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La vida y la muerte son dos fases de un continuum

Nuestras actitudes y creencias acerca de la muerte tienen una gran influencia en la forma en que enfocamos la vida.

Probablemente no exista un dolor mayor que el de ser separados de un ser querido a causa de la muerte. A pesar de que todos sabemos con la mayor de las certezas que nuestro tiempo es limitado y que nadie puede escapar de la impermanencia de la vida, aún así, esto no hace que nos preparemos para el impacto de la muerte o que abordemos nuestra propia e inevitable separación de este mundo.

¿Por qué nacimos? ¿Por qué debemos morir? ¿Qué clase de valor podemos extraer de esta frágil existencia? La búsqueda de respuestas a todas estas preguntas fue la razón de ser del surgimiento del budismo.

El budismo nos enseña que no deberíamos eludir el hecho de la muerte sino confrontarlo cara a cara. Nuestra cultura contemporánea ha sido descrita como una cultura que busca evitar y negar la cuestión fundamental de nuestra mortalidad. El ser conscientes de la muerte, sin embargo, nos obliga a examinar nuestras vidas y a tratar de vivirlas de forma significativa. La muerte nos capacita para atesorar la vida; nos despierta a la maravilla de cada momento compartido. En la lucha por navegar a través del dolor de la muerte, podemos forjar un radiante tesoro de fortaleza en las profundidades de nuestro ser. A través de esa lucha, nos volvemos más conscientes de la dignidad de la vida y nos mostramos más dispuestos a empatizar con el sufrimiento de los demás.

Desde la perspectiva budista, la vida y la muerte son dos fases de un continuum. La vida no comienza con el nacimiento ni termina con la muerte. Todo en el universo, -desde los invisibles microbios del aire que respiramos hasta las grandes espirales de galaxias- está sometido a estas fases. Y nuestras vidas individuales son, asimismo, parte de este gran ritmo cósmico.

Absolutamente todo en el universo, todo lo que sucede, es parte de una vasta red viva de interconexiones. La energía vibrante a la que llamamos vida, y que fluye a través de todo el universo, no tiene principio ni fin. La vida es un proceso de cambio continuo y dinámico.

Sin embargo, las enseñanzas budistas tempranas veían este proceso como un sufrimiento inevitable y se centraban principalmente en la posibilidad de escapar del mismo.

Shakyamuni percibió que los deseos son el impulso fundamental que hace avanzar nuestra vida, manteniéndonos atados al ciclo del nacimiento y la muerte. A cada momento, el impulso por satisfacer deseos diversos inspira pensamientos, palabras y acciones, que constituyen la fuerza latente de nuestro karma individual. A través de estas causas y efectos, acciones y reacciones, damos forma a nuestra vida y a nuestras circunstancias, instante tras instante, perpetuando un fluido proceso que ha venido produciéndose durante incontables existencias. Por otra parte, Shakyamuni enseñó que no existe un alma permanente o una entidad individual que haya existido a lo largo de todo este tiempo, sino que, simplemente, es la continuidad de la energía kármica la que genera la ilusión de una esencia inmutable o de una entidad individual.

Al eliminar el deseo cortaríamos entonces la energía que alimenta el ciclo de la vida y la muerte y, en el momento de la muerte, nuestra vida se extinguiría de una vez para siempre. Este feliz estado de aniquilación o desintegración -nirvana- constituía el objetivo final de las enseñanzas budistas tempranas y sigue siendo considerado como tal hoy en día en muchas tradiciones budistas. La vida, desde esta perspectiva, es un ciclo de sufrimiento del cual uno, finalmente, logra escapar.

El Sutra del loto genera, sin embargo, una visión completamente revolucionaria de los seres humanos, afirmando que nuestras vidas en este mundo están dotadas de un profundo propósito.

Esta escritura budista, que tanto Nichiren como todo un linaje de eruditos budistas anteriores a él consideraron como la expresión más completa de la iluminación de Shakyamuni, hace hincapié en que la naturaleza esencial de nuestras vidas es, a cada momento, la naturaleza de Buda. Al despertar a la verdad de nuestra naturaleza inherente de Buda, descubrimos nuestro sentido de propósito y la vida adquiere así una dimensión completamente diferente basada en la alegría.

