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El significado espiritual de la muerte

El significado espiritual de la muerte

El alma cuenta con varias alternativas para realizar las transiciones que estime necesarias para su evolución. Estas le posibilitan la acumulación de experiencias y, a partir de allí, el crecimiento en su nivel de conciencia. La muerte es el fin de la permanencia física del ser humano en su estado carnal, por lo tanto, el alma abandona el cuerpo físico y las leyes del universo finito.  Muy probablemente, es el tipo de transición que más preocupa y angustia a las personas.
 

 
Solo de modo ejemplificativo, podemos mencionar algunos mecanismos transicionales, aunque el foco de este artículo se encuentra puesto solo en uno de ellos:
Intercambio
Temporalidad
Paralelismo
Muerte
La muerte es el fin de la permanencia física del ser humano en su estado carnal, por lo tanto, el alma abandona el cuerpo físico y las leyes del universo finito.  Muy probablemente, es el tipo de transición que más preocupa y angustia a las personas.
 
Para realizar un análisis de la instancia denominada muerte, creo conveniente comenzar por definir todo aquello que NO es:
 
La muerte NO es un castigo. Las almas pueden decidir encarnar en un cuerpo para vivenciar sufrimientos, solidaridad, amor, soledad  y otras circunstancias que se operan durante una vida, pero como se deduce de lo expresado, para implementarlo, el alma necesita un cuerpo que será el vehículo que le permita experimentar esta etapa. Por lo tanto, la muerte no constituye un castigo, sino solo la transición lógica que les permite realizar un “corte” para pasar a una etapa de evaluación de lo vivido, antes de volver a reencarnar.
 
La muerte NO es la terminación de nuestra existencia. Por supuesto, se trata de un periodo que concluye para dar paso a otra instancia, pero lo único que muere es el cuerpo, por lo tanto no implica una terminación inclaudicable, sino una etapa más en el devenir de nuestra existencia. Muy probablemente, la principal dificultad para entender este concepto para el ser humano común,  radica en que nuestra identificación con el cuerpo que habitamos es enorme. Nuestra conciencia resulta muy impregnada de la imagen y la percepción de nuestro cuerpo, generando una falsa idea (“nosotros somos el cuerpo”). Podemos coincidir en que nuestro cuerpo físico forma parte nuestro, pero esto es solo de un modo transitorio y, ciertamente, no es la parte esencial de nosotros mismos. El mundo de lo sensible y material es un escenario complejo y maravilloso, en el que desarrollamos nuestra vida, pero con el tiempo debemos superar la ilusión de que esa es la única realidad. La realidad es mucho más extensa y abarcativa, y no es posible detectarla a través de nuestros sentidos, ni se puede “palpar con lo dedos”.
 
La muerte NO es una separación. Una de las constantes preocupaciones de los seres humanos es que la muerte les trae aparejado la pérdida irreparable de sus seres queridos. Sin embargo, las almas de las personas que forman parte de nuestro círculo más cercano, casi con seguridad, forman parte de un grupo denominado  compañeras de alma (yo superior me informa que el porcentaje alcanza al 95% de las almas que comparten nuestra vida). Este conjunto de almas tienen la característica común de estar íntimamente ligadas y permanecer vinculadas a través de los tiempos, independientemente de los avatares que experimente cada una de ellas.  Las almas, en general, tienen que superar una doble e ilusoria sensación de separación, cuando encarnan (mayormente  al momento del nacimiento), es posible que se sientan arrojadas de paraíso, separadas del amor de Dios y, cuando mueren, es probable que se sientan separadas de los seres amados que permanecen en sus cuerpos terrenales. Ninguna de esas emociones se sustenta en la realidad. Las almas se encuentran entrelazadas y forman parte indisoluble del UNO, por lo tanto, aún cuando lo intentemos, nos es imposible alejarnos de unos y otros.
La muerte, cuando es natural, resulta ser la culminación de un proceso, la terminación de una planificación convalidada por el alma y, por lo tanto, lo mejor que podemos hacer es aceptar la voluntad y dejarla ir sin condicionamientos. Pudiera suceder que al momento de desencarnar, el alma observe que las personas que la rodeaban, sufren mucho y claman por su permanencia y, por lo tanto, se sienta tentada a quedarse bajo las vibraciones terrenales y no dirigirse al lugar que le está reservado a ella en los universos espirituales, pudiendo resultar perjudicada por dilaciones en su evolución. Este proceso forma parte del respeto y la comprensión de la existencia en su conjunto y sus leyes.
 
Es muy usual que las almas que transicionan hacia la muerte, después de un cierto tiempo comiencen a formar parte de los Comités de Guardianes y Guías de sus familiares y amigos más amados, realizando una maravillosa tarea de servicio y ayuda a los mismos, generándose, de este modo, un vínculo íntimo y extremadamente cercano entre ellas.
 
Es por todo lo mencionado anteriormente que concluimos: la muerte  es parte de un proceso continuo y no produce ninguna interrupción en los vínculos del alma, solo los transforma, definiendo otro tipo de conexiones que se enriquecen en el infinito.
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