La ansiada paz interior
En la sociedad actual, llena de prisas y tensiones, la paz es un bien escaso en las personas. Muchos piensan que la paz es la ausencia de problemas o contradicciones. La paz sería como el trofeo para el que le va bien y no tiene ningún dolor. Algunos buscan la paz del corazón en el placer, en el dinero o recurriendo a ejercicios de respiración profunda, técnicas de relajación y toda una ristra de prácticas de religiones extrañas. Algunas de estas cosas pueden ayudar en cierta medida, otras incrementan el problema. La verdadera paz es algo más profundo que una simple técnica, es consecuencia de armonía y equilibrio interiores, de un enfoque y una sabiduría de vida que tristemente no se encuentra con frecuencia.
Fuente : http://eticaysociedad.org/
Contrario a lo que dicen el budismo y los ejercicios de yoga, la paz del corazón no se alcanza encerrándonos en nosotros mismos ni tampoco con un esfuerzo puramente personal y voluntarista. Aislarse del mundo exterior con indiferencia, buscar que las cosas no nos afecten no da la serenidad entre otras cosas porque somos seres de carne y hueso, con corazón capaz de gozar y sufrir. Meter la cabeza en la tierra como el avestruz, dar la espalda a las dificultades o buscar huir del dolor no resuelve nada sino todo lo contrario. Vivir es encontrarse con contrariedades. Aislarse en una vida cómoda y egoísta que busca solamente el provecho personal es un veneno que aumenta el desasosiego y tristeza interior.
En lugar de cerrar puertas, la auténtica paz se obtiene abriéndolas por completo a Dios y a los demás. La paz y la seguridad interior son corolario de saberse amado con un amor incondicional. Hemos de buscar la paz interior como uno de los principales tesoros que podemos tener, no para aislarnos de los demás sino para poder ayudarles mejor. Solamente con la paz de corazón podremos librarnos de nosotros mismos, estar disponibles y ocuparnos desinteresadamente de los demás.
Poseer la paz en el corazón es el camino más fácil y atractivo para mejorar como personas. Únicamente un ambiente en el que reina la paz es propicio para avanzar y aumentar lo bueno existente en nosotros. Es una experiencia reiteradamente comprobada por los psicólogos que solamente en una familia en donde existe la paz los hijos pueden crecer con una personalidad segura y sana.
Ante la experiencia de familias con falta de paz, de una sociedad que no se cansa de hablar y de buscar la paz son necesarias personas capaces de retener e infundir paz en los demás. Pero para dar la paz a los demás es necesario en primer lugar que nosotros nos esforcemos por ser personas que cultivan y poseen la paz en su interior para poder darla a manos llenas. Hacen falta hombres con tal paz de corazón que como la superficie tranquila de un estanque, reflejen claramente a los demás el amor, la comprensión y la paz que todos ansiamos ver.
En primer lugar la paz y serenidad interior son producto del orden y de la tranquilidad, en palabras de un autor antiguo “tranquillitas ordinis”. Alcanzar la paz tiene mucho que ver con el realismo de enfrentar nuestros compromisos más profundos y el esfuerzo que ponemos por ser leales y coherentes con nuestros principios. Solamente posee la paz el que lucha por vivir sus compromisos con Dios, con los demás y consigo mismo.
Para obtener la paz, en primer lugar, la experiencia demuestra que solamente la poseen los que tienen una adecuada relación con Dios. Reparten la paz a manos llenas los que buscan en Dios la sabiduría para enfocar correctamente las diferentes situaciones de su propia vida. Tratar a Dios nos ayudará a no perder la paz al comprobar los fallos ni desanimarnos al percibir la pequeñez personal.
Las personas de todos los tiempos que han tenido una sólida paz interior, sin excepción, han cultivado el arte de la oración personal en la que se dedica a diario por lo menos unos minutos para conversar confiadamente con Dios de los acontecimientos de nuestra vida. Ésta práctica diaria nos colocará en la posición adecuada para darnos cuenta que somos limitados, que existen situaciones que no dependen de nosotros y que no podemos cambiar. También nos dará la objetividad para distinguir las situaciones en las que sí hemos de actuar empleándonos a fondo. Esta relación cercana con Dios, necesaria para todos los hombres, no nos volverá impecables. Nos ayudará al menos a darnos cuenta de las cosas más profundas a enmendar y nos brindará la valentía para expulsar de nuestro corazón todo lo que nos quiera arrancar la paz.
En segundo lugar, poseen la paz los que saben relacionarse adecuadamente con los demás. Seguro todos hemos experimentado la alegría de haber ayudado desinteresadamente a otras personas. Así como la falta de paz es señal de egoísmo, servir a los demás es una escuela estupenda de serenidad, comprensión y de olvido de nosotros mismos. Cuando se enciendan las alarmas de falta de paz en el corazón busquemos ayudar más con actos de servicio a los que están a nuestro alrededor y veremos cómo recibiremos a cambio una gran alegría.
Por último, posee la paz el que tiene una sana relación consigo mismo. Es bueno que percibamos nuestras limitaciones pero al mismo tiempo sabernos poseedores de muchos talentos y cualidades gratuitamente recibidos y que hemos de esforzarnos por hacer rendir al máximo. Cultiva la paz en su interior el que sabe luchar contra sus propios vicios y se esfuerza por alcanzar una positiva autoestima basada en la humildad, alcanza la paz el que se esfuerza por adquirir virtudes a diario.
Con el paso del tiempo, descubriremos que no existen caminos para la paz sino que la paz es el camino para nuestra mejora. Veremos que el auténtico enemigo enfoca todos sus esfuerzos por arrastrarnos al miedo, la falta de esperanza y la tristeza. Ojalá que nos demos cuenta que buena parte del bien que estamos llamados a dar a los otros se traduce en ser sembradores de paz y de alegría.
Tegucigalpa, 11 de enero de 2015
www.eticaysociedad.org
@jcoyuela