“El perdón es la fragancia que derrama la violeta en el talón que la aplastó” Mark Twain
El resentimiento y el enfado, o las conductas destructivas en búsqueda de venganza, sin lugar a dudas menoscaban la posibilidad de comulgar con nuestra conciencia para preservar un sentimiento de unidad donde no haya víctimas o culpables. La creencia de que andamos separados, de que vivimos fuera del paraíso empoderando lo externo, generalmente tiene su origen en sentimientos de inadecuación o de culpa que entorpecen la posibilidad común de encontrarnos en el Plan Mayor.
Perdonar es liberarnos, pero no resulta una labor fácil. Suele ser una virtud que se conjuga con la fortaleza y la firme decisión. Implica renunciar a juzgar o a justificar y más bien adoptar una actitud de observación, más no de sumisión. Lleva a que tengamos la capacidad de transmutar la ofensa en hidalguía para salir avante ante la provocación. Es dejar la adicción al dolor o el sufrimiento en las relaciones interpersonales para poder edificar, desde la solidez, aquello que ha de venir.
Vale la pena incorporar a nuestras percepciones un poco de espiritualidad para vencer al victimismo. Encontrar el sentido y el propósito de cada experiencia para recuperar la liviandad. Promocionar la compasión y la capacidad de conmovernos, al igual que la paciencia, para eliminar pensamientos de bajas vibraciones que eviten la afición a la represalia o la revancha. De esta manera podremos reemplazar el engaño por entendimiento y quizás también descubramos el verdadero significado de la clemencia con el fin de evitar la crueldad y la intolerancia.
La ira, la indignación y el enojo deben ser superados para recrear una identidad libre de amarguras, celos o intrigas que nos alejan del sendero. Eliminar la ponzoña no significa destruir al otro. Rumiar en la reparación nos puede llevar a estar abriendo la herida evitando así la cicatrización. Es legítimo y razonable pensar en justicia, pero sin buscar en ello el consuelo emocional como satisfacción del ego. Es válido rectificar los sentimientos, pero no condicionar nuestras conductas.
El perdón no necesariamente supone la reconciliación con el otro, porque para ello también se requiere la participación, la determinación y el compromiso de quien lanzó la ofensa. Pero albergar esta posibilidad al menos con nosotros mismos, si deriva en un sentimiento de paz que va más allá de la confianza y que incita a correr el riesgo de abrir el corazón para desprogramar las reacciones, apaciguar lo que nos perturba y, de esta manera, conservar el justo equilibrio…
Por:Alejandro Posada Beuth
Fuente: www.sintergetica.org