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Ago 6, 2012
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Hipnoterapia Regresiva

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Hipnoterapia regresiva:Un viaje sanador a través del tiempo

Si quiero sanar el presente -lo que no entiendo de mí mismo- porque siento sensaciones de malestar en mi cuerpo o en mi mente, entonces debo buscar, encontrar y solucionar la experiencia, esa primera emoción que envenenó mi vida. La hipnoterapia regresiva es un buen camino para lograrlo.
La Hipnoterapia Regresiva, Reconstructiva y Sanadora (H.R.R.S.) combina diferentes técnicas hipnóticas y terapias complementarias que producen un efecto reparador, reconstruyendo y sanando a las personas.
Se ha comprobado que puede ayudar a sanar diferentes problemas y enfermedades, como: depresión, fobias, adicciones (tabaco, alcohol, drogas), traumas, miedos, problemas conductuales, agresividad, trastornos del sueño y alimenticios, pánico escénico, timidez, bajo rendimiento académico, inseguridad, estrés, depresión post parto, enuresis, obsesiones, soledad, tartamudez, dolores psicosomáticos, complejos, falta de concentración, ansiedad, duelo, baja autoestima, problemas de memoria, negatividad, crisis de pánico, etc., además de ser una potente herramienta de ayuda en las relaciones humanas, familiares y de parejas; como preparación para exámenes académicos, entrevistas de trabajo, conferencias y en cualquier enfermedad física que tenga una raíz emocional.

 
La Hipnoterapia Regresiva, Reconstructiva y Sanadora (H.R.R.S.) combina diferentes técnicas hipnóticas y terapias complementarias que producen un efecto reparador, reconstruyendo y sanando a las personas.
Se ha comprobado que puede ayudar a sanar diferentes problemas y enfermedades, como: depresión, fobias, adicciones (tabaco, alcohol, drogas), traumas, miedos, problemas conductuales, agresividad, trastornos del sueño y alimenticios, pánico escénico, timidez, bajo rendimiento académico, inseguridad, estrés, depresión post parto, enuresis, obsesiones, soledad, tartamudez, dolores psicosomáticos, complejos, falta de concentración, ansiedad, duelo, baja autoestima, problemas de memoria, negatividad, crisis de pánico, etc., además de ser una potente herramienta de ayuda en las relaciones humanas, familiares y de parejas; como preparación para exámenes académicos, entrevistas de trabajo, conferencias y en cualquier enfermedad física que tenga una raíz emocional.
 
A pesar de tener una linda familia, un buen pasar y, en el fondo, todo lo necesario para ser feliz, Andrea (**), mujer de 35 años, me visita porque experimenta un gran sentimiento de soledad. Lleva dos años en tratamiento psicológico y psiquiátrico, pero no siente progreso y la sensación de no ser feliz sigue presente.
En la tercera sesión con ella, le propongo realizar una regresión a vidas pasadas. Lo hacemos y, rápidamente, llega a un momento en que es un hombre joven que está solo en el campo. No vive con nadie, pero a pesar de ello vive feliz, le gusta vivir así. Su soledad es voluntaria. La llevo a sus últimos momentos antes de trascender –morir- a los 85 años de edad y sigue viéndose en soledad pero también en paz, y asume su muerte con tranquilidad. Durante toda su vida, este hombre deseó estar solo. Evitaba a las personas porque lo incomodaban, y sentía agrado disfrutando de la naturaleza y haciendo lo que quería cuando estimaba conveniente hacerlo. Sentía que tener a alguien al lado le restringía su libertad.
Cuando la hago volver, Andrea asegura que muchas de las emociones experimentadas durante la regresión las sintió como un recuerdo vívido, no como una creación de su imaginación. Se emociona, sus ojos se llenan de lágrimas y asegura que en su actual vida ha sentido muchas veces esas mismas emociones. Está segura de haber vivido esa vida y comienza a entender lo que le sucede ahora. Se da cuenta de que en la actualidad no es que se sienta sola sino que muchas veces desea estar más sola y no puede. Había invertido sus emociones, y ahora las corrige, se entiende a sí misma y comienza a trabajar su presente. Recupera las ganas de vivir y se siente mucho más feliz. Ha vuelto a re-encantarse con la vida al aire libre. Para Andrea fue vital conocer el origen de sus emociones actuales, y una vez que las comprendió, fue capaz de revertir su proceso, comenzado a ser hoy la mujer que deseaba ser.
Entre vidas
Esta regresión es parte de un tratamiento más amplio, que consiste en rastrear las emociones que han ido envenenando nuestras vidas porque no fueron expresadas o cuya expresión fue muy negativa, proceso que requiere entre 6 y 8 sesiones. Sondeamos la vida actual, la niñez, la vida intrauterina, las vidas anteriores y el período entre vidas. Este último es la etapa menos conocida, en general.
Ximena vino a la consulta con la intención de solucionar su inseguridad, la que la llevó hasta un ataque de ansiedad y crisis de pánico. Después de una regresión, la llevé a una etapa entre vidas, un lugar especial de mucha luz y paz. Allí se encontró con quienes reconoció como sus Maestros (ángeles protectores, Maestros ascendidos, su Ser Interno, etc.). La interpretación de esta visión depende de las creencias de cada persona. En la mayoría de los casos, se trata de dos Maestros, a veces dos hombres, otras dos mujeres o una pareja. Ximena pregunta por su problemática y la primera Maestra le responde que ella no es culpable de su vida, que la niña que fue en la vida que recordó durante la regresión sufrió mucho sin merecerlo y que ella no debe hacer lo mismo. El segundo Maestro le dice que es linda, lo que la hace llorar… Su emoción se entiende porque ella hoy en día se considera fea.
Ella también siente que lo que vio es más fuerte que el producto de su imaginación o un sueño. Lo percibe como real, como si hubiera hablado con estas personas, y lo que le dicen le hace total sentido y le da fuerza para iniciar su proceso de sanación. En la regresión anterior, era una niña que fue abandonada por sus padres en unos edificios desocupados, muriendo en el lugar. Ahí se origina el sentirse fea y rechazada, que es parte del rechazo que Ximena sentía por sí misma.
 
