Krishnamurti ~ Lo que importa es la comprensión, no el recuerdo.
Lo que estoy diciendo en todas estas conversaciones no es algo para ser meramente recordado. Su propósito no es que ustedes traten de acumular en la mente lo que oyen, que se acuerden de ello y después piensen o actúen al respecto. Si simplemente acumulan en sus mentes lo que les estoy diciendo, eso no será más que memoria, no será una cosa viva, algo que comprenden realmente.
Lo que importa es la comprensión, no el recuerdo. Espero que vean la diferencia entre ambas cosas. La comprensión es inmediata, directa, es algo que ustedes experimentan intensamente. Pero si sólo recuerdan lo que han oído, ello servirá solamente como un patrón, como una guía para seguir, para repetir, una idea para imitar, un ideal sobre el cual basar sus vidas.
La comprensión no es un asunto de la memoria. Es una intensidad constante, un descubrimiento permanente.
Por lo tanto, si sólo recuerdan aquello de que hablo, compararán y tratarán de modificar sus acciones o de ajustarlas a lo que recuerdan. Pero si realmente comprenden, esa comprensión misma genera acción, y entonces no tienen que actuar conforme a lo que recuerden. Por eso es muy importante no limitarse a recordar, sino escuchar y comprender instantáneamente.
Cuando ustedes recuerdan ciertas palabras, ciertas frases, o rememoran ciertos sentimientos que se despertaron aquí y comparan aquello que hacen con lo que recuerdan, existe siempre una lucha entre esa acción y lo recordado. Pero si de verdad comprenden, no copian. Cualquiera que posea cierta capacidad puede recordar palabras y aprobar exámenes; pero si comienzan a comprender todo lo implicado en aquello que ven, que oyen, que sienten, esa comprensión misma genera una acción que ustedes no tienen que dirigir, moldear ni controlar.
Si meramente recuerdan, estarán siempre comparando; la comparación engendra envidia y sobre esa envidia se basa toda nuestra sociedad adquisitiva. La comparación jamás dará origen a la comprensión. En la comprensión hay amor, mientras que la comparación es mera intelectualización, es un proceso mental que consiste en imitar, en seguir, proceso en el que siempre existe el peligro del conductor y el conducido.
¿Alcanzan a ver esto?
En este mundo, la estructura de la sociedad se basa en el que conduce y los que son conducidos, en el ejemplo y los que siguen el ejemplo, en el héroe y los adoradores del héroe. Si investigan este proceso de conducir y ser conducido, encontrarán que cuando siguen a otro no hay iniciativa. No hay libertad ni para ustedes ni para el que conduce; porque ustedes crean al que les conduce y entonces éste les controla. En tanto estén siguiendo un ejemplo de renunciamiento, de grandeza, de sabiduría, de amor, en tanto tengan un ideal que deba ser recordado y copiado, habrá inevitablemente una brecha, una división entre el ideal y la acción que desarrollan.
Un hombre que realmente ve la verdad de esto, no tiene ideales ni ejemplos, no sigue a nadie. Para él no hay ni gurú ni mahatma ni conductor heroico. Está comprendiendo constantemente lo que hay dentro de él mismo y lo que escucha de otros, ya sea de sus padres, de un maestro, de una persona como yo, que ocasionalmente entra en su vida.
Si ahora están escuchando y comprendiendo, entonces no siguen ni imitan; por lo tanto, no temen, y entonces hay amor.
Es esencial que todo lo vean muy claramente por sí mismos, de manera que no sean fascinados por héroes ni hipnotizados por ejemplos, por ideales. Los ejemplos, los héroes, los ideales tienen que ser recordados y se olvidan fácilmente; por eso necesitan tener un recordatorio constante en la forma de una pintura, un ídolo, un eslógan. Al seguir un ideal, un ejemplo, están meramente recordando, y en el recuerdo no hay comprensión.
Están comparando lo que son con lo que quieren ser, y esa comparación misma engendra autoridad, envidia y miedo; y en eso no hay amor.
Por favor, escuchen muy atentamente todo esto y compréndanlo de modo que no tengan que seguir a líderes ni tengan que imitar o copiar ejemplos e ideales, porque entonces serán individuos libres con dignidad humana. No pueden ser libres si están comparándose perpetuamente con el ideal, con lo que deberían ser.
