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Nov 24, 2016
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La escucha activa

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La escucha activa

Cada vez es mayor el número de personas que reconoce que tiene serios problemas para comunicarse con su pareja, con sus padres, con sus hermanos, con los hijos, con los compañeros de trabajo, etc. Este sentimiento de falta de una auténtica comunicación se debe, en gran parte, a que no se sabe escuchar a los demás. Saber escuchar bien es, por tanto, una destreza que merece ser valorada y enseñada porque produce efectos muy beneficiosos tanto para el que es escuchado como para el que realiza la escucha activa.

Las estadísticas que manejan los servicios de ayuda psicológica en casos de crisis emocional ponen de manifiesto que el sentimiento de falta de una auténtica comunicación entre las personas avanza de forma creciente. Cuatro de cada cinco adolescentes españoles sienten cierto distanciamiento de sus padres porque creen que “no les comprenden” y que, por tanto, “no merece la pena hablar con ellos de sus problemas”. De manera paralela, el 75% de los padres se queja de que sus hijos, sobre todo a partir de los 15 años, no les escuchan. Asimismo, la incomunicación en la pareja es la causa de la mayoría de los fracasos sentimentales, muy por delante de la infidelidad y de la incompatibilidad de caracteres. De hecho, el 87% de las personas separadas o divorciadas afirma que el principal motivo de su fracaso matrimonial se debió a “la falta de comunicación”.Cada vez es mayor el número de personas que reconoce que tiene serios problemas para comunicarse con su pareja, con sus padres, con sus hermanos, con los hijos, con los compañeros de trabajo, etc. Este sentimiento de falta de una auténtica comunicación se debe, en gran parte, a que no se sabe escuchar a los demás. Saber escuchar bien es, por tanto, una destreza que merece ser valorada y enseñada porque produce efectos muy beneficiosos tanto para el que es escuchado como para el que realiza la escucha activa.

En realidad, la mayoría de las personas no se encuentran incomunicadas en sentido estricto, lo que sucede es que la comunicación profunda y auténtica va dando paso a otra, funcional, para salir del paso, en la que el ‘peso’ de los sentimientos es cada vez menor y donde apenas se escucha al otro. Y esta es la clave del problema: comunicarse significa escuchar a la otra persona, no solo es hablarle y contarle nuestros pensamientos.

A escuchar se aprende en el grupo más primario, es decir, fundamentalmente en la familia; y este aprendizaje es de tal modo que, si una persona no se ha sentido escuchada y valorada cuando era niño, muy difícilmente escuchará de verdad a las demás personas cuando sea adulto. Es más: muchos de los expertos del cuidado de la salud mental, sobre todo aquellos más próximos a la Psicoterapia Interpersonal, sostienen que la carencia de una escucha activa en la infancia es el principal origen de muchos de los trastornos psicológicos y psiquiátricos que se manifiestan en la adultez.

El aislamiento y la falta de comunicación también están presentes con mucha frecuencia en los suicidios y en las tentativas de suicidio, así como en los casos de alcoholismo y otras drogodependencias.

 

La escucha activa, un bien escaso

Pese a que cada vez hay más personas que manifiestan que tienen una gran necesidad de ser escuchadas porque se sienten aisladas y que las consecuencias de la falta de una escucha activa puedan ser tan destructivas, sin embargo el arte de saber escuchar no es algo que se valora en nuestra sociedad. No hay más que contemplar el espectáculo lamentable que ofrecen los políticos de lo que es no escuchar: ni a los ciudadanos ni a los adversarios. Se limitan a monólogos sucesivos en los que cada uno descalifica a su rival pero no responde a la argumentación del contrario porque los discursos están previamente preparados, y hasta ensayados, y da lo mismo lo que diga el otro. ¿Y qué se puede decir de las llamadas “tertulias radiofónicas” o los programas del ‘corazón’ en televisión donde todos vociferan al mismo tiempo, nadie escucha al otro y se termina ‘imponiendo’ el que más chilla?

Tristemente, cada vez es más frecuente encontrarse con personas que no escuchan. Solo hablan, habla y hablan… Y cuando parece que están escuchando, en realidad están pensando lo que dirán en cuanto vuelvan a arrebatar la palabra a su interlocutor.

Y lo que es peor: el propio sistema educativo y académico valora incomparablemente más la mera acumulación memorística de datos por parte de los alumnos que promover en ellos una auténtica “cultura de la escucha”, tan necesaria para el equilibrio emocional de cualquier persona, ya que solo a través de una escucha activa es posible establecer y mantener relaciones positivas y constructivas.

