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Mar 25, 2020
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“El por qué y para qué del coronavirus”, por Emilio Carrillo

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EL POR QUÉ Y PARA QUÉ DEL CORONAVIRUS (COVID-19):

Su origen, su difusión, sus nocivos efectos sociales y económicos y las oportunidades que abre para todos

  1. INTRODUCCIÓN

         Redacto las páginas que aquí arrancan –demasiadas para lo que se suele leer en estos tiempos virtuales; muy pocas para abordar un tema de tanta envergadura- en un estado de completa paz y armonía en medio de los hechos tan distópicos que vivimos.

Lo que sigue es una aproximación al por qué y para qué del coronavirus (COVID-19). No pretendo con ello generar miedo -ya hay mucho más de la cuenta-, sino abrir Consciencias. Desde el corazón; utilizando información y datos contrastados en la medida de lo posible; sin intentar convencer a nadie de nada; con el máximo respeto a otros modos de ver las cosas; con agradecimiento a todos los que se están movilizado solidariamente en el planeta para dar respuesta a la pandemia; y sin resentimiento alguno. Desde una enorme compasión y un inmenso amor por todo y para todos. Especialmente para los familiares de los fallecidos y los enfermos. También para los que están detrás, como verás si continúas leyendo, de todo lo que acontece, ocasionando tanto dolor y sufrimiento.

 

         Hace año y medio que dirijo el Proyecto de investigación Consciencia y Sociedad Distópica. En su página web (https://sociedaddistopica.com/ )  puedes acceder libremente a sus contenidos: más de 150 textos (artículos, entrevistas…) de un centenar de autores de acreditada competencia y cualificación. Y dentro de unos días, en el próximo mes de abril, saldrá publicado el libro que, con el mismo título que el Proyecto, recoge las principales conclusiones de su primera fase, incluyendo un estudio del caso referido al coronavirus (COVID-19).

 

         Si entras en la referida web y te paseas por ella, comprobarás que lo acontecido con el coronavirus no nos debería haber cogido por sorpresa. La distopía –una humanidad desnaturalizada y deshumanizada, sufriente y alienada, llena de grandes injusticias y hondos desequilibrios y en manos de una selecta élite- ya no narra un futuro imaginario –como ocurre en numerosas novelas, películas y series de televisión-, sino que desvela el presente cierto. Y es que la Sociedad Distópica ya no es una ficción, ni algo por venir. Es muy real y está aquí, avanzando entre nosotros. Expresado metafóricamente, se trata de un huracán de magnitud aceleradamente creciente. En su seno, la crisis del coronavirus, por potente que sea o pueda llegar a ser, es solo un episodio más: ni es el primero, ni será el último.

 

         Pero aquí y ahora es lo que tenemos delante y hay que examinarlo con rigor e inteligencia y recordando, a propósito de esta, lo escrito por Jacques Bergier y Louis Pauwels en La Rebelión de los Brujos: “La inteligencia opera como los paracaídas: solo funcionan cuando están abiertos”. A ello se dirige este texto en el que se pone de manifiesto, del modo más sintético y didáctico posible, una aproximación a la verdad sobre el coronavirus (COVID-19): su origen, su difusión, sus nocivos efectos sociales y económicos y las oportunidades -¡si, las oportunidades!- que abre para todos y para cada uno de nosotros.

 

  1. DE WUHAN A PANDEMIA MUNDIAL

A mediados de diciembre de 2019, los servicios médicos de la ciudad china de Wuhan, en la provincia de Hubei, diagnosticaron en diversos enfermos una neumonía ocasionada por causas desconocidas. Una investigación posterior, publicada en la revista The Lancet, determinó que se trataba de un nuevo tipo de virus de la familia Coronavidae (lo de corona obedece a su forma, ya que el virus tiene una especie de corona -como la de un reloj- alrededor de su núcleo), emparentado con el Síndrome Respiratorio Agudo Severo (SARS) y el Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS), pero que no es igual a ninguno de ellos.

El gobierno chino reconoció oficialmente el primer caso el 31 de diciembre. Durante enero de 2020, se extendió a otras zonas de China –el día 20 de ese mes se decretó la alerta sanitaria- y a naciones vecinas como Irán. Y, a partir de ahí, salto a Italia; poco después, a España y al resto de Europa; y, finalmente, a América y África.

La Organización Mundial de la salud (OMS) anunció el 11 de febrero que la nueva enfermedad se llamaría Covid-19: por las iniciales de corona, virus y “disease” (“enfermedad” en inglés), más el año en el que se descubrió. Se quería evitar así que el nombre se refiriera a una ubicación geográfica o a un grupo de personas, como había ocurrido en el pasado con la gripe rusa (1889-1890), que causó un millón de fallecidos; la española (1918-1920) (curiosamente, no se originó en España), entre 40 y 100 millones de defunciones; la asiática (1957-1958), cerca de 1,5, millones de fenecidos; o la de Hong Kong (1968-1969), no llegó al millón de muertes.

Y exactamente un mes después, el 11 de marzo, la OMS definió la situación como pandemia, aunque en ese momento el número de afectados en todo el planeta (118.000) representaba solo el 0,002 por 100 de la población mundial (7.700 millones de personas, según el último informe demográfico de Naciones Unidas).

Al hilo de lo cual, bastantes países declararon estados de emergencia, alarma y excepción, confinando a la población en sus casas y cerrando fronteras y espacios aéreos, con los consiguientes efectos negativos en la actividad económica y la vida social.

 

 

  1. DOS GRANDES INTERROGANTES: EL ORIGEN Y EL GRADO DE GRAVEDAD DE LA ENFERMEDAD

A partir de este sucinto resumen de lo acontecido, surgen, por simple sentido común, dos grandes interrogantes:

  1. ¿Cuál es el origen de la enfermedad?
  2. ¿Cuál es su grado de gravedad para la salud pública?

En lo relativo al primero, se dedicará a su contestación el siguiente epígrafe.

En cuanto al segundo, todavía es muy pronto para responderlo.

 

Según la evolución de coronavirus desde la declaración de pandemia por la Organización Mundial de la Salud, el 11 de marzo de 2020, a nivel mundial se alcanzará el millón de enfermos (el 0,01 de la población planetaria) en la primera quincena de abril, con unos 45.000 fallecidos. A partir de entonces, es de prever que empiece a disminuir sustancialmente la tasa de contagios y defunciones en el conjunto del globo.

 

                 Estos datos son extremadamente inferiores, por ejemplo, a los de la gripe común, que causa cada temporada una importante morbilidad y mortalidad; la diarrea, que acarrea cada año la muerte de dos millones de niños; u otras enfermedades curables, como el sarampión, que motivan el fallecimiento anual de diez millones de personas. Resulta llamativo que todas estas muertes, que se producen año a año, no sean objeto de atención en los medios de comunicación: ¿se alarman ante ellas las instancias oficiales?; ¿se conmueve la opinión pública? Silencio; solo silencio.

 

         Centrándonos en la gripe común, se estima que la padecen anualmente entre el 10 y el 20 por 100 de la demografía mundial, esto es, por término medio, 1.150 millones de personas, aunque existe una variabilidad significativa en las tasas de enfermedad. Y provoca 650.000 muertes cada año, conforme a la información compartida por la Organización Mundial de la Salud a finales de 2017 y elaborada en colaboración con los Centros para la Prevención y el Control de Enfermedades (CDC).

 

         Con todos estos datos en la mano, en el cuadro siguiente se ofrece una comparación entre los enfermos y fallecidos que la gripe común provoca anualmente y los efectos del COVID-19 desde el inicio de su propagación a finales de 2019 hasta la primera quincena de abril de 2020 (previsión por extrapolación de las cifras actuales).

Gripe común y COVID-19: Comparación de impactos sanitarios

                                               Enfermos                        Fallecidos

GRIPE COMÚN                1.155 millones                 650.000

COVID-19                              1 millón                           45.000

 

FUENTES:

+Gripe común: Datos anuales proporcionados por la Organización Mundial de la Salud.

+COVID-19: Previsión de cifras para la primera quincena de abril de 2020, con base en la evolución de las estadísticas mundiales hasta el 25 de marzo de 2020.   