Comprender lo que son realmente -por feos o hermosos o temerosos que sean- no es una cuestión de memoria, de recordar un ideal. Tienen que observarse, tienen que estar atentos a sí mismos, de instante en instante, en la relación humana. Estar conscientes de lo que son en realidad, es el proceso de la comprensión.
Si realmente comprenden de qué estoy hablando, si lo escuchan completamente, estarán libres de todas las cosas totalmente falsas que las pasadas generaciones han creado. No estarán agobiados por la imitación, por la mera repetición de un ideal, lo cual sólo mutila la mente engendrando temor y envidia. Puede que inconscientemente estén escuchando esto de manera muy intensa. Espero que así sea, porque entonces verán qué transformación extraordinaria adviene con el escuchar profundo y la libertad respecto de la limitación.
Interlocutor: La belleza, ¿es objetiva o subjetiva?
K.: Ves algo hermoso, el río desde el balcón; o ves a un niño en harapos que llora. Si no eres sensible, si no te das cuenta de todo lo que te rodea, entonces pasas de largo y ese acontecimiento tiene muy poco valor. Una mujer va caminando con una carga sobre la cabeza. Sus ropas están sucias, ella se ve hambrienta y cansada.
¿Ves el color de su sari, por manchado que pueda estar? Están estas influencias objetivas que te rodean; y si careces de sensibilidad, jamás las apreciarás, ¿verdad?
Ser sensible es estar atento no sólo a las cosas bellas sino también a las que llamamos feas. El río, los campos verdes, los árboles en la distancia, las nubes de un atardecer, a estas cosas las llamamos bellas. A los aldeanos sucios, medio muertos de hambre, a las personas que viven en la escualidez o a las que tienen muy poca capacidad de pensamiento, de sentimiento, a todo esto lo llamamos feo. Ahora bien, si lo observan, verán que lo que hace la mayoría de nosotros es aferrarse a lo bello y desechar lo feo. ¿Pero acaso no es importante ser sensibles tanto a la belleza como a lo que llamamos fealdad? La falta de esta sensibilidad es la causa de que dividamos la vida en lo feo y lo bello. Pero si somos abiertos, receptivos, sensibles tanto a lo feo como a lo bello, entonces veremos que ambos están llenos de significado, y esta percepción enriquece la vida.
Entonces, ¿es subjetiva u objetiva la belleza? Si uno fuera ciego, si fuera sordo y no pudiera escuchar ninguna música, ¿carecería de belleza? ¿O la belleza es algo interno? Puede que uno no vea con sus ojos, que no escuche con sus oídos, pero si experimenta este estado de hallarse realmente abierto, sensible a todo, si está profundamente consciente de todo lo que ocurre dentro, consciente de cada pensamiento, de cada sentimiento, ¿acaso no hay belleza también en eso? Pero ya lo ven, pensamos que la belleza es algo exterior a nosotros. Por eso compramos pinturas y las colgamos en la pared. Queremos poseer hermosos saris, trajes, turbantes; queremos rodeamos de cosas bellas, porque tememos que sin un recordatorio objetivo perderíamos algo internamente.
¿Pero es posible dividir la vida, todo el proceso de la existencia, en lo subjetivo y lo objetivo? ¿Acaso no es un proceso unitario? Sin lo externo no existe lo interno; sin lo interno no existe lo externo.
Interlocutor: ¿Por qué los fuertes reprimen a los débiles?
K.: ¿Reprimes tú al débil? Descubrámoslo. En una discusión o en cuestiones de fuerza física, ¿no apartas del camino a tu hermano menor, al que es más pequeño que tú? Es porque deseas afirmarte a ti mismo.
Quieres mostrar tu fuerza, mostrar que eres mejor o más poderoso, de modo que dominas y apartas al más pequeño, te das importancia. Lo mismo sucede con los adultos. Son más grandes que tú, conocen un poco más que tú porque han leído libros, tienen una posición, dinero, autoridad, de modo que te reprimen, te hacen a un lado; y tú aceptas que te hagan a un lado; entonces, reprimes a alguien que está debajo de ti. Cada cual quiere afirmarse a sí mismo, dominar, mostrar que tiene poder sobre otros. Casi ninguno de nosotros quiere ser como nada. Queremos ser alguien, y el mostrar poder sobre otros nos proporciona satisfacción, nos hace sentir que somos alguien.
Interlocutor: ¿Por eso el pez más grande se traga al pequeño ?
