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Para fluir por la vida

Actitudes que nos llevan al bienestar

La característica del Sabio, de una persona esclarecida y con personalidad desarrollada, es la ausencia de esfuerzo. No es que realmente no haga nada, sino que no es una persona que haga las cosas compulsivamente, y cuando actúa lo hace realizando una respuesta necesaria ante la situación, ni más ni menos. Su única disciplina es fluir por la vida, adaptándose a las condiciones cambiantes; tal como el agua se adapta al recipiente.

Fuente:

www.formarse.com.ar

Para los taoístas este estado de unidad con la vida se le llama “morar con el Tao” y en la Biblia, se representa por el “Jardín del Edén”. Adán y Eva fueron seducidos por la serpiente y expulsados del Paraíso. Desde entonces nos hemos sentido exiliados y tratando de volver a casa.

Esta serpiente que nos seduce y que por ella se nos expulsa del Edén es la mente. Un Sabio no es controlado, manipulado o abatido por la mente, puede utilizarla para sus propias funciones y dejarla a un lado cuando no sea necesaria. A diferencia de la mayoría de nosotros, esta persona no cree todo lo que se dice a sí misma, pone la mente bajo control y ésta le sigue como un perro bien entrenado sigue a su amo. El conseguir lo que en budismo Zen se llama “sin mente” supone tal bendición y dicha, que innumerables personas en todas las épocas, y en la actualidad, trabajaron duro para conseguir ese tesoro.

Los maestros de todas las épocas han dado indicios sobre cómo poner a la mente bajo control. Basados en sus propias experiencias de lo que funcionó para ellos, cada uno puso énfasis en un enfoque diferente. Pero estas técnicas de meditación tienen mucho en común. En primer lugar, ninguna busca abordar a lamente directamente, porque combatirla es hacerla más fuerte. De hecho, una parte de lamente estaría combatiendo ala otra, de modo que nos fragmentaríamos aún más. Más que resistir a los pensamientos, los permitimos y los observamos ir y venir. Este “simple observar”, o “presenciar”, es la actividad más pasiva en la que puede comprometerse un ser humano. Es lo contrario que “hacer”. Otro punto en común es que obligan a la mente a ir más despacio. Cuando la noria va más despacio es más fácil bajarse de ella. Aparecen claros en la sucesión de pensamientos, como retazos de cielo azul tras las nubes, y a través de estos claros nos introducimos más fácilmente en la paz del estado Alfa, en el bienestar. Y sea cual sea la técnica utilizado el final es el mismo.
Los senderos que se han hallado para llegar a este bienestar son los siguientes, y más adelante describiré alguna técnica de meditación que los incorporan.

Presenciar.

La esencia de cualquier forma de meditación es prestar atención pasiva, relajada. Es un estado abierto de consciencia, una “expansión para incluir” y un “permanecer en contacto” en un nivel de sentimiento con todo lo que se esté presenciando. Pertenece al hemisferio cerebral derecho, lo que la hace más femenino y menos masculino. Permite que el objeto que se presencia sea tal como es… y sentirlo. Es lo contrario de la concentración, es la diferencia entre devanarse los sesos para encontrar el nombre de una flor y simplemente permitirnos disfrutar el olor de su presencia y de su fragancia.

Al mismo tiempo que prestamos atención relajada, sin crítica, a todo lo que presenciamos, también somos conscientes de nosotros mismos como un testigo, como si el punto desde el cual estamos presenciando se hallase a medio camino entre nosotros mismos y la flor. El efecto de presenciar es expandir nuestra consciencia “poniéndonos fuera de nosotros mismos”, contrarrestando la tensión y la contracción de la consciencia que acompaña al hecho de estar preocupados con nuestros problemas.

