Con base en tres rituales religiosos, investigadores javerianos ratifican que la capacidad de la música para despertar emociones se potencia al tener relación con otros modos de lenguaje, llegando incluso a orientar la acción humana.
La música supone un ejercicio de poder, uno que es sutil, inverosímil y hasta mágico. Hay quienes dicen que es capaz de despertar emociones e incluso de modificar súbitamente nuestro estado de ánimo y la forma como asumimos diversas situaciones y nos expresamos ante los demás. De ahí que se diga: “Si escucho este tipo de música, me pongo feliz y enérgico, pero esta otra me entristece”.
Los ritmos rápidos, las líneas melódicas ascendentes y los timbres brillantes y fuertes suelen ser asociados a la alegría, en las sociedades occidentales, por eso se usan para ambientar fiestas, eventos deportivos y para conmemorar fechas importantes. La música lenta, en tonalidad menor, con muchos cromatismos, por el contrario, transportaría a la amargura, la melancolía, el desasosiego y la soledad. Las marchas militares que suenan en los funerales, por ejemplo, llevan directamente a la tristeza y posiblemente al llanto nostálgico. Sin embargo, más allá de despertar emociones, ¿puede la música guiar o influir en las acciones del ser humano?
“Hay que saber que el poder que tiene la música para avivar una emoción no se genera solo, sino que ocurre en relación con las experiencias, imágenes, momentos, personas o lugares, que, unidos a esta, se han ensamblado para generar significados que producen una mayor intensidad emocional. A esto se le conoce como refuerzo multimodal”, explica el investigador en estudios musicales Óscar Hernández.
En compañía de colegas de otras disciplinas, como semiótica musical, psicología, ciencias de la cognición y etnomusicología, se propuso explorar el papel que tiene la música a la hora de producir emociones dentro de los rituales religiosos, y con ello probar su teoría de los mundos de sentido. Esta teoría “consiste en que cuando uno tiene muchos elementos reforzando unos mismos contenidos, incluida la música (imágenes, olores, espacios, etc.), las personas se sumergen genuinamente, y sin notarlo, en un campo de posibilidades delimitadas de acciones”, asegura el investigador.
La música produce emociones porque la asociamos con experiencias que hemos vivido previamente.
Estos mundos de sentido están presentes en muchos momentos de la vida y, aunque casi son imperceptibles para quienes los experimentan, tienen un gran efecto en sus acciones. Basta con pensar en un partido de la selección colombiana de fútbol. No solo es la música de los cánticos: son las camisetas, las banderolas, la representación del himno nacional; es estar en el Estadio Metropolitano de Barranquilla, con sus más de 30 grados centígrados, los colores cálidos y el ambiente festivo. Estos elementos refuerzan significados relacionados con el fervor nacionalista alrededor del fútbol, a diferencia de estar en casa viendo el mismo partido, escuchando los mismos cánticos y música de fondo, pero solo, en un día lluvioso, sentado frente a un televisor, el comportamiento tenderá a ser distinto al experimentado en el estadio.
También pasa en los momentos de melancolía, por ejemplo, después de una ruptura amorosa en la que la persona pasa el duelo de la pérdida escuchando música con letras tristes en un espacio de soledad, lo que será diferente para la persona que pasa esta amarga situación escuchando la misma música, pero rodeada de personas que la lleven, por un momento, a desviar su atención de la ruptura.
Si bien el sonido musical puede producir emociones, “se debe en parte a que hemos asociado la música a ciertas experiencias emocionales previamente conocidas”, afirma Hernández. Y esta relación no es diferente en el mundo religioso. Para comprobarlo, los investigadores compararon experiencias de tres rituales diferentes: una misa católica, un culto pentecostal y una oración musulmana. Además de asistir a cada uno de ellos, hicieron entrevistas, aplicaron cuestionarios, y midieron la respuesta emocional de nueve sujetos por medio del comportamiento físico y de medidas electroencefalográficas.
Como resultado de su análisis, los investigadores evidenciaron que el contenido verbal fue el modo de lenguaje predominante en la oración musulmana y la misa católica observadas, mientras los sonidos no verbales, incluyendo la música, tuvieron una importancia central en el culto pentecostal. A diferencia de los otros, este último no mantenía una estructura predeterminada. El uso de baladas pop con letras de alabanza, como recuerda Hernández, parecía efectivo para la inmersión esperada, a la vez que la distribución de elementos arquitectónicos en el espacio reforzaba el mensaje de ‘entrega’ que querían transmitir
“La iluminación blanca y azul del área alrededor del altar donde tocaba la banda contrastaba con la sección de color rojo oscuro donde se encontraban los feligreses, lo cual activa asociaciones sobre lo celestial y lo terrenal”, explica el investigador, y complementa: “Entonces, tanto el contenido sonoro como el visual reforzaron esta idea de ‘entrega a un poder superior’, y esto se veía reflejado además en el comportamiento de los participantes: ojos cerrados, brazos levantados, llanto y gritos”.
No sucedió lo mismo en los rituales musulmanes y católicos. “En el musulmán, a pesar de haber elementos no verbales, como el tipo de ropas que vestían, los fragmentos del Corán y fotos de La Meca y Medina que rodeaban las paredes, etcétera, no hubo un refuerzo multimodal similar al ritual pentecostal”, comenta Hernández, y “tampoco hubo grandes secciones musicales que proporcionaran una narrativa emocional continua”.
La misa católica que atendieron para la investigación se celebró en una iglesia de estilo barroco y la música estaba a cargo de un solo cantante con un sintetizador. “Había gran variedad de géneros musicales, incluidos el vals y la salsa. No obstante, los comportamientos corporales de los más de mil feligreses respondían a fórmulas aprendidas, por lo tanto, no estaban sujetas al entorno emocional propuesto por los elementos significantes”, manifiesta el investigador.
Después de todo, la evidencia científica confirma que los mundos de sentido recreados en escenarios tan cotidianos como un estadio de fútbol, las fiestas, los conciertos, los funerales e incluso los rituales religiosos ―compuestos por diversos elementos dotados de significado (música, imágenes, experiencias y demás)― pueden, además de promover múltiples emociones, guiar los comportamientos del ser humano. Así, mientras más elementos haya alrededor de un evento determinado trabajando en conjunto para enviar el mismo mensaje, más fuerte será la emoción y mayor el efecto que tendrá en los pensamientos, valores y acciones de las personas.
Fuente: www.javeriana.edu.co/pesquisa/influye-la-musica-en-la-forma-como-nos-comportamos/