 

            No obstante, habrá que esperar la evolución de los efectos del coronavirus en los próximos meses para efectuar nuevas comparaciones y extraer conclusiones definitivas. Eso sí, para garantizar su fiabilidad, sería de agradecer un mayor rigor en la elaboración de las estadísticas relativas a la propagación del COVID-19. Por un lado, en cuanto a la cifra de enfermos, porque los métodos que se están usando para detectarlo, tal como ha informado la revista Discovery Salud, (Número 235. Marzo 2020), dan positivo no solo con el coronavirus, sino también con otros tipos de gripe común, aunque todos se meten en idéntico saco y se imputa su responsabilidad al COVID-19. Y por otro, en lo relativo a la cifra de fallecidos, pues no es lo mismo morir de coronavirus que morir con coronavirus, es decir, a causa de patologías previas, supuesto bastante frecuente que en las estadísticas no debería achacarse al COVID-19. A lo que se agrega el problema de la incineración de los cadáveres a las pocas horas del fallecimiento, sin evaluar el verdadero motivo de la defunción.

 

El 19 de marzo, el gobierno chino anunció que, por primera vez desde el inicio de la crisis del coronavirus en el país, en las últimas 24 horas no se había dado ningún nuevo caso de contagio dentro de sus fronteras. Por tanto, parece que en menos de 100 días desde que allí se iniciara la crisis sanitaria, la enfermedad ha quedado bajo control. Y en Italia, el día 22 de marzo bajó por vez primera la cifra de enfermos y fallecidos por segundo día consecutivo, esperando que esta caída pronto se convierta en tendencia. Confiemos que esto se confirme y que la misma senda de evolución impere en el resto del mundo. Si así fuera, los efectos del COVID-19 en la salud de las personas no representarían ni la décima parte de los producidos todos los años por la gripe común.

 

  1. EL ORIGEN DE LA ENFERMEDAD

 

                Se dejó antes abierto el interrogante sobre el origen del COVID-19 y es momento de ocuparse del mismo.

 

Acudiendo a las muchas fuentes que abordan esta cuestión, hay que barajar tres grandes hipótesis:

 

  1. a) Origen natural

Es la versión oficial sobre el origen de la enfermedad, que sostiene que se debe a una zoonosis, esto es, una afección propia de los animales que incidentalmente puede transferirse a las personas.

 

Más concretamente, sitúa el epicentro, desde el que se desató la crisis sanitaria global, en el mercado de la citada ciudad china de Wuhan, cual punto común de los primeros casos del nuevo coronavirus. Dado que es un mercado de animales, tal versión focaliza el consumo humano de estos como raíz de la enfermedad.

 

¿Desde qué animal exactamente pasó el COVID-19 a las personas? El análisis filogenético sugiere que los murciélagos podrían ser el huésped original de este virus; y un animal vendido en el reiterado mercado, el huésped intermedio que provocó la aparición del virus en humanos. No obstante, también se ha barajado la posibilidad de que haya sido el pangolín (el mamífero más traficado del mundo –por ello, en peligro de extinción- por el valor de sus escamas) el huésped intermedio que facilitó la mutación del coronavirus.

 

  1. b) Origen artificial y accidental

Aunque los medios de comunicación de masas no se hagan eco de ello, son muchas las voces autorizadas que niegan la versión anterior. Y ello por cuatro notables razones:

 

+Una zoonosis jamás se ha originado en el casco urbano de una ciudad.

+Es muy poco probable, por no decir imposible, que un nuevo coronavirus aparezca de forma espontánea y afecte en pocas semanas a decenas de miles de personas que viven en ciudades modernas, llevando a muchas a la muerte.

+Los usos alimentarios que, según el relato oficial, provocaron el COVID-19 no son nuevos, sino que vienen de muy lejos. Sin embargo, no hay antecedentes al respecto y  las secuencias genéticas de las muestras estudiadas confirman la aparición muy reciente del virus en seres humanos. Tanto, que apenas ha tenido tiempo de mutar.

+La existencia de estudios que muestran que muchos de los primeros casos del nuevo coronavirus, incluido el paciente cero, no tenían conexión con el mercado, lo que refuta la versión oficial. Así lo ha explicado, por ejemplo, Tom Cotton, senador estadounidense por Arkansas, que ha insistido en que, según diversos expertos, el mercado de Wuhan no es la fuente del contagio.

                 Es así como, frente a la versión del origen natural, aparece la del origen artificial de la enfermedad: la creación del virus por la mano humana en el contexto de investigaciones llevadas a cabo en laboratorios.

 

Obviamente, no es cuestión de dar juego a infundadas teorías conspirativas. Pero sí de prestar atención a lo que comparten fuentes serias. Verbigracia, el Dr. Francis Boyle, profesor de Derecho Internacional en la Universidad de Illinois y redactor de la Ley Antiterrorista de Armas Biológicas aprobada por el Senado estadounidense en 1989.

 

En una entrevista concedida a Geopolitics and Empire, el Dr. Boyle afirmó que el COVID-19 es un virus genéticamente modificado para ser usado como arma de guerra biológica. Comenzó a diseñarse en Estados Unidos, probablemente en Fort Retrix, laboratorio de alta seguridad (BSL4). De allí pasó al Laboratorio BSL4 de Winipeg, en Canadá. Dos médicos chinos que trabajaban en él –ofrece sus nombres y apellidos- lo llevaron sin autorización al BSL4 de Wuhan. Y, finalmente, un fallo de seguridad en este provocó la fuga del virus y el inicio accidental de la enfermedad. Puesto que el virus es potencialmente letal y, como antes se indicó, un arma de guerra biológica, el gobierno chino procuró inicialmente ocultarlo, aunque adoptó medidas drásticas para contenerlo. El laboratorio BSL4 de Wuhan también es un laboratorio de investigación especialmente designado por la Organización Mundial de la Salud. Y el Dr. Boyle sostiene que la OMS sabe muy bien lo que está ocurriendo.

 

Ante esto, la OMS ha advertido de los peligros de lo que denomina “infodemia”: una corriente de desinformación que se está propagando más rápido incluso que el propio virus. A través de un “tuit”, el organismo pidió la colaboración de “gobiernos, ciudadanos y medios de comunicación, personas influyentes y las comunidades” a la hora de prevenir y detener el estigma. Igualmente, científicos especializados en salud pública, han insistido a través de The Lancet, en el origen natural de la enfermedad.

Pero hay que volver a resaltar que son numerosas las voces autorizadas que ponen en evidencia las lagunas y contradicciones de la versión oficial. Ante un tema tan grave, no pueden ser ignoradas. Y los ciudadanos están en su legítimo derecho, faltaría más, a hacerse preguntas. Como dijo Bertrand Russell, lo que hace la vida en el planeta Tierra más complicada en sí misma es el hecho de que la gente inteligente está llena de dudas y los tontos sólo tienen certezas.

  1. c) Origen artificial y provocado

         Dentro de la hipótesis del origen artificial del COVID-19, hay fuentes igualmente serias que señalan que su propagación primigenia no fue fruto de un accidente o una casualidad, sino de una decisión muy meditada y preparada por círculos de poder muy potentes –comúnmente tildados como la élite, el “Estado Profundo” o el “Gobierno en la sombra” (más adelante se ahondará al respecto)-, que la adoptaron y ejecutaron de manera fría y calculada y con objetivos muy precisos, tanto sociales como económicos. Algunos de tales objetivos se están empezando a entrever ya; y otros, habrá que esperar.

Encaja en esta versión las declaraciones del portavoz del Ministerio de Exteriores del gobierno chino, Lijian Zhao, difundidas en Twitter a mitad de marzo de 2020, imputando al ejército estadounidense el llevar la epidemia a Wuhan: un soldado norteamericano, que asistió a un evento en esa zona de China, habría sido el portador del virus. Una acusación que fue precedida tanto de la intervención del Dr. Zhing Nanshan (epidemiólogo y neumólogo chino que ganó fama internacional por descubrir y manejar el coronavirus del SARS en 2003 y refutar la línea oficial que minimizó la severidad de la crisis), sosteniendo que el virus pudo no haberse originado en China, como del presidente norteamericano Donald Trump, criticando a China como responsable de un virus que ha calificado en repetidas ocasiones como el “virus chino”.