K.: En el mundo animal tal vez sea natural que el pez grande viva del pequeño. Es algo que no podemos cambiar. Pero el ser humano grande no necesita vivir del ser humano pequeño. Si sabemos cómo utilizar nuestra inteligencia, podemos dejar de vivir uno del otro, no sólo físicamente sino también en el sentido psicológico. Ver este problema y comprenderlo, lo cual implica tener inteligencia, es dejar de vivir del otro.
Pero casi todos queremos vivir de otros, de modo que nos aprovechamos de alguno que es más débil que nosotros. La libertad no implica estar libres para hacer lo que nos plazca. Sólo puede haber verdadera libertad cuando hay inteligencia; y la inteligencia adviene cuando comprendemos la relación, la relación entre tú y yo, la relación entre cada uno de nosotros y alguna otra persona.
Interlocutor: ¿Es verdad que los descubrimientos científicos hacen que nuestras vidas sean más fáciles de vivir?
K.: ¿No han hecho más fácil tu vida? Tienes electricidad, ¿no es así? Mueves un interruptor y tienes luz. En este lugar hay un teléfono, puedes hablar si lo deseas a un amigo en Bombay o en Nueva York. ¿No es fácil eso? 0 puedes tomar un avión e ir rápidamente a Delhi o a Londres. Estas cosas son el resultado de los descubrimientos científicos y han hecho más fácil la vida. La ciencia ha ayudado a curar enfermedades; pero también nos ha dado la bomba de hidrógeno, que puede matar a millares de seres humanos. Por lo tanto, como la ciencia está descubriendo constantemente más y más, si no empezamos a utilizar con inteligencia, con amor el conocimiento científico, vamos a destruirnos a nosotros mismos.
Interlocutor: ¿Qué es la muerte?
K.: ¿Qué es la muerte? ¡Qué pregunta para una niñita!
Has visto los cuerpos que llevan al río; has visto hojas muertas, árboles muertos; sabes que las frutas se marchitan y se pudren. Las aves que están tan llenas de vida en la mañana, parloteando, llamándose unas a otras, puede que estén muertas a la noche. La persona que está viva puede ser abatida por un desastre mañana. Vemos que ocurre todo esto. La muerte es común a todos nosotros, todos terminaremos de ese modo. Podemos vivir treinta, cincuenta u ochenta años, gozando, sufriendo, temiendo, y al final de ello ya no estamos más.
¿Qué es eso que llamamos el vivir y qué es lo que llamamos muerte? Es realmente un problema complejo y no sé si quieren investigarlo. Si pudiéramos descubrir, comprender qué es el vivir, quizá comprenderíamos qué es la muerte. Cuando perdemos a alguien a quien amamos, nos sentimos desconsolados, solos; en consecuencia, decimos que la muerte no tiene nada que ver con el vivir. Separamos la muerte de la vida.
¿Pero está la muerte separada de la vida? ¿No es el vivir un proceso de morir?
¿Qué significa el vivir, para la mayoría de nosotros? Significa el acumular, elegir, sufrir, reír. Y en el trasfondo, detrás de todo el placer y el dolor, está el miedo: el miedo de que llegue el fin, el miedo a lo que va a suceder mañana, el miedo de no tener nombre ni fama, de no tener propiedad ni posición social, de que termine todo lo que queremos que continúe. Pero la muerte es inevitable; entonces nos preguntamos:”¿Qué sucede después de la muerte?”
Y bien, ¿qué es lo que llega a su fin en la muerte? ¿La vida? ¿Es la vida meramente un proceso de inspirar y expeler el aire? Comer, odiar, amar, adquirir, poseer, comparar, envidiar… esto es lo que la mayoría de nosotros conoce de la vida. Para la mayoría, la vida es un sufrimiento, una batalla constante de dolor y placer, esperanza y frustración. ¿Y no puede eso terminar? ¿Acaso no deberíamos morir? En el otoño, con la llegada del tiempo frío, las hojas caen de los árboles y reaparecen en primavera. ¿No deberíamos, de igual modo, morir a todo lo de ayer, a todas nuestras acumulaciones y esperanzas, a todos los éxitos que hemos cosechado? ¿No deberíamos morir a todo eso y vivir de nuevo mañana, de manera que, como una hoja nueva, fuéramos puros, tiernos, sensibles? Para el hombre que dice: “Yo soy alguien y tengo que continuar”, para él siempre hay muerte y ghat crematorio; y ese hombre no conoce el amor.
Extracto de: EL ARTE DE VIVIR – J. Krishnamurti
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Filosofía