¿Vidas anteriores?
La posibilidad de haber vivido vidas anteriores es un tema que llama mucho la atención y constituye factor de múltiples controversias. Mucha gente que recuerda escenas vividas en otros cuerpos cree haber tenido encarnaciones anteriores. Otros atribuyen estos recuerdos a memorias genéticas, vivencias límites que después son transmitidas a través de los genes. Otros sostienen que son vidas captadas por la sensibilidad de las personas pero que no las han vivido realmente. Por último, están los que consideran que son creaciones de la imaginación de quienes están en trance.
No importa qué interpretación le demos a este fenómeno, lo que importa es que está en nuestra mente y nos influye. Hay que recordar que para nuestra mente es tan real un ladrón que entra en nuestra casa como un fantasma que pena en la misma, y si creo en ambas realidades, a ambas les temo, no quiero experimentarlas y me provocan emociones negativas que me influyen.
Otra paciente, Lorena, vino a tratarse por una singular fobia: No podía andar en su vehículo sobre adoquines. Ella prefería recorrer en su auto mayores distancias con tal de no circular por aquellas calles que aún tienen estas piedras en el suelo. Realicé la regresión para descubrir de dónde venía el problema y ella se remontó a la época medieval. Ve a una mujer que corre con un gato en sus brazos mientras la persigue una turba y, por culpa de los adoquines, tropieza, se cae, la toman, la golpean y la queman viva, supuestamente por bruja. La que está viendo la escena es una niña de 12 años, su hija. Esta visión traumática ha provocado que le tema a los adoquines.
Una fobia es un miedo irracional a algo. Ahora, este miedo se hace racional porque es lógico y, por ello, sanador. Si pensamos en la reencarnación, Lorena fue esa niña, pero si lo vemos desde el punto de vista biológico, Lorena es pariente genética de la misma niña. ¿Importa? En absoluto, es un contenido que está en su mente, generándole una fobia que la inhabilitaba. Lo que sí importa es que hoy ella puede manejar por calles con adoquines.
 
