Había una vez dos hermanos, José y Manuel. Vivían uno al frente del otro en dos casas en una hermosa villa.
Por problemas pequeños, que al acumularse y sin resolverse se fueron haciendo grandes, con el tiempo los hermanos dejaron de hablarse. Incluso evitaban cruzarse en el camino.
Cierto día llegó a la casa de José un carpintero y le preguntó si tendría trabajo para él. José le contestó:
—¿Ves esa madera que está cerca de aquel riachuelo? Pues la corté ayer. Mi hermano Manuel vive en frente y, a causa de nuestra enemistad, desvió ese arroyo para separarnos. Así que yo no quiero ver más su casa. Te dejo el encargo de hacerme una cerca muy alta que me evite la vista de la casa de mi hermano.
José se fue al pueblo y no regresó sino hasta tarde por la noche.
Cuál sería su sorpresa al llegar a su casa, que en lugar de una cerca, encontró que el carpintero había construido un hermoso puente que unía las dos partes de la villa.
Sin poder hablar, de pronto vio en frente a él a su hermano, que en ese momento estaba atravesando el puente con una sonrisa:
— José, hermano mío, no puedo creer que hayas construido este puente, habiendo sido yo el que te ofendió. Así que vengo a pedirte perdón. Los dos hermanos se abrazaron.
Cuando José se dio cuenta de que el carpintero se alejaba, le dijo:
—Buen hombre, ¿cuánto te debo? ¿Por qué no te quedas?
—No, gracias —contestó el carpintero—. ¡Tengo más puentes que construir!
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