Bien decía Carl Jung que la intuición se da a la tarea de “explorar lo desconocido y adivinar posibilidades que a veces no son evidentes”. Y ni cómo negar que en una sociedad tan racional como en la que vivimos por estos días, más de una vez ignoramos las ventajas que la intuición puede aportarnos tanto nivel personal como profesional.
Pero, entre tantos estímulos, opiniones e información, ¿cómo distinguirla? Es cosa de fortalecerla y capitalizarla con la experiencia y la racionalidad. Para esto, la psicóloga Frances Vaughan sugiere:
Calmar la mente. Porque no hay cabida para el pensamiento intuitivo si la mente está enchufada en el ritmo del día a día, conviene darse tiempo para clarificar los pensamientos a través de ejercicios o meditaciones.
Observar las sensaciones. Dicen que la primera impresión es lo que cuenta, así que ante alguna sensación en específico, lo que procede es analizarla, ver qué hay detrás de ella o qué la detona.
Practicar la atención. Como estamos acostumbrados a racionalizar absolutamente todo, cuesta trabajo enfocarse en esas ‘sensaciones’ o ‘corazonadas’. Es necesario trabajar en enfocar la mente en ellas.
Separar emoción e intuición. Son dos cosas completamente diferentes. La mayoría confundimos una con la otra y terminamos decidiendo basados en una emoción temporal (pensando que es intuición).