Y esta percepción del origen artificial y provocado del COVID-19 se ve alentada por determinados hechos que acompañan en el tiempo a la difusión de la enfermedad y que esta ayudaría a disimular, como el despliegue de la tecnología 5G, con sus potenciales efectos nocivos; el avance del cambio climático y la falta de actuaciones encaminadas a paliarlo; las notables movilizaciones sociales y protestas generalizadas que durante 2019, de Hong Kong a Chile abundaron por todo el planeta; o los alarmantes desajustes del entramado económico y financiero mundial, que ya hacía aguas por todas partes antes de la presente crisis sanitaria.

 

A estos hechos, ya bastante conocidos, hay que unir otros tan curiosos y desconocidos como el desembarco masivo de soldados y equipo militar estadounidenses, llevado a cabo a partir del 5 de marzo de 2020, en puertos y aeropuertos de diferentes puntos de Europa (principalmente, Bélgica, Holanda, Alemania, Letonia, Estonia): “30.000 soldados de los EE.UU en Europa sin tapujos”, fue, por ejemplo, el titular del diario italiano Il manifesto. Una ingente movilización de tropas que se inscribe en el marco de la operación denominada “Defender Europa 20”: el mayor despliegue de tropas norteamericanas en territorio europeo desde el final de la guerra fría, al objeto de “aumentar la capacidad para desplegar rápidamente una gran fuerza de combate de los Estados Unidos en Europa”. ¿Tiene esto algo que ver con la propagación del COVID-19 cual arma de guerra biológica? ¿Están desconectados ambos hechos o se hallan relacionados y responden a la misma lógica? Como la mayor parte del referido despliegue militar se tuvo lugar principalmente en el frente oriental, en dirección a la frontera rusa, o incluso en los antiguos espacios soviéticos ahora en la órbita de la OTAN (como Letonia y Estonia), ¿se teme alguna reacción de Rusia en medio de todos estos acontecimientos o se la intenta intimidar precisamente para que no reaccione? En cualquier caso y dado que la noticia sobre el disparate de esta movilización del ejercicito de EE.UU en Europa en plena propagación del coronavirus saltó a la opinión pública (gracias a unos pocos medios de comunicación independientes, pues los más importantes no ofrecieron información alguna al respecto), el Comando Europeo de los EE. UU. anunció, el 16 de marzo, una reducción significativa de la operación, modificando el Tutorial de “Defender Europe 2020” en tamaño y propósito y paralizando todos los movimientos de personal y equipo.

 

  1. ENFERMEDAD RETRANSMITIDA EN VIVO Y EN DIRECTO

 

         Dejando pendiente de resolver la cuestión del verdadero origen del COVID-19, lo que llama fuertemente la atención es que, desde un primer instante, la expansión de la enfermedad haya sido transmitida en vivo y en directo, de manera absolutamente destacada, casi monotemáticamente y con profusión de detalles, por los principales medios de comunicación. Medios que no son autónomos o independientes, sino que pertenecen a grandes corporaciones empresariales y financieras plenamente insertas en los aludidos círculos de poder. Y todos al unísono, sin excepciones, de una punta a otra del planeta, y con inusitada prioridad y rotundidad, se convirtieron, incluso antes del pistoletazo oficial de salida de la enfermedad, en voceros y alarmados propagandistas de la misma.

 

         Sorprende y mucho un despliegue informativo tan descomunal desde el mismo comienzo del desarrollo de la enfermedad. Máxime cuando los protocolos de actuación ante situaciones de inseguridad y riesgo llaman a ser sumamente prudentes y comedidos en la divulgación de noticias e informaciones que pueden causar en el gran público reacciones de miedo generalizado.

 

         Es obligado preguntarse por qué una difusión tan pronta, sobresaliente y masiva, a tiempo real y pormenorizada, sobre el COVID-19:

 

+ ¿Tuvo y sigue teniendo como finalidad el concienciar a la población sobre el riesgo de la enfermedad y la adopción de medidas preventivas?

 

+ ¿Fue por mero negocio, viendo en el coronavirus una oportunidad para conseguir audiencias y vender periódicos?

 

+ ¿O lo que se pretendía y se continua queriendo –con rotundo éxito, desde luego- es generar precisamente una oleada de pánico entre la ciudadanía a modo de ensayo social y sin descartar otros posibles impactos sociales y económicos?

 

         La versión oficial, la misma que enfatiza y defiende el origen natural de la enfermedad, asegura que es por lo primero. Pero sería creíble si la enorme difusión informativa hubiera arrancado cuando el COVID-19 comenzó a tener una cierta presencia en el mundo, más allá de los casos iniciales en China y algunos otros aislados en unos pocos países. Mas hay que insistir en que no fue así. Mucho antes de la propagación del virus como tal, se puso en marcha a escala global una colosal campaña en todos y cada uno de los grandes medios de comunicación (televisión, radio, prensa, Internet…), nacionales e internacionales.

 

¿Fue fruto del azar o se trató de algo orquestado y programado desde instancias con mando en esas corporaciones y medios? Y otra cuestión candente: ¿sabían en esos foros, que también sostienen el origen natural de la enfermedad, que no se trataba de un virus cualquiera, sino que su procedencia es artificial y, por ende, mucho más peligroso, y deseaban ponerse por delante de los acontecimientos?

       

         Volvemos a los interrogantes y a las dudas. Y estamos obligados a mirar a otro lado que no sean esas fuentes oficiales que manejan con tanta prepotencia argumentos insuficientes, discordantes o, simplemente, falaces. Así, valga como botón de muestra el Dr. Shiva Ayyadurai, científico del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) e investigador sobre el sistema inmune humano, campo en el que es uno de los mayores expertos internacionales. Ayyadurai, en respuesta a uno de esos “tuits” que el presidente Donald Trump acostumbra a lanzar compulsivamente con extremadas salidas de tono, escribió con contundencia: “Como doctorado en Ingeniería Biológica del MIT que estudia e investiga casi todos los días sobre el sistema inmune, el miedo al coronavirus por el “Estado Profundo” lo hará pasar a la historia como uno de los mayores fraudes para manipular economías, reprimir la disidencia y empujar la medicina mandada”.

 

A más de un lector le pueden parecer excesivas las apreciaciones del Dr. Ayyadurai. Pero quizás cambie de opinión si examinamos lo ocurrido con las otras dos pandemias recientes: la gripe aviar y la gripe porcina.

 

  1. LAS LECCIONES DE DOS PANDEMIAS ANTERIORES

Como ha transcurrido un cierto tiempo desde su desarrollo, estamos hoy en condiciones de analizar, con detalle y perspectiva, lo que en su momento fueron y supusieron las crisis sanitarias debidas a las gripes aviar y porcina, dos pandemias que precedieron a la vigente. Obviamente, ello puede aportar luz con relación a lo que se ahora vive a propósito del COVID-19 y a la adecuada respuesta a las preguntas que hasta aquí han quedado abiertas.

Por orden cronológico, comencemos por la gripe aviar, que arrancó en 1997.

Gripe aviar (Gripe A, subtipo H5N1)

         En su gestación y desenvolvimiento, los hechos que actualmente conocemos (no entonces, porque fueron ocultados por las instancias oficiales y los medios de comunicación) permiten diferenciar cinco grandes fases:

+Fase 1.  Preparación operativa de la crisis sanitaria de la gripe aviar: La empresa biofarmacéutica estadounidense Gilead Sciences patenta, en 1996, un medicamento llamado Tamiflu, válido contra distintos tipos de gripe. Pocos meses después, un miembro de su dirección, Donald Rumsfeld, asume la presidencia de la compañía. En paralelo, esta alcanza un acuerdo con el laboratorio multinacional suizo Roche para fabricar y distribuir el Tamiflu hasta el año 2016, a cambio de una comisión del 10% de las ventas totales.

+Fase 2.  Lanzamiento de la gripe aviar: En mayo de 1997, se descubre en Hong Kong el primer caso humano afectado por la gripe A, subtipo H5N1, más conocida como gripe aviar. Hasta finales de año, infecta en todo el globo a 24 personas, de las que 6 fallecen. A lo largo de los años siguientes, surgen esporádicamente brotes en distintos puntos del planeta (de nuevo en Hong Kong, en febrero de 2003; en Rusia y China, a mediados de 2005).

