El cerebro es una máquina extraordinaria que, sin embargo, no viene totalmente afinada a prueba de prejuicios. De hecho, se vale de los prejuicios para que su funcionamiento en términos de gasto de energía sea más económico.
Aunque todavía conocemos poco acerca de la forma como opera este maravilloso órgano, lo que sí ha podido comprobarse es que tiende a realizar sus procesos de pensamiento a veces de manera un tanto grueso o, como se diría coloquialmente, chapucera.
El cerebro generaliza para no tener que iniciar un nuevo proceso de reconocimiento cuando se encuentra frente a algo o alguien nuevo. Simplemente asocia lo desconocido con lo que ya conoce y de este modo puede pasar por alto todas las singularidades que lo definen. Ese es el esquema básico de los prejuicios: juzgar antes de conocer en detalle, ponerle etiquetas e incluirle de esta manera en grupos.
“Cuando estamos vacíos de ego, nosotros también podemos aceptar tranquilamente los eventos variables de la vida. Cuando dejamos de hacer distinciones llenas de prejuicios – manso o áspero, bonito o feo, bueno o malo – una quietud pacífica permeará nuestra mente”. -Han Shan-
También ocurre que se aprenden muchas cosas por vía indirecta. Esto quiere decir que aunque nunca hayamos entrado en contacto directo con alguna realidad, nos formamos una idea de ella a partir de las ideas que otros han construido. Y si muchos están de acuerdo en lo mismo, es probable que jamás nos demos a la tarea de comprobar si es cierto o no aquello en lo que creemos pero no hemos conocido jamás.
Los prejuicios y las emociones
Uno de los grandes descubrimientos acerca de la mente humana es el hecho de que somos más “corazón” que “cerebro”. Las emociones son las que finalmente dirigen nuestras vidas, aunque nos consideremos personas “cerebrales”. Así mismo, la conciencia es solo un pequeño componente de lo que somos. En realidad, el mundo del inconsciente es el que predomina y, por lo mismo, rara vez llegamos a darnos cuenta de ello.
Todo parece indicar que pocas veces somos conscientes de las verdaderas razones que nos impulsan a actuar de un modo y no de otro. Sin embargo, como necesitamos darle una explicación a lo que somos y a lo que hacemos, no es raro que nos “inventemos” razones para darle coherencia y sentido a nuestro comportamiento.
Ese tipo de explicaciones reciben el nombre de “racionalizaciones”, porque son una construcción mental que explica solamente lo más superficial de nuestros actos. Los verdaderos motivos de nuestras acciones suelen permanecer ocultos en el inconsciente.
Tanto el hecho de que las emociones predominen como el de que el inconsciente es una zona oculta conforman también el caldo de cultivo para los prejuicios. Para comprobarlo se han hecho muchos experimentos. Uno de ellos lo hizo recientemente la empresa Coca-Cola, en España. Se trataba de algo muy sencillo: simplemente present#mce_temp_url#aron las fotografías de dos hombres y una mujer a varias personas. Luego les pidieron su opinión sobre la impresión que les habían causado.
El primero era un hombre negro con rastas; el segundo, un chico que vestía como punk y la tercera, una abuelita. Algunos participantes identificaron al hombre negro con un bailarín o un ladrón. Al chico punk con un desempleado, aficionado al rock y probablemente peligroso. Y la abuelita fue vista como alguien dulce y vulnerable. La realidad es que el primero era un monitor infantil, el segundo, un experto en informática y la tercera, una DJ.
Los prejuicios y la vida cotidiana
Organizamos casi toda nuestra vida cotidiana a partir de los prejuicios. En realidad, ¿te consta que lo mejor es dormir de noche y estar despierto en el día, o lo has hecho así siempre y nunca te has preguntado por qué?, ¿recuerdas quién te dijo que es mejor habitar en un lugar hecho de cemento y ladrillo, en lugar de vivir en una tienda al aire libre, o en un barco? ¿Estás seguro de que estás viviendo la vida que elegiste o podrías suponer que alguien la eligió por ti?
Esos interrogantes también se pueden extender hacia todo y todos aquellos por quienes sentimos aversión. Las ratas, por ejemplo, son animales maravillosos, pero bastante calumniados. Son inteligentes, sociables y bastante limpias. Sí: limpias.
Mucho más limpias que los perros o los gatos, porque llevan rituales de aseo muy estrictos, pese a que vivan muchas veces en ambientes sucios. Sin embargo, la mayoría de las personas piensan todo lo contrario: que son agresivas, sucias y poco compatibles con los seres humanos.
El poder de los prejuicios puede llegar a afectar hasta la percepción sensorial. Por ejemplo, en un experimento llevado a cabo en Londres, se le dio a un grupo de comensales un vino barato, mezclado con vinagre, pero se les dijo que era muy costoso y correspondía a una cosecha famosa. Al final, quienes lo probaron le dieron su visto bueno y alabaron el magnífico buqué de la bebida.
Todos estos datos, que parecen simplemente anecdóticos, nos permiten darnos cuenta del enorme poder que tienen esos juicios previos, casi siempre, sin asidero en la realidad. ¿Te imaginas cuánto nos estarnos perdiendo simplemente por no masticar y digerir eso que llamamos “verdades”?
Fuente: www.lamenteesmaravillosa.com