Recuerdo haberle escuchado decir a Iyengar en una oportunidad que no siempre estaba consciente de lo que enseñaba. “Cuando enseño me voy por completo. Ni siquiera sé quién soy. No tengo idea de quien habla por mí. Cuando dejo de enseñar recobro mi identidad.” Da la impresión de que Iyengar es una especie de transformador a través del cual pasa un increíble voltaje eléctrico que a su vez traspasa a los estudiantes. El trabajo de Iyengar es mantener la electricidad fluyendo. El trabajo de los estudiantes es permitir que sus cuerpos y mentes puedan absorber 220 V. en un cable adaptado para mucho menos voltaje.
En la época en que comencé a estudiar en su Instituto, él enseñaba dos clases al día, (un total de cuatro horas). Siempre era asistido por sus hijos Gueeta y Prashant y unos cinco a seis ayudantes. Seis clases cada semana estaban dedicadas a la práctica de Asanas y cuatro a la de Pranayama.
El profesor Iyengar rara vez estaba satisfecho con nuestro rendimiento. “Lo máximo que entregaste ayer debe ser lo mínimo de hoy”. Cada vez que uno cree que ya entendió algo, veinte nuevas ideas son puestas delante de uno. Cuando uno está en presencia de Iyengar se da cuenta que el Yoga es un pozo sin fondo. Su legendario temperamento se hizo evidente para mí a partir de la primera clase que tomé con él. No bien se había iniciado la clase cuando se embarcó en una perorata sobre cuántos de nosotros éramos estúpidos y no estábamos interesados en aprender y que gracias a nuestra displicente actitud su presión sanguínea se había ido a las nubes…
Ya había escuchado historias sobre Iyengar antes de llegar al Instituto, de manera que esto era de esperar. Lo que no había esperado era que su arrogancia fuese frecuentemente compensada por una genuina humildad y su rabia por un maravilloso sentido del humor. Costaba tomarlo a veces dema¬siado en serio pues después de sus peroratas salía con alguna broma. Esto mantenía a la mayor parte de los alumnos riendo y llorando alternadamente. Un camaleón, cambiando continuamente de humor.
Una de las cosas que noté en esa primera y sucesivas clases, fue que el mensaje de Iyengar se puede resumir en dos palabras: estar consciente. Para la mayoría de nosotros la concentración comienza al estar conscientes de solo un área del cuerpo a la vez. Iyengar describe nuestra práctica: “Cuando estiras tu mano, olvidas tu pierna. Si estiras tu pierna olvidas tu columna. Si estiras tu columna olvidas tu pecho, ¿correcto?” Cuando tratamos de llevar nuestra conciencia a todas las partes de nuestro cuerpo simultáneamente, el practicante desarrolla fuertemente su “poder de concentración” o Dharana. El estar consciente comienza con el cuerpo pero se va adentrando cada vez más hacia niveles cada vez más sutiles, pero el principio básico de “estar atento” es siempre estar presente. En cierto modo Yoga es como practicar Zen, la mente está siempre enfocada. Pienso que lo que Iyengar trataba de enseñarnos es tener siempre vivo el sentido de la curiosidad durante la prác¬tica, de modo que cada día nuevos puntos de enfoque mental pudieran ser descubiertos. Decía, “Para un Yogui, el cuerpo es un laboratorio, un lugar para experimentar e investigar”.
En la vida ocurre lo mismo que con el trabajo que hacemos en yoga, no solo con las Asanas, Pranayama y Meditación. Debemos estar conscientes, siempre atentos a lo que nos sucede momento a momento y también de lo que sucede alrededor nuestro. Yoga es el desarrollo de la atención para vivir el momento presente, momento a momento. Tan simple como eso.
Afectuosamente
Gustavo Ponce, Fundador de YogaShala