabiliza a otros de sus fracasos y que continúa conjugando mal la honestidad.
Abundan, por ejemplo, los sesgos autoprotectores y de racionalización. Al fallar, aparecen las excusas. Siempre es más fácil responsabilizar a otros de los errores propios y recurrir al factor situacional: ‘es que las cosas son muy difíciles, es que con esta crisis ya no queda ninguna salida’.
El autoconocimiento, lo queramos o no, es la esencia de la madurez humana. Es nuestra mayor responsabilidad, la tarea a la que deberíamos dedicar tiempo, intuición y esfuerzo. Es más, no hace falta un viaje a la India ni hacer el Camino de Santiago para poner más luz en nuestro interior. Las personas nos vamos revelando en el día a día; el autoconocimiento es una tarea cotidiana.
Como bien decía Thomas Hobbes en su Leviatán, ‘quien mire en su interior y considere aquello que hace cuando piensa, opina, razona, y sobre qué bases, leerá y conocerá los pensamientos y las pasiones de todos los hombres en ocasiones similares’. Es decir, saber quién somos no solo nos ayudará conocernos a nosotros mismos. Esta competencia también nos abre la puerta para el conocimiento de los demás.
Conócete a ti mismo, el mensaje de los dioses
No es un simple consejo, ni una recomendación ni una sugerencia. Las palabras inscritas en la entrada del templo de Apolo en Delfos eran casi una exhortación y hasta una advertencia que iba más allá del mero valor ético o religioso. Pausanias, el célebre turista del siglo II de Cristo, en su obra Descripción de Grecia, explicaba que esta frase se hallaba inscrita en oro nada más entrar en el templo.
Ahora bien, en la sala donde se hallaba la sibila, esa sabia mujer entrenada desde niña para revelar el mensaje de los oráculos, podía leerse a su vez la siguiente inscripción:
«Te advierto, quienquiera que fueres tú, que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el Tesoro de los Tesoros. Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses».
El oráculo de Delfos, un lugar de peregrinación
Delfos era ese emplazamiento al que durante varios siglos, acudieron personajes como Filipo II, rey de Macedonia, Pirro, rey de Épiro, Cicerón, Juliano, etc. A 700 metros sobre el nivel del mar y a 9,5 km de distancia del golfo de Corinto, era un lugar de gran poder. Allí se alzaba el famoso Oráculo de Apolo, y donde cualquier mortal podía recibir un mensaje por parte de los dioses para conocer su destino.
Las obras registradas de Esquilo, Cicerón, Plinio, Platón, Pausanias, Plutarco dan veracidad a este escenario del que en la actualidad, solo nos quedan unas ruinas evocadoras al pie de unas montañas. Se cuenta, por ejemplo, que allí habían fuentes, bosques de laureles y que las pitonisas o sacerdotisas del templo, interpretaban los mensajes ofrecidos por los dioses.
El templo estaba erigido sobre un escenario conocido como Pito. En ese lugar residía una gran serpiente o dragón que, según la mitología, vigilaba el oráculo primitivo hasta que Apolo mató a dicha criatura y se apropió del santuario. El oráculo de Delfos alcanzó su máximo esplendor en el siglo VII a. C y perdió su relevancia con la ocupación romana en el siglo I. a. C.
Antes de hacer una pregunta, conócete a ti mismo
Que las palabras ‘Conócete a ti mismo’ estuvieran en la entrada del templo de Apolo no era casualidad. Explicaba Plinio que estaban inscritas en oro y que era imposible cruzar el umbral sin fijarse en ellas, sin dejar que sus letras quedaran impresas en la mirada y en la mente. Esa era el propósito. Era una exhortación a la reflexión, a ser conscientes de algo muy concreto.
- Aquel que deseara que el Oráculo de Delfos le hablara debía ahondar primero en sí mismo.
- Desde el conocimiento de lo propio nacen las preguntas más acertadas.
- Ninguna pregunta tendrá sentido si primero no respondemos la más importante: ¿quién soy yo?
- A su vez, solo quienes sean sabios a la hora de entenderse en profundidad sabrán hacer un mejor uso de aquello que el oráculo les revele.
La árdua tarea de conocerse a uno mismo
La mayoría tenemos claro que pocos mensajes son más importantes que el que nos dejó el templo de Apolo en su pronaos. Conócete a ti mismo es ese lema que abunda en cualquier libro de autoayuda, manual de filosofía o story de Instagram. Todos lo hemos escuchado alguna vez y lo intentamos aplicar a diario.
Ahora bien, tal y como hemos señalado al inicio, esta competencia vital no se adquiere de un día para otro. No hacen falta grandes proezas. La aventura de conocerse a uno mismo dura toda una vida. Y esto es así por un hecho muy simple: las personas cambiamos, maduramos, mejoramos, avanzamos.
Tal y como dijo André Gide, en Autumn Leaves (1950), ‘Una oruga que busca conocerse a sí misma nunca se convertirá en mariposa’. No se trata por tanto de buscarnos, sino de encontrarnos en el día a día teniendo claras necesidades, sueños, potenciales y aspectos que mejorar.
Fuente: lamenteesmaravillosa.com