 

+Fase 3.  Alarma desde instancias públicas: Determinadas autoridades públicas, con capacidad de repercusión global, previenen sobre los riesgos de la enfermedad. En medio de una cascada creciente de alarmismo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) anuncia, en septiembre de 2005, que debido a una eventual epidemia de gripe aviar humana pueden morir 7.400.000 de personas. Y en noviembre, el entonces presidente norteamericano George Bush, en una visita a la sede del Instituto Nacional de Salud, vaticina que en Estados Unidos fallecerán por gripe aviar dos millones de ciudadanos. Asimismo, enseña el camino que todos los gobiernos deben seguir: aprueba una partida presupuestaria de 7.100 millones de dólares (6.500 millones de euros) para planes de prevención y adquisición de medicamentos; de ellos, 1.200 millones son para que Gilead Sciences elabore el Tamiflu (la realidad, como antes se indicó, es que ya lo había confeccionado años atrás) y suministre veinte millones de dosis.

+Fase 4.  Campaña mediática: Los medios de comunicación, a escala planetaria, promueven en torno a la gripe aviar una campaña de pánico masivo basada en el alarmismo y la desinformación. Para sostenerla, se mantiene el goteo de brotes de la enfermedad (en octubre de 2005, se da el primer caso en la Unión Europea: un loro importado en Gran Bretaña; en España, el primer brote se produce en un ave, en julio de 2006). Y en junio de 2006, expertos de la OMS consideran que es muy probable que en Sumatra se haya dado el primer caso de transmisión entre humanos (hay 8 infectados, aunque ninguno muere), por lo que ya se puede hablar de pandemia.

+Fase 5.  Desinflar el globo sin explicar por qué: En un momento determinado, casi por arte de magia, las autoridades y los medios de comunicación se olvidan de la gripe aviar, que deja de aparecer en los titulares informativos. En unos pocos meses, nadie se acuerda de ella.

La operación se da por finalizada por aquellos que la promovieron y solo queda hacer balance y evaluar la viabilidad de su posible reactivación cuando las circunstancias lo aconsejen.

                 ¿Cuál fue ese balance? Pues un éxito en toda regla para los que orquestaron la pandemia. Y ello desde una doble perspectiva:

+Domesticación social: El miedo cundió en la población mundial. Y debido al mismo, la gente se mostró masivamente alienada para hacerse preguntas sobre lo que realmente sucedía; y mayoritariamente dispuesta a hacer a pie juntillas lo que se le dijera, sea vacunarse, ponerse mascarillas, no viajar, alejarse de cualquiera que tosa a su alrededor…

+Beneficio económico: Las empresas implicadas en la operación pandemia de la gripe aviar consiguieron unos espléndidos resultados económicos, gracias sobre todo a la compra ingente de vacunas y medicamentos por los servicios de salud de los diferentes países. Por ejemplo, el gobierno español se apresuró a comprar grandes contingentes de Tamiflu por el estallido de la gripe aviar. Ante la falta de incidencia real de la enfermedad, se almacenaron sin uso. Esas partidas de Tamiflu costaron al erario público español y, por tanto, a los contribuyentes, 471 millones de euros.

 

¿Cuántos norteamericanos murieron de los dos millones vaticinados por el presidente de los Estados Unidos?: Ninguno. ¿Y cuántos, en el planeta, de los 7.400.000 pronosticados por la Organización Mundial de la Salud?: 272.

Por cierto, que Donald Rumsfeld, en 2001, dejó la presidencia de Gilead Sciences para ser nombrado Secretario (Ministro) de Defensa en el primer gobierno de George Bush. A esas alturas, la enfermedad global de la gripe aviar estaba perfectamente encauza hacia el éxito. En reconocimiento a su “buen hacer”, se le encomendó la puesta en marcha de otro suculento negocio de engaño y mentira: la invasión de Irak y la apropiación por unas pocas multinacionales de sus recursos petrolíferos con la excusa de unas armas de destrucción masivas que, como el tiempo ha demostrado sobradamente, nunca existieron.

Gripe porcina (Gripe A, subtipo H1N1)

         Como si lo de la gripe A-H5N1 (aviar) no hubiera ocurrido, tan estupendos resultados llevaron a los mismos a repetir la operación con un nuevo invento: la gripe A-H1N1 o porcina. Ni las instancias oficiales, ni los medios de comunicación, ni la opinión pública tuvieron problema alguno en picar otra vez el anzuelo.

Las alarmas saltaron especialmente en 2009. Y se reprodujeron exactamente las fases ya enunciadas con ocasión de la gripe aviar, por lo que no vamos a exponerlas de nuevo. De hecho, la Fase 1, preparación operativa, fue diseñada y ejecutada desde el principio, en 1996, para que sirviera tanto para la “versión aviar” como para la “versión porcina”. Y el Tamiflu fue nuevamente recomendado por la Organización Mundial de la Salud, ahora como uno de los dos medicamentos válidos contra la gripe porcina.

Y  los gobiernos, en lugar de desenmascarar la patraña, vieron en la gripe porcina una oportunidad para darle utilidad a las grandes dosis de Tamiflu que tenían almacenadas desde los tiempos de la gripe aviar. Verbigracia, en España, en 2009, el Ministerio de Sanidad llamó a la vacunación masiva ante la gripe porcina, para la que el Tamiflu también estaba “casualmente” indicado. La baja incidencia real de la enfermedad (a 30 de junio de 2009, el número de afectados por la gripe porcina se sitúo en 382 en todo el mundo) provocó que la campaña fuera un fracaso. En 2010, el Tamiflu almacenado cumplió su fecha de caducidad y los 471 millones de euros de la Hacienda pública española en él gastados se tiraron literalmente a la basura.

Para colmo, con el tiempo también se pudo constatar que la medicación con Tamiflu produce efectos secundarios de carácter neuropsicológico. Son muchos los datos que lo confirman. En Japón, por ejemplo, el gobierno prohibió el Tamiflu en el año 2007, tras producirse catorce muertes de niños y adolescentes a causa de infecciones cerebrales.

Finalmente, el balance de la operación gripe A-H1N1 o porcina fue similar a la de la gripe A-H5N1 o aviar:

 

+Domesticación social y alienación colectiva.

+Pingües beneficios económicos para un selecto grupo de corporaciones multinacionales farmacéuticas y asimiladas.

+Desestabilización y deterioro de la situación socioeconómica global, lo que brindó estupendas oportunidades de movimientos especulativos y ganancia fácil a los mismos de siempre.

+Y un enorme desvío de recursos públicos, es decir, de dinero de los contribuyentes, a unas pocas manos privadas.

Con relación a esto último y aunque sea cambiar el tercio, fue lo que sucedió, pero a lo grande, con otra nueva “operación” que se puso en marcha casi al unísono: la llamada crisis financiera que tanto daño provocó a la economía planetaria a partir de 2008-2009. Siendo inicialmente una crisis de los bancos, terminó siendo una crisis de los Estados, que entraron en la bancarrota en la que actualmente continúan al lanzarse a “salvar” a la banca privada, canalizando hacia ella una ingente cantidad dinero público. Paradójicamente, la foto final muestra que la crisis de los bancos tuvo como grandes beneficiados a los mismos que la provocaron.

Y cuando esta tremebunda crisis económica y financiera empezaba a ser olvidada por la memoria ciudadana –no sus efectos, que siguen muy presentes en términos de déficits públicos y empeoramiento generalizado, a escala mundial, de las condiciones laborales, salariares y sociales-, estalló la crisis del coronavirus.

 

  1. PONIENDO BLANCO SOBRE NEGRO: CONCLUSIONES

Examinadas las lecciones extraídas de las pandemias por las gripes aviar y porcina, podemos poner blanco sobre negro y retomar las preguntas e hipótesis sobre el COVID-19 planteadas en los epígrafes 3, 4 y 5 de este texto. ¿A qué conclusiones podemos llegar aplicando el rigor y el sentido común? Fundamentalmente a cinco:

1º. El origen del COVID-19 no parece que sea natural

Si, como se vio, ya eran muchas las dudas en torno a la versión oficial al respecto, su número y entidad se incrementan atendiendo a lo que sucedió en las pandemias inmediatamente anteriores, provocadas desde potentísimas instancias de poder con fines muy concretos.

