¿En qué es razonable creer?
Cada cual podrá creer en lo que se le antoje. Pero, si ese interrogante implica preguntarse ¿qué es razonable creer?, cabe atenerse a la genialidad de la respuesta mística: solo el amor es creíble. Obviamente, no cualquier amor, sino el amor de “alteridad relacional”. Y es creíble precisamente tal amor porque suscita, en quien lo da y en quien lo recibe, la certeza fascinante de ser lo único que vale realmente la pena. Antonio Bentué
Fuente : www.mensaje.cl
Cada uno puede creer en lo que quiera, aunque el gusto de cada cual puede deberse al deseo “narcisista” anclado en el inconsciente de todos. Y ahí está el problema. Pues la realidad no corresponde al deseo. Ya Buda, en su primera noble verdad, sentenciaba que “existir es sufrir”. Y, claro, con tamaña frustración debida al mero hecho de existir, resulta imposible ser feliz. Al menos de forma placentera. ¿Qué importa, entonces, lo que uno crea o no crea, si de todas maneras nadie podrá nunca ser feliz? He aquí, pues, la pregunta de verdad: ¿En qué puede creer una persona “realista” sin que ello sea mera concesión al deseo “narcisista”, condenado a ser frustrado por la realidad? A tal actitud de correspondencia posible —o necesaria incluso— entre deseo y realidad la denominamos razonable. Podemos así acotar aún más la pregunta: ¿Qué es razonable creer?
Ya san Agustín sentenciaba que “una fe no razonable deja de ser fe, puesto que nadie puede creer en algo si no es razonable creerlo”. Si, pues, queremos ser razonables, estamos obligados a distinguir la fe del fanatismo y la fe de la mera arbitrariedad. Y ¿en qué podemos creer que no sea ni fanático ni arbitrario?
Constatamos que la capacidad de entendimiento entre los diversos seres humanos no radica tanto en la fe —a menudo fanática o arbitraria— sino en la razón, es decir, en la actitud “razonable”, actitud que algo tiene que ver con el “sentido común”. Frecuentemente, los fanatismos y las arbitrariedades “creyentes” han sido causantes de barbaridades inhumanas y de crueles enfrentamientos entre seres humanos, aunque haya también ocurrido algo parecido por culpa de supuestas grandes razones (a menudo de Estado, incluso teocrático) cuando estas dejaron de ser “razonables”. Se requiere, pues, evaluación crítica para discernir, en lo creído, un posible sentido valioso de los también posibles intereses egoístas camuflados en los creyentes.
Y ¿cuáles son las sospechas que pueden minar el carácter “razonable” de una fe? Parece obvio que una opción creyente resultará tanto más razonable precisamente cuanto menos sospechosa sea de camuflar intereses egocéntricos. Por lo mismo, pareciera también obvio que una fe podrá ser considerada más razonable cuanto más y mejor motive al creyente a tomar decisiones de alteridad relacional, permitiéndole tomar distancia de aquel camuflaje narcisista. El criterio de credibilidad no radica, pues, en el poder institucional exhibido por determinada creencia, sino en la calidad relacional que esta pueda suscitar. El poder vence, pero únicamente la decisión de alteridad convence. Pues solo la alteridad humaniza, tratando al otro como igual a uno, en lugar de someterlo. Y usar el poder para someter a otros a las propias ideas religiosas, o políticas, no es fraternidad, sino “abuso sectario”. Aun cuando se trate de una secta mayoritaria (trátese de sectarismos racistas, nacionalistas o religiosos).
SOSPECHAS SOBRE LAS CREENCIAS RELIGIOSAS
Quizá lo más interesante de nuestra actual cultura posmoderna radique precisamente ahí. La profundización de la sospecha sobre los posibles intereses egocéntricos que determinaban las supuestas certezas religiosas o políticas legitimadoras del poder occidental, ha hecho que sus grandes discursos religiosos o políticos ya no resulten creíbles. Menos aún al pretender ser normativos en conciencia. Paradójicamente, ese poder dominante de las conciencias —y, por medio de ellas, también del mundo— es el que ha minado su capacidad convincente. Pues sigue viva la sospecha de que “la religión dominante es la religión de la clase dominante” (Marx) y que “la fuerza de la religión está determinada por la fuerza del deseo” (Freud).
Más allá, pues, de esos grandes discursos sometidos a sospecha, ¿hay algo en ellos que pueda todavía ser convincentemente creíble, a pesar del poder que los ha convertido en sospechosos?
UN ÚNICO CRITERIO DE TRASCENDENCIA ÉTICA
Pareciera que son, sobre todo, los místicos quienes han aportado la respuesta a esa cuestión. Su experiencia de lo único Absoluto los ha llevado a relativizar siempre toda forma de creencia religiosa. Creen solo en lo único creíble. Como reza el salmo bíblico: “Todo hombre es mentiroso”. Solo Dios es verdadero. O sea, “lo que Dios es”. La verdad del mundo nunca es absoluta. Todo en este es relativo a lo único creíble, Dios, al que todos los místicos identifican con el amor relacional. Dios es relación. Por eso mismo, “donde haya realmente extraversión amorosa, ahí está Dios”. Y solo ese amor garantiza la transcendencia de las obras humanas en el mundo. Todo logro del poder que sea ajeno a la relación verdadera con el “otro”, carece de transcendencia, aunque permita ganar el mundo entero. Ese es el gran criterio de los derechos humanos, como derechos del “otro”. Eso mismo constituye el Jen y el Tao de la tradición china y es, también, el fondo del mensaje de Krishna o de Buda. Asimismo, nuestra tradición judeo-cristiana concentra en ello toda la Torah: ¡Amarás! Como también lo hace el cristianismo correspondiente a Jesús: “Sean misericordiosos, porque Dios es misericordia”. De ahí que, en la parábola del juicio final, no se pidan ni tan solo los certificados de bautismo. Pues el único criterio de trascendencia ética es el “amor misericordioso” (Mt 25, 40). “Ama y harás lo que quieras” (san Agustín). También es el criterio único de la mística musulmana “sufi”, al profundizar en la fórmula inicial de todos los azoras del Corán: “Alá es misericordioso”.
En definitiva, pues, ¿en qué se puede creer?
Cada cual podrá creer en lo que se le antoje. Pero, si ese interrogante implica preguntarse ¿qué es razonable creer?, cabe atenerse a la genialidad de la respuesta mística: solo el amor es creíble. Obviamente, no cualquier amor, sino el amor de “alteridad relacional”. Y es creíble precisamente tal amor porque suscita, en quien lo da y en quien lo recibe, la certeza fascinante de ser lo único que vale realmente la pena.
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Antonio Bentué. Teólogo. Artículo publicado en revista Mensaje, www.mensaje.cl
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