Nuestras bestias se esconden en sus oscuras cavernas, se agazapan durante el día y salen a cazarnos por la noche. Uno es literalmente cazado por sus propios demonios: los de las represiones, los de los temores, los de las negaciones….
Creíamos que huyendo de las cosas podíamos escaparnos de ellas pero eso no es cierto, mientras más corremos más fuertes se vuelven. Creímos que negando la bestia podíamos eludir sus efectos pero cuanto más la negamos, mas afilados se le ponen los dientes.
Los demonios son estados de conciencia interiores que podrían ser preciosos para nuestra vida, pero cuando los almacenamos en el infierno, es decir, cuando los estigmatizamos, demonizamos la vida; cuando los exorcizamos allá abajo, los demonios salen por la noche de sus cavernas echando fuego. Tentáculos, garras, colas de deseo reprimido, y cabezas emocionales de la Hidra tienen una caverna o refugio en las tinieblas de la propia noche interna.
Pero aún esos refugios pueden ser preciosas estrategias de supervivencia. Si nos va a comer el tigre nos escondemos, pero a veces confundimos el tigre con la mamá, o el papá, o el vecino de la música estridente, o el fumador del asiento de atrás, o el del coche que nos antecede. Hasta el inocente semáforo en rojo pareciera un terrible felino. Así revestimos de garras la vida y desarrollamos una reacción de fuga con refugio incluido. Permanecemos en el búnker para esquivar el peligro… y terminamos esquivando el amor.
Como en esas historias de personas que se refugiaron durante la guerra y que salieron veinte años después, aterrorizados aún, para no poder ver en los inocentes eventos más que la continuidad de la guerra; como aquéllos osos liberados de un largo cautiverio que siguen dando vueltas como si la jaula aún existiera, así también nosotros llevamos la programación paranoide de los refugios, donde la reacción de ataque o huida es nuestra sola posible conciencia.
La reacción de ataque-huida es una manifestación del estrés válido para la supervivencia si lo podemos vivir en el contexto adecuado. Al experimentar un ataque corremos, consumimos oxígeno, adrenalina, hormonas que se liberan y aumentan la fuerza, para defendernos o huir. Ésta es una respuesta adaptativa tan necesaria como eficaz. Pero si experimentamos la misma reacción en un contexto en el que no podemos movilizar la energía, esas mismas energías hacen impacto en el interior y se vuelven dramáticamente peligrosas, pues producen sobrecargas y congestiones internas. Imaginemos toda la energía, toda la adrenalina liberada para escapar de un tigre, y veamos esa misma energía explotando en el interior mientras esperamos en el atasco de tráfico o en el semáforo, mientras el de atrás pita o el de adelante se cruza.
Eso sería nefasto para la salud de nuestro sistema vascular. Pues bien, es eso exactamente lo que estamos viviendo en la vida cotidiana, porque experimentamos la reacción de ataque o de fuga, que es una reacción ancestral, dentro de la caverna. Esa reacción es para vivirla a campo abierto cuando podemos correr, pero si la vivimos adentro del búnker, aunque los misiles externos no nos destruyan, nuestras propias ideas e interpretaciones del mundo se comportarán en el plano emocional como un proyectil-boomerang, que siempre termina explotando en nuestro propio interior. Hagamonos la pregunta: ¿Cuándo nos refugiamos? La vida cotidiana está llena de ejemplos, todos tenemos un refugio, a veces el refugio es una disculpa, es una palabra, es una mentira, es una negación. La vida social está llena de refugios, de escondites. Esto es un laberinto de máscaras donde nos escondemos los unos de los otros por múltiples motivos.
· ¿De quién o de quiénes te escondes? Esa es una seña clave para identificar el nudo o la raíz del conflicto: ¿De quién te estás escondiendo?
· ¿En qué circunstancias te niegas?, es decir, cuando dices que no estás o haces como si no estuvieras: ¿a quién te podrías negar sin negar una parte importante de ti mismo?
· Luego introduces el por qué ¿por qué te estas negando?, ¿qué hay detrás de esto?
Siempre que te disculpas tienes un refugio. La disculpa es la puerta de entrada a una caverna. Y cuando te disculpas estás perdiendo el control.
Tú puedes explicarlo, tú puedes hacerte comprender, tú puedes ser comprendido, pero las disculpas suponen reconocer que en tí hay una culpa y reconocer que hay una culpa es un anclaje al pasado, es juzgarte porque antes de disculparte ya te sientes juzgado y culpable. Es, en otras palabras, asumir la postura de la víctima.
La disculpa es muy común en nuestras relaciones humanas cotidianas, en la ética relacional de la superficie o de la apariencia, este tipo de perdón dicho sin sentir, a la carrera, automático, es una modalidad de una cultura de la forma que se quedó anclada atrás, en la culpa, en la disculpa y hay tanta culpa que entonces ya por anticipado estamos pidiendo perdón. Pero si no existe la culpa no existe el perdón.
Eso tal vez es escandaloso, yo creo que se ha hablado demasiado del perdón porque hemos insistido demasiado en la culpa. Y la energía sigue al pensamiento. No podemos hacer tanto énfasis en el perdón sin hacerlo también en la culpa. Pero quien comprende no juzga. Y donde no hay juicio no hay culpa. La justa comprensión haría innecesario el perdón.
Qué bueno sería que existiera un mundo donde no tuviéramos que disculparnos, donde ya nos sintiéramos todos limpios para no tener que lavarnos tanto -como Pilatos- las manos; un mundo en el que simplemente pudiéramos aceptarnos como somos, sin juicios y sin prejuicios; un mundo donde no fuese necesario invertir tanta energía en separarnos.
Resolvemos las culpas cuando aprendemos la lección, cuando hacemos la vida significativa. Y la lección de la culpa es la lección que nos enseña la bestia, ella es nuestro mejor amigo.
El significado de todo esto es que no puedes luchar contra la bestia, pues en esa lucha siempre terminarás perdiendo: o te haces aliado de la bestia o te vuelves amigo de la bestia; o comprendes que la bestia es la mejor parte de tu vida, la mejor parte de ti mismo, o tienes la pelea perdida, porque vas a invertir toda la vida en echar un suelo de hormigón para mantener retenida la bestia en el sótano de Eros. La bestia es la hidra de las nueve cabezas, tú le cortas una cabeza y aparece otra y mientras más cortas cabezas, es decir, cuantas más reprimes, más aparecen. Hasta que no sales del agua de las emociones, hasta que no te elevas al cielo de la mente, le van a seguir saliendo cabezas.
Y por eso hemos de comprender que lo que hacemos al luchar contra las tendencias y los impulsos no nos conduce jamás a la victoria. La solución no está en luchar contra ellos, sino en abrazarlos, en acogerlos, en aceptarlos, en llevarlos al corazón. La solución están en cambiar el código de lectura, para decirle a la sombra: “Ven, dulce amiga, que tú eres parte de mí”. Así al mismo erizo en nosotros se le derriten las espinas en el corazón y se convierte en un oso de peluche. Porque era tu código de lectura el que hacía de un aspecto de ti mismo un puercoespín al que temías: eran de tu propio temor sus espinas.
No temas el mal, no tengas temor de tu sombra, no tengas temor de tus espinas: en ello está lo mejor de tu vida. En tus propias sombras la luz adquiere ese único colorido que da el sentido a tu vida.
Jorge Carvajal