De hecho, las voces que defienden el origen natural del COVID-19 -de la Organización Mundial de la Salud a los centros oficiales de investigación, de los responsables gubernamentales a los medio de comunicación más influyentes- son exactamente las mismas que -por el tiempo transcurrido lo sabemos con seguridad- manipularon la información y los datos al inicio y desarrollo de las dos pandemias precedentes –también, no podemos olvidarlo, en el surgimiento y desenvolvimiento de la reciente crisis económica y financiera-.

 

Tales voces están investidas de autoridad, pero su credibilidad se halla en entredicho. Quién a estas alturas no lo vea es, sencillamente, porque se resiste a verlo. Y ya sabemos que no hay peor ciego que el que no quiere ver: las certezas de los tontos, en las palabras, ya expuestas, de Bertrand Russell.

 

2º. El origen del COVID-19 es probablemente artificial, ligado a investigaciones secretas sobre armas biológicas en China y/o Estados Unidos

La refutación de la hipótesis del origen natural de la enfermedad conlleva la constatación de su origen artificial. ¿En qué marco? Pues en el de investigaciones secretas efectuadas en laboratorios de alta seguridad y relacionadas con la guerra biológica.

Las características implícitas y de desarrollo del COVID-19 concuerdan con las afirmaciones del prestigioso Dr. Boyle recogidas páginas atrás: es posiblemente un virus genéticamente modificado para ser usado como arma de guerra biológica.

En cuanto a la ubicación física del laboratorio responsable, puede ser tanto el BSL4 de Wuhan (China), desde donde se propagó, como el BSL4 de Fort Retrix (Estados Unidos), donde pudo hacerse su primer diseño.

 

3º. La causa de la propagación del nuevo coronavirus: una fuga accidental en el contexto de las citadas investigaciones

Tanto las acusaciones del portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores chino a Estados Unidos como las del presidente norteamericano hacia China han de ser encuadradas en el contexto de lo comentado en el punto anterior, más que entenderlas como indicios de que el origen del COVID-19 sea, además de artificial, provocado. Esto último, provocarlas, es lo que se hizo con las pandemias de gripe precedentes. Pero lo cierto es que no hay información suficiente, al menos por ahora, que lo avale en lo relativo al coronavirus. Y la hipótesis de una fuga accidental se refuerza porque en esta ocasión, a diferencia de las pandemias previas, parece ser cierto que no se cuenta con una vacuna que se pueda vender de inmediato para hacer frente a la enfermedad; y que hay una carrera entre centros de investigación de varios países, con EE.UU. y China a la cabeza, para dar con ella.

Ahora bien, aunque el origen artificial sea accidental y no provocado, las instancias de poder que estuvieron detrás de las pandemias de la gripe aviar y porcina se apresuraron, desde el mismo inicio de la propagación del COVID-19 y sabiendo la verdad sobre su condición de arma de biológica, a aplicar sobre él  idéntica metodología y operativa utilizada en aquellos casos y con iguales metas. Por esto, considerando lo que de verdad importa, da casi igual que el origen artificial sea accidental o provocado.

La maquinaria se puso de inmediato en funcionamiento y los objetivos perseguidos ya los conocemos: domesticación social y alienación colectiva; búsqueda de beneficios económicos; desestabilización y deterioro de la situación socioeconómica global, en aras a abrir oportunidades de movimientos especulativos y ganancia fácil; y ocasionar un nuevo desgaste en las ya depauperadas haciendas públicas, lo que el futuro justificará nuevos y más contundentes “ajustes” y “recortes” presupuestarios, sociales y laborales.

 

4º. Todo apunta a que somos protagonistas de un gran ensayo de ingeniería social

La desmesurada y casi monotemática atención al COVID-19 por los medios de comunicación tuvo, desde el anuncio de los primeros casos, y continúa teniendo como objetivo generar una oleada de pánico entre la ciudadanía a modo de ensayo de ingeniería social –el mayor hasta ahora en la historia de la humanidad-, sin descartar otros posibles impactos sociales y económicos (los analizaremos de inmediato).

En este punto, se repite la historia de lo ocurrido con las pandemias anteriores, aunque ahora se ha dado una importante vuelta de tuerca para forzar a los gobiernos a tomar medidas absolutamente excepcionales –así ha sido- y comprobar los efectos del miedo en la ciudadanía en términos de docilidad y sometimiento para asumir órdenes, mandatos, imposiciones, obligaciones, prohibiciones, privaciones y limitaciones radicales de toda índole y en ámbitos muy diversos; y acatamiento de un pensamiento único y de una sola y autoritaria manera –la “oficial”- de ver y entender las cosas.

 Es la forma de dominio mundial impuesto por la elite para ejercer y garantizar su poder, control y capacidad de manipulación. Rememorando a Foucault, la norma es “vivir peligrosamente”. Un método preciso de ejercer el gobierno centrado en la emergencia, el miedo, la inestabilidad, el desasosiego y la zozobra; y ante el que los ciudadanos, presos de pánico e idiotizados por los medios de comunicación y por su propio “modus vivendi”, contaminado por los paradigmas y pautas de la elite, sucumben lelamente.

Lo que está sucediendo con el COVID es una clara plasmación de todo ello. Es como formar parte de una novela de ciencia-ficción en la que una mano invisible consigue llevar a la gente, cual flautista de Hamelin, a aceptar resignadamente y sin rechistar medidas y actuaciones que poco antes hubieran parecido imposibles. Y ello con una tasa de infección y mortandad que en estos momentos, cuando todo esto acontece, continúa siendo muy inferior a la gripe común y a otras muchas enfermedades. En su psicopatía, la élite concluirá que con muy poco han conseguido mucho…

 

Y  todo ello en medio de un gran silencio, como el que inunda nuestras calles a causa de tantas prohibiciones. El silencio del pánico, de la inconsciencia… Y el silencio impuesto por las restricciones cada vez mayores a la libertad de expresión tanto en las redes sociales (YouTube, por ejemplo, está “retirando” vídeos que no se ajustan al pensamiento único impuesto) como en esas calles convertidas en fantasmales. Todo vedado. También, ni que decir tiene, los encuentros, reuniones y manifestaciones públicas, en las que los ciudadanos pudiéramos compartir y deliberar acerca de lo que está pasando. Esto último es lo que el gobierno italiano, al suspender de facto su Constitución, ha calificado como prohibición de la “alineación social entre las personas”. Así que ya sabemos: alinearse en común está prohibido; lo que toca es alienarse. Cuánto más mejor, para que la droga continúe haciendo efecto ante lo que vendrá después del coronavirus.

 

5º. A medio y largo plazo, la crisis del COVID-19 tendrá otros efectos nocivos de gran envergadura

Siendo el reiterado ensayo de ingeniera social la plasmación inmediata y cada vez más perceptible de la crisis del COVID-19, esta acarreará otros efectos nocivos, muy numerosos y de gran envergadura, en el medio y largo plazo: lo que podemos prever más allá de túnel pandémico no es ninguna luz, sino una cadena de tristes acontecimientos. ¿Cuáles serán? La batería es muy extensa, pero conviene centrarse en los cinco fundamentales que se desarrollan con brevedad en el siguiente epígrafe.

 

  1. CINCO POSIBLES EFECTOS DE LA CRISIS DEL CORONAVIRUS A MEDIO Y LARGO PLAZO
  2. Recesión económica planetaria

La economía mundial no se ha recuperado de la crisis de 2008 y presenta gravísimos problemas estructurales. Podríamos aseverar que está “cogida con alfileres”. Y hace tiempo que los mercados financieros caminan al borde del precipicio. En un escenario así, el coronavirus puede ser la gota que colme el vaso.

Como China va temporalmente por delante en este asunto, merece la pena verse reflejados en ella. Tras los dos meses de cuarentena que se impusieron en Hubei -con 60 millones de habitantes y donde se ubica Wuhan- y otras provincias afectadas, las estadísticas económicas chinas muestran una rotunda caída de los principales indicadores: la producción industrial, un 14%; las ventas, el 21%; la inversión, el 24%; y el PIB, un 15% en comparación con los dos primeros meses de 2019.

Con esta base, es de prever que algo semejante suceda en Occidente, donde se han adoptado más tardíamente medidas similares, introduciendo a la economía europea y mundial en un brutal socavón económico cuando todavía no se han recuperado del precedente.

