En su bendición Urbi el Orbi el Papa Francisco ofició en una plaza de San Pedro vacía, enorme; bajo la lluvia. Quizás se necesitó que la plaza estuviera vacía ese 27 de Marzo, para que viéramos a Dios en ella. Quizás nunca fue tan inmensa San Pedro como esa tarde, bajo la lluvia… Ciertamente Dios está presente siempre que un ser humano se ofrece para ser vehículo del amor (algo muy distinto de ser protagonista del amor). Dado que las palabras en ocasiones nos separan, explicitemos que Dios, lo divino, es el amor altruista y la inteligencia altruista que busca ser encarnada aquí en la tierra; en nuestra acción y nuestra sonrisa, con o sin religión. Lo divino en lo humano está presente en Francisco, con o sin plaza, con o sin pandemia, con o sin lluvia… El asunto no es el Santo Padre, somos nosotros.
¿Sentimos a Dios cuando la plaza está llena y se oficia misa a medio día? Evidentemente pensamos en Dios, pero pensar sin sentir es superficial ¿lo sentimos? Sentirlo es tenerlo bajo la piel, es permitirle que hable en nuestra palabra, mire a través de nuestra pupila y oficie en nuestras acciones. ¿Lo sentimos? Hay algo en nuestra naturaleza que parece llevarnos a prescindir de lo divino cuando creemos que controlamos la situación… ¿Es ese algo el orgullo? ¿Será la crisis del coronavirus una enfermedad que vino a revelar entre otras cosas nuestra prepotencia? ¿O habrá venido a revelar nuestra pereza? Puede que para algunos sea una y para otros la otra, o incluso ambas… Es nuestra tarea personal averiguarlo y el momento es ahora.
No le llamamos pereza a la tendencia a quedarnos en lo conocido y lo cómodo, le llamamos hábito, suena mejor. Creemos que si somos activos no tenemos pereza. Resulta que cambiar de verdad, requiere una energía y una determinación monumental y cuando duele lo suficiente, la encontramos. No le llamamos prepotencia a exigir, a dar por sentado que merecemos, a tomar sin dar, a no admitir nuestros errores. En efecto no le llamamos prepotencia y así no nos interiorizamos, continuamos y llamamos mala suerte o error ajeno a las consecuencias.
Quizás orar pidiendo esto y aquello, sea pereza. Quizás enfadarnos con Dios cuando algo no va como nosotros queremos, sea prepotencia y ciertamente excluir a Dios de la ecuación, sintiendo que somos los únicos creadores de todo cuanto vemos, es prepotencia.
Hay tormenta, pues aceptemos la tormenta. Quizás luego de esta semana santa sea una oportunidad para reflexionar sobre ella y ver que sin resiliencia no hay camino y sin claridad no hay resiliencia.
Para estar en el ojo del huracán se requiere un gran trabajo interior, hagamos ese trabajo. Cultivemos las virtudes del alma y demostraremos que la pandemia no vino a quitarnos nada, sino a llevarnos a ese profundo lugar de nosotros que nos capacita a construir un mundo de hermandad para todos, los demás reinos de la naturaleza incluidos.
Si no vamos hasta ese lugar interior, no sentiremos que estamos “en la misma barca”; si no lo sentimos, vendrá otra tormenta. El momento que estamos viviendo es muy serio y conlleva una enorme oportunidad. Casi podríamos pensar que el destino del mundo está en un punto de inflexión. Quizás nunca como ahora podamos tener la humildad y el valor de ver el real significado del Amor… Amor es resurrección. El egoísmo y el separatismo eran la muerte. Ahora unidos podemos tener la fuerza y la determinación para cambiar, reinventar y reinventarnos, dejar partir lo que no es y abrazar lo nuevo.
Una cosa es clara, así como el destino colectivo depende de lo que hagamos todos, la vivencia personal no. Si viene otra tormenta y te encuentra habiendo dado lo mejor, lo mejor regresará a ti. Si eres capaz de mantenerte en el ojo del huracán, para ti no habrá tormenta. Si no estás en la tormenta y te toca morir, te irás en paz. Si no estás en la tormenta y te toca vivir, podrás volver a dar lo mejor.
Autora: Isabella di Carlo
Fuente: https://www.sintergetica.org/