Vivencias de infancia
Sin embargo, la respuesta a una situación problemática que hoy nos aqueja no siempre está en una vida anterior; muchas veces está en las vivencias emocionales de nuestra primera infancia.
Juan, un joven de 16 años, llega acompañado de su madre porque, a pesar de ser muy inteligente, repitió de curso. Me entrevisto con él a solas con la autorización de su madre y me revela que aunque quiere estudiar, no lo puede hacer, que puede pasar horas delante de un cuaderno sin ser capaz siquiera de abrirlo. El día de la prueba se arrepiente, no responde y obtiene mala calificación. Realizamos la terapia y encontramos que en una ocasión, cuando Juan tenía 5 años, su padre llegó bebido y se puso a discutir con su madre. Ella se descontrola, el padre patea hasta el perro. El niño, asustado, quiere hablarles, decirles que se callen, pero no se atreve. Se bloquea porque siente que sus padres no lo van a atender. Hoy, sus padres están separados y Juan es lo único que los une. Ahora, el joven no los escucha, no los atiende y hace exactamente lo que ellos no desean. Necesitó realizar la terapia para sanar las emociones retenidas en la experiencia anterior. Durante las vacaciones de verano pidió tener profesores particulares y comenzó el año en marzo con una muy buena disposición.
El subconsciente
A muchos de nosotros nos puede llamar la atención que en algunos aspectos de la vida no somos tan maduros como en el resto de nuestra existencia, o tener a veces reacciones que nos asustan o nos extrañan. Podemos ser destacados profesionales, excelentes padres, buenos amigos, pero cuando nos hablan de un tema en especial, alguien tiene un gesto particular, sentimos un aroma o nos ocurre alguna situación determinada, nuestra conducta cambia y reaccionamos de manera tal que nos desconocemos a nosotros mismos. Tratamos de entendernos y no podemos, buscamos respuestas y no las encontramos.
Por ejemplo, basta ir a visitar a un amigo que vive en un departamento en el piso 20 para que, al salir al balcón, me paralizo, el vértigo se apodera de mí y no me permite reaccionar, me pongo pálido, sudo helado e incluso me tienen que ayudar a salir de ahí. Busco en mi mente las razones de por qué me sucedió eso y no encuentro la respuesta. Desde entonces el miedo a las alturas me inhabilita para hacer mi vida normal y evito todos los edificios altos, incluso viajar en avión. Se me ha generado una fobia y no sé qué me la provocó.
No encuentro la respuesta porque no está donde la busco, en el consciente, en el hemisferio izquierdo. La respuesta está en el subconsciente, en el hemisferio derecho. Algunas situaciones emocionales que uno vive pueden gatillar emociones no superadas, retenidas, encapsuladas, vividas en mi primera infancia, en mi vida intrauterina, en mi nacimiento o incluso antes.
Si a los 3 años, por ejemplo, me mordió un perro, me dolió, me desesperé, pero sobre todo tuve mucho miedo, angustia, sentimiento de desprotección. Hoy quizás no recuerde ese hecho, pero cuando veo un perro me paralizo, me siento inseguro, no sé qué hacer y hasta puedo entrar en pánico. Lo que sucede es que esa primera experiencia de los 3 años quedó retenida, la emoción no fue expresada ni resuelta; por lo tanto, hoy, cuando veo un perro, dejo de tener la edad emocional actual y paso a tener la edad en que se trabó dicha emoción, es decir tengo la habilidad emocional de un niño de 3 años para resolver la situación del perro que está ante mí.
Marta, mujer de 24 años, llega después de un tratamiento psicológico de un año para luego volver a la universidad con un diagnóstico de fobia académica, evidentemente sin haberlo solucionado. No podía estar sentada en una sala de clases, le venían deseos de arrancar, comenzaba a sudar y a sentir tensión en todo su cuerpo, le ardía la cara. Cuando buscamos las emociones reprimidas, llegamos a la edad de 4 años. Estaba en el jardín infantil y había desobedecido las normas: se había pintado las uñas y las escondía para no ser vista por la tía, ya que sabía que podía retarla. Es descubierta, se le llama la atención delante de los demás niños y la llevan a la dirección del jardín, donde había otras tías, y entre todas le retan. Se siente impotente, apenada y con miedo; suda nerviosa y se pone colorada, siente su cuerpo tenso y deseos de arrancar. En el fondo, los mismos síntomas de adulta. Esto le hace sentido a Marta y decide sanarse, limpiando estas emociones. Este mes retomó las clases en la universidad y está felizmente sentada en sus aulas.
Desde el vientre de la madre…
El origen de gran parte de nuestros problemas actuales data de nuestra etapa intrauterina, en la que nuestra madre nos traspasó sus emociones, viviéndolas nosotros como si fueran nuestras. Es por ello que uno las recuerda, las siente, las disfruta o las sufre, sin entender el por qué. Desde el vientre materno somos afectados por lo que ocurre fuera de nosotros. Si lo que vive y siente nuestra madre son emociones positivas, éstas nos darán seguridad y tranquilidad, pero si experimenta penas, angustias, rabias, éstas nos afectarán negativamente y naceremos inseguros, con baja autoestima, retraídos. Lo mismo sucede con nuestro nacimiento. No es lo mismo nacer por parto normal que por cesárea, a los nueve o a los siete meses.
Ignacio, hombre de 35 años, llega a la consulta porque se siente muy inseguro, con diversos miedos que no llegan a ser fobias. En parte del proceso, cuando revive el momento de nacer, escucha gritos y siente mucho temor, tensión y un gran dolor de cabeza. Este dolor le acompaña hoy cada vez que se tensiona o se siente deprimido. Como su madre está viva y en buen estado de salud mental, le pido que hable con ella sobre su nacimiento ya que nunca lo ha hecho. Al hacerlo, se entera de que nació mediante fórceps, procedimiento de urgencia que se utiliza sólo en los casos en que hay problemas y se hace necesario tirar al bebé desde la cabeza. Lo que recuerda es coincidente con los hechos. Una vez que conoce la causa y hace la reconstrucción de esa parte de su vida, Ignacio sana tanto de sus inseguridades como de la somatización reflejada en los dolores de cabeza.
 