Ciertamente, en Europa y Estados Unidos, los gobiernos y los bancos centrales han anunciado una serie de actuaciones que conllevarán paquetes de medidas fiscales y una inyección de liquidez de indudable significación (750.000 millones de euros, por ejemplo, por parte del Banco Central Europeo). Sin embargo, la incidencia efectiva será relativa debido a la desestructuración que la crisis sanitaria ha provocado en el tejido empresarial y el consumo; y tanto menor cuanto más se prolongue. Para colmo, es lo más preocupante, las haciendas públicas de los Estados están faltas de “musculatura”, pues arrastran una enorme deuda pública desde la pasada crisis económico-financiera. Y los nuevos esfuerzos presupuestarios –los que se realizan ahora, en plena crisis del coronavirus, y los mayores que habrá que efectuar tras ella, para intentar levantar la economía- no harán sino agravar aún más tan penoso panorama.

Todo lo cual se verá aderezado y complicado por la voracidad especulativa de los “tiburones” financieros que campan a sus anchas por el mundo entero sin que ningún gobierno o institución ose ponerles bozal. Ya se ha visto con lo ocurrido en las últimas semanas ante el hundimiento de las principales bolsas del planeta. La crisis del coronavirus y la guerra de precios petrolíferos en el seno de la OPEP, han situado a precio de saldo las acciones de numerosas empresas. Y los fondos de inversión y los fondos “buitre”, auténticos delincuentes financieros internacionales que actúan en la más completa impunidad, no han dejado pasar la oportunidad de echar el anzuelo especulativo sobre empresas que se han puesto a tiro de opa. El ejemplo más claro ha sido JP Morgan. Verbigracia, en España ha aprovechado la crisis para convertirse en el segundo accionista de Repsol, que ha perdido la mitad de su valor desde que comenzó el año. Pero hay más fondos de especulación, como Blackrock, que se ha beneficiado del desplome de Telefónica –entre el 1 de enero y el 23 de maro de 2020 perdió exactamente un tercio de su valor bursátil- para abalanzarse sobre ella y comprar acciones por valor de 20,5 millones de euros. Y esto es solo el inicio de lo que viene…

Por tanto, no dejando que el pesimismo nos arrastre, sino siendo realistas, es muy probable que la economía planetaria se dirija hacia una crisis de entidad similar, o aún peor, que la de 2008. Como ha escrito Byung-Chul Han, filósofo y ensayista internacionalmente reconocido: “El crash se podría haber producido también sin el virus. Quizás el virus solo sea el preludio de un crash mucho mayor”.

Los “ajustes” y ·recortes” derivados de la crisis de 2008 fueron tremendos y desembocaron en el empobrecimiento y la pérdida de derechos sociales y laborales de la inmensa mayoría; el enriquecimiento de una ínfima minoría; y el incremento de las desigualdades sociales hasta el punto de que en 2015, por primera vez en la historia, el uno por ciento de la población mundial llegó a acumular más patrimonio y riqueza que el 99 por 100 restante. Pues bien, los “ajustes” y “recortes” por la nueva crisis serán aún mayores y más nefastos para el conjunto de ciudadanos y empresas.

Ante todo lo cual cabe afirmar, ojalá nos equivoquemos, que los efectos económicos del COVID-19, a medio y largo plazo, acabarán dañando a mucha más gente que el propio virus.

 

Los casos de Italia y España

Un marco global muy triste que puede ser especialmente desolador para dos países europeos: Italia y España.

Ambas economías se libraron por los pelos de la “intervención” por parte de las autoridades monetarias europeas, espoleadas por los “mercados” (eufemismo utilizado para referirse a la élite que analizaremos en breve), con ocasión de las crisis del 2008. Sí fue “intervenida” Grecia, que cayó noqueada por los golpes de los “ajustes” y “recortes” más devastadores y, al día de hoy, sigue tumbada en la arena. E Italia y España, por este orden, eran los siguientes en la lista de elegidos para tomar sobre ellos medidas de escarmiento. La campana los salvó entonces.

Ahora difícilmente habrá quien los salve. La enorme deuda pública que ambos arrastran (Italia: 1,8 billones de euros, el 134% del PIB / España: 1,2 billones de euros, el 98% del PIB), en buena parte originada por los apoyos otorgados en los pasados años a la banca privada, se disparará hasta lo “insostenible” (a juicio de los “mercados”) por los efectos del coronavirus, haciéndose la intervención “inevitable” (igualmente, según los “mercados”, que son los que mandan).

Preguntas capciosas: ¿Será porque los “mercados” ya les tenían echado el ojo por los que ambos países son los más castigados por el COVID-19 a nivel mundial (atendiendo al número de enfermos y fallecidos en comparación con el de habitantes)? ¿Se sumará a ello el hecho de que disgustan a la élite sus gobiernos actuales (El italiano: por sus salidas de tono que tanto han disgustado al “establishment” internacional / El español: por estar configurado por una amalgama “socialista-comunista”) ¿Será por esto por lo que en los dos ha habido que tomar las medidas sanitarias más drásticas de toda Europa y con mayores efectos de control social? No, imposible, por favor, cómo va a ser eso posible… Vale. Sigamos…

 

 

  1. Vacunación masiva y ¿obligatoria?

El  13 de marzo de 2020, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, compareció ante los medios de comunicación para explicar la aplicación del estado de alarma en todo el país. En su intervención, Sánchez puso el foco en la necesidad de una vacuna frente al coronavirus, señalando que: “La victoria será total cuando, después de erradicar el virus, contemos con una vacuna”.

No hay que dudar de la buena fe del presidente. Pero, visto lo visto en pandemias anteriores y conociendo el perfil de los que se mueven en la tramoya de lo que acontece, hay que preguntarse: ¿victoria, de quién? ¿Quizás de las industrias farmacéuticas que ya hicieron su agosto con la gripe aviar y porcina y hace tiempo que han transformado la enfermedad, que no la salud, en su negocio?

Las  vacunas han prestado y prestan un gran servicio a la humanidad desde que Edward Jenner, en 1798, describiera el efecto protector de la viruela bovina o de vaca (“variolae vaccinae”, de donde deriva el vocablo “vacuna”) contra la viruela humana. Ahora bien, en los últimos lustros ha habido casos, como el descrito del Tamiflu, que llevan a desconfiar no de las vacunas en sí, sino de los que las fabrican.

Y esto debe quedar muy claro: el problema no son las vacunas, que son exponente del avance científico de la humanidad, sino las multinacionales que las elaboran y comercializan y sus más que demostradas ansias de beneficio incesante.

Según la Organización Mundial de la Salud, no habrá vacuna para el COVID-19 hasta 2021. Pero la “guerra” entre laboratorios se ha desatado en una competida carrera incentivada, desgraciadamente, mucho más por el lucro que por la salud (El pasado 17 de marzo, el Ministerio de Defensa de China aseguró haber desarrollado “con éxito” una vacuna contra el nuevo coronavirus, autorizando las pruebas en humanos, aunque sin precisar cuándo comenzarían los ensayos). Ante ello, algunos expertos alertan que recortar los tiempos habituales de producción de estos fármacos preventivos puede comportar riesgos, porque las vacunas que se están desarrollando son tecnologías nuevas. Tan nuevas que algunas de ellas no son antivirales como tal, sino genéticas, modificando el ADN humano para fabricar anticuerpos antivirales. Pero, de paso, al manipular nuestro ADN, ¿harán otras cosas no tan positivas?

Cuando exista la vacuna contra el COVID-19 y dado el temor hacia la enfermedad, la vacunación será probablemente masiva. Pero, además, ¿será obligatoria? Si así fuera, supondría un gravísimo atentado contra los derechos fundamentales de todos aquellos, que en su espacio de libertad personal, no quisieran inyectársela. No obstante, atentados de tal naturaleza no serán inusuales en la sociedad del post-coronavirus, tal como se recoge en los siguientes apartados.

  1. Un gobierno postdemocrático

En su ensayo La doctrina del schok: el auge del capitalismo del desastre, la periodista canadiense Naomi Klein se esmera en explicar cómo el sistema socioeconómico imperante se extiende cada vez más no por sus cualidades o porque sus postulados sean populares, sino a través de impactos en la psicología social a partir de contingencias desgraciadas, provocando que, ante la conmoción, la confusión y el miedo, se pueda hacer lo que interesa y beneficia a la élite que domina el sistema, aunque ello perjudique claramente a la mayoría. Y Klein se detiene en analizar una batería de casos en los que ya se ha actuado de esa manera: la Guerra de las Malvinas, el 11 de septiembre, el Tsunami de 2004 en Indonesia, la crisis del huracán Katrina… Todos ellos fueron aprovechados con la intención de forzar la aprobación de una serie de “reformas” y “ajustes” que, de otro modo, hubiera sido imposible de aplicar, dado su muy negativo impacto social.

