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ESPIRITUALIDAD Y CAMBIO SOCIAL

La espiritualidad necesita ser cósmica, que nos permita vivir con reverencia el misterio de la existencia, con gratitud por el don de la vida y con humildad respecto al lugar que el ser humano ocupa en la naturaleza. Leonardo Boff

Existe una profunda relación entre los cambios de conciencia y los cambios de conducta. Resulta evidente que los cambios de estilos de vida son definidos por los cambios en los patrones de conducta individual en la vida diaria y son dichos cambios los que – en última instancia – nos conducirán a abandonar el rumbo insostenible en el que se encuentra embarcada la humanidad.

Espiritualidad es un término que muchas veces omitimos, devaluamos o rechazamos al referirnos a los cambios sociales. Algunos suelen asociarlo con una ideología o falsa conciencia y lo caracterizan como un freno para los procesos de cambio y transformación social; sin percibir que dichos procesos se encuentran indisolublemente unidos a un profundo cambio personal.

La espiritualidad es el resultado del reconocimiento, la percepción y la reverencia, es una manera de hacer que la vida funcione a un nivel más elevado y de guiarnos hacia la solución de los problemas que se enfrentan.

La visión de Leonardo Boff ayuda a entender claramente a que nos referimos cuando hablamos de espiritualidad:

…la espiritualidad es la actitud que pone la vida en el centro, que defiende y promueve la vida contra todos los mecanismos de disminución, estancamiento y muerte. En este sentido lo opuesto al espíritu no es cuerpo, sino muerte, tomada en su sentido amplio de muerte biológica, social y existencial (fracaso, humillación, opresión). Alimentar la espiritualidad significa estar abierto a todo lo que es portador de vida, cultivar el espacio de experiencia interior a partir del cual todas las cosas se ligan y se re-ligan, superar los compartimentos estancos, captar la totalidad y viven-ciar las realidades —más allá de su factibilidad opaca y a veces brutal— como valores, evocaciones y símbolos de una dimensión más profunda. El hombre/mujer espiritual es aquel que siempre percibe el otro lado de la realidad, capaz de captar la profundidad que se re-vela y vela en todas las cosas, y que consigue entrever la relación de todo con la Última Realidad.

Un excelente ejemplo de la relación entre los cambios de conciencia y de conducta lo tenemos con Gandhi. Se cuenta que en una oportunidad una mujer preocupada porque su hijo consumía demasiado azúcar se acercó a Gandhi y le dijo que temía por su salud. “Él le respeta mucho”, ¿Podría usted decirle los riesgos que corre y convencerle de que deje de comer azúcar? Tras una breve reflexión, Gandhi le dijo a la mujer que accedía a su petición, pero que le llevara a su hijo al cabo de dos semanas, no antes. Dos semanas más tarde, la madre llevó al muchacho. Gandhi habló con él y le sugirió que dejara de comer azúcar. Cuando aquél finalmente aceptó la sugerencia de Gandhi, la madre exageradamente agradecida, no pudo por menos de preguntarle al maestro por qué había insistido en que esperase dos semanas. ¿Por qué?, repuso Gandhi, porque necesitaba esas dos semanas para librarme yo del mismo hábito. Esta historia encierra una profunda enseñanza sobre la necesidad de impulsar los cambios sociales a partir de profundos cambios personales, tal como lo sintetizara magistralmente Gandhi con un principio que lo acompañó durante toda su vida: “Nosotros hemos de ser el cambio que deseamos ver en el mundo“.

En Juegos Finitos y Juegos Infinitos, James P. Carse nos propone una magnifica parábola para confrontar la vida material con la espiritual, parábola que además desnuda al sistema productivista en el que vivimos y describe al mundo espiritual que puede ayudarnos a vivir de otra manera.

En el mundo de juegos finitos los ganadores y los perdedores, las reglas, los límites y el tiempo son extremadamente importantes.  En este mundo los títulos, las adquisiciones y el prestigio son primordiales.  La planificación, la estrategia y el secreto son cruciales.  Para convertirte en un maestro en el mundo de los juegos finitos tienes un público que conoce las reglas y que te dará una reputación.  En el juego finito, ser identificado con los perdedores es terrible y peligroso.  El juego finito valora los cuerpos, las cosas y las reputaciones.  La pérdida última es la muerte. El resultado final del juego finito es la autoaniquilación porque las máquinas que inventamos para ayudarnos en este juego de ganadores y perdedores destruirán a los que confíen en ellas.  La tecnología, el marketing, la productividad son términos para animar a los jugadores a comprar más máquinas y el valor de uno depende de cuántas máquinas posee el jugador y lo bien que las haga funcionar.

También existe el juego infinito, que puedes empezar a jugar si quieres.  En este juego no hay límites; las fuerzas que permiten que las flores crezcan son infinitas y esas fuerzas no pueden ser dominadas ni controladas.  El propósito del juego infinito es conseguir que haya más gente que juegue, ría, ame, baile y cante.  La vida misma es infinitamente no comprensible.  Estas fuerzas existían antes que nosotros y seguirán existiendo tras los límites de la muerte y el tiempo.

Mientras el jugador finito tiene que debatirse y aprender el lenguaje y las reglas para hacer que funcionar todas las máquinas, el jugador infinito habla desde el corazón y sabe que las respuestas están más allá de las palabras y las explicaciones.  

La descripción de los juegos finitos que hace Carse ajusta bastante bien con alguno de los planteamientos de Ivan Illich en La Convivencialidad cuando señala que:

…la crisis se arraiga en el fracaso de la empresa moderna, a saber, la sustitución del hombre por la máquina. El gran proyecto se ha metamorfoseado en un implacable proceso de servidumbre para el productor, y de intoxicación para el consumidor. El señorío del hombre sobre la herramienta fue reemplazado por el señorío de la herramienta sobre el hombre. Es aquí donde es preciso saber reconocer el fracaso…Durante un siglo, la humanidad se entregó a una experiencia fundada en la siguiente hipótesis: la herramienta puede sustituir al esclavo. Ahora bien, se ha puesto de manifiesto que, aplicada a estos propósitos, es la herramienta la que hace al hombre su esclavo.

Una sociedad que define el bien como la satisfacción máxima, por el mayor consumo de bienes y servicios industriales, del mayor número de gente, mutila en forma intolerable la autonomía de la persona. Una solución política de repuesto a este utilitarismo definiría el bien por la capacidad de cada uno para moldear la imagen de su propio porvenir.

Una sociedad convivencial es la que ofrece al hombre la posibilidad de ejercer la acción más autónoma y más creativa, con ayuda de las herramientas menos controlables por los otros. La productividad se conjuga en términos de tener, la convivencialidad en términos de ser.

Debemos reconocer que la esclavitud humana no fue abolida por la máquina, sino que solamente obtuvo un rostro nuevo, pues al trasponer un umbral, la herramienta se convierte de servidor en déspota…Llamo sociedad convivencial a aquella en que la herramienta moderna está al servicio de la persona integrada a la colectividad.

 

Fuente: laereverde.com

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