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El “Tai Chi”, otro regalo del confinamiento

                

No sé cómo me privé de tanto y tan amable trozo de existencia. He devuelto la voz a un cuerpo preso y mudo. Durante toda mi vida sólo se expresó la mente; larga, terrible, implacable dictadura que por fin ha cedido en estos días de pandemia. Estoy aprendiendo un nuevo lenguaje, una expresión callada, olvidada que prescinde de teclado y pantalla, que no me clava por horas en una silla. Siquiera un poco tarde, me estoy iniciando en el habla del cuerpo libre, un verbo lleno de paz, poesía y gozo.

Nadie se sonría: estoy aprendiendo “Tai Chi”. Más vale ahora que nunca. La encina junto mi casa al principio se mofaba de mí y de mis movimientos torpes. Quebraba su armonía de serena estampa, pero yo creo que constata ya mi terca voluntad y mejoras. Me ve acudir dos veces al día con la “tablet”. A la mañana y al atardecer completo la serie entera.

Cuento el tiempo que me falta para la encina, la hora feliz de aparcar el teclado. Gozo ese idioma nuevo para mí. Disfruto haciendo los ejercicios, fundiéndome plenamente con la Madre Naturaleza. Cada movimiento es un gesto de amor y ternura hacia la vida. Ese lenguaje, ya no de la mente machacona, sino del cuerpo relegado y relajado, ha sido un inmenso regalo más de esta crisis que poco a poco se va cerrando. Si el gobierno no nos hubiera encerrado en casa, yo no habría buscado esos vídeos, no hubiera dado la palabra al cuerpo. Primaba siempre una otra jerarquía de urgencias.

De vuelta de la encina, a la noche veo vídeos de chinitos que vuelan sobre la tierra. Un día volaré como ellos. Un día ya no llevaré la tablet, ni le daré al “play”, ni miraré de reojo a mi maestro virtual al que tanto debo. Mi cuerpo sabio memorizará la entera tabla de ejercicios. Afinaré esa poesía del cuerpo, dulcificaré la rima de los brazos y las piernas más allá de la cuarentena. Yo sé que que el “Tai Chi” ha venido a mi vida para quedarse. No lo desbancará otra pretendida urgencia. Si Dios quiere, no dejaré de bajar al jardín, de inspirar hondo y expirar suave, de danzar feliz con la vida.

 

Fuente: www.koldoaldai.org

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