El meditador, sentado o en movimiento, simplemente presencia su propio proceso de pensamiento sin llegar a implicarse en el pensar. Los pensamientos llegarán: las preocupaciones emergerán a la superficie y buscarán arrastrarnos a un estado de inquietud; los recuerdos tratarán de hacernos caer en la añoranza del pasado; los pensamientos sobre nuestros compromisos y programas nos atraerán hacia pensar en el futuro y en todas las cosas que tenemos que hacer. También las emociones y las pasiones nos intentarán arrastrar, pero el meditador se siente firme, como el observador sobre la colina, observando el ir y el venir de un modo indiferente y distante.

Al principio, hasta que cojamos el truco (que es todo lo que es la meditación), perderemos el espacio de testigo repetidas veces cuando un pensamiento logre seducirnos fuera de él, y unos minutos más tarde encontraremos que nos hemos perdido al seguir una línea de pensamiento. De modo que tendremos que regresar para presenciar una y otra vez, sin culparnos, o más bien, incluyendo en nuestro espacio de testigo la parte de nosotros mismos que se impacienta con estos vacíos de consciencia y desinterés.

La meditación llega a ser más fácil con la práctica. Recordemos que meditar es romper un hábito de toda una vida de dejarnos arrastrar hacia donde nos llevan nuestros pensamientos y sentimientos. La meditación es como entrenar a un animal: se necesita tiempo, paciencia y delicadeza antes de que la bestia capte el mensaje de que ahora tiene un amo y no puede hacer lo que quiera.

Las meditaciones que se basan en presenciar son las más difíciles para permanecer en ellas pues las recompensas (tranquilidad, paz, dicha) sólo llegan con una persistencia tenaz que no sea vencida por el aburrimiento, por las molestias, y el deseo de estar en cualquier otra parte que no donde se está, siendo atormentado por la propia mente de uno/a.

Centrarse en una cosa.

Para que la mente trabaje más despacio, la frecuencia de las hondas cerebrales desciendan a Alfa y cambiemos del hemisferio izquierdo al derecho, le damos a la mente algo para que se ocupe de ello, de modo que al menos deje de saltar de un lado para otro. Esto no quiere decir concentrarse, sino más bien centrarse en la consciencia de uno y prestar atención pasiva a una cosa a la vez, más que estar disperso/a, distraído/a por pensamientos de esto, de eso y de lo otro.

Escuchar.

Es una experiencia común que cuanto más alterados estamos, menos escuchamos. El escuchar adecuadamente nos hace entrar en el estado meditacional. Una de las meditaciones más simples consiste en relajarse y escuchar música (mejor instrumental, barroca o New Age) o los sonidos de la naturaleza (por ejemplo agua que fluye, el mar, el canto de un pájaro…).

También el cantar o repetir un mantra puede ayudar a la meditación y tener un efecto purificador.

Contemplar.

No hay ninguna duda de que la devoción y la oración son eficaces para muchas personas y obtienen de ellas dichosos momentos de paz que las alejan de las preocupaciones e inquietudes de la vida cotidiana.

Con total independencia de las creencias religiosas, tanto la fe que acompaña a la oración como el descenso de energía desde la cabeza hacia el corazón que acompaña a la oración nos llevan al bienestar.

Contemplar es simplemente dejar que nuestros ojos descansen fijamente sobre algún objeto escogido y sentirlo, llegar a serlo. Cada persona debe elegir el objeto de su contemplación, puede ser una vela, una flor…

El contemplar debe hacerse de una forma relajada, no tenso, manteniendo la mirada serena, más que concentrada. Normalmente eliminamos un montón de energía a través de nuestros ojos e incesantemente recibimos información sobre nuestro entorno a través de ellos. Al restringir el movimiento de los ojosa un objeto, automáticamente reducimos la información que se da a la mente para que la procese, y por consiguiente, ésta tiene que limitar su parloteo al objeto que está siendo contemplado. Muy pronto agotará lo que tiene que decir y se quedará callada.

Centrarse en el aquí y en el ahora, en el presente.