 

Pues bien, los casos que Naomi Klein examina han servido de ensayo para lo que ahora sucederá con la crisis del coronavirus. Y a medio y largo plazo, tras el colosal impacto de psicología social que está suponiendo, se podrá constatar como la pandemia es rentabilizada por los que dirigen el sistema. Pero no será para efectuar unas cuantas “reformas”, sino para acometer la madre de todas las reformas en la que vienen trabajando hace tiempo: un nuevo orden mundial que abra paso, entre otras cosas, a formas de gobierno postdemocráticas y a un régimen autoritario policial-digital.

De lo segundo nos ocuparemos en el siguiente punto. Y en lo relativo a lo primero, el sistema socioeconómico vigente arrancó en el siglo XVI con una modalidad de gobierno pre-democrática: el Antiguo Régimen del que hablan los libros de historia. Posteriormente, en los siglos XIX y XX y bajo el impulso de las dos grandes oleadas de la Revolución Industrial, llegaron las instituciones democráticas, con la soberanía popular, el sufragio universal, el parlamentarismo, etcétera. Y ahora, en pleno siglo XXI y con el acicate de la revolución tecnológica, toca dar el paso a una forma de gobierno distinto: el postdemocrático.

¿En qué consiste? Muy simple: en alejar de los ciudadanos la toma de decisiones sobre los temas realmente importantes y situar la misma en el ámbito de organizaciones supranacionales ajenas a procesos directos de elección democrática; fuera del alcance de cualquier control  popular; sin rostro específico al que exigir responsabilidades o reclamar; y donde lo tecnocrático prima sobre lo social, auto-invistiéndose de la cualidad de expertos que es negada a los que no piensen como ellos.

Gracias al COVID-19, este formato de gobierno en la lejanía, cuasi-virtual, sin filtros democráticos, se puede extender de manera mundial. No tardaremos en verlo. Desde Naciones Unidas se harán probablemente las primeras proclamas al respecto. Pero irán apareciendo otros “estamentos” plurinacionales más en consonancia con los objetivos de la elite. La excusa está servida y nos argumentarán que la crisis del coronavirus ha puesto de manifiesto que la humanidad es una (ojo, porque lo dirán sin rubor esos mismos que niegan un lugar bajo el sol a las decenas de millones de refugiados que pululan por el planeta debido a las guerras y al hambre) y que es indispensable establecer mecanismos institucionales supranacionales que garanticen respuestas globales a situaciones y asuntos globales. Todo ello, por supuesto, en atención a los intereses generales de la ciudadanía, etc, etc, etc…

Esto es el gobierno postdemocrático al que la crisis del coronavirus abrirá las puertas: el vaciamiento de poder real a los parlamentos y gobiernos nacionales y el ejercicio del verdadero poder desde órganos de decisión supranacionales, distantes, opacos, tecnocráticos, que no rinden cuentas, sin posible control democrático, sin sensibilidad social alguna y perfectamente calibrados y alineados con las estrategias y objetivos de las grandes corporaciones financieras y empresariales. Esas que controlan la economía del planeta y se mueven por él a su antojo en un esfuerzo psicopático por ganar lo más posible en el menor tiempo posible: especulando sin cesar, invirtiendo y desinvirtiendo, deslocalizando empresas, explotando a niños, contaminando nuestras aguas y nuestro aire, desgastando sin mesura los recursos naturales, haciendo negocio con la enfermedad y el hambre…

  1. Un régimen autoritario de policía-digital

          Y el nuevo orden a escala mundial, promovido a partir del gigantesco impacto de psicología social configurado por el coronavirus, conduciría gradualmente a un régimen autoritario de policía-digital del modo que ha sido descrito por Byung-Chul Han en un artículo muy reciente titulado La emergencia viral y el mundo del mañana, en el que nos alerta sobre la posible llegada a Occidente del modelo chino de policial-digital.

No en balde, subraya Ham, China podrá vender ahora su Estado policial digital como un modelo de éxito contra la pandemia y exhibirá la superioridad de su sistema aún con más orgullo. Allí, las epidemias no las combaten solo los virólogos y epidemiólogos, sino sobre todo los informáticos y los especialistas en macrodatos. En China hay 200 millones de cámaras de vigilancia, muchas de ellas provistas de una técnica muy eficiente de reconocimiento facial. Captan incluso los lunares en el rostro. No es posible escapar de las cámaras de vigilancia. Están dotadas de inteligencia artificial y pueden observar y evaluar a todo ciudadano en los espacios públicos, en las tiendas, en las calles, en las estaciones y en los aeropuertos (pronto, hasta en sus casas, como en 1984 de Orwell). Y toda esta infraestructura para la vigilancia digital ha resultado ser ahora sumamente eficaz para contener la epidemia. Por ejemplo, cuando alguien sale de la estación de Pekín, es captado automáticamente por una cámara que mide su temperatura corporal. Si la temperatura es preocupante, todas las personas que iban sentadas en el mismo vagón reciben una notificación en sus teléfonos móviles. No en vano, el sistema sabe quién iba sentado en el tren y dónde exactamente.

¿Cómo van a usar todo esto los apologetas de la vigilancia digital? Para proclamar que el “big data” (seguimiento, almacenamiento, procesamiento y tratamiento masivo de la información y los datos) salva vidas humanas. Pero callarán a costa de qué.

Callarán que los proveedores chinos de telefonía móvil y de Internet comparten obligatoriamente los datos sensibles de sus clientes con los servicios oficiales de seguridad y salud. Callarán que el Estado sabe, por tanto, dónde estoy, con quién me encuentro, qué hago, qué busco, en qué pienso, qué como, qué compro, adónde me dirijo… Callarán que, a no tardar, las tecnologías permitirán que el Estado controle también la temperatura corporal, el peso, el nivel de azúcar en la sangre, etcétera.

Pero el tremendo efecto de psicología social provocado por el  coronavirus ha creado el caldo de cultivo perfecto no ya solo para que un régimen policial-digital así sea promovido desde las “altas” instancias, sino, lo que es aún más grave, para que sea aceptado –incluso con satisfacción- por mucha gente aturdida y mentalmente colapsada por el la inseguridad y el miedo. Como afirma Ham: “Una bio-política digital que acompaña a la psico-política digital que controla activamente a las personas”.

 

  1. Reestructuración de la distribución del poder dentro de la propia élite

En las páginas que anteceden se ha usado con frecuencia el término “élite”, dejando para un momento posterior el entrar en detalles. Tal momento ha llegado, pues otros de los efectos de la crisis del coronavirus a medio y largo plazo -el último que aquí se va a sintetizar- es una importante reestructuración de la distribución del poder en su seno.

Para empezar, es fundamental tener muy en cuenta que poco más de 200 grandes corporaciones multinacionales, financieras y empresariales tienen actualmente en sus manos el 75 por 100 de la economía mundial. Y hay una nítida tendencia a que el indicado número disminuya y el citado porcentaje aumente: para 2025-2030, serán unas 150 corporaciones y moverán el 80/85 por ciento de la economía global. Lo que tiene mucho que ver con el hecho ya compartido de que, desde 2015, haya un uno por ciento de la población mundial que acumula más patrimonio y riqueza que el 99 por ciento restante. Estamos hablando, por tanto, de unos 75 millones de personas. Aunque dentro de este grupo privilegiado, hay unos 12 millones que sobresalen sobre los demás y acaparan para si la mayor parte de la riqueza. Ahondando aún más, nos encontramos con no más de medio millón de personas que son “la crème de la créme” de tamaño acaparamiento de capital, rentas y propiedades. Y llegados a este punto, estamos en condiciones de bajar (de subir, sería más apropiado) un peldaño más para identificar finalmente, detrás de una monumental maraña de lazos e interacciones entre corporaciones y accionariados, a un núcleo duro configurado exclusivamente por una pocas decenas de personas que están detrás del “Estado Profundo” o “Gobierno en la sombra” también mencionado en otros epígrafes.

