“El hombre se ha convertido en el explotador de sí mismo por un propio afán desmesurado de competencia, de éxito, vivido como ‘realización personal’…”
Acumulamos información como nunca antes en la historia, pero la simple acumulación de información no es capaz de generar verdad. Para eso se necesita un saber hondo, reflexivo, que solo se cultiva en diálogo, en la philia , la amistad a que tanta importancia atribuyó Aristóteles en relación con la construcción de la ciudad y la filosofía, y con razón. Las últimas palabras atribuidas al filósofo griego antes de morir (“¡Amigos, ya no hay amigos!”) podrían ser el grito de nuestro tiempo. Y de esa angustia, de la que el filósofo coreano-alemán se hace eco, podría atisbarse un despertar. ¿Pero quién quiere despertar, pensar, sentir a los otros, nuestros prójimos convertidos en competidores o sombras en nuestras pantallas autistas?
Fuente : http://www.elmercurio.com/
Se agradece cuando los filósofos bajan de su Olimpo para pensar el mundo. La filosofía no nació para ser un ejercicio académico ni para que sus cultivadores se miraran el ombligo encerrados en sus escritorios o facultades universitarias. Cada cierto tiempo, un heredero de la noble tradición de Heráclito o Platón se da un paseo por nuestras calles, se detiene a observar el devenir de los hombres en su tiempo, a iluminar nuestra cotidianidad fragmentada y muchas veces carente de sentido si alguien no la piensa.
Byung Chul-han es un filósofo de origen coreano, pero escribe y piensa en alemán. Antes de estudiar filosofía fue obrero metalúrgico, un inmigrante más en la masa anónima de los trabajadores que luchan por sobrevivir día a día en la cansada Europa. Un día dejó la fábrica y comenzó a estudiar filosofía. Esas decisiones nos parecen extravagantes en estas latitudes, donde las humanidades son un lujo asiático. De hecho, la filosofía está en retirada de los colegios y las universidades. Dicen que porque es inútil; yo creo que porque es peligrosa. Nadie quiere pensar nada hoy en día, lanzados como estamos en la carrera de un exitismo desenfrenado que no deja espacio para ninguna duda o cuestionamiento de fondo. Ese es el tema de Byung Chul-han: la nueva alienación. El hombre se ha convertido en el explotador de sí mismo por un propio afán desmesurado de competencia, de éxito, vivido como “realización personal”. Uno se explota a sí mismo hasta el colapso. El sistema neoliberal ha sido internalizado hasta el punto de que ya no necesita coerción externa para existir. Y, por eso, el síntoma de nuestra época es el cansancio. “La sociedad del cansancio”, ese es el título de uno de sus libros. Cansancio y también narcisismo. Porque nuestra relación con los otros es vista solo como competencia. Y la depresión -una epidemia hoy- es la otra cara del narcisismo. El mundo virtual, además, es un camino a la depresión, porque en el mundo virtual el otro no existe.
Ahí está el mayor de los peligros. Con el narcisismo exacerbado comienza la agonía del “eros”. Y sin eros, no hay pensar. El pensamiento nace del cultivo de la amistad, del diálogo socrático, de las conversaciones infinitas de Montaigne con Étienne de la Boétie, o de Jesús o Buda con sus discípulos.
Exitismo patológico, narcisismo desenfrenado, depresión y también cáncer -según Byung-, otro síntoma de nuestra época: un cóctel fatal descrito por un obrero metalúrgico salvado de la alienación por la filosofía.
¿Y qué hacer? Salir a la calle a protestar contra el sistema no basta, puesto que nosotros mismos internalizamos la violencia del sistema. Tal vez el gran gesto de rebeldía sea hoy ir en busca del otro, salir de nuestras covachas y cavernas.
Byung Chul-han, además, alerta sobre un mundo donde lo que vale no es el ser, sino el aparecer, donde lo invisible y el secreto han desaparecido. Y el placer exige cierto ocultamiento, lo contrario de esta desnudez y transparencia pornográficas, cuyo ejemplo más evidente sería Facebook. Del capitalismo, donde lo esencial era el tener, pasamos a una sociedad neoliberal exhibicionista, donde lo fundamental es “aparecer”.
Acumulamos información como nunca antes en la historia, pero la simple acumulación de información no es capaz de generar verdad. Para eso se necesita un saber hondo, reflexivo, que solo se cultiva en diálogo, en la philia , la amistad a que tanta importancia atribuyó Aristóteles en relación con la construcción de la ciudad y la filosofía, y con razón. Las últimas palabras atribuidas al filósofo griego antes de morir (“¡Amigos, ya no hay amigos!”) podrían ser el grito de nuestro tiempo. Y de esa angustia, de la que el filósofo coreano-alemán se hace eco, podría atisbarse un despertar. ¿Pero quién quiere despertar, pensar, sentir a los otros, nuestros prójimos convertidos en competidores o sombras en nuestras pantallas autistas?