Heridas del alma
A veces, la raíz del problema no está en situaciones de esta vida, ya sea en nuestra infancia o en nuestra etapa intrauterina, ni siquiera en nuestro nacimiento. En ese caso debemos indagar en las vidas anteriores que las personas contienen en su mente (no necesariamente porque las hayan vivido). Tenemos fragmentos de vidas que aparentemente no son nuestras.
Luisa, mujer de 32 años, psicóloga, llega a mi consulta porque desde el terremoto del año pasado no duerme tranquila, cree que tiembla a cada momento, está con miedo permanente. Ha tratado de dominarse, de hacer terapia con otros colegas, pero su miedo se mantiene. Durante el procedimiento, salta a una vida anterior, en la que era una niña en Medio Oriente. Calcula que tiene 6 años y está con su madre, quien vende productos en una feria; es de día y hace mucho calor. Está narrando esto cuando, de pronto, se asusta porque en la feria comienza un incendio y, producto del calor y los géneros que se vendían o tapaban el sol, se propaga rápidamente. Todos corren desesperados, incluidas ella y su madre, pero en un momento se separan y la niña se pierde, no encuentra a su madre. Angustiada y llorando, la pequeña se refugia bajo una pared esperando que la madre aparezca. Como resultado de la estampida, la pared cede y cae sobre la niña, quitándole la vida al aplastarla.
Cuando Luisa sale del estado hipnótico, le pregunto dónde estaba en el momento del terremoto y me cuenta que lo vivió en una discoteque, que todos corríeron desesperados y ella temió que le cayera algo encima. Su miedo no es al terremoto mismo, sino a la gente corriendo en estampida y a la posibilidad de morir aplastada de nuevo. Hoy hace una vida normal, sin temor a los temblores ni a la gente corriendo. Evidentemente, hubo que sanar esa vivencia.
Para sanar no basta con recordar la situación conflictiva, puesto que puede quedar como una anécdota que da cierta tranquilidad al consciente, pero eso no garantiza que la persona sane. Es necesario expresar las emociones y recontar la historia. Las heridas del alma, de la mente y de las emociones actúan de manera similar a como lo hacen las del cuerpo. Si me hiero el brazo y aplico en la herida sólo un paño, se me va a infectar, y cada vez que me toque o me pase a llevar, gritaré de dolor. Eso es lo que ocurre cuando tengo una emoción no sana: cada vez que me la toco, grito o lloro, me pongo violento o agresivo o me voy para adentro, introspectivo o depresivo. La única manera de sanar una herida es sacando aquello que la oculta y desinfectándola. Llegará el momento en que uno verá la cicatriz, y evidentemente no le agradará, pero ya no dolerá al tocarla. Ubicaré el acontecimiento en el pasado, me será desagradable haberlo vivido, pero podré hablar de él sin reacciones emocionales inadecuadas y no me afectará en el presente.
Cada uno de nosotros puede renunciar a todo, incluso a su propia vida, pero no puede renunciar a ser feliz. La felicidad es aquella brisa que aparece en nuestra vida y la refresca, y sucede cuando estamos en paz con nosotros mismos y con lo que nos rodea. Esta Hipnoterapia Regresiva, Reconstructiva y Sanadora nos permite recobrar la paz y por ende saborear la brisa de la felicidad. 
 
Por Claudio Reyes Díaz *
 
Article Categories:
Medicina integrativa
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