Pero, ¿qué es la naturaleza de Buda y cómo podemos despertar a ella? En esencia, la naturaleza de Buda es el impulso inherente a nuestra vida que nos conmina a aliviar el sufrimiento y llevar felicidad a los demás. Aparece reflejado en el Sutra del loto a través de la siguiente afirmación: “A cada instante pienso: cómo puedo hacer para que los seres vivientes entren en el camino insuperable y adquieran rápidamente el cuerpo de un buda”.

La frase Nam-myoho-renge-kyo, que Nichiren instaba a sus seguidores a recitar, podría ser descrita como el sonido o la expresión de ese impulso primordial – de ese juramento- y su recitación podría ser considerada como la práctica que orienta nuestras vidas en dirección a este mismo juramento. A través de la maravillosa alquimia de este acto, el incesante proceso de cambio constante que constituye la vida se convierte así en un proceso de crecimiento y transformación sin fin.

De este modo, nuestra vida misma se transforma en una expresión de este juramento. Desde la perspectiva iluminada de la Budeidad, hemos nacido en este mundo libremente con la determinación de despertar a otros a su naturaleza de Buda. Cuando despertamos a este propósito, las causas y efectos del interior de nuestras vidas se convierten en las causas y efectos de la Budeidad: las circunstancias concretas de nuestra vida y nuestro carácter, nuestros sufrimientos y triunfos, se transforman en un medio para demostrar el poder de la naturaleza de Buda y poder crear, así, lazos de empatía con otras personas.

Este despertar a la naturaleza de Buda es en ocasiones descrito también como el despertar a un “yo superior”. El presidente de la SGI, Daisaku Ikeda, comenta: Este “yo superior” busca siempre aliviar el dolor y acrecentar la felicidad de los demás, aquí, en medio de las realidades de la vida cotidiana. Y aún más, este dinámico y vital despertar a un “yo superior” capacita a cada persona para experimentar tanto la vida como la muerte con el mismo deleite.

En el mundo de la Budeidad, nuestras vidas no están dirigidas por nuestro karma sino por nuestro juramento, por nuestro sentido de misión. Somos, en esencia, libres. Si permanecemos ajenos a esta realidad o si nos desvinculamos de nuestro juramento, entonces comenzamos a llevar vidas de “mortales comunes”, gobernados y sujetos a las vicisitudes del karma.

La belleza de la vida se deriva de su expresión tan diversa. Del mismo modo, en la sociedad, la diversidad de la naturaleza de nuestras luchas, de nuestros triunfos, la gran variedad con la que nuestras vidas se van conformando y llegan a un fin, nuestros ciclos de vida, largos o cortos, todo ello, cuando vencemos sobre los sufrimientos de la existencia bajo la luz triunfante de la naturaleza de Buda, todo se revela finalmente como significativo y valioso.

Las preguntas fundamentales de la vida y la muerte son, en definitiva, una cuestión de teorías y creencias. Lo realmente importante es cómo vivimos, ser conscientes del tesoro que es la vida y del valor que podemos crear durante una existencia, que, en palabras de Nichiren, transcurre “tan rápido como un corcel blanco que pasa al galope y al que apenas alcanzamos a ver por la rendija de un muro”. La mayoría de nosotros tendemos a pensar que siempre habrá otra oportunidad para encontrarnos y conversar una vez más con nuestros familiares y amigos, así que no importa si hay algunas cosas que quedan sin decir. Sin embargo, para vivir plenamente y sin ningún arrepentimiento debemos expandir nuestro ser al máximo y darnos a los demás por completo a cada instante con el sentido de que, quizá, ese podría ser nuestro último encuentro.

El punto de vista del Sutra del loto sobre la vida y la muerte es aquel que continuamente despierta nuestra conciencia hacia todos aquellos con los que compartimos nuestra vida, urgiéndonos a desarrollar vidas plenas y contributivas. En el momento en el que comenzamos a actuar por la felicidad de otras personas, experimentamos una energía renovada y un sentido de conexión con nuestra esencia más profunda. A medida que continuamos realizando estos esfuerzos en el tiempo, nuestras vidas adquieren un sentido de expansión y fortaleza. De esta manera, podemos manifestar los aspectos más positivos como seres humanos y crear una valiosa existencia conjuntamente con los demás.

 

Fuente: www.sgi.org

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