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Nuestros hijos tocan nuestras viejas heridas

Que sea más fácil aconsejar, acompañar, guiar a otros niños y familias que a la propia es totalmente natural y nos pasa a todos. Muchas veces se dice que es más fácil con los hijos de los otros porque no estamos ligados emocionalmente pero, pregunto, ¿ligados emocionalmente a qué parte?
Para hacerlo gráfico podemos decir que dentro nuestro conviven dos partes; una parte herida, dolida, en proceso de sanación o aun por aceptar y sanar, y otra parte resuelta y realizada. En nuestro día a día con nuestros hijos constantemente salimos y entramos en estas partes sin siquiera darnos cuenta. Pero, el problema mayor surge cuando algo toca y se estanca en nuestra parte dolida. 

A menudo son nuestros hijos los que nos sacan la fiera, el león, son los que colocan esa gota que rebalsa el vaso, la pluma que desestabiliza la balanza que tanto nos costó equilibrar… Pero, aunque es tentador y más fácil verlo así, no, no son nuestros hijos los que nos hacen eso. “Eso” ya estaba ahí adentro nuestro y nuestros hijos solo lo tocan, y ¡ay! cómo nos duele, cómo nos enoja…

¿Qué nos duele tanto? ¿Qué nos enfurece tanto?

Es nuestro mundo interno dolido y aun no procesado lo que nuestros hijos tocan. Más precisamente, son las heridas de la propia infancia las que dejan al descubierto nuestros hijos. Ellos no solo fueron educados por nuestra parte resulta y realizada, sino también por nuestras heridas, moldeados por nuestros dolores y limitaciones. Por eso una palabra o determinada conducta de nuestro hijo; un gesto o una demanda puede activar una emoción nuestra cristalizada. Puede ser algo pequeño a la vista pero que se enreda con algo grande adentro nuestro, activando un viejo dolor, ese que aún nos punza, ese que aún necesita un mimo y una dulce atención de nuestra parte. 

Cuando nuestros hijos tocan nuestras huellas muchas veces sentimos que los rechazamos, que los queremos lejos. Nos sale una sensación, desde la piel, de “no quiero ver ni sentir esto”. Pero, en realidad, no tiene que ver con un rechazo a nuestros hijos, es más bien un rechazo hacia lo que sentimos, o hacia lo que no queremos sentir. 

Sin embargo, cuando otros niños tienen conductas difíciles, inapropiadas, podemos verlo y tratarlo con otra frialdad. Cuando una amiga nos pide un consejo, nos cuenta un problema complejo o sensible que está atravesando con su hijo, sentimos que es tan fácil de resolver o que nosotros lo resolveríamos tan fácilmente. Pues no, si fuera nuestro hijo, viviríamos algo parecido…

Entonces, ¿está mal dar consejos? Claro que no, para eso estamos, para mostrar la luz que el otro no puede ver, y para que otro nos la indique a nosotros. Así podemos complementarnos, así podemos cada uno ayudar al otro a salir de sus cárceles invisibles, para poder habitar tierras más sanas. Así todos nos convertimos en maestros de todos, siempre y cuando se haga desde la comprensión y empatía.

Cómo superamos los dolores escondidos 

No podemos cambiar el pasado ni anular lo que nos sucedió. No hay forma de borrar dolores viejos, recuerdos, traumas, heridas. Pero podemos conocernos tanto, con tanto amor y paciencia, que podemos reparar, aliviar, desensibilizar zonas internas. 

Nuestra piel, nuestras células pueden curarse, nuestros recuerdos pueden estar rodeados de amor, consciencia y comprensión, en vez de dolor y angustia.

Trabaja en ti mismo, no hay otra forma. Si has decidido ser padre, o si la vida lo decidió por ti, ahora te encuentras ante un solo camino sano: trabajar sobre ti mismo día a día. Encuéntrate con tus fantasmas sin asustarte de ellos, sin querer taparlos o negarlos…

Así como ejercitamos nuestro cuerpo físico para mantener la salud, hay que ejercitar nuestro mundo interno para lograr la salud emocional y espiritual tan necesaria para acompañar a nuestros hijos.

Hay que trabajarse, aceptando los vaivenes, e ir siempre por más. Cada vez que lleguemos a un lugar del cual nos enorgullecemos, habrá que poner una marca como recordatorio, como estrella guía. Sin castigarnos si a veces la perdemos de vista, con aceptación, con alegría sabiendo que todo tropiezo es parte del proceso, e incluso, muchas veces, necesario.

Si te encuentras con dificultades con tu hijo o hija, si algo te angustia, si algo te duele tanto que te enoja, te corre de eje o te hace estallar, estas en el momento justo de abrir tu alma y recorrer los senderos que hay en ella. Si lo haces realmente eres muy valiente, pero debes saber que como recompensa tendrás tantos regalos! Y te puedo asegurar que varios de ellos, los veras reflejado en tu hijo o hija y en la relación con ellos. 

 

Fuente: www.caminosalser.com /  Nancy Erica Ortiz

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