Porque “sin los otros, sin el diálogo con ellos, no hay realización humana posible. Sin los otros, no podemos lograr la verdadera felicidad, que consiste esencialmente en compartir lo que somos y tenemos con los demás”, explica el dominico y escritor Juan Bestard.

De hecho, la principal demanda que realizan las personas que llaman a los servicios de ayuda psicológica en casos de crisis emocional es “ser escuchado”. En concreto, el 65% de los llamantes dice que necesita que “alguien le escuche”, muy por delante del 17% que pide orientación respecto a un problema o del 7% que solicita entrevista con un psicólogo o un abogado.

La escucha profunda y de calidad es, por tanto, un bien escaso (y poco valorado en la sociedad actual), aunque tremendamente necesario. Por esta razón, el filósofo griego Zenón de Elea solía decir a sus discípulos: “Recordad que la naturaleza nos ha dado dos oídos y una sola boca para enseñarnos que vale más escuchar que hablar”.

Se buscan personas que sepan escuchar

Existen ciertas habilidades sociales, como puede ser la de hablar o escribir bien, que gozan de un cierto reconocimiento. Es cierto que desarrollar estas destrezas, conquistar con la palabra o saber presentar de forma bella, ordenada y racional los propios argumentos, requiere de un laborioso adiestramiento y es digno de encomio. Pero si elevamos a un excelente orador o un magnífico escritor, es poco explicable por qué no tiene la misma apreciación la persona que sabe escuchar.

“Sin embargo –como explica Francesc Torralba Roselló, catedrático de Filosofía en la Universidad Ramón Llull,- todos valoramos, intuitivamente, a la persona que sabe escuchar, la buscamos, deseamos sentarnos a su lado, estar con ella, porque todos, desde lo más profundo, necesitamos ser escuchados, especialmente cuando nos hallamos en situaciones límite y hemos perdido el control sobre nuestra propia vida”.

Es paradójico que la falta de comunicación y el aislamiento que experimentan en la actualidad muchas personas se deban, en gran parte, a que no se sabe escuchar a los demás y que, al mismo tiempo, exista la creencia de que la escucha es un proceso automático.

Escuchar de forma activa requiere de un esfuerzo superior al que se hace al hablar y también del que se realiza al escuchar sin interpretar lo que se oye. La escucha activa implica prestar atención al interlocutor, esfuerzo para captar su mensaje y capacidad para descifrarlo con precisión. Significa entender la comunicación desde el punto de vista del que habla. La escucha activa, por tanto, se refiere a la habilidad de escuchar, no solo lo que la persona está expresando directamente, sino también los sentimientos, las ideas o los pensamientos que subyacen a lo que se está diciendo.

Para llegar a entender a alguien se precisa empatía, es decir, saber ponerse en el lugar de la otra persona. Sostenía el jesuita y escritor Anthony de Mello que “la escucha es el arte más difícil. Para escucharse de verdad en una conversación, las dos partes en el diálogo han de estar abiertas, sin prejuicios, en entera disposición de comprender”.

Las personas que, de verdad, saben escuchar escasean y, sin embargo, son hoy más necesarias que nunca. Por eso el profesor Torralba Roselló recalca que “nunca se insistirá la suficiente en el bien que supone ser escuchado por alguien, tener la sensación de que los sentimientos y pensamientos que uno experimenta en sus adentros son acogidos generosamente por un interlocutor que se dispone, libremente, a asumirlos, a integrarlos y a recibirlos en su propia interioridad sin juzgarlos, ni fiscalizarlos”.

La escucha activa es terapéutica

La escucha profunda y respetuosa proporciona unos notables efectos beneficiosos, no solamente para el que es escuchado, sino también para el que sabe escuchar.

Cuando una persona se encuentra en una situación de crisis emocional, solo con el hecho de compartir aquello que le causa sufrimiento y poder desahogarse con alguien que le respeta y no le juzga, efectivamente se “des-ahoga” y experimenta una gran liberación interior, porque las penas, compartidas, ‘pesan’ menos. La buena escucha es, en sí misma, terapéutica.

Además, si la escucha ha sido realmente activa, de manera que la persona escuchada se ha sentido acogida y el escuchador ha sabido encontrar las palabras precisas y cálidas para formular las preguntas oportunas que abren la inteligencia, la persona escuchada puede reformularse su situación y repensarse las posibles decisiones que deba tomar en su vida.

