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La verdad como exigencia

La verdad como exigencia

Más de 100 años del inicio de la primera guerra europea, 10 años de la elección del último gobierno conservador de Chile elegido democráticamente, 42 años desde el golpe de Estado en Chile. Sólo 15 años desde el mítico 2000, con cambio de folio incluido. Los niños nacidos el 1 de enero del año 2000 son los únicos que tienen a El Emperador como su Arcano Personal. Aún no conozco a ninguno, pero probablemente darán que hablar.

 

Fuente: www.revistasomos.cl

Los menores de 21 años, a quienes primero se llamó índigos, han ido demostrando que más que ser una excepción son los primeros de una nueva humanidad. Eran pocos en los 90, pero cada vez son más. Los niños de hoy son distintos de los de la generación de los 40. Los abuelos de estos nuevos humanos somos los últimos vestigios de un mundo que muere, que se resiste a terminar, que se defiende con toda la violencia posible para mantener el desorden establecido, mientras algunos impulsamos las nuevas miradas.

Comienza un nuevo año y parece ser un buen momento para detenerse a reflexionar. Desde la Rueda de la Fortuna pensamos que es un buen momento para dejar que fluyan las energías latentes y que los espacios de conciencia puedan ir incrementándose. Mientras la resistencia se hace más dura, se abren espacios de reflexión, de conciencia nueva, de estudios y prácticas de disciplinas que buscan entender al mundo profundamente.

Cada vez hay más personas con cierta conciencia. No se trata sólo de alzar la voz para demandar por la necesidad de cambios profundos en la sociedad desde la perspectiva de los intereses propios, sino de mirar las cosas de otro modo: tal vez desde la armonía como un proyecto vital. Luchar por los derechos propios es fácil: lo importante es luchar por los derechos de todos, especialmente de los ajenos, de los demás, sabiendo que eso significa correr riesgos. Eso es lo que se requiere: no sólo la lucha por los derechos que quiero ejercer, sino porque quiero que otros puedan ejercerlos también, como cuando luchábamos por la defensa de los derechos humanos de los perseguidos en tiempos de dictadura. Antes de que nos persiguieran a nosotros.

Esto exige, mirando desde el pensamiento acuariano, verdad, claridad y transparencia. Franqueza, agreguemos. Porque las cosas, los hechos, las situaciones y las personas tienen nombre. Estamos en una época llena de matices, eufemismos, palabras extranjeras confusas, ideas laterales, pero los que mandan y la masa que los sigue tienden a eludir llamar “pan” al pan. Porque eso los comprometería y entonces se elude la mención directa, la palabra sincera, el mensaje sin dobleces.

Algunos reclaman porque temen que haya quienes, desde el gobierno, quieran hacer reformas que parecen “refundacionales”, olvidando que cuando ellos – sustentados por la fuerza – obtuvieron y mantuvieron el poder lo que hicieron fue refundar el país, cambiando radicalmente muchas de las realidades históricas. Se instaló un nuevo modelo social, regresivo, contestatario a las propuestas de los años sesenta y no dispuesto a dejarse permear por las nuevas exigencias de una humanidad en pleno desarrollo de su conciencia.

Con las nuevas generaciones vamos a iniciar el cambio. Construiremos una nueva manera de relacionarnos, una economía al servicio de las personas, un Estado que sea una comunidad de comunidades y que no inhiba el desarrollo de las actividades de los ciudadanos, una realidad social estructurada sobre la base de la fraternidad.

La verdad como exigencia

Todo ello desde una concepción de las relaciones sociales basada en que las cosas se llaman por su nombre y podemos comenzar a confiar en el otro, a diferencia de lo que sucede en estos tiempos en que la verdad se relativiza, la desconfianza se acrecienta, el lucro es el motor de la sociedad y los derechos, aunque se proclaman, no se respetan, porque los que ejercen el poder – las diversas formas de poder – tienen como límite sólo lo que les es impedido. Dicho en forma simple: “tus derechos comienzan cuando yo no puedo evitarlo”. Porque quienes hoy mandan en el mundo económico, político, militar, se sienten poderosos y en su ambición no tienen más límites que los frenos que otros les puedan poner. La codicia, el deseo de enriquecimiento sin límites, las envidias y la soberbia, marcan el tono de los poderosos, convencidos de haber clavado la Rueda de la Fortuna.

Esto se reviste en forma de cenas de caridad, de “donaciones empresariales” que luego se cargan al Estado, de fórmulas de enriquecimiento que si no son ilícitas, bordean. La ley es un escudo para conductas inmorales, y la frivolidad, la vulgaridad, la simpleza en su peor sentido se han ido tomando los espacios. Mediocridad, mentiras “verdaderas”, decorados y escenografías son el marco para que las cosas no cambien aunque se hagan discursos en favor del cambio. En Chile esa palabra se ha instalado desde que Joaquín Lavín en el año 1999 estuvo a punto de ganar la Presidencia de la República. No basta con decir “queremos cambiar” si no hay un cambio asumido por todos: en la actitud, en la mirada hacia el futuro, en la manera de vincularnos con lo demás.

La verdad se abre paso: no más eufemismos, no más frases indirectas para referirse a los temas, no más eludir la realidad.

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