Podría decirse que centrarse en el aquí, en el ahora, en el presente, es el objetivo de la meditación, pues cuando estamos verdaderamente en el momento presente, experimentando lo que es de manera directa a través de nuestros sentidos, la mente se detiene. Esto sucede porque nuestras mentes son como filtros entre nosotros y la experiencia directa del momento presente, lo que está ocurriendo ahora.
Nosotros estamos donde está nuestra atención, y si está en otro lugar o en otro tiempo, no podemos estar aquí y ahora. Nuestros cuerpos pueden estar(aunque si nosotros no somos conscientes de ellos entonces, existencialmente, no existe, al menos en nuestra consciencia) pero nosotros no estamos.

Permanecer en el momento presente y permitirnos experimentar y responder a lo que está sucediendo ahora en el nivel de los sentimientos (por ejemplo en el hemisferio derecho del cerebro) más que quedarnos en el pasado o el futuro (hemisferio izquierdo del cerebro) es a la vez una disciplina y un objetivo. Impactar en un discípulo que está viajando con la mente sacándolo fuera del pensamiento hacia el ser (y estar verdaderamente presentes) es virtualmente todo lo que hace un Maestro zen.
El centrarse en el presente atañe a las frescura: se refiere al hecho de desautomatizarnos de los viejos hábitos, contemplando lo que está sucediendo a nuestro alrededor y en nosotros mismos con ojos puros y responder a las situaciones de un modo que no sea mecánico y que convine espontaneidad con resultar apropiado.

Cada momento no vivido plenamente no es más que un empobrecimiento de la calidad de nuestras vidas.

Conciencia de respirar.

Nuestra forma de respirar y nuestros estrados mentales se hallan muy estrechamente conectados. Sólo hay que pensar en la respiración regular y profunda del sueño, en el jadeo de alguien que está muy asustado o en la suspensión de la respiración de alguien que se encuentra profundamente impactado.

La respiración es un medio para centrar nuestra consciencia en el presente y en nuestro cuerpo. Los ejercicios de respiración también elevan el nivel de energía en el cuerpo.

Llegar a ser y seguir siendo conscientes de nuestra respiración es una de las técnicas de meditación más sencillas. Una vez más, esta técnica funciona para aquietar la mente. La regularidad y el ritmo de la respiración tiene un efecto calmante y disminuye la velocidad y disminuye la velocidad del proceso del pensamiento. Si tenemos un traspié en la cuenta de cada respiración y caemos en la trampa de seguir una línea particular de pensamiento, lo advertimos de inmediato y podemos abandonar los pensamientos para retomar la cuenta.
Tal vez, lo más importante es llegar a ser conscientes de que respirar nos recuerda que tenemos un cuerpo.

Conciencia del cuerpo.

Una cosa que sucede cuando estamos ocupados en el mundo exterior o preocupados con nuestros pensamientos es que perdemos conciencia de nuestros cuerpos. Toda nuestra energía se dedica a aquello a lo que estamos prestando atención, ya sean cosas o pensamientos. Es como si nuestros cuerpos dejasen de existir temporalmente y mientras sólo fuéramos cabezas parlantes.

Cuando meditamos y desconectamos la mente, la energía tiene que ir a alguna parte y comienza a ir hacia abajo. De nuevo llegamos a ser conscientes de nuestras sensaciones corporales, de nuestro cuerpo. Uno de los objetivos al adoptar la posición de sentado es que detiene el escape de energía. Al no tener ningún lugar al que ir excepto hacia adentro y alrededor del circuito corporal cerrado que hemos formado al sentarnos (con las manos juntas), la energía se intensifica. Nos sentimos recargados, con más fundamento y más centrados. Con más consciencia de nuestro cuerpo no sólo nos sentimos más vivos, sino también más relajados. Pues consciencia corporal es lo mismo que relajación. Relajar el cuerpo ayuda a relajar la mente. Es así pues en realidad el cuerpo y la mente no están separados, somos Mentes-cuerpos.
Es muy importante cultivar la conciencia corporal como un sendero para aquietar la mente, hasta llegar a lo máximo en relajación:una liberación de toda la ansiedad y tensión, viviendo plenamente el momento.