¿Qué es la élite? La gran trama de poder e intereses que se acaba de describir: los actuales amos del mundo. Y actúan sin parar para serlo cada vez más, fomentando y rentabilizando la inconciencia colectiva: sobre la propia existencia de la élite; sobre su papel en cuanto sucede; y sobre cómo funciona realmente la economía, la sociedad y el mundo, sometidos a sus dictados

Sin ser objeto de este apartado el adentrarse en mayores detalles, si conviene recordar que la élite se organiza en círculos. El primero consta de muy pocos miembros. Y a partir de él, como las ondas que provoca la caída de una piedra en el agua, existen más círculos (una vasta red de élites y sub-élites) que el primero utiliza para sus fines bajo una estructura férreamente jerarquizada. El eje central de su proceder consiste en generar continuamente un estado en el que se mezcla en perfectas dosis: de un lado, el miedo, la inseguridad y la incertidumbre; de otro, la distracción y el entretenimiento alienantes. Y, así, mantener a la gente paralizada mental y consciencialmente y domesticada, aborregada y atontada. Es el escenario ideal para que sus resortes de poder actúen sin interferencias y con radical impunidad.

  ¿Cuáles son los nombres de los que componen el referido círculo primero? No se les puede dar nombre, porque actúan en el anonimato más absoluto. Se consideran tan poderosos que no aspiran a ser conocidos (esto lo dejan para los miembros de los demás círculos de élites y sub-élites  a su servicio). De hecho, el anonimato y la actuación de incógnito son requisitos fundamentales para que el entramado que han diseñado se mantenga en pie. Les viene como anillo al dedo esta descripción tomada de un texto de hace siglos, Las profecías de Juan de Jerusalén (igualmente llamado el ermitaño o el templario): “Cuando comience el año mil que sigue al año mil, gobernarán los que carecen de fe. Mandarán sobre multitudes humanas inconscientes y pasivas. Lo harán escondiendo sus rostros, guardando en secreto sus nombres; y sus fortalezas estarán ocultas en los bosques. Pero ellos decidirán la suerte de todo y de todos; nadie participará en sus reuniones. Todos serán sus siervos, pero se creerán hombres libres y hasta caballeros”.

Debido a los efectos del coronavirus, esta élite acumulará todavía más poder. Y dentro de ella se producirá una reestructuración, concentrando más ese poder en los círculos primeros del entramado y podando de la estructura los círculos más inferiores, que ya han dejado de ser útiles e, incluso, se han convertido en una carga innecesaria. Lo expuesto con relación a la instauración de un tipo de gobierno postdemocrático está directamente asociado a esto último.

Todo lo cual lo comparto, como señalé al inicio de estas páginas, no desde el odio o el resentimiento, sino desde un inmenso amor y compasión hacia esta élite, que ocasiona tanto dolor y sufrimiento. Ricos en lo material, están arruinando sus almas. Y aunque ello no justifique sus actos, lo cierto es que todo tiene su porqué y su para qué en nuestro proceso de desarrollo consciencial, tanto personal como colectivo (se verá en el último epígrafe del texto).

  1. UNA GRAN OPORTUNIDAD: LA NUEVA HUMANIDAD

Para vivir con consciencia, situarse en el centro del huracán y sacar lo mejor de uno mismo

Ante tanta distopía, lo primero es no caer en la dinámica de pánico en la que desearían que entremos. No en balde, como se ha reiterado, el miedo, la inseguridad y la incertidumbre configuran el caldo de cultivo idóneo para la manipulación, la alienación y, en definitiva, la inconsciencia.

Y, a partir de ahí, recordar y recalcar la importancia de que, como siempre, pero ahora más que nunca, mantengamos la serenidad, la calma y la consciencia; nos situemos, desde la armonía y la conexión interior, en el centro del huracán aceleradamente creciente en el que estamos inmersos (es en el centro del tifón donde el cielo permanece despejado, no hay viento y la temperatura es cálida); y seamos capaces de sacar lo mejor de nosotros mismos y ponerlo al servicio de los demás y de todas las forma de vida con las que convivimos en este hermoso planeta que nos cobija y sostiene.

Nos querrían dormir más, pero también es una oportunidad para despertar.

Nos querrían deshumanizar más, aislándonos y generando desconfianza y enfrentamiento entre nosotros, pero igualmente es un espléndido momento para cultivar la solidaridad, la cooperación, el altruismo, la generosidad, la empatía y la comprensión.

Nos querrían encerrar más en los pequeños y míseros círculos del egoísmo, el egocentrismo y el sálvese quien pueda, pero también es un magnífico escenario para expandir la compasión y el discernimiento.

Nos querrían aprisionar más entre los barrotes del efímero y pequeño yo –el yo físico, emocional y mental y la pasajera personalidad a él asociada-, pero es una extraordinaria ocasión para salir de la amnesia sobre nuestro verdadero ser, recordar nuestra naturaleza divina e imperecedera y hacer brotar de esa inefable esencia todas sus cualidades, elevando nuestra mirada.

Así, con ojos nuevos, podremos impulsar una nueva humanidad que merezca realmente tal calificativo y viva en paz y sintonía con ella misma, con todos los seres vivos y con la Madre Tierra.

La nueva humanidad: ¿estás invitado a ella?

Y esa nueva humanidad, por increíble que ahora pueda parecer, no está lejana. No sabemos ni el día ni la hora, pero hay numerosas señales que anuncian su llegada: de hecho, nos hallamos ante los estertores del viejo mundo; ante sus últimos suspiros. La crearemos entre muchos que, en medio de la distopía, nos posicionamos conscientemente en la utopía desde la transformación interior de cada uno y la apertura de corazón hacia los demás.

Efectivamente, ambas, la distopía y la utopía, discurren al unísono y coexisten en tensión extrema en la presente humanidad, a modo de trayectorias temporales aparentemente contradictorias. Y la evolución en consciencia de la humanidad, como si fuera un tren, avanza sobre estos dos raíles, el distópico y el utópico. Y su avance es imparable porque la extensión de la distopía, a través de circunstancias como la pandemia del coronavirus, sirve de factor de impulso para que cada vez más personas tomen consciencia y se decanten vitalmente hacia la línea utópica.

Para comprenderlo mejor, conviene recordar que la evolución en consciencia de cada persona en particular opera exactamente igual: lo utópico –el deseo de crecer, de ser mejores, más conscientes, etcétera- impulsa esa evolución; pero también lo distópico –las situaciones sufrimiento, las “noches oscuras” loadas por san Juan de la Cruz- contribuye al respecto, al sacarnos de nuestro “hábitat de confort”, de nuestros comportamientos egoicos, de las distracciones y el entretenimiento alienantes.

De forma análoga, todos los acontecimientos distópicos que se acumulan sin cesar están aquí con un sentido profundo personal y colectivo. Esto no justifica a los que causan con ellos tanto daño y dolor. Pero lo que vivimos tiene un hondo porqué y para qué en tu proceso consciencial y en el de los demás.

Es así como estamos avanzando hacia la nueva humanidad. Eso sí, en ella no tendrán sitio ninguna de las cosas que han constituido los pilares de lo que ya queda atrás y se desmorona a pasos agigantados: ni el poder, ni la riqueza, ni la competencia, ni el aferramiento a lo material, ni el desprecio a las otras formas de vida… Nada de eso está invitado. ¿Lo estás tú?

Esta es la gran pregunta que tienes delante de ti y que la pandemia del COVID-19, con todo lo que implica, enfatiza y resalta para que des cuenta.   Y solo tú la puedes responder.

No con ensueños, palabras huecas o declaraciones de intenciones, sino con tus obras y con tus actos en cada instante de tu vida. Es la hora de ser impecable contigo mismo, con tu verdadero ser, y con la Vida en todas sus expresiones y manifestaciones.

Los hechos distópicos, como los que el coronavirus ha traído consigo y traerá, sirven para romper el espejo y que podamos ver –tú, yo, cada cual…- en qué lado estamos.

Lo que veamos, lo que seamos, lo elegimos cada uno cada con nuestras obras y con nuestros actos. Se acabaron los auto-engaños. Toca ser auténticos.

Es el momento.

 

Fuente: https://emiliocarrillobenito.blogspot.com/

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