Asimismo, cuando una persona nos dedica su tiempo y nos escucha sin rechazo, sin interrumpirnos cuando lo que necesitamos es hablar, prestándonos su atención, entonces nuestra autoestima se siente reforzada y nos sentimos más capaces de encarar situaciones sufrientes que nos demandan una respuesta.

Escuchar para crecer como persona

La escucha activa también produce efectos muy beneficiosos para quien sabe escuchar adecuadamente. En primer lugar, dominar el arte de la escucha es un modo de crecer como persona. Porque saber escuchar implica estar en disposición de aprender, y para ello es necesario liberarse de prejuicios y de las voces interiores que no nos dejarían atender la voz del que habla desde fuera.

Saber escuchar también es una forma de ganar en sensibilidad humana. La escucha activa obliga a mirar hacia fuera y dejar de “mirarse el ombligo”. Solo se puede aprender desde una disposición de apertura al otro y con ganas de sorprenderse. Únicamente se puede aprender si se sabe escuchar. Esta predisposición al aprendizaje es la que va a dar al buen escuchador la posibilidad de ampliar su visión del mundo. Quien sabe escuchar comprende que existen tantas realidades como seres humanos, que cada uno tiene su verdad y nadie tiene el monopolio de la verdad absoluta.

La persona que sabe escuchar desarrolla el sentido de la prudencia y de la humildad. Quien piensa que todo lo sabe, no escucha. Los engreídos, los orgullosos, no escuchan a los demás. Como subraya Francesc Torralba Roselló, “la escucha es un acto de receptividad y, por ello, solo puede escuchar quien limpia los poros de su ser y permite la libre circulación entre lo exterior y lo interior.

En ese sentido, deberíamos escuchar, sobre todo, a los que piensan de un modo distinto, a los que creen en otro dios, a los que viven de un modo radicalmente diferente al propio. Todo ello tendría como resultado un conocimiento más profundo de la humanidad del hombre”.

El valor moral de la escucha activa

Una sociedad que se vanagloria de proclamarse “del bienestar” a los que estaría más obligada a escuchar sería a los más vulnerables de nuestro sistema social. “La escucha tiene valor moral cuando es una acto sin interés. Si solo escuchamos a los ricos y poderosos, ¿qué valor moral tiene la escucha?”, se pregunta el profesor Torralba Roselló, quien concluye: “Debemos escuchar a los que nadie quiere, ni desea escuchar. Debemos escuchar a los que hablan lentamente, a los que cuentan sus vidas rotas, a los que explican sus dramas personales, a los que sufren la soledad o el asco de existir. Necesitan ser escuchados. En ocasiones, no exigen nada más, solo un oído amable”.

Pero, hoy, en la civilización de la prisa y el estrés, hay cada vez menos personas que sepan escuchar con atención y serenidad. Porque la escucha activa requiere de un tiempo. Un tiempo para el otro, para que se exprese con tranquilidad, para que verbalice aquello que realmente siente, sin presionarle para que cuente lo que sea rápidamente, ni aturdirle para que diga lo que queremos que diga.

Y también es necesario darse un tiempo a uno mismo para comprender, en toda su dimensión, lo que la otra persona nos está tratando de comunicar. A veces hay que dejar reposar los mensajes que hemos recibido para que la ‘turbiedad’ de la prisa no nos confunda. Solo pasado un tiempo, cuando los ‘posos’ se han depositado en el fondo, es cuando se nos revela con claridad lo que la otra persona nos estaba demandando en realidad detrás de un discurso que nos podía parecer confuso e, incluso, contradictorio.

Para comprender a una persona es tan importante lo que dice como lo que no dice, porque a veces el silencio es más elocuente que las propias palabras. El buen escuchador aprende a escuchar los silencios. En ocasiones, cuando la desesperación se apodera del presente y del futuro de una persona y es imposible encontrar algún sentido al vivir (“Y te has sentido solo, humanamente solo, definitivamente solo porque todo es igual y tú lo sabes”. Luis Rosales, La casa encendida), entonces no existen palabras que puedan expresar lo inefable. En esos momentos, los silencios son el modo de gritar los aullidos del alma.

Fuente: FERNANDO ALBERCA VICENTE – Orientador y periodista / Portal www.cuidatusaludemocional.com

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