El sendero budista, hacia la esencia de las cosas
En su búsqueda Buda descubre que hay dos niveles de verdad. La cotidiana o relativa, que es la inmediata: pongo el dedo en el fuego y me quemo, o planto una semilla y nace una planta. Y un nivel profundo, absoluto, que en principio nos está vedado porque nosotros vivimos en el nivel relativo. Entonces, el sentido de la vida, la tarea del ser humano, es alcanzar esa realidad absoluta que es su auténtica naturaleza. Donde no existe ningún tipo de limitación, donde todo es sabiduría y compasión. Pero no una compasión hacia determinadas personas, sino una compasión irrestricta hacia todos los seres. Por supuesto, esa búsqueda no es fácil
Fuente : http://www.lanacion.com.ar/
Por Luis Aubele
“El budismo se toma como una religión y evidentemente tiene rasgos religiosos, pero al mismo tiempo Buda fue también un científico porque su actitud para buscar la verdad, la naturaleza de las cosas, era similar, por ejemplo, a la de un físico”, advierte Gerardo Abboud, ingeniero, presidente de Dongyuling, Centro Drupka Kagyu de Budismo Tibetano, con sedes en Buenos Aires y Bariloche.
¿Para qué estamos en el mundo? Buda, o Siddharta Gautama, príncipe del pueblo de los sakya, nació en el norte de la India alrededor del año 560 a.C. Fue contemporáneo de filósofos griegos como Heráclito y Pitágoras, del sabio persa Zoroastro y de Lao Tsé, autor del mítico Tao Te Ching. En una de sus escasas salidas del palacio de su padre, el encuentro con un anciano inválido, un enfermo grave y un cadáver lo afectaron de tal manera que decidió abandonar su mundo y salir a buscar la verdad. ¿En qué consistía esa verdad? “En algo muy humano e inmediato: en comprender cómo era la realidad que lo rodeaba y saber quién era él, para qué estaba en el mundo. Para llegar a esa verdad, Buda sostuvo que había que cuestionar todo. Que de nada servía tomar algo con una fe ciega sin ningún tipo de cuestionamiento. Porque la única manera de llegar al conocimiento de la verdad absoluta era por medio del cuestionamiento y la propia investigación”, agrega.
Todo es sabiduría y compasión. “Pero en su búsqueda Buda descubre que hay dos niveles de verdad. La cotidiana o relativa, que es la inmediata: pongo el dedo en el fuego y me quemo, o planto una semilla y nace una planta. Y un nivel profundo, absoluto, que en principio nos está vedado porque nosotros vivimos en el nivel relativo. Entonces, el sentido de la vida, la tarea del ser humano, es alcanzar esa realidad absoluta que es su auténtica naturaleza. Donde no existe ningún tipo de limitación, donde todo es sabiduría y compasión. Pero no una compasión hacia determinadas personas, sino una compasión irrestricta hacia todos los seres. Por supuesto, esa búsqueda no es fácil.”
Más allá de las palabras. Para el buscador se abren dos caminos: el analítico o científico y el contemplativo o religioso. Ambos son válidos para la comprensión de las enseñanzas budistas, pero hay una diferencia. La naturaleza de la realidad tal cual Buda la descubrió no puede ser pensada sólo desde el punto de vista reflexivo porque se llega a un límite que trasciende los pensamientos. “Para nosotros, esto es difícil porque nuestra estructura cognitiva como seres humanos está muy confinada a los conceptos: entendemos clasificando con conceptos todo lo que percibimos. Es decir, sólo aceptamos algo si tiene sentido en el nivel conceptual. Al ser así, realmente estamos ante un problema porque el objeto de nuestra búsqueda, la realidad absoluta, trasciende los conceptos y también las palabras. Por eso, por más que uno estudie durante años y años las enseñanzas budistas, que son muy profundas, si no abandona en algún momento esa estructura conceptual no puede llegar a conocer la verdad. Ese paso decisivo es la meditación.”
Debajo de una vieja higuera. La meditación logra pacificar la mente, silenciarla y permitir que surja la claridad. Que sea ella misma la que poco a poco se vaya desprendiendo de esta cárcel conceptual y encuentre su estado natural. En síntesis, llevar la mente a un nivel de comprensión diferente del habitual le permite a una persona conocer ese otro mundo no conceptual. “Asombra lo que pudo descubrir un hombre semidesnudo, sentado debajo de una vieja higuera, sólo con el poder de la mente. Entre otras cosas, que no hay tiempo, que no hay espacio y que no hay materia como creemos percibirla; que todos son simplemente conceptos. Curiosamente, las mismas conclusiones a las que llega la física cuántica. ¿Pero vale la pena el esfuerzo de internarse en el sendero budista para alcanzar la realidad última?, se pregunta Abboud.
El sendero budista. “Comencemos por analizar nuestra condición actual. ¿Estamos satisfechos? Nacimos sin saber por qué, con la consigna impuesta de ser felices, porque nadie quiere sufrir, ni nosotros ni los animales. Pero si somos críticos, tendremos que aceptar que ya pasamos varias décadas de vida y no fuimos exitosos. Logramos cosas que después dejaron de interesarnos y quedaron en el olvido. Seguimos insatisfechos, siempre deseando algo. La solución para esta insatisfacción profunda es alcanzar nuestra verdadera naturaleza, la realidad absoluta. Y un medio posible es el budismo, el sendero que propone Buda.”
Algo que ya somos. “Buda explicó que la realidad absoluta es algo que ya está, que es nuestra naturaleza y la naturaleza de las cosas. Sostuvo también que la iluminación sólo significa el encuentro con eso que ya somos, y que posiblemente haya muchos métodos válidos para alcanzar esa realidad absoluta; que el de él es sólo un camino posible”, cuenta Abboud.
Caminar sobre las aguas. A medida que el buscador avanza en el sendero, empiezan a desaparecer las contradicciones. Sujeto y objeto se diluyen porque sólo son apariencias, partes de nuestra ignorancia. Lo que al principio parece un sueño pasa a ser lo normal. “Vemos que todo, nosotros, nuestro entorno, el mundo, es energía cognitiva: lo que los sabios de la física cuántica quieren decir al asegurar que todo es energía e información. Caminar sobre las aguas, que para nosotros es un milagro, para Cristo debió ser algo natural. Podría pensarse que al alcanzar este estado nos volvemos fríos, distantes, insensibles. Sin embargo, es todo lo contrario porque realizamos plenamente nuestra esencia, que es sabiduría y compasión”, concluye.
INTERPRETE
Gerardo Abboud nació en Buenos Aires en 1945. Después de graduarse como ingeniero en la UBA, viajó a Oriente en 1970 y durante 14 años residió en los Himalaya, entre la India y Nepal, estudiando y practicando budismo tibetano. Su maestro principal fue el lama Apho Rimpoche. Actualmente vive en Buenos Aires. Es un conocido traductor del tibetano al inglés y al castellano, más organizador y guía de viajes culturales. Además, desde 1992 es traductor del Dalai Lama en sus visitas a América latina.
EL TECHO DEL MUNDO
“Se suele llamar al Tíbet el techo del mundo, por la gran altura de las montañas. Pero también es la tierra de los budas vivientes, de los lugums, lamas peregrinos que sumidos en trance recorren velozmente centenares de kilómetros levitando al ras del suelo. Pero eso a ellos no les llama la atención porque miran las cosas de otra manera. Las ven como síntomas o símbolos de alguien que alcanzó la iluminación, su despertar a la conciencia cósmica. Porque el Tíbet es principalmente el país de la iluminación, y toda su cultura está basada en ese ideal y la mejor manera de conseguirlo.”