Movimiento.

El movimiento tomado como meditación se encuentra en muchas tradiciones milenarias. Existe un movimiento impensado, inconsciente, dormido y un movimiento consciente, centrado en la consciencia corporal y en el presente, que es la esencia de la meditación.

Desde el Tai-Chi a la danza sufí, pasando por hacer jogging, nadar en la piscina o simplemente estar en el parque o fregar los platos, podemos meditar y hacer descender nuestra energía de la cabeza al cuerpo y disminuir las ondas cerebrales desde las frecuencias Beta hasta Alfa,, volviendo a llegar a nuestros sentidos desde el funcionamiento del hemisferio izquierdo hasta el derecho.

Centrarse.

Practicar la meditación es recordarnos lo que realmente somos. Pues, sino somos nuestras mentes (y si somos capaces de observar nuestros pensamientos quiere decir que estamos separados de ellos), entonces ¿quienes somos?
En forma similar, por la misma razón no podemos ser nuestros cuerpos, o nuestros sentimientos: podemos observarlos, por lo que debe existir distancia entre nosotros y ellos.

Formularnos repetidamente la pregunta: “¿Quién soy?” es una técnica de meditación en sí misma. Así como no somos nuestros pensamientos, nuestros sentimientos o nuestros cuerpos, de ese modo también logramos darnos cuenta con esta técnica de meditación inexorable que no hay nada más que eso, y que existencialmente podemos decir que somos. En nuestro nivel más profundo no somos nuestros nombres, o cualquier otra de las etiquetas que la sociedad nos ha puesto, como “hombres”, “mujeres”, “clase media”, etc. Ésas son las posiciones que ocupamos en esta vida y, de ninguna manera, en el interior del cuerpo que es nuestro vehículo. No somos ni ricos ni pobres: eso es lo que tenemos o no tenemos. Tampoco somos médicos, maestros, fontaneros, amas de casa o funcionarios: eso es lo que hacemos, no lo que somos. Por último no nos queda nada, o al menos nada sobre lo que podamos poner nuestras manos.

Si nos sentimos aturdidos, es positivo, pues la pregunta “¿quién soy?” es exactamente eso, aturdimiento de la mente: no hay respuesta. Yo sé que “soy”, pero quién soy, como la Vida misma, es un misterio.

Al final, cuando hemos abandonado nuestras falsas identificaciones sólo hay esencia, “ser”, y en consecuencia no hay separación de Dios, la Vida, o como quieras llamarlo, quien también está libre de todos los nombres, desprovisto de todas las formas.

Tenemos consciencia vacía de nosotros mismos, consciencia pura, una subjetividad inexpresable para la cual todo lo demás es un objeto, no sólo el mundo exterior (incluyendo nuestros cuerpos) sino también el mundo interior del pensamiento y del sentimiento. Y el modo en que nos damos cuenta de esto simplemente es éste: “estar tranquilo y saber que yo soy Dios, que yo soy la Vida”. En la tradición hindú el meditador se recuerda a sí mismo: “tú eres eso” y resiste la tentación de quedar atrapado en la identificación falsa repitiendo el mantra “neti, neti” (“no esto, no esto”).

Teniendo en cuenta que debemos mantenernos cuerdos en un mundo enloquecido, recordándonos quienes somos realmente cuando nos sentimos estresados, agobiados por nuestros problemas y generalmente tomándonos las cosas demasiado seriamente, es como regresar a un navío estable, y en eso consiste centrarse. También es recordar que: “esto también pasará” y que la Vida es un misterio para ser disfrutado no un problema para resolver.

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