Las mujeres y la culpa
La culpa es un sistema de clausura sostenido por las herméticas leyes del no-cambio, leyes que neutralizan el desarrollo de nuestra potencialidad transformadora. Se trata de una lógica de la mutilación que nos exige ser pasivas. Inconcientemente, re-alimentamos la inercia frente al cambio, sostenemos la continuidad de estereotipos femeninos, prejuicios, clichés y convenciones rígidas. Las mujeres somos educadas y crecemos en medio de sentimientos de culpa y autocompasión. Nuestro ser-para-sí, se convierte en ser-para otros y/o ser-contra-sí.
Fuente : www.mujeressinfronteras.com
“Y Dios dijo a la mujer: Yo multiplicaré tus afanes y tu gravidez. Parirás a los hijos con dolor. Estarás sujeta al poder del varón y él te dominará”. Génesis.
La culpa no es un sentimiento “natural”. Es un instrumento cultural de gran potencia y efectividad para neutralizarnos, domesticarnos y someternos a una cultura que nos domina y controla. Para la cultura judeo-cristiana somos culpables desde que nacemos. Las mujeres somos la fuente de todos los pecados, que luego María redimirá.
La astucia de siglos de historia represiva logra convencernos de que nacemos pecadoras y nuestra existencia como tales, es una infracción. Es también por eso, que a las mujeres, se nos concede o autoriza, un margen menor de error que a los varones, en relación a nuestros roles tradicionales y obligaciones. Cuanto menor es el espacio concedido, más graves se consideran nuestras infracciones y más severas son las sanciones morales, sociales y psiquiátricas. La culpa en las mujeres es oceánica: solemos sentirnos culpables de existir, de ser, de nuestra fuerza, de nuestra creatividad, de nuestras ganas de conocernos y crecer, de nuestra iniciativa, de nuestra capacidad de transformación, de nuestra inteligencia, creemos que somos culpables de todo, o casi todo.
La culpa es un sistema de clausura sostenido por las herméticas leyes del no-cambio, leyes que neutralizan el desarrollo de nuestra potencialidad transformadora. Se trata de una lógica de la mutilación que nos exige ser pasivas.
Inconcientemente, re-alimentamos la inercia frente al cambio, sostenemos la continuidad de estereotipos femeninos, prejuicios, clichés y convenciones rígidas. Las mujeres somos educadas y crecemos en medio de sentimientos de culpa y autocompasión. Nuestro ser-para-sí, se convierte en ser-para otros y/o ser-contra-sí.
Espacios sin reconocimiento
Estos espacios sin reconocimiento y sin justicia son como mazmorras estrechas en las que vivimos contraídas por la culpa. Esta culpa, que en general, no es consciente, se expresa en somatizaciones diversas, accidentes, irritabilidad, restricciones intelectuales, creativas, ausencia de placer, miedos, depresión, hostilidad, delitos, intentos de suicidio, aislamiento adicciones, riesgos de la propia vida. (Todo esto, lo veo a diario en mi consultorio)
Hablo de una ” lógica sacrificial ” que nos induce a no escucharnos, no conocernos, por lo tanto no re-conocernos, no legitimarnos, postergarnos, y finalmente inmolarnos. Somos víctimas, pero también somos cómplices de este sistema atávico fundante de la identidad femenina que nos convierte en “seres-para-otros, seres-postergados “.
La culpa no nos permite creer en nosotras mismas. Sin darnos cuenta aprendemos el desprecio, la violencia, la auto-humillación, como modos de expiación y penitencia.
Se incrementa el masoquismo, bloqueamos el placer, la alegría y la gratitud por todo lo que somos como mujeres, y lo que supimos conseguir. Por momentos, parecería que sentirnos culpables nos es indispensable. La culpa tiene que estar siempre presente, no importa de qué se trata, se ha convertido en un fetiche, un amuleto que nos sirve para no crecer, no comprometernos con nuestros deseos profundos, atacar lo sano, rico, talentoso que hay en nosotras.
Al fetichizar la culpa nos convertimos en seres precarios, inmaduros, nuestra autoestima es baja y nuestra vulnerabilidad es alta. La culpa, que es un instrumento poderoso, ataca la coherencia entre deseo, pensamiento y acción que se disocian entre sí. Aprendemos a no creer en nosotras mismas.
La culpa nos confunde y paraliza, nos adecuamos a lo inadecuado, (pero sin saber porqué), y renunciamos a luchar por nosotras para reintegrarnos mansas al orden de nuestras existencias controladas.
La culpa está inscripta/ grabada en nuestro inconsciente, como uno de los códigos no— escrito, el más antiguo y primitivo de la humanidad. Se prescribe la privación.
Desmitificar esta moral inquisidora seguramente nos devolverá a nosotras mismas a planteos más profundos, más auténticos y más humanos.
(Tomado del libro Las Mujeres y la Culpa, Edit. Nuevohacer, 4ª edición)
P.D.: Quizás algunas mujeres puedan creer que esto ya ha sido superado, que esta culpabilización temprana no existe porque ya pasó, pueden creer que es cosa de otra época, sin embargo las mujeres y la culpa siguen unidas y por las dudas, conviene estar atentas. La culpa, en general no es conciente, es difícil detectarla y llega a ser explosiva.
Marzo de 2008